El Profesor Vanderjuice había subido ese día, tras concluir los asun_tos que le hubieran retenido en Chicago. Los reflejos de detective de Lew le avisaron de que en aquel académico bien parecido había algo profundamente evasivo, algo que, suponía, también habían percibido los chicos, y que, en cualquier caso, ellos debían aclarar. Su presencia no facilitaba a Lew la tarea de dar la noticia, pero al final acertó a soltar:
– Maldita sea, voy a echar esto de menos.
– Todavía faltan unas semanas para que cierre la Feria -dijo Ran_dolph.
– Para entonces ya me habré ido. Me envían al oeste, amigos, y me parece que para mucho tiempo.
Randolph le miró con comprensión.
– Al menos, le han dicho adonde le envían. Después de las cere_monias del día de clausura, nuestro futuro es una página en blanco.
– Puede que no sea el Oeste que usted se espera -intervino el Pro____________________ción. La charla trataba de que la frontera del Oeste, que todos creíamos conocer por las canciones y los relatos, ya no estaba en los mapas sino que había desaparecido, había sido absorbida, carecía del menor interés.lebraban una convención en la ciudad y, de paso, claro, para la Exposifesor Vandeijuice-. El pasado julio, mi colega Freddie Turner vino de Harvard y dio una conferencia a un puñado de antropólogos que ce
– Para mostrarle a qué se refiere el Profesor -dijo Randolph, que tomó el timón e hizo que el Inconvenience virase tierra adentro, rum_bo al noroeste, hacia los Mataderos.
– Sí, aquí -prosiguió el Profesor señalando con la cabeza hacia los Mataderos mientras los sobrevolaban-, aquí es donde por fin termina la gran cañada, junto con el Cowboy Americano que solía vivir en ella y de ella. Da igual cuán inmaculado haya mantenido su nombre, a cuántos malvados haya sobrevivido indemne, cómo haya tratado a sus caballos, a qué chicas haya besado pudorosamente o les haya cantado serenatas con su guitarra, o con cuáles haya salido y montado la de Dios, todo eso está ahí, en el sendero de polvo, y ya nada importa, pues ahí abajo encontrará usted la húmeda convergencia y la gran es____________________do dentro, la carnicería y la sangre justo detrás del último vertedero; y al cowboy le espera un destino semejante. Mire. -Le pasó a Lew unos gemelos-. ¿Ve ese pequeño carro de pasajeros ahí, girando en la calle Cuarenta y siete?la hacia esas últimas puertas, con los dispositivos aturdidores esperanpabilarla y mantener su atención en la única tarea que importa, llevarzones de Wackett para derribar a los animales, junto con las cuchillas que todo el mundo lleva, claro, y los payasos del rodeo farfullan en una jerga incomprensible no para distraer a la bestia, sino más bien para esrar, las únicas armas a la vista son los instrumentos de Blitz y los puncena final de su relato de penurias y sequías y de su ingrata vocación, es como el Espectáculo del Salvaje Oeste de Buffalo Bill invertido: los espectadores invisibles y silenciosos, nada que celebrar ni conmemo
Mientras la aeronave descendía y se acercaba, Lew observó que el vehículo abierto se detenía tras las puertas de Halstead Street para descargar su pasaje, y comprendió, con cierta perplejidad, que era un grupo de excursión, gente que había venido a la ciudad para hacer un tour por las salas de sacrificio y las de embutidos, a pasar una ins__tructiva hora viendo degüellos, decapitaciones, desolladuras, destripamientos y desmembramientos. «¡Eh, mamá, ven a ver a esos pobres desgraciados!», y seguían al ganado en su tétrico trayecto desde su lle____________________grafías y latas de carne «Top Gourmet Grade», famosas porque solían incluir dedos y otras partes del cuerpo de trabajadores descuidados.dena móvil traía las reses muertas colgadas de ganchos a las cámaras frías. A la salida, los visitantes encontraban una tienda de recuerdos, donde podían adquirir diapositivas estereoscópicas, postales con fotocos habían oído antes, hasta que por fin, en majestuoso desfile, la cagada en vagones, entre olores de mierda y productos químicos, grasa rancia y tejidos enfermos, agonizantes y muertos, y un estridente coro de fondo de terror animal y de griterío en lenguas humanas que po
– No crea que por eso voy a dejar de comer bistecs -dijo Lew-, pero, sí, hace que uno piense en lo alienados que deben de estar esos tipos de ahí abajo.
– De eso se trata -asintió el Profesor-. Acaba la frontera y empie__tía, inequívocamente, como una línea de separación, y sabía que si se paraba a mear el líquido correría en dos sentidos a la vez.za la alienación. ¿Causa y efecto? ¿Cómo demonios voy a saberlo? Me pasé los años de mi juventud alocada allá donde usted se dirige, en Denver, Cripple Creek y Colorado Springs; cuando todavía existía una frontera, uno sabía en todo momento dónde estaba y cómo llegar a ella, y no siempre se encontraba entre nativos y extranjeros ni entre anglos y mexicanos ni entre la caballería y los indios. Pero uno la sen
Pero si la Frontera había desaparecido, ¿significaba eso que Lew también estaba a punto de alienarse? ¿Que sería enviado al exilio, a un silencio más allá del silencio, como justo castigo por un crimen re__no hecho con habilidad en el tejido del tiempo y ceñido con fuerza, entregado al control de poderosos agentes que no le querían bien?moto y antiguo siempre a un paso de ser recordado, en un estado casi de aturdimiento, en una semivigilia semejante al nudo de un ciruja
Los chicos regalaron a Lew un alfiler de miembro honorario de los Chicos del Azar de oro y esmalte para llevar debajo de la solapa; al enseñarlo a cualquier rama de la Organización en cualquier parte del mundo, tendría derecho a todos los privilegios de los visitantes pro____________________na, discutieron hasta tarde sobre la cuestión recurrente de introducir armas de fuego a bordo delron con bastante sinceridad, pero esa noche, tras la Revista Vespertivistos de él que estipulaban los Estatutos de los Ch. del A. A cambio, Lew les dio un telescopio de detective en miniatura disimulado como un reloj de cadena, que también contenía una bala del calibre 22 que podía dispararse en caso de emergencia. Los chicos se lo agradecie Inconvenience. En el caso del regalo de Lew, la solución era bastante sencilla: mantenerla descargada. Pero la cues_tión general seguía abierta.
– En este momento puede que todos seamos amigos y hermanos -supuso Randolph-, pero históricamente el arsenal de toda nave im__gue su hora, ocupando un espacio que, sobre todo en una aeronave, podría ser destinado a funciones más útiles.plica un riesgo indeterminado de problemas potenciales: una atracción para posibles amotinados, sin ir más lejos. Ahí está, esperando que lle
Resultaba más difícil tratar abiertamente el otro riesgo, y todos -con la posible excepción de Pugnax, cuyos pensamientos no era fá____________________paz de seguir adelante, un desdichado Chico del Azar había decidido poner fin a su vida, y la elección abrumadoramente mayoritaria entre los diversos métodos posibles había sido la «zambullida a medianoche», sencillamente saltar por la borda durante un vuelo nocían casos, comentados en voz baja durante los servicios, pero que eran más verosímiles que los rumores ociosos o los cuentos del cielo, en los que el cumplimiento prolongado de un deber había impuesto exigencias tan tremendas sobre la moral que, de vez en cuando, incacil adivinar- se encontraron hablando con eufemismos. Pues se conocturno; aun así, para aquellos que preferían depender menos de la altitud, cualquier arma de fuego a bordo supondría un atractivo irresistible.
Últimamente el ánimo jovial, tomado al principio casi como una condición natural de la vida en el Inconvenience, se iba revelando poco a poco como un bien precario. A los chicos les daba la impresión de que estaban retenidos bajo el influjo de un hechizo secreto. El otoño penetraba profundamente entre las desoladas manzanas de la ciudad, algo inquietante se percibía en el runrún de la vida aquí, invisible a veces y furtivo como los tacones desgastados de unas botas perdién____________________to, blanco y moscatel.cidas por aquí como «Mickeys» y que ofrecían tres tipos de vino: tingados de grasa y ternilla, malos olores, mujeres de ceño fruncido que abofeteaban la carne y el pan para hacer los sándwiches, un cucharón tembloroso que golpeaba la salsa de carne, tan harinosa que parecía yeso, con las miradas bajas todo el día, y detrás de ellas, ante el espejo, se elevaba una pirámide de botellas en miniatura, muy baratas, conodose tras las esquinas de los majestuosos pórticos que frecuentaban los chicos, en grandes salas desvencijadas, entre los olores de grasa animal rancia y de amoniaco por el suelo, con mesas de vapor acristaladas que ofrecían tres tipos de sándwich -cordero, jamón o ternera-, todos car
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