Y su sentencia:
23/10/81: Delito grave, Homicidio involuntario
La larga sombra de la muerte de Senior se traducía en un silencio de seis años en la ficha hasta que en 1987 se reanudaban los arrestos de Mingus. Para entonces la revolución del crack había llegado a la calle:
23/11/87: Posesión de sustancia ilegal (estimulante)
Información que algún mecanógrafo aburrido aficionado a las siglas resumía a continuación:
3/10/88: PSI (estimulante), Delito menor
12/2/89: PSI (estim.), Delito m.
3/6/89: PSI (estim.), Delito m.
El reforzado código penal interrumpía la secuencia:
8/8/89: Posesión de instrumentos para graffiti
Y después:
5/4/90: Robo
Una y otra vez durante esos años abrumados de juicios, Mingus había sido retenido más allá de lo que dictaba su sentencia a la espera de juicio y por tanto lo habían liberado, con la condena ya cumplida. En los años transcurridos entre Elmira y la actualidad nunca había salido de la ciudad, nunca se había exiliado al norte. En otro lugar, los cargos se habrían desestimado. Quizá sus habilidades verbales superiores a la media -lo que yo llamaba su famosa capacidad de persuasión- le habían mantenido a flote. En cualquier caso, no se podía decir que no le hubieran avisado:
5/8/92: PSI (estim.), Delito m.
30/1/94: PSI (estim.), Delito m., Posesión de parafernalia
De nuevo, cierto carácter de accidente ferroviario o salto desde un acantilado resultaba imprescindible para ver adónde conducía la larga serie de delitos menores:
11/8/94: Felonía, Posesión de estimulante con intento de venta, Posesión de arma de fuego
Y la gracia final:
Condena por Felonía, de cuatro a perpetua
Con lo cual terminaba la página amarilla de Mingus. Era como si el estado se hubiera dedicado a mordisquearlo, a probarlo, antes de propinarle la mordedura mortal.
El resto de las páginas eran documentos generados por su encarcelación actual: su clasificación inicial que lo condenaba a instituciones de alta seguridad basándose en la condena previa por homicidio (primero en Auburn y luego, después de la petición de traslado de Mingus, en Watertown). Más adelante comprendí que Mingus había nadado contracorriente: los presos de la ciudad solían presionar para ir hacia el sur, intentando acortar la distancia que los separaba de sus visitantes.
También aquí había copias de las denuncias de infracciones cometidas por Mingus según los funcionarios de las galerías, las pequeñas quejas de Mingus. Descifré la letra de algunas antes de acabar atontado:
Interno se niega a salir de la celda para inspección
Material de contrabando, rotulador
Interno cocina sopa con calentador
Camiseta pintada
Exceso prensa
Interno se sube a la litera y asegura que es Superman
Material de contrabando, pipa
De modo que ahí estaba: la insuficiente nota de presentación de la existencia de Mingus Rude. Memoricé su número de bloque y galería y devolví el archivo a su cajón. Entonces, antes de reanudar mi espeluznante excursión por la prisión, me senté en la mesa tentado por el teléfono. Quizá fuera el tufillo dejado por el encuentro con Sweeney, quizá otra maniobra dilatoria, pero echaba de menos a Abby.
Aunque me había acostumbrado tanto a que el teléfono sonara y acabara saltando el contestador que me llevé un susto cuando Abby descolgó.
– ¿Abby? -contesté a su «¿Diga?».
– Sí.
– Estás en casa.
– Bueno, estoy en tu piso -dijo, precavida.
– ¿Es una distinción importante?
– Me limito a hacerte notar que tú no estás. -Dejó que calara la puntualización, y luego preguntó-: ¿Todavía de vacaciones en Disneyworld?
– Disneylandia. Pero no. Es decir, no estoy allí.
Esperó. Poco a poco caí en la cuenta de que todo el tiempo que yo había pasado llamando a casa en busca de Abby, ella podría haberlo pasado haciendo lo mismo con idéntico resultado.
– No estoy en Anaheim -dije-. He vuelto a Brooklyn.
– ¿Tu padre está enfermo?
Al principio me desconcertó. Me llevó un momento comprender que era la explicación más generosa que Abby había encontrado para mi ausencia. Me había ahorrado las peores.
– No… No.
– Entonces estás en alguna patética búsqueda interior a lo Iron John , ¿no? ¿Estás tocando tambores en el bosque?
– No exactamente.
– ¿Buscando al tipo del peine africano?
– Más o menos.
– ¿Por qué susurras?
– Ahora no puedo hablar -dije-. En realidad no esperaba que cogieras el teléfono.
Quería añadir que la había llamado muchas veces, pero era demasiado tarde. No le quitaba ojo a la luz que atravesaba la puerta de cristal traslúcido por si pasaba algún vigilante por el pasillo. Cualquiera que acudiera alertado por mis murmullos vería el cable del teléfono colgando entre la base apoyada en la mesa y un auricular invisible porque lo tenía pegado a la oreja.
– ¿Me estás diciendo que no quieres hablar conmigo, Dylan?
– Lo siento.
La oí meditar mi silencio.
– Estás en un mal lugar, ¿verdad? -Su tono era una pizca más amable-. Nuestra charla te dejó hecho polvo.
– Estoy en un mal lugar. -Me mostré de acuerdo con la parte evidente de su comentario.
– Te creo.
– Gracias -dije en voz baja.
– Supongo que volverás a llamar cuando puedas hablar con normalidad.
– Sí.
– Vale. Supongo que puedo esperar.
– Gracias -repetí.
– Me voy a quedar aquí. Llama cuando quieras. -Me estaba mimando, facilitándonos que colgáramos el teléfono.
– Abby…
– ¿Sí?
Quería decir algo antes de colgar, quería tener algo que decir. ¿Por dónde empezar? Pero no pude, y recurrí a una información que había reservado para deslumbrarla, la clase de conversación con la que solíamos disfrutar en los buenos tiempos.
– ¿Recuerdas que siempre me he preguntado por qué los Four Tops nunca se han separado ni han incorporado nuevos miembros en todas estas décadas mientras que los demás grupos vocales ya no existen?
– ¿Sí?
– Pues ya lo sé, sé la razón y es bastante increíble. Se me había olvidado contártelo. La razón por la que los Four Tops nunca se han separado es que todos van a la misma sinagoga. Son judíos. ¿No te parece emotivo?
– ¿Has llamado para eso? ¿Para decirme que los Four Tops son judíos?
– Bueno…
– Dylan, siempre me has dicho que el hecho de ser judío era, bueno, el rasgo menos definitorio de tu personalidad.
– Claro, desde luego. Pero… lo de los Four Tops es curioso.
– Hum… Supongo que tu obsesión con los negros sigue superándote, ¿eh? Seguro que tienen un par de negras judías escondidas en algún lugar de Crown Heights. Buena suerte en la búsqueda, hermano.
Colgó. No había sido el peor final imaginable, aunque sí más bien unilateral.
Así que no me quedaba nada más que cumplir con mi misión. O, en palabras de Abby, mi búsqueda: ir a por Mingus.
Él nunca quiso ser el Rey de la línea A, ni de la CC, ni el Rey de ninguna de las líneas de los ferrocarriles IRT, nunca quiso ser el Rey de ninguna línea. Para Dose nunca se trató de contar firmas, fanfarronear, marcar el territorio. No, podías cerrar tratos con alguna de las bandas que se enzarzaban en luchas idiotas por dominar -Dose acabó uniéndose a los FMD porque era lo más fácil-, pero solo para poder seguir practicando tu arte. Los días de Mono y Lee y Super Strut -las leyendas que operaban en un gran Gotham que necesitaba que le enseñaran lo que era un tag, un throw-up o un top-to-bottom, lo que era el graffiti más allá de las bromas de las paredes de los lavabos y los números de teléfono de los maricones- habían terminado. Acabado. Un millón de chicos firmaban las paredes y no los conocían. Tal vez se imaginaran que siempre había sido así: comer, respirar, ver la tele, unirse a una banda, pintar paredes.
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