Sebastián se detuvo. Miró al suelo un instante. Alzó la cabeza y dijo con voz alta y gruesa:
– ¡Compañero Felipe Iturbe!
– ¡Presente! -dijeron todos.
Hubo un breve silencio de recogimiento y memoria, en el que Lavinia no pudo visualizar a Felipe muerto, pensando una y otra vez, que todo aquello no estaba sucediendo. Oía el eco del "presente", lejano, terrible, en sus oídos.
Luego Sebastián continuó explicando cómo la violencia no había sido una opción; sino una imposición. El Movimiento luchaba contra esa violencia; la de un sistema injusto, que sólo podría ser cambiado con una lucha larga de todo el pueblo. No se trataba de vender sueños a corto plazo, ni de cambiar personas. Se perseguían cambios mucho más profundos. Nada de ilusiones de fin del régimen que perpetuaran el estado de cosas. Eso había que tenerlo claro, enfatizó, para poder comprender y hacer comprender porqué la acción no se iniciaría sino hasta que el Gran General hubiera abandonado la casa.
El operativo, dijo, era sólo el inicio de otra etapa. Se proponía aliviar la presión a los compañeros de la montaña, aislados y perseguidos hacía meses; abrir otros frentes.
Finalmente explicó las demandas que se harían: la libertad de los presos políticos; la difusión en todos los medios de comunicados explicando a la población los motivos de la acción: los requerimientos innegociables del comando.
Era una operación, dijo, "Patria Libre o Morir". Sin retirada. O salían victoriosos, o morían.
"Vencemos o Morimos" -dijo y luego, en voz alta y resonante, la consigna: "Patria libre… ".
– ¡O Morir! -respondieron todos a coro.
– ¡Rompan filas! -ordenó Sebastián. Estaba visiblemente emocionado. La muerte de Felipe pesaba en el aire, prestaba a los rostros contrastes solemnes.
Debía ser terrible, pensó Lavinia, para ellos, entrar en acción con aquella muerte fresca y tierna en sus memorias. Le costó romper filas, moverse de donde estaba. Se le vino de pronto la enormidad de lo que estaban emprendiendo. Y ella, en medio de todos, novata. Le infundía espanto la idea de cometer alguna torpeza que los pusiera en peligro; crear riesgos en un operativo tan cuidadosamente preparado, tan significativo y determinante para el futuro del Movimiento. La confianza depositada en ella la confortaba, obligándola a vencer dudas y temores fundados en la propia inexperiencia. Tendría que ser capaz, se dijo.
Los compañeros se movieron.
– Ahora haremos un semicírculo alrededor de la mesa. Les voy a explicar los detalles del operativo -dijo Sebastián-. La compañera "Doce" estuvo involucrada en el diseño de la casa -añadió, señalándola a manera de presentación-. Participará con nosotros en el operativo. Ella nos ampliará los detalles sobre el interior.
Los integrantes del comando la miraron atentamente, con camaradería. Una más entre ellos, se paró al lado de Sebastián que hablaba, señalando el plano.
– Revisemos -dijo él, recorriendo con sus dedos las estancias de la casa. "La deben conocer casi mejor que yo", pensó Lavinia, escuchándolo. -La casa tiene una entrada principal. Se puede entrar también por los garajes. En el primer nivel hay tres salas, separadas por jardineras, un hall, el comedor con una escalera para bajar al segundo nivel, un baño para huéspedes y la cocina. En la pared lateral izquierda hay una puerta desde la que se puede entrar por el garaje a la sala…
Miraba el plano casi sin verlo. Sebastián explicaba el segundo nivel, los dormitorios, el cuarto de música, la armería, el cuartito de costura… Perdió el hilo. Recordó los meses de trabajo, absorta sobre la mesa de dibujo diseñando aquella casa. Aquella casa causante de la muerte de Felipe. Felipe no habría muerto si las hermanas Vela no hubiesen llegado aquella tarde lejana en su memoria en que Julián la llamó para que las atendiera. Le pareció verlas de nuevo, a las dos. Recordó sus primeras impresiones sobre Azucena, la señorita Montes. Impresiones que luego la realidad corrigiera para arrojar el perfil frívolo y parasitario de la solterona, ocupada tiempo completo en proteger la comodidad que su hermana le brindaba. La hermana obsesionada con pertenecer a "la sociedad", como llamaba a la gente de nombre y alcurnia… Pensó en el hijo de Vela soñando ser pájaro.
– ¿Cómo dijiste que era el sistema de cancelas? -preguntó Sebastián, trayéndola de regreso a la sala, a los ojos de los compañeros, mirándola.
– Hay dos cancelas enrejadas -dijo Lavinia, aparentando haber estado atenta a toda la explicación-: la primera está en el comedor; la segunda entre el estudio privado y el costurero en el segundo nivel. La primera aisla el área pública de la zona de dormitorios y del área familiar más íntima. La segunda divide ésta del área de servicio. Es previsible que, durante la fiesta, todas las cancelas estén abiertas. Imagino que el general y su mujer, querrán enseñar toda la casa a las visitas.
– ¿Y lo de las armas?
– Las armas están en el estudio de Vela. Al frente de la puerta hay una pared de madera. La pared es giratoria. Él puede tener las armas expuestas u ocultas según lo desee. Si no las ven, será necesario activar el mecanismo que se encuentra situado detrás de un apagador falso a la derecha de la pared. Aquí -dijo y todos se inclinaron-. Para abrir el apagador, se descorre un pequeño cerrojo, y luego se levanta la palanca diminuta que sirve de cierre. Eso libera los paneles. Yo pienso que lo más probable es que durante la fiesta tenga las armas expuestas.
– No sabíamos nada de esto -dijo Lorenzo.
– Nadie sabía -dijo Lavinia-. Ni Felipe…
– ¿Y las instalaciones cerca del jardín, la sauna, el gimnasio y lo demás? -interrumpió, ejecutivo, Sebastián.
– Aquí pueden verlo -dijo Lavinia, señalando el diseño a la orilla de la piscina. Este pabellón tiene dos baños con ducha; dos vestidores; la sauna, un cuarto-gimnasio y, en este espacio que divide los baños y vestidores de la sauna, hay un bar, un espacio social techado.
– Ese lugar era el que no entendíamos -dijo la gordita, número "Ocho".
– Hay un acceso directo, esta vereda empedrada que ven aquí, desde la piscina, tanto al nivel social como al familiar. También esos accesos tienen cancelas y rejas.
– Está bien asegurada la casa… -dijo Pablito, el número "Nueve".
Lavinia continuó explicándoles los accesos, los ambientes. Hablaba con aplomo. Conocía la casa; era su íncubo, su engendro. Los demás la miraban con expresión de respeto.
– ¿Y en el estudio, qué armas hay? ¿Sabes? -preguntó Sebastián, "Cero", jefe de la operación.
– Hay de todo -dijo Lavinia-, rifles, pistolas, subametralladoras -le dolía terriblemente la cabeza.
Flor sacó un papel y explicó que se dividirían en tres escuadras de cuatro compañeros cada una. Una de las escuadras entraría por el frente; la otra por el acceso del servicio, ubicado al lado de la cocina; la última por el garaje. El "Cero" no pertenecía a ninguna escuadra, pues debía comandarlas a todas. Penetraría con la escuadra número dos por la puerta principal.
– Lo más importante -dijo Sebastián- es entrar. El que se quede afuera es hombre muerto. La escuadra dos y yo nos vamos a encargar de sacar las armas del cuarto ese y distribuirlas.
Los jefes de escuadra debían asegurar, una vez dentro, el cierre de cada acceso. La escuadra número uno, la que entraría por la puerta del servicio, debía unirse con la dos, entrando al segundo nivel de la casa; la número tres debía rodear la casa, revisar la orilla de la piscina, recoger a los invitados que se encontraran allí y penetrar por la puerta de acceso del tercer nivel, revisando éste y trasladando al segundo nivel a los invitados y personal de servicio que encontraran. Luego, con las armas que recuperaran, se dividirían en dos escuadras: una para custodiar a los invitados y otra para asegurar la defensa y vigilancia de la residencia. A todos los invitados se les reuniría en el segundo nivel, el más protegido.
Читать дальше