Martin Amis - Perro callejero

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Xan Meo es un hombre de múltiples talentos: actor, músico, escritor, y también hijo de un célebre delincuente. Una noche, Xan se sienta a tomar una copa en la terraza de un pub y, al poco rato, dos hombres le parten la cabeza a cachiporrazos. Tras una difícil convalecencia será otro. Deberá acostumbrarse a su nuevo ser, como todos los que le rodean, porque Xan se convertirá en un antimarido, en un antipadre, movido por impulsos primarios y con una sexualidad muy perturbadora. Pero hay otros personajes que inciden en la vida de Xan. Clint Smoke, un periodista de un diario amarillista volcado en la pornografía y las noticias de escándalo, y también Henry England, el rey de Inglaterra y padre de la Princesita, a la que alguien ha fotografiado desnuda en su bañera. También está el misterioso Joseph Andrews, como una araña en el centro de una vasta red. Y en el núcleo de todo: Edipo, los padres como posibles corruptores devoradores de sus hijos, el difícil pasaje a la madurez.

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Apretó el botón marcado k8. Apuesto a que se lleva una sorpresa cuando me vea, pensó insensatamente. La puerta de la casa se abrió con una suave risa y un olor a verduras hervidas, y volvió a cerrarse.

9. 14 FEBRERO (4.37 P. M.): 101 HEAVY

Comandante John Macmanaman: Me parece que lo noto algo más aquí. No sé. Tal vez sea que el tren de aterrizaje esté haciendo un poco de timón, o quizá sea el aire…, que es más denso cuanto más abajo.

Mecánico de vuelo Hal Ward: Pues aprovéchalo, si lo tienes.

Macmanaman: ¿Cómo va por ahí, Nick?

Primer oficial Nick Chopko: Los instrumentos dicen que está bajando el morro.

Reynolds sabía por qué quería el comandante que ocupara un asiento de cara a la cola. Enseguida podías ver que tenías como protección a la espalda una gran sección de elementos de cabina fijos, en lugar del delgado cinturón de seguridad de que gozaba, por ejemplo, el pasajero del 2A. Por otra parte, le resultaba un tanto extraño ocupar aquel asiento. Cuando el avión encontraba alguna resistencia al atravesar las nubes, ella notaba como una especie de aceleración en su espina dorsal. Y, al contrario, cuando el morro se iba para abajo y comenzaban a descender, la maniobra la hacia sentir una especie de empuje hacia atrás.

Pero el aparato no tenía empuje motor alguno, ni hacia delante ni hacia atrás.

Las cuatrocientas personas tragaron saliva cuando el avión se inclinó bruscamente a la izquierda. De repente, con violencia. El movimiento le trajo el recuerdo del papel higiénico que había lanzado al retrete de acero una hora o más antes, absorbido hacia abajo por el vacío con la fuerza de un sonoro estornudo. Y con igual violencia.

La gente no se quejaba ya, ni siquiera con los más bruscos baches o bandazos. Salvo algunas parejas, ya ni tan sólo se tocaban, sino que tenían las cabezas inmóviles y miraban fijamente al frente. Habían dejado de pronunciar aquella interjección que casi todos ellos repetían: «¡Joder!» Los que viajaban solos ya no intentaban comunicarse con sus seres queridos por los teléfonos móviles pegados a sus cabezas para decirles adiós. Ahora se estaban diciendo adiós a sí mismos.

ÚLTIMO CAPÍTULO

1. AMOR CORTÉS

En la mañana del día de San Valentín, Brendan había desayunado temprano con la princesa y mantenido una breve conversación.

– ¿Qué es lo que deseáis, señora?

– Deseo formar parte de la umma .

– ¿De la umma, señora?

– Sí, de la comunidad de los creyentes del islam. Por eso rezan cinco veces al día. Shoruq, al alba; zhur, al mediodía; asr, a media tarde; maghreb, a la puesta del sol; e iska, por la noche. Para comprometerse de nuevo con el cuerpo del islam. Mediante el acto de la postración; primero las rodillas, y después las manos. La frente, la nariz, las dos manos, ambas rodillas y la parte inferior de los dedos deben tocar el suelo, y los dedos de las manos y pies han de apuntar hacia La Meca. La conformidad de estas actitudes es una expresión de la unicidad del islam. La umma .

– Si me disculpáis, señora…

– Vas a ir de excursión… A papá no le gustan las excursiones. Ni siquiera las caminatas.

A Brendan le pareció que su tono era más suave de lo habitual. Más cariñoso… o, como mínimo, menos señorial.

– Papá da paseos. No, mejor dicho: papá da vueltas .

– Sí, señora -dijo él tomando sus guantes-. Confío en poder llegar hasta Gelding’s Mere.

Brendan tomó hacia el norte al salir de la Greater House. En cierto modo estaba sorprendido por su propio sincero laicismo. Porque temía que su amor no pudiera sobrevivir a aquello: a una princesa piadosa de verdad. Podía imaginar su propia respuesta, cada vez más formal y distante. Podía verse a sí mismo desenamorándose. El amor no es ciego, pues, pensaba. O, por lo menos, el mío no lo es. ¿Y qué vendrá, cuando el amor se haya ido…? Trató de calmarse considerando el asunto desde una perspectiva práctica. No le importaba a qué fe pudiera convertirse la princesa; pero su tarea inmediata, por motivos políticos, sería encaminarla hacia… hacia el budismo, por ejemplo.

Las nubes formaban un manto espeso, gris y bajo, como un fieltro. Y él se sentía así, como protegido bajo aquel fieltro.

Hal 9…, Enrique IX… averiguó por fin qué era lo que quería la princesa. Estaban dando un paseo, agarrados del brazo, por la orilla del arroyo de las truchas (Enrique estaba íntimamente convencido del poder sanador del agua corriente). En cualquier caso, Victoria había mejorado mucho después del abyecto comportamiento que había tenido con El Zizhen.

– Si averiguara lo que tú quieres, y te lo diera, ¿de qué forma cambiaría esto las cosas?

– Bueno…, para empezar, dejaría todas estas ideas religiosas.

Parecía dispuesta a ello, pero no porque le resultara atrayente el posible resultado, sino porque su voz, francamente calculadora, era la que él conocía de siempre.

– Entonces…, voy a tener que averiguarlo.

– No lo conseguirás. Y, aunque lo averiguaras, conociéndote, sé que no lo consentirías.

– Oh…, si lo averiguo, ciertamente lo consentiré. Porque, entonces, tú tendrás que volver a mí.

En la pausa de antes del almuerzo, se sentaron los dos junto a una mesita de la biblioteca a jugar un par de partidas de vanishing whist .

– Hay otra cosa a la que tendrás que renunciar -dijo Enrique-: nada de cerdo para los desayunos… ¡Uf! Tres. No, cuatro. Por lo menos.

Y mostró las cartas de la corte, los reyes y las reinas.

– Ninguna por mi parte -dijo la princesa.

Enrique cerró de pronto su mano; se dejó caer de su asiento para ponerse de rodillas y se acercó a ella en esa postura, diciéndole:

– Sí, claro. Por supuesto, por supuesto, querida.

Cuando Brendan volvió, a las siete, oyó voces en el comedor. Llamó a la puerta y entró. Tuvo la impresión, entonces, de que eran extraordinariamente lentos en advertir su presencia: bueno…, estaban a punto de empezar una partida, u otra partida más, de Scrabble. En la mesa había entre los dos una botella vacía de champán, así como una coctelera sospechosamente próxima al vaso del rey, lleno hasta el borde.

– ¡Ah…! ¡La X! -estaba diciendo la princesa-. ¡Justo la que quería!

– Y a mí me ha salido una Y. ¡Vaya…! Ni siquiera me toca empezar. Te va a gustar esto, Bugger. Quiero decir, Brendan.

– ¡Oh, llámalo Bugger, por el amor de Dios!

– Bueno… Esto te va a encantar, Bugger.

– ¿Señor…?

– Ya te veo feliz… Prepárame el documento de abdicación, hazme el favor. Aunque…, ¡no! Prepara dos documentos de ésos: uno para ella y otro para mí. Sí, Bugger…, nos largamos. Tal vez te parezca una debilidad, pero es lo que hay. He enviado una nota al Centro de Prensa y otra al 10 de Downing Street. La decisión está tomada ya. Lo que la princesa desea es dejar de ser una princesa.

– No hace falta que lo hagas, papá… Es demasiado horrible para ti.

– No, no… Todo o nada. Todo por amor y que se vaya el mundo al cuerno. Mira… ¡Fíjate…! Se ha sonrojado… Bueno, no…, si te paras a pensarlo un minuto, ¿no dirías que ya iba siendo hora de que todos nos hiciéramos adultos? La gente tendrá que crecer… Yo lo he hecho ya. Y, si yo puedo convertirme en adulto, ellos podrán hacerlo también. Y Vicky puede hacerse adulta igualmente… Y se habrá acabado el aburrimiento, se habrá acabado la pesadilla… ¿Sabes qué es lo más insoportable de la monarquía, Bugger? Que es tan… Oye, querida…, ve a buscar a Amor y pídele otro cóctel de éstos… Lo más insoportable de todo es… -Interrumpió la frase y guardó silencio hasta que su hija estuvo ya tal vez a un kilómetro de distancia, y añadió luego en un apagado susurro-: es que se trata de…

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