Su idea del pudor
seguramente no es la de Cantor.
Tampoco sabe decir en voz baja
los axiomas de Zermelo,
la han besado genios a montones,
frobeniuses aficionados,
uno tras otro, en sucesión de fanfarrones,
brillantes como Poincaré,
y… aunque a ella
puede que no le importe Cauchy más que Riemann,
nosotros sólo podemos seguir soñando… Que
llegue pronto el día en que, Whittaker y Watson
mediante, convergencias repentinas, milagros inesperados,
bailes epsilónicos, y azares pequeños pero finitos, den paso al amor…
Preocupados por la estabilidad mental de Yashmeen, todos se sin_tieron obligados a dar su opinión, incluido Kit.
– Yash, anda, olvídate de ese listillo, no es para ti. Quiero decir, qué más da que sea alto, musculoso, incluso que tenga esa extraña pinta de alemán que algunos consideran presentable…
– Se te ha olvidado decir inteligente, divertido, romántico…
– Pero ¿no ves que te mueve tu memoria racial? -afirmó indigna_do Humfried-: has salido por ahí a buscar un huno.
– ¿Me estás diciendo que quiero que me invadan y conquisten, Humfried?
– ¿He dicho yo eso?
– Pues bueno…, supongo que sí, lo que pasa es que, uno, no es asunto de ninguno de vosotros; dos, ¿tengo que pedir perdón por lo que siento?; dos punto uno…
– Yash, has dado en el clavo -asintió Kit-, sólo somos jinetes noc_turnos perdidos en un sendero flanqueado por postes, amargándonos la vida. Deberían dispararnos, apuntarnos al menos.
– Puede que Günther sea todo lo que dices y más, pero hasta que no vivas las emociones como lo hacen las mujeres, no encontrarás más que problemas y obstáculos en tus relaciones con nosotras.
– Creo que podría lloriquear un poco, ¿serviría de algo?
Yashmeen casi había salido por la puerta, frunciendo el ceño por encima del hombro como reproche, cuando he aquí que, salvando con atléticos saltos los peldaños de la escalera, subía el Adonis en discu_sión, sí, Günther von Quassel en persona, blandiendo una Hausknochen en gesto amenazante, acercándose, a medida que las escaleras lo lleva_ban al límite superior, a un nivel comparable de rabia bruta.
– A ver, Günni -lo saludó-, no vas a matar a Kit, ¿verdad que no?
– ¿Qué está haciendo éste aquí?
– Yo vivo aquí, salchicha descomunal.
– Oh. Ja. Eso es verdad. -Pensó un momento-. Pero Fräulein Yashmeen… no vive aquí.
– Vaya, Günther, eso es muy interesante.
Günther lo miró durante lo que cualquiera salvo los eróticamente enamorados habrían considerado demasiado tiempo. Mientras tanto, Yashmeen, juguetona como raras veces la había visto Kit, no paraba de quitarle de la cabeza la gorra de la sociedad de duelos a Günther y simular que se la tiraba escaleras abajo. Y cada vez él tardaba varios segundos en reaccionar a la travesura, aunque lo hacía con tanta brus_quedad como si acabara de suceder. De hecho, según Humfried, discípulo del Profesor Minkowski, debería ser evidente para todos que Günther habitaba su propio «marco de referencia» idiomático, en el que las dis__que no esenciales.crepancias de tiempo como ésta eran características importantes, aun
– El no está «aquí» -explicó Humfried-, no del todo. Está ligera_mente… en otra parte. Y es así hasta el punto de que supone ciertos inconvenientes para cualquiera que aprecie su compañía.
– ¿Ah, sí?, pues no deben de ser muchos.
– Oh, todos sois unos antipáticos -dijo Yashmeen.
Mientras tanto, Günther insistía en que la presencia allí de Yash_meen implicaba una cuestión de honor.
– Obviamente, ahora tenemos que librar un duelo.
– ¿Por qué?
– Usted me ha insultado, ha insultado a mi prometida…
– Esto, ¿Günni?
– Ja, Liebchen?
– No soy tu prometida, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas de que ya lo habíamos hablado?
– Egal was, meine Schatze!… Mientras tanto, al señor Traverse, como parte retada, le corresponde la elección de armas; qué suerte haber pro_vocado la disputa aquí, en la capital de los duelos de Alemania. A mi disposición, y a la suya, tenemos pares a juego de Schläger, Krummsabel, Korbrapier, incluso, si ése es su vicio, la épée, un arma que, aunque no está a la altura de los estándares alemanes, me han contado que vive una edad de oro ahora en Inglaterra…
– En realidad -dijo Kit-, estaba pensando más bien en algo así como, quizás… ¿pistolas? Resulta que tengo un par de Colt de seis dis_paros que podemos usar, pero en cuanto a lo de que sean «a juego», bueno…
– ¡Pistolas! Oh, no, no, mi impulsivo y violento señor Traverse, aquí no hacemos duelos a muerte, ¡no! Aunque por descontado desea_mos mantener inmaculado el honor de la Verbitidung, el anhelo más profundo de cada uno de nosotros es inscribir su marca en la cara del otro, de manera que un hombre lleve a la vista de todos la prueba de su va_lentía personal.
– ¿Es lo que se le ve en la cara, eso que parece una tilde mexicana?
– ¿Inusual, no? Más tarde resolvimos la frecuencia probable a la que debió de vibrar la hoja, el momento en que volvió a su posición de partida, las constantes elásticas, todo al más caballeresco estilo, co_sas de las que, estoy seguro, sus pistoleros americanos no tienen la menor idea. Oh, es verdad, ja, que entre nosotros se han infiltrado cier_tos maniacos desesperados que han dirimido sus diferencias acabando con cicatrices de bala reales en la cara, pero eso requiere un grado de indiferencia a la mortalidad con el que pocos nos hemos visto ben_decidos.
– ¿Está diciendo que las pistolas son demasiado peligrosas para us__nas?…, tal vez incluso ¿cobardes?ted, Günni? Cuando se trata del Honor, al menos así es en el lugar de donde yo procedo, un hombre se ve obligado a utilizar una pistola. Las armas de hoja son, no sé cómo decirlo… ¿silenciosas?, ¿mezqui
Las orejas de Günther temblaban.
– Debo entender, caballero, que usted pretende así catalogar a los alemanes como una subespecie de raza menos valiente, ¿me equivoco?
– Espere… ¿no me diga que le he insultado de nuevo? Me está re_tando… ¿por segunda vez? ¡Vaya! Eso sin duda sube las apuestas, ¿no? A ver, si se va a ofender a cada nimiedad, más vale que carguemos, seis tiros por cabeza, ¿qué le parece?
– Este cowboy -dijo Günther con voz quejumbrosa- parece desco_nocer que a los seres civilizados nos repele el hedor de la pólvora.
– Escucha, tonel de cerdo, ¿de qué va todo esto? Ya te he dicho que no iba a converger, así que nunca pasará tal cosa.
– Ya está. Otra vez. Y van tres.
– Tanto da, a medio camino se ha saltado un paso. Por no men__tió el signo un par de veces, e incluso llegó a dividir por cero, sí, lo hizo, Günni, mire, justo aquí, tiene suerte de que alguien dedicara su tiempo a leérselo a fondo…, errores estúpidos básicos…cionar que en una de sus series agrupó mal algunos términos, invir
– ¡Cuatro!
– … y en vez de tanto incordiar a la gente, debería plantearse si éste es en realidad el mejor campo de estudio para usted, si lo único que quiere es verse el careto en una postal de recuerdo.
– ¡Ahora ha insultado al Geheimrat Hilbert!
– Al menos él lleva el sombrero correcto.
Tras repetidas consultas a la biblia del duelo prusiana, un peque_ño volumen marrón conocido como el Ehrenkodex, Kit, Günther y sus padrinos se encontraron junto al río en cuanto hubo luz sufi____________________tos. De vez en cuando, alguien recobraba la conciencia y recordaba que todavía llevaba puesto suroleses, gafas de colores, zapatillas y exóticos pijamas con grabados orientales hacían cola adormilados para apostar sumas disparatadas a los corredores de apuestas que siempre rondaban estos acontecimiendo, casi como espectros curiosos. Estudiantes en bata, sombreros tigían de las brumas. Los bañistas tempraneros se acercaban parpadeanmiento, y el aire aún olía como el campo por el que había pasado. Los sauces oscilaban seductoramente. Más allá, atalayas en ruinas emerbles que almas más racionales habrían elegido celebrar de un modo menos letal. Las curtidurías todavía no funcionaban a pleno rendiciente. Era una de esas mañanas primaverales profundamente agrada Schnurrbartbinde, o protector de bigotes nocturno. Los más implicados formaron un pequeño grupo y se pu_sieron a hacerse reverencias unos a otros. Apareció un vendedor con una carreta provista de una bañera humeante llena hasta el borde de salchichas cocidas, y también llegó cerveza, tanto en barriles como en botella. Un fotógrafo plantó su trípode y su «Palmos Panoram» Zeiss para quien deseara recuerdos visuales del encuentro.
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