Santa Montefiore - El último viaje de Valentina

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El último viaje de Valentina: краткое содержание, описание и аннотация

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En la barcaza sobre el Támesis que llama hogar, Alba vive una juventud alocada pero vacía. Durante toda su vida, la figura de la madre que no conoció la ha atormentado. Ahora ha llegado el momento de enfrentarse al pasado: a la verdad sobre lo que sucedió en un pequeño pueblo italiano, casi treinta años antes, una historia de amor apasionado en tiempos de guerra, de tragedia, crimen y mentiras que ha quedado enterrada en el silencio. Para ello, ha de viajar hasta el lugar donde todo comenzó, dejando atrás Inglaterra, una familia de la que nunca se ha sentido parte y un hombre a cuyo amor no puede corresponder. En la costa italiana, donde el destino jugó una de sus crueles partidas tanto tiempo atrás, le espera el fantasma de una mujer envuelta en el misterio.

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– Pareces cansado, Fitzroy -comentó Viv mientras barajaba las cartas.

– Estoy destrozado -fue la respuesta de Fitz. Viv observó que sus labios se curvaban en una sonrisa pagada de sí misma.

– No durará -dijo Viv cáusticamente, echando la ceniza del cigarrillo en el plato verde.

– ¿Cómo quieres abrir? -preguntó Wilfrid-. ¿Débil o fuerte? ¿Sin triunfo?

– Débil -dijo Viv con un suspiro-. Todavía sigo viendo aparecer algunas mañanas a «El carrizo del río».

– Confío en ella -replicó Fitz, en un alarde de seguridad-. Tiene derecho a tener amigos. -Le habría gustado poder explicar que Alba se había acostado con hombres por una pura cuestión de soledad. Ahora que le tenía a él, ya no tenía por qué seguir sintiéndose sola.

– Yo tengo muchas amigas y a Georgia no le importa. ¿A qué no, querida? -intervino Wilfrid, ordenando sus cartas y frotándose la barbilla.

– Apuesto a que ninguna se parece a Alba -dijo Viv. Georgia se ofendió. Por mucho que pudiera protestar, lo cierto es que, en su fuero interno, le habría gustado tener amigas como Alba.

– No pienso hablar de ella sentado a la mesa de bridge. No es nada galante -dijo Fitz, a la defensiva-. Un diamante.

– Has cambiado de tercio. -Viv estaba disgustada-. Paso.

– Un corazón -dijo Georgia.

– Paso -dijo Wilfrid con un suspiro.

– Tres no triunfos. La respeto -dijo Fitz.

Viv soltó un bufido.

– Las personas no son siempre lo que parecen, Fitzroy. Por mi condición de escritora, me dedico a observar a la gente constantemente. Alba está acostumbrada a ser cosas distintas para gente distinta. Es una actriz. Apuesto a que ni siquiera sabe realmente quién es bajo toda esa bravuconería.

– ¿Piensa ir a Italia a buscar a su madre? -preguntó Georgia.

– Sí, eso creo -respondió Fitz.

– ¿Y qué es lo que espera encontrar? -preguntó Wilfrid, que, como sólo había pillado el comentario anterior, estaba claramente confundido sobre la madre de Alba.

– Ésa es una muy buen pregunta. No creo que Alba lo tenga muy claro. Han pasado ya treinta años. Pasan muchas cosas en ese tiempo. Quizá la familia de su madre se haya mudado. Aunque sospecho que lo que Alba busca son recuerdos, anécdotas que le confirmen que su madre la quería. Nunca se ha sentido parte de la familia de su madrastra. Necesita sentir que encaja, poder mirar a sus parientes y ver sus propios rasgos reflejados en los de ellos.

– Eres un romántico incurable, Fitzroy. ¿Piensas acompañarla? -preguntó Viv, entrecerrando los ojos al tiempo que Georgia ganaba la mano.

– No -respondió-. Es algo que tiene que hacer ella sola.

– No puedo ni imaginar que haya hecho nunca nada por sí misma -añadió Viv.

– ¿Dónde está ese lugar? -preguntó Wilfrid, que fanfarroneaba de conocer bien Italia por haber estudiado historia de arte en Oxford.

– Aproximadamente a una hora al sur de Nápoles, en la costa de Amalfi. Ya lo hemos encontrado en el mapa. Piensa decírselo a su padre este fin de semana.

– ¿Así que todavía te queda un papel que desempeñar en todo este drama? -dijo Viv.

– Ya no es ningún drama, querida -replicó Fitz-. Sino la vida misma.

Esa noche en Beechfield Park, Margo y Thomas se estaban desvistiendo para acostarse. Fuera llovía a cántaros. Las gotas grandes y heladas rebotaban como piedras contra los cristales de las ventanas.

– Menudo frío hace para estar en primavera -dijo Thomas, echando una mirada entre las cortinas de su vestidor. Cuando logró ver más allá de su reflejo en el cristal y fijó la mirada en el jardín que se extendía al otro lado, mojado y reluciente a la luz que escapaba de la casa, recordó de pronto la noche en que había regresado con la pequeña Alba. También esa noche llovía.

– Espero que no hiele. Mataría todos los brotes que acaban de empezar a asomar -respondió Margo-. Parece mentira, con el calor que ha hecho últimamente, y ahora esto. Es imposible predecir el tiempo en este país. -Se sacó la falda y se quedó en combinación mientras se quitaba el collar-. ¿Te has acordado de decirle a Peter que le eche un vistazo a la pezuña de Boris? Le he visto cojear.

Thomas se apartó de la ventana y cerró las cortinas.

– Probablemente se lo haya hecho persiguiendo a las cerdas por el corral -dijo, doblando los pantalones y dejándolos sobre la silla. De pronto el rostro de Jack se materializó en su mente, con Brendan alerta y juguetón sobre su hombro. Jack se reía de su propio chiste y Thomas volvió a recordar su descarada sonrisa, amplia y contagiosa.

– ¿Qué decías? -Margo dejó caer la combinación al suelo.

– Nada, cariño -respondió Thomas, desabrochándose la camisa.

– ¿Sabes que Mabel me ha llamado por teléfono para recordarme que me encargue de los arreglos florales de la iglesia este domingo? ¡Como si fuera a olvidarlo! -Se quitó las bragas y el sujetador y se puso el camisón blanco. Se sentó entonces delante del espejo y se cepilló el pelo, ya casi gris del todo. A Margo no parecía importarle. Se puso un poco de crema Pond's en las manos y se aplicó la sobrante en la cara-. Menuda metomentodo está hecha Mabel. Debería presentarse a alcaldesa o algo así y dar buen uso a ese talento que tiene para meterse en los asuntos de los demás. Alba viene este fin de semana con Fitz -añadió-. Ya son tres veces en lo que llevamos de mes. -Al ver que él no respondía, prosiguió-: Me da que Fitz es un poco una tabla de salvación para ella, ¿no te parece?

Cuando Thomas entró en la habitación, tenía el rostro encendido y le ardían los ojos.

– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Margo, frunciendo el ceño-. ¿Te encuentras mal? -Y es que, últimamente, Thomas no era el mismo.

– Estoy perfectamente -fue la respuesta de Thomas-. Hagamos el amor.

Margo estaba sorprendida. No habían hecho el amor desde hacía… en fin, no recordaba cuándo había sido la última vez. Tenía siempre demasiadas cosas en la cabeza: el verano, Boris, los niños, Alba, la fiesta del pueblo, las flores de la iglesia, el Instituto de la Mujer, por no hablar de los invitados que recibían. Simplemente no había tiempo para hacer el amor.

Se deslizaron debajo de las sábanas. Margo habría preferido leer su libro. Ya había logrado franquear la difícil barrera de los primeros capítulos y los personajes estaban empezando a cobrar vida. Con un suspiro de resignación, apagó la luz y se quedó tumbada, expectante. Thomas apagó su lamparita de noche y rodó sobre la cama para besarla.

– ¿No estamos ya un poco viejos para esto? -dijo Margo, avergonzada.

– Los que han envejecido son nuestros cuerpos, querida -le susurró Thomas, hablándole al cuello-. Sin duda nuestros espíritus conservan toda su juventud.

Su voz sonó desesperada, como si necesitara que ella le manifestara su acuerdo. Margo percibió en el alma de su esposo una terrible inquietud. No era el mismo desde que Alba había aparecido con el retrato de su madre. Esos recuerdos habían estado perfectamente sumergidos como el cieno en el fondo de un estanque de aguas claras. Alba había removido ese cieno con los dedos, enturbiando el agua. Mientras Thomas le hacía el amor, Margo no dejaba de preguntarse si estaría pensando en Valentina.

Alba escuchaba el repiqueteo de la lluvia contra la claraboya. Estaba feliz y satisfecha. No así Fitz, que seguía sintiéndose incapaz de establecer una relación más íntima con ella.

– Pero ¿es que se puede estar más cerca de alguien? -argumentaba Alba, pegando su cuerpo al de él. Fitz no esperaba que ella lo entendiera. Aunque quizá fuera simplemente su naturaleza, sabía que había una parte en la esencia más profunda del ser de Alba que seguía siendo para él del todo desconocida. No podía dejar de sentir que ella actuaba. Y no es que la creyera superficial, pues bien sabía que tenía profundidades secretas. Era simplemente que no sabía cómo llegar hasta ellas. «Dale tiempo», se repetía, intentando tranquilizarse.

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