– Blundell -la voz de Lindsay perdió su filo habitualmente irrita_do-, el Comandante ha ordenado formar el Piquete de Despegue. Por favor, ocupa el puesto que se te ha asignado.
– Claro, claro, Lindsay, sólo me había distraído un momento.
Tras recoger el rancho de esa noche, Miles fue a buscar a Chick Counterfly.
– He visto a uno de los Intrusos -dijo-. Ahí abajo. En el paseo ma_rítimo.
– ¿Te reconoció?
– Sí. Nos vimos y hablamos. Era Ryder Thorn. Estaba en Candlebrow. En el taller de ukelele aquel verano. Daba clases sobre el acorde de cuatro notas en el contexto de la atemporalidad, y se describía como cuaternionista. No tardamos en descubrir que compartíamos la afi____________________car una melodía es introducir el elemento del tiempo, y por tanto de la mortalidad. Nuestra manifiesta reticencia a abandonar la atemporalidad del acorde tañido nos ha hecho merecer a los intérpretes de ukelele la reputación de niños irresponsables y bufonescos que jamás crecerán.cluimos, al uso casi exclusivo del uke como productor de acordes, de acontecimientos únicos, atemporales, aprehendidos todos a la vez en lugar de sucesivamente. Notas de una melodía lineal a lo largo de un pentagrama, que son un registro del tono contra el tiempo: toción por ese instrumento -recordó Miles- y hablamos del desprecio general del que son objeto los intérpretes de ukelele, atribuible, con
– Nunca me lo planteé desde ese punto de vista -dijo Chick-, lo único que sé es que suena mejor que cuando cantamos aquí a cappella.
– En cualquier caso, Thorn y yo descubrimos que nos seguíamos llevando tan bien como antes. Fue como estar de nuevo en Candle_brow, aunque quizá no tan peligroso.
– Entonces tú nos salvaste, Miles. Lo viste claro. No es de extra_ñar que…
– Vosotros os habríais salvado por vuestro propio sentido común -afirmó Miles-. Tanto si yo hubiera estado como si no.
Pero en su voz había aparecido una especie de matiz de distanciamiento que Chick había aprendido a reconocer.
– Hay algo más, ¿no?
– Puede que no haya acabado.
Miles inspeccionaba su puño de hierro, que se ajustaba al regla_mento de los Chicos del Azar.
– ¿Qué estás planeando, Miles?
– Hemos quedado.
– Podrías correr peligro.
– Ya veremos.
Y así Miles, tras haber presentado debidamente una solicitud es_pecial y recibir la aprobación de Randolph, descendió vestido de civil como un grupo de permiso en tierra formado por un solo miembro, con la apariencia de un paseante más entre la multitud estacional que se arrastraba por la ciudad regia de abajo, eterna rehén del mar.
Era un día espléndido; en el horizonte, Miles divisaba apenas la mancha carbón de un transatlántico. Ryder Thorn lo esperaba en el ángulo del Digue junto al Kursaal, con dos bicicletas.
– Ya veo que has traído tu uke.
– He aprendido un nuevo y «vigoroso» arreglo de un nocturno de Chopin que podría interesarte.
Se pararon en una pastelería para tomar un café y bollos y luego pedalearon hacia el sur, en dirección a Diksmuide, mientras el aire calmado se iba acelerando hasta convertirse en brisa. Era una ma_ñana vivaz de finales de verano. La estación de la cosecha tocaba a su fin. Había jóvenes turistas por todas partes, en los carriles y junto a las orillas de los canales, apurando sus temporadas de exención de las preocupaciones, que se preparaban para volver a escuelas y trabajos.
El terreno era llano, fácil para pedalear, lo que permitía velocida__dos, pero no se detuvieron a charlar con ellos.des de hasta treinta y cinco kilómetros por hora. Adelantaron a otros ciclistas, que iban solos o en grupos de paseo alegremente uniforma
Miles miró la campiña, fingiendo estar menos asombrado de lo que en realidad estaba. Porque la luz del sol tenía la misma oscuridad interior que el crepúsculo acuoso de la noche anterior, era como pa____________________cado y amontonado en gavillas que, siguiendo la costumbre de la zona, no se enriaban hasta la primavera siguiente, los canales relucientes, las esclusas, los diques y las carreteras de carros, las vacas lecheras bajo los árboles, las nubes pacíficas y afiladas. Plata deslustrada. En algún punto de ese cielo estaba el hogar de Miles, y todo lo que conocía de la virtud humana, la nave, permanecía allí de guardia, puede que vigilándole en ese mismo momento.pos cosechados, el olor del lúpulo secándose en hornos, el lino arransar a través de un negativo fotográfico que lo envolviera todo: la tierra baja casi en silencio salvo por el canto de los tordos de agua, los cam
– Mi gente sabe qué pasará aquí -dijo Thorn-, y mi misión es ave_riguar cuánto sabe la tuya, si es que sabe algo.
– Sólo soy un cocinero de rancho de un club aerostático -dijo Mi_les-. Sé preparar un centenar distinto de sopas. Sé mirar a los ojos de un pescado en el mercado y decir lo fresco que es. Soy un mago con el pudín en grandes cantidades. Pero no sé prever el futuro.
– Intenta comprender el brete en que me encuentro. Mis jefes creen que sí sabes. ¿Qué se supone que debo decirles?
Miles miró a su alrededor.
– Es un país bonito, pero un poco tirando a inmóvil. Yo no diría que vaya a suceder gran cosa por aquí.
– Blundell, recuerda Candlebrow -dijo Thorn-, eras capaz de ver lo que no veían tus compañeros. Nos espiaste hasta que te descubrimos.
– No es así. No había razones para eso.
– Te has negado obstinadamente a cooperar en nuestro programa.
– Puede que parezcamos ingenuos pueblerinos, pero cuando apa____________________tra en acción, eso es todo. No se nos puede reprochar nada, y tampoco vamos a sentirnos culpables por ello.siado bien para ser ciertas…, bueno, digamos que el sentido común enrecen unos extraños salidos de la nada con ofertas que suenan dema
Cuanto más se calmaba Miles, más nervioso se ponía Thorn.
– Chicos, pasáis demasiado tiempo ahí arriba. Perdéis de vista lo que en realidad está pasando en el mundo que creéis entender. ¿Sabes por qué establecimos una base permanente en Candlebrow? Porque todas las investigaciones sobre el Tiempo, por más complejas o abs_tractas que sean, tienen en su verdadera base el miedo humano a la mortalidad. Porque nosotros tenemos la respuesta para eso. Vosotros creéis que os deslizáis por encima de todo, inmunes a todo, inmorta_les. ¿Sois tan estúpidos? ¿Sabes dónde estamos ahora mismo?
– En la carretera entre Ypres y Menin, según los rótulos -dijo Miles.
– Dentro de diez años, a lo largo de cientos y aun miles de kiló_metros alrededor, pero sobre todo aquí… -Pareció contenerse, como si hubiera estado a punto de dejar escapar un secreto.
Miles tenía curiosidad, y ahora sabía dónde dolían las agujas y cómo rotarlas una vez clavadas.
– No me cuentes demasiado ahora, soy un espía, ¿recuerdas? In_formaré de esta conversación entera a la Sede Central Nacional.
– Maldito seas, Blundell; malditos seáis todos. No tenéis ni idea de dónde os estáis metiendo. Este mundo que consideráis «el» mundo morirá y se hundirá en el Infierno, y toda la historia posterior será, con propiedad, la historia del Infierno.
– Aquí mismo -dijo Miles recorriendo con la mirada la tranquila carretera de Menin.
– Flandes será la fosa común de la Historia.
– Vaya.
– Y eso ni siquiera es lo más perverso. Todos abrazarán la muerte. Apasionadamente.
– Los flamencos.
– El mundo. A una escala todavía inimaginable. No será una pin__sión humana de esa misma ausencia total de misericordia, pues ni una sola pared de un solo pueblo permanecerá en pie. Leguas y leguas de inmundicia, de cadáveres por miles, incontables, y el aire que ahora respiras tranquilo se volverá corrosivo y mortífero.tura religiosa en una catedral, nada de El Bosco ni de Brueghel, sino esto, lo que ves ahora, la gran llanura, reventada y arrasada, con todo lo que yace debajo sacado a la superficie, inundada deliberadamente, y no será el mar el que venga a reclamar lo que se le adeuda sino la ver
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