Jeffrey Archer - Como los cuervos

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No le fue fácil a Charlie alcanzar el objetivo de amasar una fortuna; sin embargo algo había en él que le hacía un predestinado al triunfo y, como apreciará el lector, este algo tiene mucho que ver con su capacidad de trabajo, astucia, coraje, ganas de aprender y un maravilloso abuelo -el de más fino olfato para la venta- que le guió con su ejemplo en sus primeros tiempos.
Desde las primeras páginas la historia se convierte en una trepidante aventura sobre el mundo de los negocios, en una ascensión ilusionada desde la humilde situación de vendedor de verduras callejero hasta la realización de un gran proyecto empresarial: es la historia de un tendero que metido a negociante termina creando una importante red de establecimientos comerciales mientras van desfilando los grandes acontecimientos de este siglo.

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El coronel se puso en pie y se dirigió hacia la sala de escribir. Tardó una hora en volver. Daphne leía por segunda vez los anuncios solicitando niñeras publicados en The Lady.

Dejó caer la revista sobre la mesa al instante y se sentó muy erguida en la silla. El coronel le entregó el resultado de sus esfuerzos, que Daphne leyó durante varios minutos antes de hablar.

– Dios sabe lo que haría Guy si yo enviara esta carta -dijo por fin.

– Tendrá que presentar su dimisión, querida, así de sencillo. Demasiado tarde, en mi opinión. -El coronel frunció el ceño-. Ya es hora de que Trentham sea consciente de las consecuencias de sus malandanzas, así como de las responsabilidades contraídas con Becky y el niño.

– Pero ahora que está casada es poco justo para Charlie -indicó Daphne.

– ¿Ha visto a Daniel últimamente? -preguntó el coronel en voz baja.

– Hace unos meses. ¿Por qué?

– Será mejor que le eche otro vistazo, porque no hay muchos Trumper, o Salmon a ese respecto, de cabello rubio, nariz romana y ojos azules. Temo que las réplicas más parecidas se encuentran en Ashurst, Berkshire. En cualquier caso, Becky y Charlie tendrán que contarle la verdad al niño algún día, o sólo conseguirán procurarse más problemas para el futuro. Envíe la carta -dijo, tabaleando con los dedos sobre la mesa-, ése es mi consejo.

Daphne volvió a Lowndes Square y subió directamente a su habitación. Se sentó ante el escritorio y, deteniéndose sólo un momento, empezó a copiar las palabras del coronel.

Después de terminar su tarea, Daphne releyó el único párrafo de las deliberaciones del coronel que había omitido, y rezó para que su agorero pronóstico no se cumpliera.

Tras completar su versión rompió el escrito del coronel y llamó a Wentworth.

– Una carta para enviar al correo -se limitó a decir.

Los preparativos de la boda adquirieron tal frenesí que Daphne se olvidó de los problemas de Guy Trentham en cuanto le entregó la carta a Wentworth. Se sentía agotada sólo de pensar en elegir a las damas de honor sin ofender a la mitad de sus conocidas, soportar interminables pruebas de trajes que siempre se retrasaban, estudiar la colocación de los invitados para asegurarse de que los miembros de la familia que no se hablaban desde hacía años se sentaran en mesas diferentes, o en el mismo banco de la iglesia, y, finalmente, tener que lidiar con una futura suegra, la marquesa viuda, quien, después de casar a tres de sus hijas, siempre daba tres opiniones diferentes sobre cada tema.

A falta de una semana, Daphne sugirió a Percy que se dirigieran a la oficina de registro más cercana y acabar con el asunto de una vez por todas, a ser posible sin decírselo a nadie.

– Lo que tú digas, cariño -contestó Percy, que desde hacía tiempo había dejado de escuchar a nadie que le hablara del matrimonio.

El 16 de julio de 1921 Daphne se despertó a las cinco y cuarenta y tres minutos sintiéndose exhausta, pero cuando salió el sol que brillaba sobre Lowndes Square a las dos menos cuarto estaba exultante e impaciente.

Su padre le ayudó a subir los peldaños del carruaje abierto que su abuela había utilizado el día de su boda. Un pequeño grupo de criados y amigos vitoreó a la novia cuando inició el trayecto hacia Westminster, mientras otros la saludaban desde la acera. Los oficiales saludaban, los chuletas le enviaban besos y las aspirantes a novias suspiraban a su paso.

Daphne entró por la puerta norte de la iglesia del brazo de su padre, pocos minutos después de que el Big Ben diera las dos. Avanzaron lentamente por el pasillo central a los acordes de la Marcha Nupcial de Mendelssohn. Se inclinó un momento ante el rey y la reina, sentados a solas en su banco privado detrás del altar, y se reunió con Percy. Tras muchos meses de esperar la ceremonia, ésta pareció terminar en unos momentos. Cuando el órgano atacó Alegraos, alegraos y la pareja ya desposada entró en una antesala para firmar el registro, Daphne deseó empezar otra vez desde el principio todo el proceso.

Aunque había practicado la firma en secreto varias veces en Lowndes Square, aún vaciló antes de escribir las palabras «Daphne Wiltshire».

Marido y mujer salieron de la iglesia acompañados por un vigoroso repique de campanas y recorrieron las calles de Westminster bajo el brillante sol de la tarde. Llegaron a la amplia marquesina montada en el jardín de Vincent Square y empezaron a dar la bienvenida a sus invitados.

Daphne, empeñada en intercambiar una palabra con todos, casi se quedó sin probar el pastel de bodas. Justo después del primer bocado, la marquesa viuda se levantó y anunció que si no empezaban enseguida los discursos, perdería toda esperanza de zarpar con la última marea.

Algernon Fitzpatrick cantó las alabanzas de las damas de honor y brincó por el novio y la novia. Percy le respondió de una forma sorprendentemente ingeniosa y bien recibida. A continuación, Daphne se dirigió al 45 de Vincent Square, donde residía un tío lejano, para ponerse la indumentaria de viaje.

Las multitudes se precipitaron de nuevo para arrojar arroz y pétalos de rosas, mientras Hoskins esperaba para conducir a los recién casados a Southampton.

Media hora más tarde, Hoskins dejaba atrás Kew Gardens por la A30, mientras los invitados a la boda continuaban la fiesta sin la pareja.

– Bien, Percy Wiltshire, ahora estás atado a mí de por vida -dijo Daphne a su marido.

– Sospecho que todo fue tramado por nuestras madres incluso antes de conocernos -contestó Percy-. Qué tontería.

– ¿Tontería?

– Sí. Podría haber dado al traste con sus intrigas hace años, diciéndoles que no quería casarme con ninguna otra.

Daphne estaba pensando seriamente en la luna de miel por primera vez, cuando Hoskins detuvo el coche en el muelle, un par de horas antes de que los motores del Mauretania se pusieran en marcha. Procedió a descargar dos baúles del maletero del coche (otros catorce se habían enviado el día anterior) con la ayuda de varios mozos de cuerda. Daphne y Percy se encaminaron hacia la pasarela, donde les aguardaba el sobrecargo de la nave. Al adelantarse para recibir al marqués y a su esposa, alguien de la multitud gritó:

– ¡Buena suerte, señoría! Quisiera decir, en nombre de la señora y del mío propio, que la marquesa tiene un aspecto estupendo.

Ambos se volvieron y estallaron en carcajadas cuando vieron a Charlie y Becky, vestidos todavía de etiqueta, entre la muchedumbre.

El sobrecargo guió a los cuatro hacia el camarote Nelson, donde encontraron otra botella de champagne esperando ser abierta.

– ¿Cómo conseguisteis llegar antes que nosotros? -preguntó Daphne.

– Bien -contestó Charlie, con un fuerte acento de clase baja-, tal vez no tengamos un Rolls Royce, señora, pero nos las arreglamos para adelantar a Hoskins con nuestro utilitario por la otra parte de Winchester.

La sirena sonó tres veces, y el sobrecargo sugirió que los Trumper debían darse prisa en bajar del barco, pues imaginaba que no tenían la intención de acompañar a los Wiltshire a Nueva York.

– Hasta dentro de un año, más o menos -gritó Charlie, volviéndose para saludarles desde la pasarela.

– Para entonces, ya habremos dado la vuelta al mundo, cariño -confió Percy a su esposa.

Daphne agitó la mano.

– Sí, y sólo el cielo sabe qué habrán hecho esos dos cuando volvamos.

EL CORONEL HAMILTON

1920 -1922

Capítulo 16

Soy bastante bueno para las caras, así que cuando le vi pesando aquellas patatas supe al instante que le había reconocido. Después, recordé el letrero colgado sobre la puerta. Claro, el cabo Trumper. No, terminó de sargento, si no me acuerdo mal. ¿Cómo se llamaba su amigo, el que ganó la MM? Ah, sí, el soldado Prescott. La explicación de su muerte no resultó muy satisfactoria.

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