Y adelante de nuevo, anda que te anda. A la mañana siguiente salgo de aquella noche que había pasado en la terraza para continuar con mi viaje hacia tu casa y veo a aquella mujer allí parada, inmóvil como una estatua (nunca mejor dicho), tan inmóvil que yo le cuchicheo pssss, pssss y la miro. Y ella se da la vuelta y me mira, y así puedo verla bien, y es realmente hermosa, o por lo menos eso me parece a mí y creo que a ella también le gusto, y ella me dice: las puertas de mi casa están abiertas, las ventanas de par en par, y el amor fluye de ella en abundancia y amplitud, en una suerte de inmotivada confianza y abandono y desmemoria. En verdad la frase, literalmente como te la cito, no me la dijo hasta después de que me marchara, pero el concepto es ése. Sólo que ciertos conceptos se entienden con claridad después, cuando has vuelto a ponerte en marcha. En cualquier caso, allí me detuve, de eso estoy seguro. La casa era vieja, pero bastante bonita. De dos plantas, pintada de rojo pompeyano, con la pintura bastante desconchada, una escalera exterior y una pérgola de glicinas. Y no faltaba una mimosa, para celebrar la fiesta de la mujer. Los suelos eran de losanges blancos y negros como las mayólicas de principios de siglo, lo que iba bien para la estética de una persona como yo, así como para mi geometría, porque incluso podía colocarme bien sobre una baldosa negra, bien sobre una baldosa blanca y jugar al ajedrez conmigo mismo, hasta darme jaque mate. Naturalmente, yo era el peón, la única pieza de ese tablero, porque la reina era ella, y entre nosotros no había alfiles. Sólo que allí también había alguien que lloraba. Parecía un niño, o un chico que no era capaz de crecer, y eso les da mucha pena a las mujeres, y a todos nosotros, que en el fondo es una pena superflua, y haríamos bien en tenerlo en cuenta: los niños que no son capaces de crecer, por lo general se convierten en adultos perfectos. El problema, si acaso, son los niños felices como lo era yo, que se estropean envejeciendo, y efectúan el recorrido al revés, hasta el día en que, plop, estallan como el chicle del universo en expansión hacia la nada. En resumen, que el problema es el desfase horario que todos nosotros tenemos, mi queridísima Querida, ¿no te parece? Quiero decir, tú estás ahí, has crecido lo necesario, y hay un niño que llora o un viejo mucho más viejo que tú que entran en tu calendario. Y eso crea un notable desfase en la vida de las personas. Lo ideal sería que todos, pero todos absolutamente digo, tuvieran la edad adecuada en el momento adecuado en el punto adecuado en el que nos encontramos en este pedacito del universo que se expande hacia la nada, porque eso facilitaría bastante las cosas. Pero quizá los biólogos no estén de acuerdo con esta eventualidad y los demógrafos tampoco, porque en su opinión la raza humana se acabaría en un santiamén. De acuerdo, a lo mejor se acababa, pero si total estamos yendo hacia la nada, que llegue un poco antes o un poco después ¿qué más da? En la medición de todo este asunto, los señores como ese con el que charlaba anteayer en el banco de la villa utilizan unidades excesivamente abstrusas que no son ni días ni horas ni años ni milenios ni kilómetros ni leguas, lo he leído en un librito que llevaba consigo y que me regaló para que me fuera haciendo una idea: Pequeño manual del astrofísico aficionado. Pero vayamos al grano: decidí dejar esa preciosa casa con las ventanas abiertas sobre las glicinas y las puertas abiertas al amor porque necesitaba realmente un sitio donde nadie llorara. En caso contrario, ahora no estaría aquí en tu casa, adonde por fin he llegado.
Así pues, llego, y lo primero que advierto, en el sendero que lleva al jardín, pero que es un camino que recorren todos, es un triángulo amarillo con una figurita de un hombre con una pala en la mano. Lo rodeo y, en vez del sendero de tierra bordeado de matojos de lavanda, hallo un sendero enlosado de pórfido con una barandilla blanca llena de bucles. La cosa no sólo me ha sorprendido sino que, estéticamente hablando, me ha dejado de piedra, sobre todo pensando en ciertas publicaciones a las que tú tomabas el pelo, del tipo Las casas más elegantes de la Riviera y cosas así. Sea como sea, sigo adelante. Y en lugar del jardín escalonado donde hasta anteayer nos sentábamos a ver caer la tarde sobre el mar, había un césped con una hierbecita de un verde excesivo que no sé cómo ha podido brotar tan rápidamente, a menos que lo hayan instalado desplegando alfombrillas ya cultivadas, como ahora al parecer se hace.
Y sobre la hierbecita, en forma de huellas de pies, unas pequeñas baldosas de mármol sobre las que caminar para llegar hasta la entrada principal, es decir, el mirador con el emparrado. Emparrado que por lo demás ya no estaba. Había sido arrancado y sus raíces colgaban del volquete de una camioneta aparcada junto a la entrada. En lugar del emparrado había un pórtico de tejas rojas, pero de un rojo rojo de verdad, pintadas de acrílico, sostenido por dos columnillas de mármol con dos capiteles de tipo jónico. He mirado hacia arriba, por si acaso estabas en la terraza donde por lo general me esperas. El muro de piedra basta que rodeaba la terraza en la que, ocultos de miradas indiscretas, tomábamos el sol desnudos, ya no estaba. En su lugar había una verja de hierro forjado llena de rizos, igual a la del sendero. Y las persianas verdes del ventanal habían sido sustituidas por una puerta corredera, como en algunas casas de las películas americanas. Me he parado espeluznado y he dejado mi fardo en el suelo. Bajo el porche había un señor sentado en un taburete que consultaba enormes rollos de papel. Estaba muy concentrado y no me ha prestado atención. Buenas tardes, he dicho, ¿hay alguien aquí? Estoy yo, me ha contestado, como puede ver, estoy yo. Ah, sí, he dicho, claro, está usted, es evidente, pero ¿usted quién es, disculpe? Cómo que quién soy, ha replicado él, soy el arquitecto, quién quiere que sea. Me ha mirado con cierto aire de desconfianza y creo saber el porqué: la chaqueta polvorienta, mi viejo sombrero de fieltro, el saco de yuta de viaje que he usado siempre. ¿De dónde viene?, me ha preguntado mirándome de arriba abajo. De Villa Serena, le he contestado. Él ha debido de pensar que es alguno de los chalés de las colinas cercanas y ha cambiado de inmediato de tono. ¿Es que quiere ver la casa?, ha preguntado solícitamente.
Ver la casa, ¿qué querrá decir?, he pensado para mí, ver una casa que conozco desde siempre y que dejé anteayer. Dentro de un rato, he contestado como para ganar tiempo, voy a dar una vuelta por la parte de atrás. En realidad me habían entrado ganas de hacer pis, quizá por el ansia que aquella situación insólita me estaba provocando. He bajado hasta el huerto, pero ya no había huerto. Ni matas de salvia ni de romero, ni judías que se encaramaban por el cañaveral, ni tiestos con albahaca y perejil. Había unos parterres de trinitarias, de pétalos algo marchitos, quizá debido a que estaban recién trasplantadas, y un pequeño seto de boj para simular que se estaba en un jardín a la italiana. He hecho pis contra esos horrores y me ha venido a la mente tu amigo Leporello, y por qué esos puntitos rojos me habían aparecido en el glande: porque ese mismo eczema lo tenía él, me acuerdo dado que una noche había aparecido por su casa una alegre muchacha a la que le hubiera gustado quedarse, pero él buscó una excusa para que se fuera y después, como para justificarse, se abrió los pantalones y me dijo: me ha salido esto de un día para otro, ¿te ha pasado alguna vez a ti?, ¿tienes la menor idea de lo que puede ser? Fíjate en lo que nos guía para comprender las cosas, a veces una nimiedad, sólo porque estaba haciendo pis contra las trinitarias, y en ese momento lo he comprendido todo, por eso yo también había cargado con ese asunto durante todo el viaje, por un motivo muy sencillo, permíteme que te lo diga en francés, parce que tu avais couché avec. Pero ¿por qué no me lo has dicho? Vaya pieza que estás hecha, sabes mejor que yo que no me habría enfadado, ciertas cosas pueden ocurrir en la vida, acaso por distracción. Más bien lo que no te perdono es que hayas arrancado la salvia y el romero para plantar esas terribles trinitarias.
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