J. A.: Pero es que mire, yo digo una cosa, ¿por qué no tratan por bien? Para mí que la campaña de ustedes funcionó porque ofrecieron algo diferente, ofrecieron eso que todos necesitamos: el cuido de la madre. Tan alegre que era la campaña de ustedes. Un poco loca y eso le daba pimienta; eso le encantó a la gente porque usted sabe que si hay algo en este país es sentido del humor y la gente se lo agarró todo: las abrazaderas, las lloraderas, las cocinaderas, la Presidenta con esas ideas bien aventadas, como poner esa asignatura de Maternidad en los colegios y enseñarles karate a las chavalitas desde chiquitas…
E. S.: Va a ver que en la próxima generación, ya a ninguna mujer la va a apalear el marido.
J. A.: Pero es que si quieren durar no se pueden echar a los hombres encima…
E. S.: Pero don José, solo a los trabajadores del Estado mandamos a su casa, y los mandamos con seis meses de sueldo, y les dimos trabajo en los barrios construyendo escuelas y guarderías…
J. A.: Bueno sí… yo no le voy a venir a decir cómo hacer las cosas a usted.
E. S.: Dígame, ¿no hay hombres contentos? ¿Usted no ha oído a ningún hombre que esté contento?
J. A.: Sí, sí, no le digo que no. Más bien me llamó la atención que no se les armara una guerra después de todo lo que han movido y removido. Tengo un amigo que está feliz con sus hijos, pero el pobre Petronio, por ejemplo, que no tiene hijos, dice que no se explica cómo hizo su mujer para pasar metida en la casa todos los años en que él trabajó y no la dejaba ir a trabajar a ella por celoso. Ahora que ya están viejos los dos, no le importa, pero dice que no haya qué hacer aparte de regar el jardín.
E. S.: ¿No tiene que arreglar su casa, cocinar?
J. A.: No le gusta al pobre.
E. S.: Pues a muchas mujeres tampoco nos gusta y tenemos que hacerlo. Yo, por ejemplo, odio cocinar.
J. A.: Yo tengo suerte porque mi mujer es gran cocinera y goza la cocinada. La tengo que aguantar gorda, es lo único. Mire que yo como y no me engordo. Debe ser porque ando en las calles todo el día.
E. S.: (Ruido de silla deslizándose.) Me tengo que ir a una reunión, don José. ¿Hay algo especial que quería decirme?
J. A.: Es que viera que me gusta hablar con usted. Usted es una mujer muy inteligente. No tengo con quién hablar todas estas vainas que se me ocurren… Pero bueno, pedí verla porque creo que tengo una pista.
E. S.: (Ruido de silla deslizándose.) Soy toda oídos.
J. A.: Una de mis hijas tiene una amiga, Ernestina, que la llamó a su celular el otro día, llorando a mares. La Azucena la fue a ver. La otra le dijo que sabía algo que si no se lo decía a alguien se iba a morir, algo que tenía que ver con lo que le pasó a la Presidenta. Estaba a punto de soltárselo cuando entró el marido. Dionisio, se llama él. Yo lo conozco. Trabaja de mensajero. La mujer le tiene horror porque no sabe las veces que ese hombre la ha dejado malmatada. Cuando estaban recién casados, cada dos o tres meses llegaba la pobre a mi casa buscando auxilio porque el hombre la moreteaba.
Después él se convirtió. Se metió a una de esas sectas que hablan en lenguas. "No llores más", creo que se llama la secta, y se volvió santulón. Aun así le pegaba, pero ya menos. Por lo menos le pegaba y después lloraba y le pedía perdón. Dígame usted. Pero bueno, el caso es que cuando entró el Dionisio a la casa, la mujer se congeló y el marido, que bien conoce a mi hija porque esas dos eran amigas desde chiquitas, le dijo unas locuras, le dijo que había estado viendo a la Virgen, que la Virgen se le aparecía todos los días en el lavamanos mientras se lavaba los dientes, que le lloraba por el país, porque todos se iban a condenar por culpa de las mujeres del pie. ¿Verdad que si se le aparece la Virgen a uno, uno tiene que hacer algo, Azucena?, le preguntó a mi hija. Decile a esta mujer para que deje de estar de tonta.
La Azucena se quedó sin saber qué decir, ni qué entender de todo eso, pero algo le olió mal. Después la Ernestina le dijo que se fuera, que se olvidara de lo que le había dicho, que eran locuras de ella.
Eso era lo que quería decirle, Ministra.
(Materiales históricos)
De: Secretaría de la Asamblea Nacional
A: Honorables Miembros del Consejo Político del pie,
Eva Salvatierra, Rebeca de los Ríos, Martina Meléndez, Ifigenia Porta
Asunto: Presidencia interina
Honorables miembros del cp del pie:
Como es sabido de ustedes, la Reforma a la Constitución de mayo del corriente eliminó el cargo de Vicepresidenta del país. Dicha reforma establece: "En caso de muerte del titular del Ejecutivo, el pleno de la Asamblea Nacional elegirá con carácter transitorio un Consejo de Tres, cuya atribución será gobernar el tiempo estrictamente necesario para convocar a elecciones, de forma que la Presidencia de la República solo sea ocupada por un ciudadano o ciudadana directamente electo para tal fin".
Quiero llamar su atención sobre el reto constitucional que enfrentamos ante el estado de coma de nuestra presidenta Viviana Sansón, tras los hechos lamentables de todas conocidos. La presidenta Sansón no puede asumir sus funciones, pero tampoco ha fallecido, de manera que nos encontramos ante un vacío jurídico no previsto por la Reforma Constitucional votada afirmativamente por la mayoría de esta Asamblea, pues si solo se puede elegir un Consejo para velar por la organización y realización de un proceso electoral, no hay soporte, ni figura legal, ni proceso establecido para el nombramiento de una presidencia interina, o una vicepresidenta, que sería lo más adecuado en este caso.
Huelga decir que el país requiere del liderazgo competente de quien pueda cumplir las funciones de la titular del Ejecutivo hasta tanto no se defina la situación de la presidenta Sansón. Por lo tanto, a petición de la Presidenta de la Asamblea Nacional citamos a todas las representantes electas de su Partido de la Izquierda Erótica para la sesión extraordinaria donde se discutirá la Ley de Reforma Parcial a la Constitucional que deberá promulgarse para solventar el vacío jurídico a que hemos hecho referencia.
Deseando la pronta recuperación de nuestra Presidenta, Reciban las muestras de mi consideración y aprecio,
Azahalea Solís
Secretaria de la Asamblea Nacional
de la República de Faguas
¿Quién más estaría con ella en el galerón? ¿Qué otros espíritus flotarían en aquel aire? Viviana oía voces de tanto en tanto. Murmullos. Si pudiera salir de allí, se decía. ¿Qué habría detrás de la puerta? La penumbra era opresiva y se preguntaba cómo era que a ella no le tocó ver el túnel iluminado, la luz blanca, y si no sería el limbo donde se encontraba. ¡El limbo! Rió recordando que el papa Bernardo xvi, el alemán, había eliminado el limbo. Cuando leyó la noticia le resultó divertida pero casi un insulto a la ingenuidad de gente como ella que, de niña, se tomó la molestia de imaginarlo como la angelical guardería donde vivían felices eternamente los niños pequeños cuyos padres no llegaron a bautizarlos.
A falta de limbo, se preguntó, lógicamente, si estaría en el infierno. La oscuridad era densa, pero lo descartó. No sería justo, se dijo. No era que su vida fuera impecable, pero segura estaba de no merecer un castigo eterno, a menos que el más allá repitiera las injusticias del más acá. Sí que había tenido una época promiscua, antes de conocer a Sebastián, pero de esas acostadas pasajeras solo se arrepentía de unas cuantas, y no por consideraciones morales, sino porque los hombres no habían valido la pena. Un ejercicio de cama mal llevado no solo era una pérdida de tiempo, sino un engorro: eso de tener que hacer de policía de tránsito porque el otro ni siquiera atinaba a dirigir bien su vehículo. Por favor. O los enormes y mal hablados que no contentos con el tamaño extra large, tenían que demostrar que eran machos hablando como gente del hampa en la cama. O los que ni se percataban de que, aunque el tamaño era lo de menos, no era mala idea a veces compensar. Gajes del oficio de andar buscando al elegido. Ni modo. Tal vez había causado penas inmerecidas a alguno cuando le dio por varios al mismo tiempo. Se arrepentía, pero no era para irse al infierno. En cambio sí sentía que algún bien había hecho. Por lo menos la motivación detrás del pie era altruista.
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