Mercedes Guerrero - La Última Carta

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Sola y sin dinero tras el doloroso fracaso de su matrimonio, Ann Marie decide aceptar una propuesta de matrimonio por conveniencia. Jake, propietario de una plantación de tabaco en la pequeña isla de Mehae, no consigue superar la muerte de su mujer y ha decidido buscar una nueva mujer por un método algo anticuado.
Quizás por eso, el día en que ha de recoger a Anne Marie en el puerto de Mehae, cambia de opinión y envía un emisario con dinero por las molestias y para el pasaje de vuelta.
Ann Marie no sólo sigue sola, sino que se encuentra en un lugar extraño pero, como suele decirse, la vida siempre sale al encuentro y muy pronto va a encontrar no sólo esa vida propia que tanto anhela, sino un amor verdadero que irá creciendo entre playas de arena blanca, atormentadas palmeras y una horrible serie de asesinatos en cuya resolución se verá inmersa.

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Ann sintió un escalofrío.

– Él sólo me ha contado que no fueron felices porque su esposa fue desleal y odiaba vivir en la isla, pero nada más.

– Bueno, se comenta que tenía un amante…

– ¿Un amante? -exclamó alarmada-. Yo creía que se refería a otro tipo de traición. ¿Qué pasó?

– Es mejor no escuchar las habladurías, se dicen tantas cosas… Pero yo no me creo ni la mitad. -Se encogió de hombros y trató de cambiar de conversación-. ¿Has visto qué bonita está nuestra pequeña Marie?

– Antoinette, por favor… -Ann la miró suplicante- háblame de ese amante.

– No sé nada más. Lo siento, no he debido decirte nada. Lo más probable es que no sea verdad. Olvídalo, Ann, disfruta de tu felicidad.

Capítulo 33

Ann pasó una agradable jornada en compañía de sus amigos, pero estaba empezando a oscurecer y decidió regresar. Subía la colina hacia la mansión cuando un coche la abordó de frente. Ambos vehículos se detuvieron y Ann divisó una silueta familiar que descendía del otro coche. ¡Era Jake! Ella también bajó y corrió hacia él. Se le echó al cuello y empezó a besarlo, pero él estaba rígido y no respondía a sus caricias. Ann se apartó despacio, sin comprender su reacción.

– Iba a buscarte. ¿Dónde has estado? -El tono de él era frío.

– En la misión. He decidido visitar a los religiosos y a las niñas. No esperaba que regresaras tan pronto.

– ¿Sabes que has corrido un gran peligro? Hay un criminal suelto en la isla y tú te dedicas a pasearte por esos solitarios caminos. Te pedí que no salieras de casa mientras yo estuviera fuera.

– Ellas me acompañaban -contestó, señalando el coche y a las sirvientas-. Los religiosos son mis únicos amigos. Me sentía muy sola.

– ¿Por qué no viniste conmigo entonces?

– Porque quería terminar mi novela. He trabajado muchas horas en estos últimos días y necesitaba descansar y hablar con alguien.

– Y por ese capricho te expones innecesariamente, dando oportunidades al asesino para que te ataque de nuevo. -Negó con la cabeza con desaprobación.

– Pero estoy aquí sana y salva, nadie me ha hecho nada. -Trató de tranquilizarlo poniéndole las manos en los antebrazos.

– Esta vez, sólo esta vez; pero no sabemos cuándo puede ser la próxima. Te creía más sensata. -Parecía decepcionado-. Vamos, regresemos a casa. -Le dio la espalda y se dirigió a la camioneta.

Ann fue a la suya y arrancó. Jake esperó a que pasara y luego la escoltó por el camino de acceso.

Su furia era evidente. Ella nunca lo había visto así. ¿Estaba molesto porque no lo había acompañado al continente o era su visita a la misión el motivo de su fría bienvenida? Estaba confusa, y los comentarios de Antoinette no la ayudaban a recuperar la calma. Las dudas la torturaban y le impedían ver a Jake de la misma manera que antes de su partida.

Al llegar a la casa, Ann aparcó la camioneta y, sin esperar al coche de Jake, que circulaba tras ella, se dirigió a su dormitorio y se sentó en un sofá de mimbre de la terraza. No paraba de darle vueltas a aquel rumor, aunque se negaba a aceptarlo. Concluyó que apenas conocía al hombre con el que se había casado. Sabía que la amaba -se lo había demostrado en aquellas semanas de vida en común-, pero las dudas sobre el supuesto maltrato a su anterior esposa hacían mella en su confianza. Cayó entonces en la cuenta de que en las varias ocasiones en que ella había mostrado deseos de visitar la misión, Jake la persuadía de no hacerlo, alegando el peligro existente.

Quería tenerla en casa, sólo para él; hasta entonces no se había percatado de ello porque, absorta como estaba con su novela, no había manifestado apenas intenciones de salir. No llegaba a discernir si el enfado se debía a esa celosa pretensión o a la inquietud por su seguridad, y pensó que la hostilidad con que la había recibido podría ser el inicio de una maniobra para limitar sus visitas a la zona sur y mantenerla aislada en casa. No obstante, Ann se negaba a aceptar que sus visitas a la misión significaran deslealtad, pues no afectaban en absoluto a sus sentimientos por él.

Oyó ruido a su espalda y el sonido de unos pasos acercándose. El pulso se le aceleró. Lo sintió cerca, pero no movió un solo músculo. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Jake se sentó a su lado en el sofá. Durante unos minutos eternos permanecieron callados, mirando al frente.

– Siento haberme enfadado. Volver para estar contigo era mi única obsesión. Me he preocupado al no encontrarte en casa; creía que te había ocurrido algo malo. No debiste ir…

– Jake, no pienso renunciar a esas visitas. Yo necesito sentirme libre, salir y hablar con mis amigos, no puedo estar encerrada en esta casa eternamente. Quizá no soy la esposa que esperabas.

– No digas eso, por favor. Yo te quiero tal como eres, dulce y cabezota a la vez. Pero siento pánico al pensar que alguien puede lastimarte de nuevo. -Se volvió y la miró a los ojos; luego le acercó una mano a la cara y la acarició.

– Jake, entiendo tu preocupación, pero yo necesito mi propio espacio.

– De acuerdo. Pero mientras el asesino ande suelto, prométeme que no volverás a salir sola cuando yo esté fuera; incluso cuando esté en la isla. Ni siquiera al pueblo, ni siquiera a la playa. Hazme caso, por favor. Yo te acompañaré a donde tú me pidas -suplicó con ternura.

– ¿Incluso a la misión? -Levantó una ceja con escepticismo.

– Incluso a la misión -afirmó él sereno.

Se acercó lentamente y la besó. Y de repente todas las dudas de Ann se disiparon. Era el mismo de antes, y lo amaba con todo su ser. Jake tiró de ella para abrazarla, y después la cogió en brazos dirigiéndose al lecho.

– Ann, te necesito. No podría soportar quererte de esta forma y perderte… No puedo permitir que te pase nada malo.

Ella cerró los ojos mientras él le hacía el amor. Sus labios la recorrieron despacio, y su cuerpo fuerte y vigoroso cubrió el suyo como un manto de seda. Jake era así, pensó Ann, rudo y espontáneo a la vez; irascible y complaciente; arrogante y afectuoso; un cúmulo de contradicciones que le hacían censurarlo y adorarlo al mismo tiempo. Aquella noche fue muy intensa para los dos y se entregaron un amor sincero e impetuoso; necesitaban resarcirse del sentimiento de culpa que ambos habían sentido, fortaleciendo aún más el vínculo que existía entre ellos.

– ¿Compraste los terrenos? -Estaban en la cama. Ella con la cabeza apoyada sobre su pecho y él acariciando su espalda desnuda.

– No. No hubo acuerdo.

– ¿No teníais ya pactada la venta desde aquí?

– Sí. Pero Lord Brown ha cambiado de opinión y ha subido el precio. Dice que hay otro comprador interesado.

– ¿Y vas a pujar?

– No.

– Entonces, ¿vas a renunciar?

– Yo no he dicho eso. Hay otras maneras de forzar la venta.

– ¿En qué estás pensando?

– Olvídalo. Todo se arreglará. Y tú, ¿has terminado la novela?

– Sí, pero ahora depende de ti.

– ¿De mí? -preguntó sorprendido.

– He escrito dos finales. Uno es muy convencional; el otro es más atrevido. Yo prefiero el último, pero quiero que tú decidas cuál sería el más adecuado.

– Estás cargando sobre mí una gran responsabilidad.

– Confío en tu criterio.

Se quedaron en silencio, relajados.

– John, ¿cómo era tu esposa?

Él movió la cabeza, pero no respondió en seguida.

– Me has llamado John. ¿Quién es ese John? -Su voz sonó distinta.

– Lo siento, no sé cómo me ha venido su nombre a la mente…

– ¿Quién es ese John? -repitió, interrumpiéndola.

– Mi ex marido.

– ¿Pensabas en él?

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