– ¿Qué te ocurre?
– Tengo un presentimiento: hay alguien detrás de esas rocas. ¡Vayámonos de aquí! -exclamó, tirando de él hacia la casa.
– Aquí no hay nadie, Ann -repuso Jake tratando de retenerla.
De repente, ella recordó un color: el amarillo, y un cuerpo sin vida sobre la arena, y una pulsera de coral azul, una sombra a su espalda y unas señales trazadas en la orilla. Se llevó las manos a las sienes y se quedó con la mirada perdida.
– La chica… La chica de la playa… Estaba muerta entre las rocas…
– ¿Qué estás diciendo? -exclamó él, sacudiéndola por los hombros para hacerla reaccionar.
– ¡Tenemos que ir al sur! ¡Ella está en la playa! -gritó, volviéndose a toda velocidad en dirección a la casa.
– De acuerdo, pero antes serénate y cuéntame qué has recordado -dijo Jake mientras intentaba frenarla en su alocada carrera.
– ¡Ya sé lo que pasó aquella tarde! Estaba en la playa y a lo lejos vi un bulto; me acerqué y descubrí el cuerpo de una joven de color tendida sobre la arena. Después, alguien me atacó por la espalda y perdí el conocimiento. ¡Vamos a hablar con Joe Prinst! -exclamó, tirando de su mano hacia la escalera.
Fueron en seguida al pueblo y el jefe de policía los acompañó con varios agentes hasta la misión.
– Ann, cuéntanos desde el principio qué ocurrió aquel día -le pidió Jake junto a la cabaña.
– Al salir del dispensario, ante la puerta de entrada, encontré una marca en la arena, señalando una dirección. -Los llevó al lugar exacto donde estaba la primera flecha-. Seguí las marcas, como la vez anterior, cuando me dejaron el hatillo con las pruebas.
– ¿Señales? ¿Pruebas? ¿Hay algo que yo no sepa, Joe? -preguntó Jake, molesto.
– Alguien le envió a Marie unas pruebas que incriminaban a Jeff Cregan.
– ¿Cómo eran esas señales? ¿Puedes dibujar una?
– Son muy simples -contestó Ann Marie, cogiendo una rama e inclinándose para trazar una cruz en la arena con el extremo superior en forma de flecha.
– ¿Qué hizo usted? ¿Las siguió? -preguntó Joe Prinst.
Ann fue detallando sus pasos en el tramo de playa hasta el lugar donde halló el cadáver. Llegaron a la zona rocosa junto al límite de vegetación, pero allí no había rastro de ninguna mujer; el agua y el viento se habían encargado de borrar todas las huellas.
– Estaba aquí. Llevaba un vestido de flores amarillas; era una chica joven y estaba muerta, aún recuerdo la frialdad de su piel cuando le cogí la mano…
– ¿Y qué pasó después?
– Alguien me agarró por detrás y me tapó la nariz y la boca. Sentí que no podía respirar… Y no recuerdo nada más.
Jake se dirigió a la orilla de la playa y señaló con el dedo índice mar adentro.
– La isla Elizabeth está justo enfrente. Allí apareciste, Ann.
– Quizá su agresor la dejó inconsciente y la arrojó al mar… -sugirió Prinst.
Ann Marie se estremeció al oír esa teoría.
Los agentes regresaron de la inspección e informaron a su superior.
– Mis hombres han visitado la reserva y me informan de que allí no tienen noticia de la desaparición de ninguna mujer.
– No estoy loca, sé lo que vi ese día. Era una chica joven…
– Ann, nadie está dudando de tu palabra. -Jake le pasó un brazo por los hombros para tranquilizarla.
– Es posible que el agresor se haya deshecho del cadáver. Y si lo arrojó al mar, como a usted, puede que nunca aparezca -concluyó Joe Prinst.
El regreso al hogar se le hizo eterno. La inseguridad y el miedo llenaban de incertidumbre la mente de Ann Marie.
– ¿En qué piensas? Apenas has comido, Ann. -Estaban sentados a la mesa en el porche. Había anochecido y una brisa fresca y húmeda invadía el ambiente.
– Intento descifrar este misterio. Sé que todo está aquí -dijo, señalándose la frente-, pero no consigo hacerlo salir. He pasado casi un día en blanco y necesito saber qué me pasó.
– No debes obsesionarte. Deja que Joe haga su trabajo; estoy seguro de que pronto quedará todo resuelto.
– Es que… Jake… tengo dudas… No sé si ese misterioso hombre me… -No pudo continuar exponiendo sus temores y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
– El doctor te examinó y confirmó que no habías sufrido violencia… ningún tipo de violencia. Puedes estar tranquila -dijo él, acariciándole la mano sobre la mesa-. Tienes que superar esto.
– Lo siento, pero no consigo olvidar el rostro sin vida de aquella chica. He presenciado tanto dolor en este lugar… Hace poco, una adolescente murió entre mis brazos durante un parto y no pude ayudarla. Y también me ha tocado lavar los cuerpos de otras dos jóvenes a quienes habían violado y asesinado salvajemente. Y ahora esta última, tirada sobre la arena… ¡Eran niñas! ¡Niñas inocentes! -exclamó, llorando sin control.
– Vamos, cálmate. No volverá a ocurrir, te lo aseguro. No permitiré que se cometa otra salvajada en esta isla. Ven aquí -dijo, tirando de ella, sentándola sobre sus rodillas y acunándola mientras descargaba la tensión contenida. Le acariciaba el cabello y la espalda intentando calmarla-. Yo estaré muy cerca para protegerte.
Después se quedaron en silencio, unidos en un abrazo que significó un tibio acercamiento para ambos, y no sólo físico. Ann tuvo la sensación de que por primera vez era importante para alguien, y cuando desahogó su dolor descubrió que su carga se había aliviado. Presintió que todo iba a cambiar a partir de aquel momento.
Cuando llegaron a la puerta del dormitorio de Ann era medianoche. Él la tenía sujeta por la cintura y se detuvo, mirándola. Ann esperaba una señal para invitarlo a entrar, pero Jake la esperaba de ella.
– Buenas noches, procura descansar.
– Gracias… -Ann no se movió, lo seguía mirando, expectante.
Él se acercó despacio y la besó en los labios con ternura. Después se apartó y abrió la puerta del dormitorio.
– Hasta mañana -dijo, encaminándose hacia el suyo y dejándola sola.
Ann entró y cerró la puerta, y regresó a la soledad de su lecho. Le habría gustado pasar la noche con Jake, pero no se atrevió a invitarlo. Esperaba que después de aquella velada en la que se había producido un acercamiento entre ambos, él tomase la iniciativa, pero se equivocó; quizá no quisiera presionarla, y tratase de demostrarle que podía esperar el tiempo que fuese necesario. ¿Y si en realidad no la necesitaba porque tenía a Charlotte? No, sacudió la cabeza con energía para ahuyentar ese pensamiento. ¿Qué hombre habría insistido con tanta tozudez para convencerla de su amor? Se lo había dicho varias veces, y Ann lo escuchaba y no respondía lo que deseaba responderle: que ella también lo amaba. Porque tenía su orgullo, y por ese estúpido orgullo iba a dormir sola aquella noche.
Por la mañana, Ann Marie bajó la escalinata y encontró a Jake en la puerta del cobertizo, dando instrucciones al nuevo capataz y vigilando cómo los operarios cargaban en una de las camionetas algunos sacos y bidones de productos químicos con destino a los sembrados. Al advertir su presencia, se dirigió hacia ella con gesto tranquilo.
– ¿Cómo te encuentras esta mañana?
– Mejor, gracias. Necesito regresar a la misión, debo recoger las últimas cosas… si no tienes inconveniente.
– No vayas sola, por favor -le suplicó intranquilo.
– Me acompañan dos sirvientas.
Él se encogió de hombros.
– De acuerdo. Ve a donde quieras. Sólo te impongo una excepción: el puerto… -Esta vez esbozó una franca sonrisa-. No quiero que me dejes.
Ann no pudo resistirse a aquella mirada que parecía sincera y respondió sonriendo.
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