Ann Marie le acarició la mejilla y él le cogió la mano para besársela. Se levantó despacio y se marchó, dejándola sola sobre la arena.
La tregua había acabado, y Ann Marie comprendió que aquella farsa también debía terminar. La barrera que los separaba se había derrumbado. Ella deseaba vivir con Jake, amarlo y ser amada por él. Había deseado con todas sus fuerzas que la cogiera en brazos y la llevara al hogar que tenían que haber compartido desde el principio, y consideró que ya había suficientes mentiras y secretos respecto a su auténtica identidad. Pronto quedaría todo aclarado. Los sentimientos de Jake parecían sinceros y mostraba una inquebrantable voluntad de hacerla su esposa. ¿Qué más podía esperar? ¿No era así el personaje de su inacabada novela romántica? Se sentía deseada y atendida por un hombre enamorado, y por suerte, ella no era la protagonista enferma y moribunda, sino una mujer sana que tenía ante sí la posibilidad de vivir una apasionada historia de amor… Lo estaba deseando con todas sus fuerzas.
Aquella misma noche habló con la hermana Antoinette. Le dijo que Jake le había propuesto matrimonio y que pronto se marcharía a vivir con él.
– Pero eso es muy raro. Bueno, tal vez sea lo correcto… ¿O no? -murmuró, llevándose las manos a las mejillas, con los ojos muy abiertos-. ¿Por qué no le has aclarado de una vez que eres su esposa?
– Le he dicho que quizá me case con él, pero no me he atrevido a confesarle la verdad. Ahora soy su prometida.
– Ann, eso no está bien -dijo, la religiosa negando con la cabeza con desaprobación-. Estás jugando con fuego…
– Es que no puedo evitarlo. -Se encogió de hombros-. Cada vez que estoy a punto de decírselo, me parece que no es el momento adecuado y lo retraso una vez más.
– ¿Confías en él?
– Sí. Está enamorado de mí, hoy lo he sentido, y en cuanto regrese le explicaré todo este enredo.
– ¿Te ha hablado de su primera esposa?
– Pues no; bueno, sí. Me dijo que a ella no le gustaba vivir aquí y que no fueron felices.
– ¿Nada más?
– ¿Crees que debería averiguar algo más sobre su pasado?
– Intentaba sugerirte que ambos deberíais profundizar un poco más sobre el otro antes de iniciar una vida en común. Todavía estás a tiempo -sentenció Antoinette, con la sutileza que sólo los años y la experiencia otorgan-. Reúnete con él en cuanto regrese y pídele un margen de tiempo para conoceros mejor. Háblale de tu anterior marido y que él te cuente su experiencia de su primer matrimonio. Eso es todo.
Aquella noche, Ann apenas pudo dormir. Trataba de imaginar su nueva vida en aquella gran mansión, junto a Jake. Su deseo de dejar la isla había desaparecido, y no porque él fuera a impedírselo. Era la fascinación que sentía por aquel hombre lo que la ataba a aquella tierra, rendida ya ante la evidencia de que lo amaba profundamente. No sabía desde cuándo, si había sido desde su primer encuentro en la playa o desde que la visitó en la misión para pedirle explicaciones sobre los diamantes, pero estaba segura de que la unía a él un firme sentimiento que sólo había experimentado una vez, al principio de su primer matrimonio. Con cierta angustia, intuía que Jake era un hombre difícil, aunque se repetía que a veces las apariencias engañan. John la enamoró con una gentil sonrisa, pero al poco tiempo perdió el encanto, convirtiéndose en un compañero desleal. Jake era totalmente opuesto: era franco y se le veía venir, a pesar de su áspero carácter. Sus extrañas maniobras en los últimos encuentros la tenían desconcertada: le pareció sincero cuando le habló de su amor en su casa, pero aquella última tarde le había hecho algunas insinuaciones que la pusieron en guardia. ¿Sabía quién era ella en realidad? Ahora, su principal inquietud era cómo decirle la verdad.
Aquella noche, Ann escribió en su diario:
La sombra de John ha revoloteado entre nosotros cuando he percibido en Jake una excesiva confianza en mi claudicación, pero debo admitir de una vez que estoy locamente enamorada. Hoy he estado a punto de confesarle la verdad, y quizá debería haberlo hecho, pero ya no habrá más aplazamientos; en cuanto regrese de su viaje, hablaré con él y comenzaremos desde cero, como el matrimonio que somos. Me duele separarme de los religiosos y de las niñas, pero debo seguir el camino que yo misma me marqué cuando salí de Londres. Además, no es un adiós definitivo, sino un cambio de residencia, pues no tengo intención de desentenderme de ellos. El primer acercamiento con Jake no ha ido nada mal, una experiencia difícil de olvidar, y estoy segura de que él comenzará a tramitar la anulación del matrimonio con mayor urgencia. Tengo que decirle que no es necesario. Al contrario: ¡no debe mover un solo papel!
Ann Marie pasó una larga e intranquila semana sin noticias de Jake, aunque en la misión advirtieron con satisfacción que, antes de su partida, había ordenado que repararan el camino que comunicaba el pueblo con la aldea y que enviaran camas nuevas e instrumental médico para el dispensario. Era su forma de decir que seguía confiando en el trabajo de los misioneros. Ann Marie siguió con la rutina de la escuela y el cuidado de los niños, ayudando a las religiosas y pensando, durante las insomnes madrugadas, en el futuro que le aguardaba junto a su marido. Estaba ilusionada como una adolescente y esperaba impaciente su regreso.
Aquella mañana, recibió la visita del doctor White que, después de examinarla, le dio el alta definitiva.
– Esto ya está prácticamente curado, hermana. A propósito, hoy organizo una cena en casa y me gustaría contar con su inestimable compañía.
– Por supuesto, doctor; no podría rechazar su invitación. Ha sido muy amable y paciente conmigo. Nos vemos luego.
Ann Marie decidió que, ante el inminente traslado a la mansión para vivir con Jake, debía llevar a cabo un cambio de la imagen de religiosa con la que hasta el momento era conocida en el pueblo, por la de la mujer que pronto iba a formar parte de aquella comunidad. Así pues, aquella tarde se maquilló a conciencia y se vistió con una falda color marfil combinada con un jersey de hilo sin mangas y cuello de pico azul turquesa, como sus ojos. El chal, del mismo tono de la falda y con hermosos bordados azules, era el complemento perfecto para ir «discreta pero elegante» como decía su madre. Se puso una cinta de color turquesa a modo de diadema y unos pendientes circulares de oro blanco con un pequeño diamante en el centro. Se miró en el espejo y se gustó.
Llegó a la casa del médico a la hora del hermoso atardecer. Una mujer de color, menuda y de largo cabello canoso recogido en la nuca, le abrió la puerta. Ann Marie la conocía: vivía en la aldea, y con su exiguo sueldo de criada en aquella mansión mantenía a varios hijos e incluso nietos, fruto de las relaciones ilegales de sus hijas adolescentes con hombres blancos. Era una de las «madres coraje» que la hacían reflexionar continuamente sobre la dignidad personal en el contexto de aquella sociedad degradada por absurdos prejuicios y sometida a la ley de los blancos. Ann Marie la saludó con una franca sonrisa, pero la mujer respondió con hostilidad, como si no aprobara su presencia en aquella fiesta. Después bajó la cabeza en señal de respeto y la acompañó hasta la parte posterior de la casa. Los invitados ya estaban en el jardín, que daba a la playa. Las palmeras y las flores tropicales creaban un ambiente agradable y la fragancia era deliciosa. El doctor White salió a su encuentro y juntos se dirigieron a la mesa de los invitados. Ann Marie fue presentada al pastor y a su esposa, al alcalde, a la mujer de éste y a lord Brown. El médico se sentó a su lado y sirvieron zumos de fruta y aperitivos.
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