Thomas Glavinic - Algo más oscuro que la noche

Здесь есть возможность читать онлайн «Thomas Glavinic - Algo más oscuro que la noche» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Algo más oscuro que la noche: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Algo más oscuro que la noche»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Es una mañana como otra cualquiera. Jonas despierta. Desayuna un café. El periódico no está delante de la puerta de su casa. Cuando no logra sintonizar la radio, ni la televisión, ni puede entrar en Internet, comienza a enfadarse. Su novia no contesta al teléfono. Jonas sale a la calle. No hay nadie. ¿Puede vivir una persona cuando todas las demás han desaparecido? Han quedado el mundo y las cosas: carreteras, supermercados, estaciones de tren, pero todo está vacío. Jonas vaga por Viena, por las calles de siempre, por las viviendas que conoce, pero nada responde a sus preguntas. ¿Es el único superviviente de una catástrofe? ¿Se han ido todos a otra ciudad? ¿Hay otros, o son sólo imaginaciones suyas?

Algo más oscuro que la noche — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Algo más oscuro que la noche», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El camino estaba cubierto de helechos y Jonas tropezó con piedras ocultas. Dos veces le golpeó con fuerza la escopeta en el costado, cortándole la respiración. Se enfadó por habérsela llevado, pues no le servía para nada.

Se detuvo como si hubiera chocado con un muro. En una fracción de un largo segundo comprendió que acababa de escuchar una campana. Una esquila.

Allí… a su izquierda se repitió el tañido.

– ¡Espera y verás! ¡Te vas a enterar! -vociferó.

La escopeta delante del pecho, se lanzó en la dirección de la que pensaba que procedía el tañido. Para su confusión ahora resonó por tercera vez, a su izquierda. Volvió a correr hacia allí, sin pensar en lo que encontraría, ni saber lo que haría después. Simplemente continuó su carrera.

Después de que el tañido resonase por sexta vez, le asaltó la duda de si corría hacia él o se alejaba.

– ¡Eeeeeh!

No obtuvo respuesta. La campanita también permaneció muda.

Dejó resbalar la vista. Un árbol con tres troncos le llamó la atención. Algo le dijo que estaba en el lugar correcto. Pasó frente al árbol, apartó un matorral. Detrás había un pequeño claro. En el centro crecía un abedul solitario. La campana pendía de una de sus ramas.

Registró el entorno antes de acercarse a la campana. Colgaba de una cuerda asombrosamente fina. Era de metal. En los bordes tenía manchas de óxido. Nada indicaba el tiempo que llevaba bamboleándose allí ni quién la había colgado, pero era indudable que sonaba movida por el viento.

Se le ocurrió cómo podría haber llegado allí. Pero su teoría era demasiado fea para creerla.

Buscó el sendero por el que había venido. Había ido demasiado lejos y necesitaba orientarse de nuevo. Pronto creyó saber dónde se encontraba y dónde hallaría un sendero. Eligió la dirección correspondiente. Cuando al cabo de diez minutos se había adentrado más profundamente en el bosque, le asaltó de nuevo la sensación anterior.

– ¿Qué, maestro Atila, vienes a por mí?

Quiso imprimir a su voz un tono irónico, pero sonó menos firme de lo que deseaba.

Miró hacia atrás. Bosque espeso. Ni siquiera sabía de qué dirección acababa de salir.

Siguió caminando en línea recta. Caminar siempre en línea recta, buscar puntos fijos, ayudarse con la posición del sol o de las estrellas, así lo había aprendido en su día y aún no se había perdido nunca. Pero había olvidado cómo caminar en línea recta y no involuntariamente en círculo.

Una hora más tarde creyó reconocer otro lugar, pero no acertó a discernir si había pasado por allí antes o después del tañido. O veinte años antes.

Se asombró de lo deprisa que oscurecía.

Contempló el lugar que tenía ante sus ojos: un estrecho claro con helechos hasta la rodilla y avellanos. Los troncos de las hayas circundantes estaban cubiertos de musgo. Olía a setas, pero no se veía ninguna.

Mientras caminaba no se había percatado, pero al detenerse y pensar cayó en la cuenta de que refrescaba. Se frotó los brazos, el torso y los muslos con movimientos mecánicos. Dio unos pasos. Notaba las piernas pesadas como el plomo, le dolía la espalda y tenía sed.

Se sentó en el centro del claro. Por encima de su cabeza, divisaba un trozo rectangular de cielo azul que se iba tiñendo de rojo. En ese momento supo que la bestia lobuna se presentaría ese día. Él estaría sentado en ese lugar y oiría un chasquido. Después, los pasos. Y luego ella irrumpiría a través de la maleza para abalanzarse sobre él. Grande, incontenible, impersonal, imparable…

– No, no, por favor -susurró débilmente, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

La oscuridad le asustaba aún más que el descenso de la temperatura. Como la batería del móvil se había descargado, no sabía la hora. No debían de ser mucho más de las siete. Era evidente que se había internado profundamente en el bosque.

Sacó una de las notas del bolsillo.

Gritar fuerte, leyó .

El azar que le había facilitado una orden adecuada, le infundió esperanza. Se levantó para gritar más alto.

– ¡Hola! ¡Estoy aquí! ¡Aquí! ¡Socorro!

Se dio la vuelta y repitió la llamada en dirección opuesta. No pudo disparar, porque se había dejado la bolsa con los cartuchos encima del viejo arcón. Aunque no contaba con tener que defenderse pronto de algo o de alguien con el arma de fuego, se alegró de sentir en la mano la madera lisa de la culata. Al menos no estaba totalmente desprotegido.

Pero… ¿y si no venía nadie? ¿Y si se quedaba allí?

¿Y si no volvía a encontrar el camino de regreso?

Acechó en todas direcciones. Cerró los ojos y escuchó a su fuero interno. ¿Acabaría así? ¿Retornaría de ese modo a la naturaleza?

Intentó no pensar en nada. Respiró hondo, imaginándose que se encontraba en otro lugar. Un lugar en el que no se sufrían escalofríos, ni hambre, ni se oían crujidos sospechosos. Con Marie. Con Marie en la cama. Con su muslo junto al de ella. Captando su ternura, su calor. Notando su aliento y la presión de sus manos. Percibiendo su aroma, escuchando su débil carraspeo cuando se daba la vuelta sin perder el contacto con él.

No estaba solo. Ella lo acompañaba. Si lo deseaba, la tendría siempre a su lado. De golpe ella estuvo mucho más cerca de él que hacía dos o cuatro semanas. Cuando ya creía haberla perdido.

Se sintió mejor. El miedo era pequeño. Gruñía en un rincón. Él estaba tranquilo. Al día siguiente encontraría el camino de regreso. Regresaría a su casa y después buscaría a Marie. Lo único que no debía hacer ahora era dormirse.

Abrió los ojos.

Había oscurecido.

Debía de ser medianoche cuando los calambres en brazos y piernas le resultaron insoportables. Tiró la escopeta en la hierba y se sentó.

Sus pensamientos no le obedecían desde hacía horas. Iban de un lado a otro, se tornaban confusos, volvían a perder color, envolvían, eran envueltos. La bestia lobuna aparecía en ellos y no era capaz de ahuyentarla. La violencia salvaje y la decisión que emanaban de ese ser le atormentaron hasta que sin su intervención desapareció y una enigmática y cálida alegría se adueñó de él. Sonrió. Rió entre dientes. Le hubiera gustado levantarse para seguir buscando el camino.

Lo refrenó saber que no tardarían en adueñarse de él otras sensaciones.

Alzó la cabeza. Estaba convencido de que a menos de tres metros de él lo miraba fijamente un extraño al que sin embargo no alcanzaba a ver. Al mismo tiempo constató que el parpadeo de sus ojos duraba más de lo debido. Asustado, alargó la mano hacia la escopeta. El trecho le pareció el doble o el triple de largo. No veía la mano, pero notaba que su movimiento se ralentizaba de modo inexorable. Dejó caer la barbilla hacia el pecho, para quitarse el sombrero. Tenía la sensación de que no se movía. Por el crujido de los árboles se dio cuenta de que cada sonido se componía de muchos tonos aislados y de que éstos constaban de puntos sonoros.

No supo cómo salió de esa apurada situación. Su voluntad era más fuerte que la lentitud. Se levantó de un salto, apuntó con la escopeta y… esperó a ver qué iba a hacer él mismo.

Se echó a reír.

Se admiró de ser capaz de eso.

Las tres de la mañana. O las dos, o las tres y media. No se atrevía a dormir. A pesar de que le dolían las articulaciones y aros rojos bailaban delante de sus ojos. Escuchó. En sus oídos resonaba cada ruido que el viento nocturno producía en los árboles. Deslindó lo real de lo imaginario y miró alrededor. Fingió problemas con los cordones de sus botas o con la cremallera de la chaqueta para poder despotricar y burlarse en voz alta.

Antes, cuando pensaba en Dios y en la muerte, siempre se le aparecía la misma imagen. La del cuerpo del que procedía todo y al que todo regresaba. Él dudaba de lo que le contaba la Iglesia. Dios no era uno, Dios era todos. Lo que los demás denominaban Dios, él lo consideraba un principio que identificaba con un cuerpo. Un principio que enviaba todo fuera para vivir y después informar. Dios era un cuerpo que enviaba fuera de sí a las personas, pero también a los animales y plantas, quizá incluso a las piedras, a las gotas de lluvia, a la luz, para conocer todo lo que constituía la vida. Cuando terminaba su existencia, todos regresaban a su cuerpo. Dejaban que Dios participase en sus experiencias y ellos a su vez recibían las de los demás. Así todos sabían cómo era un cultivador de colza en Suiza o un mecánico de automóviles en Karachi, una maestra en Mombasa, una puta en Brisbane o un decorador en Austria. Ser un nenúfar, una cigüeña, una rana, una gacela bajo la lluvia, una abeja en primavera o un pájaro. Una mujer gozando, un hombre. Un triunfador, un fracasado. Gordo o delgado, fuerte o delicado. Ser un asesino. O un asesinado. Ser una roca. Una lombriz de tierra. Un arroyo. Viento.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Algo más oscuro que la noche»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Algo más oscuro que la noche» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Thomas Glavinic - Das bin doch ich
Thomas Glavinic
Thomas Glavinic - The Camera Killer
Thomas Glavinic
Thomas Glavinic - Night Work
Thomas Glavinic
Kelley Armstrong - Algo más que magia
Kelley Armstrong
Soledad Puértolas - Queda la noche
Soledad Puértolas
Alyssa Brugman - The Equen Queen
Alyssa Brugman
Michael Connelly - Mas Oscuro Que La Noche
Michael Connelly
Angie Thomas - El odio que das
Angie Thomas
Daniel Florentino López - La noche que sangra
Daniel Florentino López
Mario de los Santos - Noche que te vas, dame la mano
Mario de los Santos
Отзывы о книге «Algo más oscuro que la noche»

Обсуждение, отзывы о книге «Algo más oscuro que la noche» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x