Santa Montefiore - A la sombra del ombú

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Hija de un hacendado argentino y una católica irlandesa, Sofía jamás pensó en que habría un momento que tendría que abandonar los campos de Santa Catalina. O quizás, simplemente, ante tanta ilusión y belleza, nunca pudo imaginar que su fuerte carácter la llevaría a cometer los errores más grandes de su vida y que esos errores la alejarían para siempre de su tierra.
Pero ahora Sofía ha vuelto y, con su regreso, el pasado parece cobrar vida. Pero ¿podrá ser hoy lo que no pudo ser tantos años atrás? Quizás sólo con ese viaje podrá Sofía recuperar la paz y cerrar el círculo de su existencia.

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– Sí, soy chilena -respondió Eva con su sedoso acento chileno.

– ¿De Santiago?

– Sí.

– Bienvenida a Santa Catalina. ¿Te gusta montar?

– Sí. Me apasionan los caballos -le dijo encantada.

– En ese caso, si lo deseas te mostraré la estancia a caballo -se ofreció. Sofía estaba a punto de hundirse en su propia miseria cuando Santi cogió el vaso de limonada de Eva y, quitándoselo de la mano, le dio un sorbo. El hecho de que hubiera compartido su vaso con tanta naturalidad enseñaría a Eva que Santi le pertenecía. Esperó que Eva se hubiera dado cuenta.

Santi volvió a sentarse, cruzó las piernas y, apoyando el vaso en una de ellas, empezó a darle vueltas de forma inconsciente. Siguieron hablando de caballos, de la casa de la playa que los padres de Eva tenían en Cachagua y de las interminables neblinas de verano que a veces cubrían la costa hasta el mediodía. Mientras hablaban, Sofía se inclinó hacia Santi para reclamar su vaso. Su mano tocó la de él al quitárselo. A continuación se concentró en terminar los restos del limón. Pero Santi apenas le hacía caso. Parecía incapaz de apartar los ojos de la hipnotizadora Eva, que seguía sentada sin dejar de sonreírle.

Una vez que los demás chicos vieron que Santi se había integrado en el grupo sin ningún problema, se animaron y empezaron a acercarse. Eva vio al grupo de predadores bronceados y hambrientos salir de las sombras, y sus pálidos labios temblaron, incómodos. En ese momento, cuando los chicos se acercaban a la terraza para oler el tarro de miel que tanto los atraía desde la distancia, Santi dedicó a Eva una sonrisa comprensiva que ella le devolvió agradecida.

María apareció entre los árboles con Panchito y el pequeño Horacio, y Paco hizo lo propio con Miguel, Nico y Alejandro, seguidos de cerca por Malena y dos de sus hijas, Martina y Vanesa. Eva no tardó en ser presentada a casi todos los habitantes de la estancia; hasta los perros, que parecían impulsados a dejarse acariciar por su aura, se tumbaron, dóciles, junto a su silla. Los chicos querían acostarse con ella, las chicas querían ser como ella, y todos a la vez le hacían preguntas e intentaban ganarse su afecto. Sofía reprimió un bostezo, y ya estaba a punto de escaparse cuando el abuelo O'Dwyer salió tambaleándose del estudio.

– ¿Quién es esta linda jovencita que ha aparecido entre nosotros? -dijo cuando sus ojos consiguieron enfocar a la hermosa Eva.

– Esta es Eva Alarcón, papá. Ha venido de Chile a pasar una semana con nosotros -replicó Anna en inglés, estudiándole a toda prisa a fin de saber si había estado bebiendo.

– Bien, Eva, ¿hablas inglés? -preguntó él con brusquedad, revoloteando a su alrededor como una enorme polilla alrededor de una hermosa flor.

– Un poco -respondió ella con un fuerte acento.

– No te preocupes por él -dijo Anna en español-. Sólo hace trece años que vive aquí.

– Y no habla ni una sola palabra de español -dijo Agustín, ansioso por captar la atención de Eva-. Ignórale, es lo que hacemos todos. -Se echó a reír, satisfecho al ver que con su comentario la había hecho sonreír.

– Habla por tí -intervino Sofía malhumorada-. Yo nunca le ignoro. -Santi la miró y frunció el ceño como preguntándole por qué de pronto se había puesto así, pero ella apartó la mirada y sonrió a su abuelo.

– Así que de Chile, ¿eh? -continuó Dermot, cogiendo una silla de manos de Soledad, que se había anticipado a sus intenciones, y obligando a todos a que se movieran un poco para poder sentarse al lado de Eva. Hubo un pequeño revuelo de sillas que rascaban las baldosas del suelo hasta que por fin Dermot pudo acomodarse en el pequeño espacio que le habían dejado junto a la invitada. Anna meneó la cabeza. Sofía sonrió divertida. Veamos cómo se maneja con el abuelo, pensó, animándose.

»¿Qué haces en Chile? -preguntó Dermot-. Buena chica -murmuró a Soledad cuando ésta le sirvió un vaso de limonada-. Supongo que no vendrá con sorpresa, ¿verdad? -añadió, oliéndolo. Como no entendía ni una palabra de inglés, Soledad se retiró.

– Bueno, montamos a caballo en la playa -respondió Eva poniéndose seria.

– Caballos, ¿eh? -dijo Dermot, asintiendo-. También montamos a caballo en Irlanda. ¿Qué hacéis en Chile que no podamos hacer en Irlanda?

– ¿Sortear los rápidos? -sugirió Eva, y sonrió educadamente.

– ¿Matar conejos?

– Sí, tenemos el rápido más veloz del mundo -añadió Eva con orgullo.

– Dios mío, debe de ser un conejo velocísimo si es el más veloz del mundo -intervino Dermot entre carcajadas.

– Y no sólo es veloz, sino que además es muy peligroso.

– ¿También es peligroso? ¿Muerde?

– ¿Perdón? -dijo Eva, mirando confundida a Sofía que, decidida a no acudir en su ayuda como el resto de los serviles miembros de su familia, se limitó a encogerse de hombros.

– ¿Y nadie ha conseguido matarlo todavía?

– Oh, sí, lo sortean a menudo.

– Entonces una de dos: o en Chile no hay buenos cazadores, o ese conejo debe de ser rápido como el rayo -dijo Dermot, y volvió a reírse con ganas-. Un conejo que corre a la velocidad del rayo. Ésa sí que es buena.

– ¿Perdón?

– En Irlanda los conejos son gordos y muy lentos. Demasiadas zanahorias, ya me entiendes. Son presa fácil. Me gustaría intentar darle a tu conejo veloz. -Llegados a ese punto Sofía no pudo aguantar la risa por más tiempo. Abrió la boca y no dejó de reír hasta que le saltaron las lágrimas.

– ¡Abuelo, Eva está hablando de rápidos, esos ríos velocísimos por los que la gente desciende con botes de goma, no de conejos! -jadeó. Cuando los demás entendieron el chiste también se echaron a reír. Eva se puso roja y soltó una risa tonta. Cuando miró a Santi con timidez se dio cuenta de que él también la miraba.

Después del almuerzo Anna sugirió a Sofía y María que llevaran a Eva a la piscina a tomar el sol. Primero la acompañaron a su habitación para que deshiciera la maleta. La chica estaba encantada con el cuarto. Era una habitación grande y luminosa con dos altos ventanales abiertos que daban al huerto de manzanos y ciruelos. El aroma a jazmín y a gardenia flotaba en el calor de la tarde, llenando el aire con su fuerte perfume. Había dos camas cubiertas por edredones con diseños florales azules y blancos y aromatizados con lavanda, además de un delicado tocador de madera donde dejar los cepillos y la colonia. La habitación contaba con un cuarto de baño, en el que había una gran bañera de hierro esmaltado con grifería cromada, importada de París.

– Qué habitación tan bonita -suspiró Eva mientras abría la maleta.

– Me encanta tu acento -dijo María entusiasmada-. Me encanta la forma en que hablan los chilenos. Es muy delicada, ¿no te parece, Sofía? -Su prima asintió impasible.

– Gracias, María -respondió Eva-. ¿Sabes?, esta es la primera vez que vengo a la pampa. He estado muchas veces en Buenos Aires, pero nunca en una estancia. Esto es muy bonito.

– ¿Te han gustado nuestros primos? -preguntó Sofía, tumbándose en una de las camas y cruzando los pies.

– Son todos encantadores -respondió inocente.

– No, me refiero a que si te gustan. Tú les gustas a todos, así que puedes elegir.

– Sofía, eres muy amable, aunque no creo que les guste. Lo que ocurre es que para ellos soy una novedad, eso es todo. En cuanto a si me gustan, apenas me ha dado tiempo a verlos.

– Pues a ellos sí les ha dado tiempo a verte -dijo Sofía sin dejar de mirarla.

– Sofía, déjala en paz. La pobre acaba de llegar -interrumpió María-. Venga, date prisa y ponte el traje de baño, me estoy asando aquí dentro.

En la piscina los chicos ya estaban tumbados al sol como un grupo de leones, esperando ver aparecer a Eva en traje de baño. Con los ojos entrecerrados por la luz del sol, vigilaban los árboles entre breves jadeos y con los cuerpos calientes. No tuvieron que esperar mucho. Mientras las chicas se acercaban, intercambiaron entre siseos algunos comentarios y luego, fingiendo un completo desinterés, se pusieron a hablar de polo. Eva se quitó con timidez los pantalones cortos y se libró con dificultad de su camiseta, revelando un cuerpo de mujer: grandes pechos redondos, vientre plano, caderas anchas y una piel morena y suave. Sintió que las miradas de los chicos la desnudaban y se palpó el traje de baño con manos temblorosas para asegurarse de que seguía ahí. Sofía tiró su ropa al suelo y se dirigió a las hamacas con sus andares de pato, el trasero salido, metiendo estómago y con los pies hacia fuera. Santi estaba echado en la hamaca contigua a la suya, mirando tranquilamente a Eva con la paciente arrogancia del hombre que sabe que la mujer que desea terminará por ir a su lado. Sofía percibió su expresión y sacó el labio inferior como muestra de resentimiento.

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