Para evitar que Gray Thistlewaite intentara persuadir a mi madre o a Coyote de participar en el programa, llegué acompañado de María Elena, la mujer de Matías. María Elena se sentó en el sofá con estampado de flores azules y tomó el té en un bonito servicio de porcelana china. Gray me acercó una silla frente a la mesa de la emisora.
– Toma asiento. Ésta es mi modesta estación de radio. No es gran cosa, pero establece comunicación con las buenas gentes de Jupiter y proporciona un inmenso placer a los ancianos que no pueden salir de casa.
Por supuesto, ella no se consideraba anciana. Tomó asiento, se alisó la falda de tweed y la blusa blanca de algodón, y se colocó sobre la nariz unos anteojos de montura plateada que llevaba colgando de una cadena. Luego sorbió por la nariz con aire de estar a punto de hacer algo importante y dio unos golpecitos en el micrófono.
– Antes de empezar, Mischa, te daré un consejo: sé tú mismo. No te pongas nervioso, estás entre amigos. Todos quieren escuchar tu historia, yo incluida. Es una pena que no puedan verte, con lo guapo que eres. Pero no te preocupes, yo ya se lo diré. Ponte esto. -Me dio unos auriculares para que me los colocara en las orejas y acercó un micrófono que había sobre la mesa de manera que me quedara cerca de la boca.
– ¿Me oyes bien, Mischa? -Yo asentí-. Entonces, querido, está todo listo.
– La oigo bien -dije obedientemente.
– Estupendo. -Miró el reloj que había sobre la mesa-. Empezaré dentro de unos minutos. Primero tengo que dar algunas noticias, así que habrás de esperar.
El corazón me latía cada vez más deprisa y empecé a temblar. María Elena me sonrió para darme ánimos. Sentados en silencio, observábamos el minutero del reloj, que se movía muy lentamente. Cuando por fin las manecillas marcaron las once en punto, Gray apretó un botón sobre la misteriosa caja negra y empezó a hablar con voz baja y misteriosa.
– Muy buenos días, queridos vecinos de Jupiter. Bienvenidos a mi programa. Para aquellos que no lo sepan, empieza una nueva emisión de «Otra historia verdadera», y yo soy Gray Thistlewaite. A todos los que me estáis escuchando, en vuestros salones y en vuestras cocinas, voy a intentar, dentro de mis pequeñas posibilidades, haceros la vida más alegre y llevadera. Hoy tenemos a un invitado muy interesante. Es tan guapo como agradable, pero antes de presentarlo quiero daros algunas noticias: el próximo jueves a las seis de la tarde, Hilary Winer organiza una pequeña fiesta prenavideña en su tienda, Toad Hall, en la Calle Mayor. Estáis invitados. Santa Claus estará allí para atender a los niños, así que buscad al hombre vestido de rojo y entregadle las listas de peticiones para Navidad. Deborah y John Trichett han tenido un hijo varón que se llamará Huckleberry. Por favor, no enviéis ramos porque Deborah es alérgica a las flores y no nos gustaría verla estornudando encima del bebé, ¿no les parece? Estarán encantados si les lleváis ropa o juguetes. Hilary Winer dice que le acaban de llegar mantitas, gorritos y manoplas a juego para bebé, de color azul. La perra de Margaret Gilligan está en celo, así que por favor mantened a los perros a distancia, porque no quiere otra camada de chuchos. Los abetos de Stanford Johnson ya están a la venta en Maple Farm. Se venden por riguroso orden, así que ya podéis daros prisa en comprar uno antes de que se acaben. No olvidemos la Tienda de curiosidades del capitán Crumble, donde encontraremos regalos para todos. Y esto me lleva a presentaros al nuevo hijastro de Coyote, Mischa Fontaine. Está conmigo ahora mismo, dispuesto a hablar con las buenas gentes de Jupiter. Hola, Mischa.
– Hola, madame -respondí. No sabía qué trato debía darle.
– Llámame Gray, como todo el mundo -dijo ella con una sonrisa-. ¿Te gusta tu nuevo pueblo?
– Me encanta -dije entusiasmado.
– Me alegro mucho. A nosotros también nos gusta. Diles a los que te están escuchando la edad que tienes.
– He cumplido siete años.
– Vaya, siete años, sí que eres mayor. Hablas muy bien el inglés, para ser un niño francés.
– Mi abuelo era irlandés.
– Yo tengo un antepasado inglés. Fue uno de los primeros colonos, un lord.
– ¿Llegó en el Mayflower ? -pregunté. Grey levantó las cejas, impresionada por mis conocimientos.
– Eso mismo. Así es. A lo mejor estamos emparentados. -Rió suavemente y me dirigió una mirada traviesa a través de los anteojos. Yo me había calmado y estaba totalmente cómodo con ella-. Explícales a los oyentes cómo era tu vida en Francia.
– Vivíamos en un château , en un pueblito llamado Maurilliac.
– Y para que lo sepan los oyentes, un château es un castillo, ¿no?
– Es una casa grande -le corregí.
– Qué distinguido. Nos sentimos muy orgullosos de tener entre nosotros a un auténtico aristócrata francés. Háblanos del château , Mischa.
– Teníamos viñedos y hacíamos vino.
– Seguro que era muy bueno.
– A mí me criaron a base de vino -dije, recordando la risa que mi comentario había provocado a la señora Slade. Gray Thistlewaite rió y movió la cabeza. Yo estaba cada vez más lanzado.
– ¿Echas de menos Francia?
– Ahora no pienso mucho en eso. Echo de menos los viñedos y el río, y a mi amiga Claudine. Desde el pabellón se ve el valle. Es muy bonito, sobre todo cuando se pone el sol. Allí vi a Jacques Reynard y a Yvette besándose.
– ¿Quiénes son?
– Jacques cuida de los viñedos e Yvette es la cocinera. Están enamorados.
– El amor es muy bonito en Francia. Cuéntanos cómo conoció tu madre a Coyote.
– Cuando él llegó a Maurilliac con su guitarra y su magia, se enamoró de él. -Me puse rojo nada más decirlo. Ojalá mi madre no se enfadara.
– ¿Llegó con su magia?
– Oh, sí, él puede hacer magia.
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo sé, simplemente. -No quería traicionarlo.
– Cuéntanoslo. Coyote es uno de los personajes más queridos de Jupiter, pero ignoraba que fuera capaz de hacer magia.
– Tiene un poder especial.
– ¿En serio? ¿Qué tipo de poder?
– Bueno… -dije dubitativo.
– ¿Y bien? -Adelantó la mandíbula con gesto decidido-. Estamos deseando saberlo.
– Me devolvió la voz.
– ¿La habías perdido? -Me dirigió una mirada de incredulidad.
– No podía hablar.
Gray arrugó la frente.
– ¿Eras mudo?
– Sí. Y cuando llegó Coyote recuperé la voz.
– ¡Increíble! ¿Cómo lo hizo?
– Me dijo que podría volver a hablar, y así fue.
Gray no sabía si creerme.
– ¿Así, sin más?
– Así sin más. Ya le he dicho que hace magia. -Estuve tentado de hablarle de Pistou, pero lo deseché. Si no creía en la magia de Coyote, no creería en Pistou, ni tampoco en el poder del viento, aunque ella misma fuera una abuela-. En Maurilliac todos pensaron que había sido un milagro, y a lo mejor lo fue, pero yo no soy un santo. Maman dijo que Dios me había devuelto la voz, pero en realidad fue Coyote con su magia.
Gray decidió cambiar de tema.
– Háblanos de la boda.
– Fue en París. -Habíamos entrado en un terreno pantanoso, así que desenvainé mi espada por si las moscas.
– ¡Qué romántico! Y seguro que tú fuiste el padrino -comentó con una afectuosa sonrisa.
– No lo sé. -Nunca había estado en una boda y no sabía lo que era un padrino-. Supongo que yo estaba en un lugar secundario, *porque Coyote era el protagonista.
Gray rió y yo me reí con ella. Me gustaba hacerla reír.
– Y dinos, ¿qué le pasó a tu padre?
– Murió en la guerra.
– Lo siento mucho. -Se inclinó hacia mí y me acarició la mano.
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