– Loado sea Dios por los auténticos aficionados.
– ¿Qué quieres decir?
– La señora Trentham se creyó de veras que estabas pujando y se pasó de rosca. De hecho, ella no fue la única que se dejó arrastrar por la emoción. Empiezo a sentir pena por…
– ¿Por la señora Trentham?
– Desde luego que no -dijo Charlie, con cierta vehemencia-. Por el señor Fothergill. Va a pasar noventa días en el cielo, pero luego caerá a tierra de morros.
LA SEÑORA TRENTHAM
1919-1927
No creo que nadie pueda tildarme de presuntuosa, pero creo en la máxima «Un lugar para todo, y todo en su lugar», aplicada también a los seres humanos.
Nací en Yorkshire en pleno apogeo del imperio Victoriano, y me considero capacitada para afirmar que, durante aquel período de la historia de nuestra isla, mi familia jugó un papel considerable.
Mi padre, sir Raymond Hardcastle, no era sólo un inventor e industrial de gran imaginación y talento, sino que fundó una de las empresas más prósperas de la nación. Al mismo tiempo, siempre trató a sus trabajadores como si formaran parte de la familia, e impuso este ejemplo, siempre que trataba con aquellos menos afortunados que él. He tratado de conducir mi vida por el mismo camino.
No tengo hermanos, pero sí una hermana mayor, Amy. Aunque sólo existe una diferencia de dos años entre nosotras, no voy a pretender que estuviéramos muy unidas, quizás porque yo era una niña extravertida, incluso vivaz, y ella era más bien tímida y reservada, y se mostraba retraída, sobre todo cuando entraba en contacto con miembros del sexo opuesto. Padre y yo intentamos buscarle un marido adecuado, pero la empresa se demostró imposible, y hasta padre se rindió cuando Amy cumplió cuarenta años. A cambio, desde la prematura muerte de mi madre, ha dedicado eficazmente su tiempo a cuidar de mi adorado padre en su vejez, un acuerdo, debería añadir, que les cuadra a ambos de una forma admirable.
Yo, por mi parte, no tuve problemas para encontrar marido. Si no recuerdo mal, Gerald fue el cuarto, o quizás quinto, pretendiente que se postró de hinojos para solicitar mi mano en matrimonio. Nos conocimos cuando me hallaba invitada en la casa de campo de lord y lady Fanshaw, en Norfolk. Los Fanshaw eran viejos amigos de mi padre, y yo me veía con su hijo menor Anthony desde hacía mucho tiempo. Al enterarme de que no iba a heredar las tierras o el título de su padre, como yo suponía, decidí frustrar sus expectativas de mantener una relación duradera conmigo. Si no recuerdo mal, a padre no le alegró mi conducta, y hasta es posible que me castigara en aquel momento, pero como intenté explicarle más adelante, Gerald no era el más deslumbrante de mis galanes, pero procedía de una familia que poseía tierras cultivables en tres condados, aparte de una finca en Aberdeen.
Nos casamos en la iglesia de Santa María, Great Ashton, en julio de 1894, y nuestro primer hijo, Guy, fue concebido un año más tarde; es conveniente tardar un período de tiempo pertinente en dar a luz el primer hijo, para no dar lugar a torpes habladurías.
Mi padre siempre nos trató por igual a mí y a mi hermana, aunque a menudo me dio a entender que yo era su favorita. De no ser por su sentido de la justicia me lo habría dejado todo a mí, porque idolatraba a Guy, pero Amy heredará, cuando fallezca mi padre, la mitad de su enorme fortuna. Dios sabe qué uso dará a tanta riqueza; sus únicos intereses en la vida se limitan a la jardinería, el ganchillo y alguna visita ocasional a Scarborough.
Pero, volviendo a Guy, todo el mundo que le conoció durante aquellos años de formación comentó, invariablemente, su hermosura, y, si bien nunca le consentí, consideré pura y simplemente mi deber tomar las medidas oportunas para que se educara en orden a prepararle para el papel que, sin duda, llegaría a jugar en la vida. Impulsada por esta idea, y antes aún de bautizarlo, lo inscribimos en la escuela primaria Asgarth, y después en Harrow, desde donde ingresaría, supuse, en la Real Academia Militar. Su abuelo no escatimó gastos en su educación y, en el caso de su nieto mayor, fue más que generoso.
Seis años después di a luz a un segundo hijo, Nigel, que nació algo prematuramente, lo cual explicaría por qué le costó más progresar que a su hermano mayor. Guy, entretanto, tuvo varios profesores particulares, uno o dos de los cuales le encontraron demasiado travieso. Al fin y al cabo, ¿qué niño no te pone sapos en el baño o te corta los cordones de los zapatos por la mitad?
A la edad de nueve años ingresó en Asgarth, y de allí pasó a Harrow. El reverendo Anthony Wood era el director en aquel tiempo, y yo le recordé que Guy era la séptima generación de Trenthams que asistía a aquel colegio.
Guy destacó en la fuerza combinada de cadetes, llegando a sargento mayor de la compañía el último año, y en el cuadrilátero de boxeo, donde derrotó a todos sus oponentes, con la notable excepción del combate contra Radley, en que se enfrentó con un nigeriano. Después me enteré de que tenía más de veinte años.
Me entristeció que no le nombraran prefecto durante su último curso. Comprendí que, inmerso en tantas otras actividades, no consideraba aquello excesivamente interesante. Aunque yo habría deseado que las notas de los exámenes fueran un poco más satisfactorias, siempre he pensado que era uno de esos niños que poseen inteligencia innata, más que aptitud para los estudios. A pesar de un informe poco parcial del director, insinuando que algunas notas de los exámenes finales habían sorprendido en primer lugar al propio Guy, éste logró asegurarse una plaza en Sandhurst.
Guy demostró ser un cadete de primera clase; en la academia encontró tiempo para seguir boxeando y llegó a ser el campeón de peso medio de los cadetes. Dos años después, en julio de 1916, pasó en la mitad superior del Cuadro de Honor, antes de integrarse en el antiguo regimiento de su padre.
Debería señalar que Gerald abandonó los Fusileros al morir su padre, para volver a Berkshire y tomar las riendas de las propiedades familiares. Era coronel honorario en la época de su retiro forzoso, y muchos le consideraban el sucesor natural del coronel del regimiento. Le pasó por delante un hombre que ni siquiera estaba en el primer batallón, un tal Danvers Hamilton. Aunque yo no conocía en persona a ese caballero, varios oficiales expresaron la opinión de que su nombramiento había sido una burla de la justicia. Sin embargo, confiaba plenamente en que Guy redimiría el honor de la familia y, con el tiempo, llegaría a mandar el regimiento.
Si bien Gerald no se vio implicado directamente en la Gran Guerra, sirvió a su país durante aquellos duros años permitiendo que su nombre se presentara como candidato al parlamento por Berkshire West, un distrito electoral al que su abuelo, a mediados del siglo pasado, había representado por el partido Liberal, bajo el mandato de Palmerston. Fue reelegido en tres ocasiones sin encontrar oposición y trabajó denodadamente por su partido desde su escaño, dejando claro a todo el mundo que no deseaba perpetuarse en el poder.
Después de ser nombrado oficial, Guy fue destinado a Aldershot como segundo teniente, y continuó su instrucción para unirse al regimiento en el frente occidental. Al serle concedida su segunda estrella en menos de un año, fue trasladado a Edimburgo, para trabajar con el quinto batallón pocas semanas antes de partir hacia Francia.
Nigel, en el ínterin, había ingresado en Harrow y trataba de seguir los pasos de su hermano, con desigual fortuna, me temo. De hecho, durante una de esas interminables vacaciones que conceden ahora a los niños, me confesó que sus compañeros le atormentaban. Le dije al muchacho que se aplicara al trabajo, recordándole que estábamos en guerra. También subrayé que Guy nunca me había venido con tales quejas.
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