Pero Woevre no la había visto antes, al menos no al aire libre, en una noche como ésta, bajo la inmisericorde luz de la luna. Le abrumó la certidumbre de que la cosa tenía conciencia, que lo miraba, y no pa__da, y percibió una delicada vibración. ¿Cómo era posible? Gevaert no había mencionado nada al respecto, ¿o sí?recía especialmente contenta de ser una posesión suya. Estaba templa
– Jou moerskont! -gritó.
No sirvió de nada, fuera cual fuese el idioma en el que se pudie____________________ran sido orquestadas con precisión diabólica en un inmenso coro.ñó al destello no era de los que le hubiera gustado volver a escuchar en su vida, como si las voces de todos a los que había matado hubiedando su campo visual de un verde luminoso. El sonido que acompase gritar a la máquina, ciertamente no el afrikaans, puesto que parecía proceder de algún lugar muy alejado de aquellas selvas, de aquellos ríos lentos y fatales… Algo centelleó, cegándole por un instante, inun
Levantó la mirada. Se había caído, no sabía cómo, estaba boca arri_ba sobre la acera, esforzándose por respirar, y el americano estaba allí, agachándose para ayudarle a levantarse.
– ¿Qué le ha pasado, amigo, se le ha disparado? Es un trozo de quin_calla muy traicionero, ese que lleva…
– Quédeselo. Quédese esa mierda. No puedo soportarlo…, esa luz espantosa… Voetsak, voetsak!
Se alejó tambaleándose por el canal, cruzó un puente, se perdió en la intrincada red de paredes limpias de la ciudad muerta. Kit oyó va____________________ma del hombro, con la intención de examinar el contenido más tarde.panas callaron por fin y el humo de la cordita se hubo disipado por completo, cuando los mirones volvieron uno por uno al pliegue del sueño y la luz de la luna se tornó oblicua y metálica, Kit se encontró a solas con el enigmático objeto, guardado de nuevo en su estuche de cuero. Se lo colgó despreocupadamente echándose la correa por encirios disparos más procedentes de aquella dirección, y cuando las cam
Kit no acababa de entender el motivo de tanto alboroto. Pero Umeki no tardó en pasarse horas con el instrumento, frunciendo y relajando el ceño como si sucesivamente la apabullara un pesar y a continuación se librara de él, como si contemplara a través del visor el despliegue de un prolongado, quizás interminable, espectáculo dra__mente del instrumento, pasaban a estar desenfocados, hinchados, como sometidos a otro conjunto de leyes. Cada vez que Kit preguntaba qué pasaba, ella empezaba respondiendo en una voz baja y como ronca de tabaco, con conmovedora largueza, en lo que él suponía que debía de ser japonés.mático de su propio país. Cada vez que sus ojos se apartaban fugaz
Y por último:
– Muy bien. En primer lugar, los espejos… Mira aquí, uno semiazogado, pero no sobre cristal sino sobre calcita, y esta pieza… ¡es tan pura! Todo rayo de luz que entra se escinde en dos: uno «ordinario» y el otro «extraordinario». Al llegar a uno de estos fondos semiazogados, cada rayo es en parte reflejado y en parte refractado, así que se dan cua____________________tro «dimensiones» del espacio-tiempo minkowskiano o, en un sentido más trivial, a los cuatro picos de la superficie recíproca a la de la onda, lo que los cuaternionistas denominan la superficie índice. Tal vez se supone que hemos de olvidarnos de la óptica por completo, como si los rayos ya no se refractaran doblemente, sino que semos que cada uno de los cuatro estados está asociado a una de las cuaponesa, literalmente fatal. El mismo carácter con el que designan la muerte. Tal vez fue eso lo que me atrajo de los Cuaterniones. Digatro posibilidades, ambos rayos reflejados y ambos refractados, uno de cada, y a la inversa. El fatídico número cuatro; para la mentalidad ja emitieran doble_mente, desde todo objeto que observamos a través de esto…, como si en lo consciente hubiera un equivalente del Rayo Extraordinario y nosotros miráramos con el ojo de ese reino inexplorado.
»Y eso es sólo el visor.
Ella quitó una cubierta, metió la mano dentro, pareció realizar unas hábiles y elegantes rotaciones y desplazamientos, y la sacó sosteniendo un cristal del tamaño de un ojo humano. Kit lo cogió y examinó de cerca cada cara.
– Todas estas caras son equilaterales.
– Si, es un verdadero icosaedro.
– El sólido regular, no un 12 + 8 como el que se encuentra en las piritas, sino… Esto es imposible. No existe tal…
– ¡No es imposible! ¡Hasta hoy sencillamente no se ha identifica_do! Y la esfera descrita mediante doce vértices…
– Espera, no, no me lo digas. No es una esfera ordinaria, ¿me equi_voco? -El objeto centelleó en sus manos, como si le guiñara un ojo-. Algo así como… una esfera de Riemann.
Ella esbozó una sonrisa resplandeciente.
– El reino de x + ry, ¡estamos dentro! Tanto si queremos como si no.
– Un icosaedro imaginario. Fenomenal -dijo intentando recor_dar lo que podía del magistral Vorlesungen iiber das Ikosaeder de Félix Klein, que había sido lectura obligatoria en Gotinga, aunque sin mu_cha fortuna.
– «Imaginario» -se rió ella-, ¡no es el mejor modo de llamarlo! -Cogió el cristal con cierta reverencia, o eso le pareció a Kit, y vol_vió a colocarlo dentro del aparato.
– ¿Para qué sirve esto?
Una delgada manija de ebonita sobresalía de una ranura con re_borde de latón, que se desplazaba en una complicada curva. Cuando Kit intentó tocarlo, ella le apartó la mano de una palmada.
– ¡No lo toques! Es un «Compensador de Deriva Ohmica», re_gula la cantidad de luz que puede entrar en el azogue del espejo. ¡Un tipo especial de refracción! ¡Calibrado con un índice imaginario! ¡Es peligroso! ¡Es primordial!
– Esta unidad no abulta más que una pistola -dijo Kit-, ¿Tan po_deroso puede ser?
– No es más que una conjetura, pero piensa en la velocidad de la Tierra moviéndose a lo largo de su órbita. ¡Casi treinta kilómetros por segundo! Haz la raíz cuadrada y multiplica el resultado por la masa del planeta…
– Un buen pedazo de energía cinética.
– Hace poco, en el artículo de Lorentz publicado en los Proceedings de la Academia de Amsterdam, con Fitzgerald y los demás, se con_cluía que un cuerpo sólido que atraviese el Éter a una velocidad muy alta podría acortarse ligeramente a lo largo del eje del movimiento.
Y Lord Rayleigh, buscando efectos de segundo orden, se planteaba si tal movimiento no haría que un cuerpo cristalino se volviera doble__sultados negativos. Pero si partimos de ese principio, le damos la vuelta ymente refringente. Hasta el momento, esos experimentos ofrecen re empezamos por un cristal en el que la doble refracción se deba a un conjunto de ejes que ya no es uniforme, con las unidades del mismo espacio ya alteradas de hecho, debido al movimiento de la Tierra…, entonces, en un cristal así, estaría, implícita, encarnada en él, esa in_mensa velocidad planetaria, esa energía inmoderadamente vasta que ahora alguien ha sabido asociar de algún modo a…
– La verdad, no me hace mucha gracia pensar en eso -dijo Kit si_mulando que se tapaba los oídos.
Una mañana temprano, en un sueño, ella se le apareció sostenien____________________davía no existe».cede a la primera en lo increado todavía sin luz, donde la salvación tocuro, la guía del peregrino corrupto, la innominada Estación que pregil, demasiado permeable, para ser segura… Dentro del espejo, dentro del término escalar, dentro de la luz del día, de lo obvio y de lo dado por sentado, siempre ha subyacido, como a la espera, el itinerario osna entre los mundos se ha tornado en muchos lugares demasiado frátores y Cuaterniones, subyace una serie de direcciones, un itinerario, un mapa de un espacio oculto. La doble refracción aparece una y otra vez como un elemento clave, pues permite ver otra Creación que se encuentra al lado de la nuestra, tan cerca que se solapa, y la membraportamiento de la luz, las ecuaciones de campo, las ecuaciones de Vectudinales, si viajaban a través del Éter de un modo similar a como el sonido viajaba a través del aire, entonces, siguiendo con el conjunto de analogías con el sonido, en algún lugar del régimen tenía que haber música…, que inmediatamente escuchó, o recibió. El mensaje parecía comunicar que «En el fondo de las ecuaciones que describen el comños de matemáticos que salen de vez en cuando a la superficie en el folclore. Comprendió que si las ondas C eran en algún sentido longido el objeto ante sus ojos. Estaba desnuda y lloraba. «Entonces, ¿tengo que coger el pavoroso instrumento y huir a otras costas?» Su voz, sin el filo de frío sarcasmo de la vigilia, indefensa, le llamaba a compartir su tristeza. Era un sueño sobre Umeki, pero también uno de esos sue
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