David se sentó en la silla y vio cómo el color volvía a las mejillas y a los labios de Sofía, y cómo ésta relajaba los hombros y se hundía en el agua. Le palpitaba el tobillo hinchado a medida que la sangre empezaba a circular por él con renovada energía. Sofía volvía a ser ella misma. Después de envolverla en una toalla blanca, David la dejó en la cama e hizo ademán de alejarse hacia la puerta para salir de la habitación. Pero ella le detuvo.
– Quiero que me hagas el amor, David -dijo, cogiéndose a su cuello con más fuerza.
– ¿Y los demás? -dijo, pasándole la mano por el pelo mojado.
– Pueden cuidar de sí mismos. Yo estoy enferma, ¿recuerdas?
– Exacto, y no creo que el sexo sea el mejor remedio para tu tobillo -dijo.
– No hago el amor con el tobillo -le soltó ella, echándosele a reír en el cuello.
También él se rió y volvió a besarla. Y entonces empezó a hacerle el amor, a besarla, a tocarla, a disfrutar de ella mientras Sofía descubría, encantada, que cuando cerraba los ojos al único que veía era a David.
– Supe que algo se cocinaba el fin de semana que estuvimos allí con Gonzalo -decía Zaza un mes más tarde-. Podía leerlo en tus ojos, David. Eres un pésimo actor -dijo, soltando una risotada ronca. Él la había llamado esa mañana para invitarla a comer ya que iba a estar unos días en la ciudad por negocios.
– No soporto estar lejos de ella -había dicho cuando le había hablado de su relación.
– El pobre Gonzalo estaba muy dolido -añadió Zaza, llevándose la copa de vino a sus labios violetas.
– Pensaba que se enamoraría de él -dijo David con timidez.
– Y yo, por eso sugerí que le invitaras. Si hubiera imaginado lo que sentías por ella, jamás se me habría ocurrido hacer algo semejante. ¿Me perdonas?
– Qué mala eres, Zaza. A pesar de todo, no puedo evitar quererte -dijo David riéndose entre dientes mientras abría la carta.
– ¿Y qué piensas hacer? -preguntó-. ¿Te molesta que fume?
– En absoluto.
– ¿Y?
– No lo sé.
– Naturalmente, te casarás con ella -dijo, y al instante sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
– No lo sé. Bueno, ¿qué te apetece comer? -preguntó, llamando al camarero. Pero Zaza no se daba tan fácilmente por vencida cuando tenía una misión. Pidió rápidamente y retomó su interrogatorio.
– Seguro que ella quiere casarse. Todas las chicas quieren casarse. ¿Y qué pasa con Ariella?
– ¿Ariella? Llevamos siete años divorciados.
– ¿Le has hablado de ella a Sofía? Querrá saber.
– ¿Qué hay que saber sobre Ariella? Fue mi esposa y una gran jardinera.
– Una zorra, una zorra insoportablemente guapa -dijo Zaza, saboreando la palabra «zorra»-. Se pondrá furiosa cuando se entere.
– No, qué va. Está feliz en Francia con su novio -dijo David. En otro momento se habría sentido resentido ante el recuerdo de aquel joven francés de suaves modales que le había robado a su mujer. Cuando Ariella se fue con él, David se había quedado deshecho. Pero eso ya era parte del pasado y ahora tenía a Sofía, a la que amaba más de lo que nunca había querido a Ariella.
– Volverá para complicarte las cosas, apuesto lo que quieras. Querrá volver a conquistarte cuando se entere de que estás con otra. Eso es lo curioso de Ariella, siempre quiere lo que no puede tener; ahora le resultarás irresistible.
– No entiendes a Ariella en absoluto -dijo David, dando el tema por zanjado.
– Tú tampoco. Sólo una mujer entiende a otra mujer. Yo la entiendo como tú nunca podrás hacerlo. Es muy retorcida. Le encantan los retos. Le gusta sorprender, hacer lo que menos se espera de ella. Disfruta jugando con la gente -dijo Zaza, entrecerrando los ojos-. Por supuesto que nunca conseguirá jugar conmigo. No, nunca pudo conmigo. Pero volverá, acuérdate de lo que te digo.
– De acuerdo, basta ya de hablar de Ariella. ¿Cómo está Tony? -preguntó David, haciéndose a un lado para que el camarero pudiera dejar el humeante plato de róbalo delante de él.
– ¿Y tu madre? ¿Ya le has presentado a tu madre? -dijo Zaza, pasando su pregunta por alto. Se inclinó para oler la sopa de chirivía.
– No, todavía no.
– Pero se la presentarás, ¿verdad?
– No hay ninguna razón para hacer pasar a Sofía por eso.
– Bueno, supongo que estaba encantada con Ariella, ¿no? El pedigrí ideal, la unión ideal. Brillante, educada en Oxford y con mucha clase. No le gustará una argentina. No podrá decir: «Qué ideal, los Norfolk Solanas». Como no sabrá nada de ella no podrá encasillarla. Dios, cariño, ¿Sofía es católica?
– No lo sé. No se lo he preguntado -admitió David pacientemente.
– Dios no lo quiera. ¡Una católica! En ese caso no hay que abrigar demasiadas esperanzas, ¿no crees? De todas formas, eres su único hijo. Supongo que acabará por alegrarse al verte feliz, ¿no?
– No le he hablado de Sofía y no pienso hacerlo. No es asunto suyo. No hará más que poner trabas e incordiar. ¿Para qué darle la oportunidad?
– Siempre me ha sorprendido que un dragón como Elizabeth Harrison haya podido tener un hijo tan adorable como tú. En serio, David, no deja de sorprenderme.
Zaza agitó la cuchara en el aire como si se tratara de un cigarrillo.
– Bien, ahora que ha terminado el interrogatorio, ¿cómo está Tony? -repitió David con una sonrisa.
De vuelta a la oficina en pleno frío de noviembre, David hundió sus manos enguantadas en los bolsillos y se encogió de hombros para protegerse del viento. Pensó en Sofía y sonrió. No había querido ir a Londres con él. Había preferido quedarse con los perros y con los caballos en el campo. Desde el episodio con Gonzalo habían sido increíblemente felices, solos los dos. Habían recibido la visita de algunos amigos, pero habían pasado la mayor parte del tiempo solos, recorriendo las colinas a caballo, paseando por los bosques o haciendo el amor en el sofá delante de la chimenea.
A David le encantaba que Sofía entrara en su despacho cuando estaba trabajando y que le rodeara con los brazos por detrás, pegando su suave rostro al suyo. Al anochecer, ella se acurrucaba delante de la televisión en compañía de los dos perros, con una taza de chocolate caliente en las manos y mordisqueando galletas mientras él leía en el saloncito verde que estaba situado junto al salón. De noche le rodeaba con las piernas y con los brazos hasta que él tenía tanto calor que se veía obligado a apartarla a un lado sin despertarla. Si ella se despertaba, David tenía que retomar su postura hasta que ella volvía a dormirse. Sofía necesitaba sentirse protegida y segura.
Hacía meses que Sofía no hablaba con Maggie ni con Antón. Daisy seguía en contacto con ella y había ido a verla un par de veces. Seguía trabajando en la peluquería y tenía a Sofía al día de todos los chismes. Daisy le había pedido que llamara a Maggie.
– Pensará que se te han subido los humos si no la llamas -le había dicho.
Maggie no pareció en absoluto sorprendida cuando Sofía le contó lo de David.
– ¿No te había dicho que te seduciría? -le dijo, y Sofía la oyó dar una profunda chupada a su cigarrillo. Encendía uno siempre que sabía que iba a estar hablando por teléfono el tiempo suficiente para fumárselo entero.
– Sí, es cierto -se rió Sofía.
– Viejo verde.
– No es ningún viejo, Maggie. Sólo tiene cuarenta y dos años.
– Entonces es sólo un sátiro, cariño -dijo Maggie soltando una risotada-. ¿Ya conoces a su ex?
– ¿A la infame Ariella? No, todavía no.
– Ya la conocerás. Las ex siempre aparecen para fastidiarlo todo -dijo, dando otra profunda chupada al cigarrillo.
Читать дальше