Antonio Tabucchi - Se está haciendo cada vez más tarde

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Con esta novela epistolar -«una pequeña comedia humana de bolsillo» la define irónicamente su autor- Tabucchi renueva una ilustre tradición narrativa, si bien rompiendo sus códigos y pervirtiendo el género. Poco a poco nos damos cuenta de que algo «no funciona» en todas estas misivas: el paisaje parece desplazarse ante nuestros ojos, los tiempos se vuelven del revés, como si las cartas llegaran anticipadamente o con retraso respecto al propio mensaje que transmiten, como si los destinos de los hombres, según exige el Mito, siguieran sin encontrarse y las personas se extraviaran en el laberinto de sus breves existencias. Como si la vida fuera una película perfecta, pero cuyo montaje resultara totalmente equivocado.
El conjunto resulta un extraordinario recorrido por las pasiones humanas, donde el amor parece el ilusorio punto central, cuando en realidad no es más que el punto de fuga que nos conduce hacia las zonas más oscuras del alma. Ternura, sensualidad, nostalgia, diecisiete cartas de personajes masculinos a otras tantas figuras femeninas, en las que se tejen los hilos de una insólita trama narrativa hecha de círculos concéntricos que parecen ensancharse en la nada, pobres voces monologantes, ávidas de una respuesta que nunca llegará. A todas ellas responde, por último, una voz femenina distante e implacable, y al mismo tiempo rebosante de pena.

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Retrocedo algunos pasos. Entretanto, había salido al aire frío de París. El alba (no lívida) alumbraba los jardines de la Cité Universitaire. Yo estaba atónito. Casi diría perplejo, y sostenía en la mano esta carta hallada en aquella no-botella que transcribo aquí para Vos:

«Cela aurait été beau que tu gagnes la partie. Tu jouais dans la cour d’une maison pauvre, en été, tu te souviens?, ou non, plutôt à l’arrière printemps, et ce vert, tout ce vert alentour, tu te souviens? La fontaine communale était en fonte, verte elle aussi, avec un robinet en cuivre, Anciennes Fonderies c’était encore inscrit avec les armoiries royales. Un broc, une femme nue sur le balcon, elle aurait voulu te parler, si elle avait pu, mais elle était une image de toujours, et le toujours n’a pas de voix. Tu passais par là, ignare comme tous les passants. Tu traversais quelque chose sans savoir quoi. Et ainsi tu t’en allais, petit à petit, vers un ailleurs. Il devait bien y avoir un ailleurs, pensais-tu. Mais était-ce vrai? Étranger, toi aussi, dans l’ailleurs. Les nuages, les nuages, qui changent sans cesse de forme, roulent dans le ciel. Et voyagent sans boussole. Étoile polaire, Croix du Sud. Allez, suivons les nuages. Engageons la partie avec les nuages, acceptons le défi, par exemple: comment se dispute ce jeu? Nimbus, cirrus, cumulus: ce sont les joueurs que présente l’équipe adverse. Voilà le premier qui arrive. Avec lui ce fut un âpre duel. Ah! Les moulinets que tu faisais avec ton sabre. Illustre cavalier qui participa à la joute, ton courage fut sans pareil, et inégalable ta bravoure, magnifique ta générosite à défendre des nobles idéaux. Tu coupas les jambes du féroce nimbus qui lançait des tonnerres et des éclairs. Tu fis tourner comme une balle folle le cumulus rond qui adaptait à tout sa rotondité. Et le grand cirrus, tellement fier de sa “cirrite” et dont la crème chantilly masquait le néant, il prit la fuite au loin. Noble chevalier, quel combat! Et tout cela sans armure. Puis tu t’en allas vers d’autres ailleurs, fragile mais fort, solide comme un roc et pourtant en équilibre précaire. Voyages par des sentiers qui bifurquent, chemins de Saint-Jacques-de-Compostelle, mers jamais naviguées auparavant, elle allait légère, ta pierre chancelante, chevalier sans tache et sans peur, avec toutes les peurs du monde et toutes les taches solaires.

Jusqu’au moment où le voyage d’aller devint celui du retour.

Cela aurait été beau que tu gagnes la partie, dit le tzigane aveugle. Mais moi, je ne chante pas le futur, sois tranquille, dans le journal de ce matin un acteur très connu dit qu’il est vieux et s’en vante, la patrie en tant que patrie même si elle est ingrate nous fascine et nous devons l’aimer (lettre non signée), si tu réponds à la question la plus difficile du Grand Concours et si tu maîtrises avec sûreté les événements en réussissant à devenir le point de référence de tout et de toi-même, tu gagnes vingt-huit points et un voyage à Zanzibar et, en outre, du moins pour cette semaine, l’influence positive d’Uranus te rend inhabituellement prudent, en t’évitant le péril de nourrir d’inutiles illusions. Si tu veux au contraire connaître les prédictions de ton horoscope, je te le vends pour deux sous, c’est un horoscope échu, tu peux le lire à l’envers jusqu’à l’époque où tu jouais dans la cour d’une maison pauvre. C’était en été, tu te souviens? Sur le banc d’une gare, le ballon oublié par un enfant flotte, et la femme nue au balcon a fermé la fenêtre.» *

Mi querida Amiga, quisiera daros cita en otro café que no fuera el equivocado, donde nos esperamos en vano. Pero no sé dónde se encuentra. Y me temo que, más que un café corriente, sea el Café con mayúscula, su imagen eterna e inmutable, una especie de idea platónica del Café, donde no sirven café. Es cierto, nadie nos podrá sustraer jamás lo que hemos vivido, sobre todo si buscábamos intersticios. Sin embargo, me pregunto: en el fondo, ¿por qué los hemos buscado con tanto afán? ¿Acaso para encontrar en ellos los Enjambements del meditabundo versificador Aristide Dupont, intrépido continuador de la línea poética picarda? ¡Adelante, a todo correr! De intersticio en intersticio se acaba por llegar a la merecida jubilación de quien ha servido en la Administración Pública. Y, en cuanto a citas, el tiempo a nuestra disposición, como la vida, ya ha pasado: éramos posmodernos en el siglo pasado. A este propósito, la noche de la que os hablaba hubiera deseado a mi vez poner una cinta de una canción que me parecía muy adecuada para la ocasión, y cuyo estribillo dice así: «¿Adónde vas Gigolette, con tu Gigoló?, ha terminado el baile que se bailaba tanto tiempo atrás.» Pero no la llevaba conmigo, y ahora el dueño tiene ganas de cerrar la tienda, y los músicos están guardando sus instrumentos. Os la canto sin acompañamiento, como hacía en tiempos.

Adiós, mi querida Amiga, o acaso hasta que nos veamos en otra vida que indudablemente no será la nuestra. Porque los juegos del ser, como sabemos, están prohibidos por aquello que debiendo ser, ya ha sido. Es el minúsculo y sin embargo infranqueable Forbidden Game que nos impone nuestro Actual.

La circulación de la sangre

Amadísima Hemoglobina mía:

Una buena imitación de la luna puede obtenerse sólo desangrándose completamente, o lo que es lo mismo, con una total y definitiva sangría. Tal precepto nos viene de los Antiguos, quienes atribuyeron la palidez lunar a una falta de sangre. Sólo linfa blanca, dice un fragmento presocrático, circula en ella, es decir, materia fría. De aquí, naturalmente, Proserpina reina de los Infiernos, y todo lo que se deriva respecto al concepto vida/muerte. Así pues, palidez y color, luz y sombra, sonido y silencio. Porque silencïosa es la luna, y sin diptongo, ya lo dijo quien sabía, y esa i del diptongo fallido es una nota larga y melancólica, casi un lamento que provoca escalofríos.

Qué privilegio, amadísima Hemoglobina mía, hablar con Vos de la luna. No sólo porque sois un quirurgo especializado en la sangre humana, sino porque sois mi médico de la sangre que hizo latir apresuradamente mi corazón y de cuyo impulso nació esta carta que ahora os envío, porque me amáis o me amasteis, porque os amo u os amé, y con vos puedo hablar de la circulación de la sangre como con nadie. Y además, en cuanto hemoterapeuta, vos conocéis bien asimismo los glóbulos blancos y, por lo tanto, no sólo el rojo que inflama nuestras mejillas en los momentos de pasión, sino también la palidez que se dibuja sobre nuestra frente cuando Nuestra-Señora-la-Luna nos embiste con el rayo gélido de su melancolía. Pero ¿cómo es posible no amar la luna? En verdad sobre su rostro está dibujado lo eterno, porque a nadie se le ha prometido el mañana, como nos enseña el antiguo persa, bebamos pues al claro de luna, oh, dulce luna, porque la luna brillará aún mucho tiempo sin que vuelva a encontrarnos.

Sabéis, una vez me hicieron un examen médico de la cabeza. Me había decidido a ello una arteria demasiado laboriosa que bombeaba sangre en exceso, una abundancia que me provocaba malestar, es más, dolores devastadores. Mientras me pasaba una especie de ratón por el cuello, la nuca y las sienes, el médico iba observando un monitor delante de él, que yo también podía atisbar. Y en aquella pantalla vi con claridad lo que la medicina no puede saber, vi las mareas provocadas por la luna, las olas de cuando en el océano de nuestra cabeza hay borrasca, el viento frío del norte y el viento cálido del sur, el siroco dentro del cráneo, y me parecía percibir el olor a salitre mientras se encrespaba mi superficie marina provocando cefaleas saladas, esa sal que desde las sienes baja hasta el paladar, que sabe a infancias perdidas, a adolescencias hechas de tedio y de amores inútiles, y a vidas vividas después tal y como venían, es decir, insensatas, porque lo que se vive tal y como viene es siempre insensato, si no sabes darle tú un sentido. Pero la lluvia que limpia, ¿cuándo llegará de una vez? Agua, ¿cuándo lloverás, pues? Y tú, rayo, ¿cuándo atronarás? Oh, es difícil de decir, amadísima Hemoglobina mía. Por eso no queda más remedio que regular la propia circulación de la sangre. ¿Y cómo orientarse en la circulación de la sangre, mi querida, tierna, amadísima Hemoglobina? Andrea Cisalpino, lo sabéis mejor que yo, descubrió el movimiento circulatorio a mediados del siglo XVI. Sus Quaestionum peripateticarum os son conocidas: las venas se llenan siempre por debajo, nunca por encima de sus intersecciones. Como la vida, por lo tanto: siempre por debajo de lo que sucede, siempre por debajo de sí misma. Cisalpino daba clases en la Universidad de Pisa, ciudad amada por aquel lunático [4] que padecía melancolías y fiebres terciarias y que para defenderse del frío dormía entre dos colchones. Y fue precisamente en esa ciudad donde éste comprendió a Cisalpino, quizá sin haberlo leído, es decir, que las venas llevan la sangre al corazón y no al contrario, como pensaban Galeno y los antiguos, y fue precisamente por ello por lo que en aquella ciudad el corazón de aquel lunático resurgió y volvió a latir como ya no latía desde hacía mucho, y Céfiro reavivó el aire enfermo y sintió en él revivir los engaños abiertos y conocidos. Pero cuando las ilusiones ya no pueden revivir, y el alba está lívida, y bajo tu ventana empieza a discurrir un tráfico que de nocturno se está transformando en diurno, y la calle reluce por la lluvia, y el rostro de la luna no se separa del recuadro de la ventana no porque quiera ponerse sino tal vez porque ya ha salido, parece realmente el momento de hallar la estratagema para interrumpir la honesta hidráulica que Cisalpino había descubierto y lograr así que el corazón, que cree ser la pompa principal de eso que se llama vivir, cese en su arrogancia. Para eso es necesario estudiar cuidadosamente la circulación de la sangre. Aunque parezca poco importante, para decorar con pétalos de rosa, una por una, las blancas mayólicas del suelo: splif, splif, pero sería más exacto decir clóffete, clóppete, porque incluso las fuentes enfermas a veces lloran de rojo. [5] Ah, pero hay demasiada literatura en todo esto, y en el mundo, y en la vida, ¡venga!, atengámonos a la Ciencia, ésa sí que es segura, no falla ni por un milímetro, la Ciencia es una ciencia exacta, no como la literatura, que es tan vaga, tan hecha de vaguedad. La fuente de la ciencia, por ejemplo, al contrario de la que está hecha con palabras, obedece a las leyes inexorables de la hidráulica. Y si tú abres el grifo, siendo tal el sistema circulatorio de una fuente que corra desde lo alto hacia lo bajo o desde el centro hacia la periferia, y todo el conjunto con su correspondiente retorno, si tú colocas un grifo en posición inferior respecto al depósito del líquido, puedes estar seguro de que ese líquido saldrá por la conducción. Sin embargo, amadísima Hemoglobina mía, llegados a este punto deseo plantearos una cuestión crucial que es la siguiente: ¿Por qué la naturaleza, en vez de abrir otros vasos para el paso de la sangre, ha impedido completamente tal paso en el feto? Me doy cuenta de que la cuestión, planteada así, no pega ni con cola. Pero intentaré explicarme mejor, empezando desde el principio, como se suele decir. Así pues: «De modo que en el feto, dado que los pulmones no funcionan y es como si no estuvieran, la naturaleza se sirve de los dos ventrículos para hacer que circule la sangre, y tal disposición es la misma tanto para los fetos dotados de pulmones pero que no usan puesto que no respiran, como para los fetos de animales inferiores carentes de pulmones. Ello demuestra, más allá de toda duda razonable, que son las contracciones del corazón las que hacen circular la sangre desde la vena aorta a la cava: las vías son tan amplias y el pasaje es tan fácil cuanto lo sería en un hombre adulto cuyos dos ventrículos se comunicaran como consecuencia de la extirpación del tabique. En la mayor parte de los animales, en todos los animales a una cierta edad, estas vías de paso están muy abiertas y dejan circular la sangre a través de los ventrículos. Y, entonces, ¿por qué pensamos pues que en algunos animales de sangre caliente (el hombre, por ejemplo), alcanzada la edad adulta, este paso de la sangre no se produce a través de los ventrículos, como sucede en cambio en el feto a través de la necesaria anastomosis, puesto que los pulmones, desprovistos de todo uso, no pueden ser atravesados por el flujo sanguíneo? ¿Cómo puede ser preferible (y la naturaleza sabe sólo aquello que es preferible a todo lo demás) que en el adolescente la naturaleza detenga este paso, mientras que en el feto y en todos los animales la comunicación está ampliamente establecida? ¿Y por qué la naturaleza, en vez de abrir nuevos vasos para el paso de la sangre, ha impedido totalmente este paso en el feto?»

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