– Por si se produce una emergencia imprevista -le había profetizado.
La señora Trentham sacó una hora de papel de la gaveta y empezó a tomar notas. Sabía que tardaría mucho en volver a ver a su hijo, una vez se marchara aquella noche de Chester Square. Cuarenta minutos después estudió sus resultados:
50 libras (en metálico)
Sydney
Max Harris
Gabán
5.000 libras (cheque)
Bentley's
Cuadro
Policía (comisaría de la zona)
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el regreso de Guy. Se parecía más al hijo que recordaba. Una chaqueta cruzada y pantalones de franela sustituían al traje arrugado. Dobló la hoja de papel, tras haber decidido exactamente qué iniciativa iba a tomar.
– Siéntate y escucha con atención -dijo la mujer.
Guy Trentham abandonó Chester Square pocos minutos después de las diez, la hora en que su padre debía regresar de los Comunes. Llevaba en el bolsillo cincuenta y tres libras en metálico y un cheque por cinco mil. Había accedido a escribir a su padre, explicándole por qué se había trasladado a Australia, en cuanto desembarcara en Sydney. Su madre también prometió que, durante su ausencia, haría todo lo que pudiera por limpiar su nombre, a fin de que pudiera volver a Inglaterra libre de culpas y ocupara el lugar que le correspondía, como cabeza de familia.
La señora Trentham ordenó a los dos únicos criados que habían visto aquella noche a Guy que no mencionaran su visita a nadie, so pena de perder su empleo.
La última acción de la señora Trentham antes de que su marido regresara fue telefonear a la policía. El agente Wrigley tomó nota del robo denunciado.
La señora Trentham no se mantuvo ociosa durante las semanas que esperó la llegada de la carta que su hijo había prometido escribir. El día posterior a la partida de Guy hacia Australia realizó una de sus visitas periódicas al hotel St. Agnes, con un paquete cuidadosamente envuelto bajo el brazo. Entregó el paquete al señor Harris y procedió a darle una serie de minuciosas instrucciones.
Dos días más tarde, el detective le confirmó que el retrato de la Virgen María y el Niño había sido confiado a Bentley's, los prestamistas, y no podría ser vendido hasta pasados cinco años, cuando la papeleta de empeño expirase. Le dio una foto del cuadro y el recibo para demostrarlo. La señora Trentham se guardó la foto en el bolso, pero no se molestó en preguntarle a Harris qué había hecho de las cinco libras que le habían pagado por el cuadro.
– Bien -dijo, colocando el bolso junto a la silla-. Muy satisfactorio.
– ¿Quiere que encauce al hombre adecuado de Scotland Yard en dirección a Bentley's? -preguntó Harris.
– Por supuesto que no -replicó la señora Trentham-, La próxima vez que alguien vea ese cuadro lo hará en una subasta de Sotheby's.
– Buenos días, señora. Lamento molestarla.
– No es ninguna molestia -dijo la señora Trentham al oficial de policía que Gibson había anunciado como inspector Richards.
– La verdad es que no es a usted a quien quería ver, sino a su hijo, el capitán Trentham.
– En ese caso, le espera un largo viaje, inspector.
– No estoy seguro de comprenderla, señora.
– Mi hijo se está ocupando de los intereses familiares en Australia, como socio de una importante firma de tratantes de ganado.
Richards fue incapaz de disimular su sorpresa.
– ¿Y cuánto tiempo estará ausente, señora?
– Durante mucho tiempo, inspector.
– ¿Podría ser más precisa?
– El capitán Trentham dejó Inglaterra con destino a la India en febrero de 1920, a fin de completar su servicio con el regimiento. Ganó una Cruz Militar en la segunda batalla del Marne. -Indicó con la cabeza la repisa de la chimenea. El inspector pareció muy impresionado-. Por supuesto, su intención nunca fue quedarse en el ejército, pero había proyectado pasar una temporada en las colonias antes de volver para ocuparse de nuestras propiedades en Berkshire.
– ¿Y volvió a Inglaterra antes de tomar posesión de su cargo en Australia?
– Por desgracia no, inspector. Se desplazó a Australia en cuanto hubo presentado la renuncia. Mi marido, al que estoy segura conocerá como miembro del Parlamento por Berkshire West, le confirmará las fechas exactas.
– No creo que sea necesario molestarle, señora.
– ¿Puedo preguntarle por qué deseaba ver a mi hijo?
– Estamos realizando investigaciones relativas al robo de un cuadro en Chelsea. -La señora Trentham no hizo el menor comentario. El inspector continuó-: Alguien cuya descripción coincide con la de su hijo fue visto en las cercanías, vistiendo un viejo sobretodo del ejército. Esperábamos que nos ayudara en nuestras pesquisas…
– ¿Cuándo se cometió el delito?
– A principios de septiembre, señora, y como el cuadro aún no ha sido recuperado seguimos en el caso… -La señora Trentham mantenía la cabeza algo inclinada, mientras continuaba escuchando con toda atención-…, pero ahora se nos ha dado a entender que el propietario no desea presentar cargos, por lo que es de esperar que el caso se cierre muy pronto. ¿Es éste su hijo? -El inspector señaló una foto de Guy en uniforme, que descansaba sobre una mesita auxiliar.
– En efecto, inspector.
– No se ajusta mucho a la descripción que nos han proporcionado -dijo el policía, visiblemente desconcertado-. De todos modos, como usted ha dicho, estaría en Australia en aquel momento. Una coartada indestructible.
El inspector sonrió, pero la expresión de la señora Trentham no se alteró.
– No estará insinuando que mi hijo tuvo algo que ver con el robo, ¿verdad? -preguntó con frialdad.
– Por supuesto que no, señora, pero hemos encontrado un gabán que Gieves, la sastrería de Saville Row, ha identificado, porque fue confeccionado para el capitán Trentham. La llevaba un antiguo soldado, el cual…
– Entonces, también habrán encontrado al ladrón -dijo la señora Trentham con desdén.
– No, señora. El caballero en cuestión sólo tiene una pierna.
La señora Trentham no demostró la menor señal de consternación.
– En tal caso, sugiero que telefoneen a la comisaría de policía de Chelsea -aconsejó-, pues estoy segura de que esclarecerán los hechos.
– Pero es que yo vengo de la comisaría de Chelsea -replicó el inspector, con una sonrisa afectada.
La señora Trentham se levantó del sofá y se encaminó con parsimonia hacia su escritorio; abrió un cajón y sacó una hoja de papel. Se la entregó al inspector. Este se sonrojó al leer su contenido. Al terminar de leer la hoja se la devolvió a la mujer.
– Le ruego que me perdone, señora. Ignoraba que hubiera denunciado el robo el mismo día. Hablaré con el joven agente Wrigley en cuanto vuelva a la comisaría. -La señora Trentham se mostró indiferente ante la turbación del policía -. Bien, no la molestaré más. Conozco la salida.
La señora Trentham esperó a que la puerta se cerrara para descolgar el teléfono y pedir un número de Flaxman.
Dirigió una única petición al detective. Harris hizo crujir sus nudillos, mientras meditaba en la forma de complacer la última solicitud de su cliente.
La señora Trentham supo que Guy había llegado a Australia cuando su cheque fue cobrado por Coutts & Co. en un banco de Sydney. La carta dirigida a su padre llegó, tal como había prometido, seis semanas después. Cuando Gerald le informó del contenido, ella fingió sorpresa, pero su marido no demostró excesivo interés por la extraña decisión de Guy.
Los informes que Harris le entregó durante los sucesivos meses dieron a entender que la nueva empresa de los Trumper se robustecía día a día, pero una sonrisa se formaba en los labios de la señora Trentham cuando pensaba que le había parado los pies a Charlie por la módica cantidad de cuatro mil libras.
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