Martin Amis - Agua Pesada

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Las historias de Agua pesada son mundos en miniatura que contienen, en dosis altamente concentradas, la acidez, el cinismo y el profundo cuestionamiento de las bases de nuestra sociedad que caracterizan las grandes novelas de Martin Amis. Así, en uno de los cuentos, la sociedad es mayoritariamente gay, y los heterosexuales son una minoría perseguida, en otro, un sarcástico robot marciano nos trae extrañas noticias sobre la vida en el sistema solar, y en el relato ‘Agua pesada’, Amis retrata sin piedad el malestar y la fatiga de la cultura de la clase trabajadora.

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Pero con un entrechocar de la vajilla y un aleteo de la chaqueta que se puso, John se retiró.

– Casi digo, “¡Madre mía!” -Había hablado Cleve.

– Perdón, es muy… activo. -Ahora había hablado Cressida.

Se miraron. Eran parecidos, reaccionaban con unanimidad.

– A veces uno se pone así. Perdónenos -agregó. Estaba juntando sus cosas: el bolso, el libro, la revista. -Mire el artículo en la revista y comprenderá. Lo siento, pero uno se pone así.

Una vez que se quedó solo Cleve se demoró con su Sumatra Lingtong, tratando de leer -o al menos hojear- The Real Thing and Other Tales, de Henry James. Durante la hora libre se invitaba a los presentes a hojear libros. De todos modos hojear ya era demasiado para Cleve en ese momento. Uno trata de ser razonable con esta gente y contemporizar. ¿Y qué se gana? A Cleve no le gustaban los momentos desagradables de ninguna clase; le disgustaba la agresión, le disgustaba que un pequeño hétero engreído le gritara en el bar de una librería. En ciertos sentidos (suponía), sí, en ciertos sentidos era un tipo bastante formal. A lo mejor lo había heredado de sus padres. Quienes quiera que hubiesen sido…

Mientras regresaba a Literatura se detuvo en los estantes de Intereses Especiales y sin quererlo se puso a mirar las secciones dedicadas a Crecimiento Personal y Astrología y… Estudios Heterosexuales. Desde las tapas de los libros de tapa blanda las parejas hombre-mujer lo miraban con desaliñada resignación. También había ficción hétero: descuidada, suciamente realista como el fregadero de la cocina. La única novela hétero que lo tocaba en algo a Cleve era Los criadores. Escrita por un hombre hétero, Los criadores, recordaba Cleve, había desatado considerables controversias, importantes incluso dentro de la comunidad hétero misma. Se argumentaba que el autor había tratado muy despiadadamente los aspectos negativos de la vida heterosexual. Cleve se puso Los criadores bajo un brazo y luego volvió a Literatura, donde encontró otro Henry James, uno que estaba más seguro de no haber leído nunca: Embarrassments. Y de pronto se le ocurrió: por Dios, ¿James habría sido hétero?

Salió a la Greenwich Avenue, un par de manzanas al norte del barrio hétero en la zona de Christopher Street.

Poco después Cleve y Orv hicieron un viaje a Medio Oriente. Fueron a Bagdad y a Teherán y después a Beirut, donde podían desconectarse completamente y pensar en broncearse al sol. Junto a la piscina, en la playa y durante los picnics en las colinas, Cleve leía Embarrassments. También leyó Los criadores. El mundo heterosexual, como lo retrataban en el libro, parecía chocante y caprichoso… pero sobre todo increíblemente desarrollado.

Cleve se enteró de que había dos millones y medio de héteros sólo en el área de Nueva York: un millón en Manhattan y alrededor de doscientos mil en Queens, Brooklyn, el Bronx, Long Island y el Triángulo de Danbury, respectivamente. Algunos pensaban que Nueva York era el reino de los judíos, pero ahora había allí más heterosexuales que judíos.

Fueron hacia el sur y visitaron Israel. Hicieron turismo y compras en Jerusalén y en Belén, y en el fin de semana final se congelaron en la franja de Gaza. Enfilaron hacia el norte, a Tel Aviv, y dieron el salto de regreso a Kennedy.

– Escucha. ¡Ah! ¡qué bueno! -dijo Cleve, en el avión, mirando el Time.

Orv alzó los ojos de USA Today. Miró con interés lo que señalaba Cleve, porque Cleve había estado mudo de preocupación los últimos tres días a causa de un malestar digestivo. Ahora ya se sentía bien. Pero había tragado agua del Mar Muerto y esperaba lo peor.

– Esta nota sobre el gene heterosexual -dijo Cleve-. ¿Hicieron un experimento con moscas de la fruta? Qué gracioso que se llamen moscas de la fruta. Bien, las moscas de la fruta son superheterosexuales. Procrean como locas… una nueva generación cada dos semanas. En este experimento neutralizaron el gene heterosexual. ¿Y sabes lo que pasó? Generalmente, dentro del frasco del cultivo, las moscas de la fruta varón y mujer se dedicaban a reproducirse. Después de neutralizarles el gene todos los muchachos se juntaron, hicieron fila como para bailar la conga.

– ¿Bailaron la conga?

– Sí. Manoseándose entre ellos.

– ¿Una fila para la conga?

– Sí, como en Island Night en el Boom-Boom Room.

– Ah, una fila de conga. Mira esto -dijo Orv-. Este que se parece a ti, Burton Else. Deben haberle inoculado el gene hétero. Aquí dice que es hétero.

– Sí, ya sabía. ¿Burton?

– Burton. Él lo niega. Le va a hacer juicio a la revista hétero que lo declaró. “Tampoco me adhiero al modo de vida alternativo”, dice. Pero ya contrataron a un montón de chicas para que digan que anduvieron con él. Burton Else hétero. Dios mío, ¿ya no hay nada sagrado? Por Dios, ¿adónde quieren ir declarándose “derechos”? ¡Toman una noble palabra de nuestra lengua y la pisotean!

– Es una palabra que se usa mucho, la oigo todo el tiempo. Derecho y estrecho.

– Usó una navaja derecha.

– Ganó con un juego derecho.

– Fue una pelea derecha.

– Se exaltarán todos los valles, y perderán altura todas las montañas y las colinas, y lo que estaba torcido se pondrá derecho.

– ¿Qué carajo es eso?

– La Biblia. Creo que es el Canto de Salomón.

– Salomón no era derecho, ¿verdad? ¡Señor!, Señor, por favor… ¿Me daría una manta? ¿Se dio cuenta? -le dijo Orv a otro que también parecía un policía, sentado del otro lado del pasillo-. ¿Por qué no me atiende?

– Se siente molesto. Es derecho -respondió Cleve-. Los camareros de avión son todos derechos…

– Dios mío -dijo Orv-, ¡estoy rodeado!

Consiguieron sus mantas. Cleve trató de dormir. No podía sacarse a Burton Else de la cabeza. Se sentía herido, le daba lástima de sí mismo pensando en Burton Else. Porque el tipo parecía tan normal. Mientras se estiraba y se retorcía en su asiento, y oía los ruidos de los motores del avión, la mente de Cleve se transformó en un collage, una exposición de fotos dedicadas al actor de cine denigrado. Ah, esas imágenes turbulentas: Burton riéndose, Burton quitándole el polvo al retrato enmarcado de Gloria Swanson que tenía sobre la mesa de luz, Burton con gorro de cocinero, Burton ordenando los libros de viajes por orden alfabético…

Volvió a toparse con Cressida. En el mismo lugar, a la misma hora, y él tenía el mismo libro: The Real Thing and Other Tales. Hacía más de una semana que había vuelto. Su bronceado era como una capa de pomada rojiza para los zapatos. Parecía que en el gimnasio le habían inflado su espléndido tórax con aire comprimido. Con la última humedad de septiembre llevaba pantalones de gimnasia con una remera amarilla sin mangas y Adidas simples. Cleve había roto con Orv. Al principio se sintió muy triste, pero luego se enamoró de un joven que hacía bijouterie, llamado Grove. Grove, este individuo viril, creativo, conflictuado, valioso, se había ido a vivir con él el viernes anterior. Llegó con una camioneta y esparció sus pertenencias por todas partes.

Con Cressida, Cleve tuvo una conversación muy amable, sobre Dickens. Sin tensiones, sin asperezas, sin John: sólo Dickens. Bebió el Kenya Peaberry; ella tomó un espresso. Salieron juntos de la Hora Libre, se detuvieron un momento en Poesía y Drama, y se despidieron en la calle, después de recorrer cincuenta metros juntos hacia el oeste, hacia la Séptima Avenida. De manera que estaban al borde del barrio hétero: Christopher Street, donde vivía Cressida, con John. Llegaba un calor carnavalesco de la esquina llena de gente, el zumbido de la música callejera, de la fiesta comunal, y Cleve advirtió el final de una especie de desfile o manifestación en la avenida, que avanzaba con poca cohesión. Supuso que sería un gran día en el calendario “derecho”. Desfiles, belicosidad, orgullo. ¿O sería siempre así? No dijo nada. Nunca mencionaban la política sexual, como por mutuo acuerdo… Luego Cressida dijo algo más sobre Bleak House, y Cleve dijo algo más sobre Hard Times. Le dijo “hasta pronto”, y ella se fue, se sumergió en el barrio. Cleve echo a andar en dirección contraria por Greenwich, hacia el gimnasio. En English Street empezó a sentirse más cómodo, más él mismo. A menudo iba a la Calle Ocho a comprar ropa, prendas divertidas en Military Issue, Cowboy Stuff, The Leatherman, Blue Collar. Con más frecuencia, por supuesto, iba a las grandes tiendas o a las boutiques de la zona residencial como Marquis of Suede en Madison o See You Latex, Alligator en la Quinta… Cuando ella se sonreía, cuando Cressida se sonreía, Cleve siempre quedaba fascinado por sus dientes, que no eran tan bonitos como netamente funcionales, con encías sanas, bien integrados con el resto de su cuerpo. Su encía le recordaba a la de Grainge (¡Ah, Grainge!) ¿Cómo era posible que una chica le recordara a uno a un muchacho? Ni siquiera los mellizos de ambos sexos se parecían entre sí. Sólo tenían un aire de familia. Mientras iba hacia el gimnasio, con sus musculosas piernas, Cleve pensaba en mellizos (en los mellizos temidos por todas las culturas primitivas), conservados en un frasco con formol.

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