Philippe Cavalier - Los Ogros Del Ganges

Здесь есть возможность читать онлайн «Philippe Cavalier - Los Ogros Del Ganges» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Ogros Del Ganges: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Ogros Del Ganges»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tímido y retraído, el joven oficial británico David Tewp desembarca en Calcuta en 1936 asignado al MI6, el servicio de inteligencia británico. La India colonial es una sombra de su pasado, y los nacionalistas hindúes radicales han pactado con la Alemania nazi en su guerra contra los amos anglosajones.
La primera misión de Tewp será vigilar a Ostara Keller, una joven periodista austríaca sospechosa de ser una espía nazi. Con dos subordinados que conocen el oficio mucho mejor que él y que no se toman muy en serio a su nuevo jefe, Tewp intenta abordar a conciencia lo que parece un asunto menor.
Pero la realidad es otra: la investigación pondrá a Tewp tras la pista de una trama para asesinar a Eduardo VIII durante su proyectada visita a la India en compañía de su amante, Wallis Simpson, y lo conducirá por un dédalo espectral de alianzas militares secretas, sectas sanguinarias, sacrificios rituales de niños y hechicería, desde los fumaderos de opio de los barrios míseros hasta la fastuosa mansión de la bellísima Laüme Galjero y su esposo Dalibor, una pareja rumana que vive rodeada de lujo, glamour y misterio…

Los Ogros Del Ganges — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Ogros Del Ganges», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Tampoco aquí se detuvo Keller para observar a este pueblo olvidado que se mostraba en los desgarrones de esas arquitecturas deterioradas, en las ventanas de esas fachadas desconchadas, sobre esos balcones oxidados y tambaleantes a menudo invadidos por una vegetación salvaje que enraizaba hasta en las menores fisuras de la obra. No, nada de eso retenía su atención. En ningún momento hizo una pausa para capturar lugares o rostros en su obturador. La película en color que utilizaba hubiera encontrado allí, sin embargo, un material con que expresar todo su interés. A pesar de la miseria que se hacía cada vez más visible conforme avanzábamos, todo eran dorados de los árboles, contrastes violentos de los saris de las mujeres, pastel de las paredes pintadas, extravagancia de las telas que se secaban en hilos tendidos atravesando las calles… Pero Keller, prudente jovencita que avanzaba con la mirada baja y paso tranquilo, preocupada en apariencia sólo en sí misma, permanecía insensible al espectáculo. Las calles estaban aquí más transitadas que en el sector europeo, y a medida que avanzaba, la multitud me parecía cada vez más compacta, como un líquido que se solidificara poco a poco; esto dificultaba mi seguimiento, máxime porque las callejuelas eran cada vez más estrechas y estaban más congestionadas. Sin embargo, la gente me dejaba pasar sin pedirme limosna, sin importunarme, sin proponerme ningún servicio. Igual que al paso de Keller, tampoco en mi caso se elevaron voces ni hubo llamadas, silbidos o manos colocadas sobre mi hombro dispuestas a arrastrarme a algún tugurio.

Los transeúntes apenas parecían fijarse en nosotros, y se apartaban cuando podían sin manifestar irritación ni hostilidad. Durante un instante, en una calle que se estrechaba en embudo, creí que había perdido a mi objetivo, desaparecido súbitamente detrás de un montón de balas de paja sobre las que dormían unas gallinas; pero lo recuperé sin dificultad unas yardas más lejos, caminando en la misma dirección sin forzar el paso. Así llegamos a las inmediaciones del río Hoogly, que atraviesa la ciudad de norte a sur. Digo río aunque éste sea un término inadecuado, ya que se trata, en realidad, de uno de los numerosos brazos del Ganges, que se separa formando un delta antes de perderse en el océano.

Densas humaredas ascendían de las orillas. Al principio no comprendí de qué se trataba, y lo atribuí a que tal vez estaban quemando basura, porque el olor que llegaba hasta mí era fuerte y desagradable, a la vez picante y dulzón, y cuya intensidad iba en aumento. Levanté los ojos al cielo. Su color estaba velado por las columnas grises que subían de la orilla. El sol ya no era tan resplandeciente, sino que parecía un disco mate en la bóveda ensombrecida. Di unos pasos sin poder distinguir aún qué era lo que estaban quemando. Keller no estaba lejos. Acababa de verla bajar a la orilla por una pequeña escalera de piedra. Me acerqué a una especie de parapeto y me apoyé un instante, con las palmas posadas sobre algo que parecía una ceniza viscosa que recubría la piedra, y permanecí unos segundos sin moverme, sin respirar, sin querer comprender lo que mis ojos me mostraban ahí mismo, a sólo unas yardas, tan próximo que hubiera podido casi tocarlo con una leve inclinación y tender la mano…

No sé cuántas había exactamente. Me pareció que corrían a lo largo de todo el río y que también la otra orilla estaba llena de ellas. Trescientas, cuatrocientas, quinientas tal vez, podían divisarse desde donde me encontraba. Quinientas piras funerarias en actividad, algunas recién encendidas, crujiendo, gruñendo con su fuego infernal bajo los cuerpos tendidos, y otras casi apagadas, derrumbadas sobre sí mismas, desmoronadas, aplanadas sobre el suelo, de las que apenas quedaban unas brasas sonrosadas, llamitas que el primer soplo de viento llegado de las aguas hacía vacilar… Y por encima de todo un silencio abrumador, terrible, un silencio a la vez de duelo y de indiferencia, un silencio de dolor, miseria y resignación que me oprimió el corazón y me trastornó, deteniendo por un instante el flujo de mis pensamientos, anulando en mí toda capacidad de acción o de razonamiento.

Era la primera vez en mi vida que me veía confrontado a una visión como aquélla. La primera vez en mi vida que la muerte se desvelaba ante mí de una forma tan cruda, tan intensa, tan imponente y masiva. En toda mi existencia sólo había visto un cadáver, el de mi madre, cuando, con diecisiete años, la había perdido. Y además la habían preparado antes de autorizarme a verla, y apenas había podido observar en su rostro una contracción en las aletas de la nariz, un estiramiento de las sienes, un ligero hundimiento de las mejillas, rasgos informándome de que era un cadáver y ya no una mujer viva. Pero ahí, en esta orilla mortuoria, todo era diferente. Aquí no había puesta en escena, ninguno de esos juegos de sombras y polvos que convierten nuestras cámaras ardientes en teatros donde se maquilla a los muertos para ahorrar a los vivos espantos excesivos. Aquí, en esta playa al otro extremo del mundo, la muerte ya no tenía vergüenza de sí misma y dejaba su obra bien a la vista. Los cuerpos humanos que se calcinaban en ella no sólo destilaban unos hedores espantosos, sino que crujían también de un modo horripilante bajo el calor y exudaban líquidos horribles sometidos a una temperatura de horno que hacía estallar los tejidos, los disolvía, los licuaba convirtiéndolos en una jalea pardusca antes de transformarlos en gas, en vapores, en nubes de ceniza que ennegrecían el cielo y caían por todas partes en forma de copos grises, aceitosos, quebradizos y fétidos.

Keller caminaba entre las hogueras como una pequeña mancha blanca, una silueta menuda y rubia que deambulaba entre las piras mortuorias con aparente indiferencia, con un desapego, una calma, que me dejaron estupefacto. Por todas partes a su alrededor había restos de cuerpos calcinados que esperaban ser devueltos al río, residuos dispersos de incineraciones recientes o más antiguas que se amontonaban en capas, superponiendo estratos de huesos ennegrecidos a líneas de cartílagos vitrificados. A menudo en este magma aún se adivinaba la forma de un cuerpo, el contorno de un rostro incluso; porque a veces las hogueras se habían preparado mal y los troncos, demasiado apretados, impedían el paso del aire, o la familia del difunto, demasiado pobre para procurarse madera de buena calidad, había tenido que contentarse con colocar al desaparecido sobre un armazón de bambús recubierto de hojas de palma. Este combustible quemaba rápido y mal, las llamas apenas tenían tiempo de resquebrajar las pieles, de secar los tejidos superficiales, de cubrir las carnes de ampollas. Estos cadáveres, cadáveres de pobres, no eran devueltos al río enseguida, sino que se abandonaban allí para que los vientos y los gusanos acabaran lo que las hogueras no habían conseguido llevar a término. Eran ellos los que conferían al lugar su carácter de pesadilla, de carnero a cielo abierto. Y era a ellos, sobre todo, a los que Keller había venido a fotografiar. Desde el lugar donde me encontraba, en lo alto del muelle, podía verla, a unas treinta yardas de mí, caminando hacia un horrible amasijo de troncos mutilados, retorcidos, cocidos, como carne expuesta en el mercado, sobrevolados por una nube de pájaros de río que se abatían sobre este montón de carnaza como abejas sobre una monstruosa flor de carroña.

Keller sacó su aparato fotográfico y empezó su trabajo. La joven se tomó su tiempo. Podía verla inclinándose, torciéndose, agachándose en busca del mejor ángulo, para encontrar el eje más hermoso para su toma, la visión más sorprendente. A veces se acercaba a las hogueras hasta penetrar en la onda de calor, o empujaba un montoncito de cenizas con la punta de su bota para dejar a la vista los restos de unos despojos humanos medio hundidos en el suelo, y más tarde permanecía varios minutos inmóvil, esperando que un ave carroñera fuera a posarse cerca de ella, sin preocuparse por las partículas de ceniza negra que manchaban sus cabellos rubios… Yo no sabía qué hacer. ¿Debía partir y dejar a esta muchacha ocupada en sus fascinaciones mórbidas, o debía seguir vigilándola de lejos e imponerme así estas visiones espantosas que a duras penas podía soportar? Sobreponiéndome a mi repugnancia, decidí cumplir con mi deber y permanecer en esta orilla el tiempo que hiciera falta. Keller avanzaba con lentitud, a contracorriente, pulsando con regularidad el disparador, cambiando hasta tres veces de carrete.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Ogros Del Ganges»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Ogros Del Ganges» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los Ogros Del Ganges»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Ogros Del Ganges» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x