La cena se había preparado en un enorme gimnasio, y los compañeros de Charlie no cesaban de contar anécdotas sobre sus primeros días de instrucción en Edimburgo. Sin embargo, allí terminaba la comparación, pues la comida era mucho mejor de lo que Charlie había tomado en Escocia.
– ¿Dónde está Daphne? -preguntó Becky, cuando depositaron frente a ella una porción de pastel de manzana cubierta de abundante crema.
– En la mesa del extremo, con todos los peces gordos -dijo Charlie, señalando con el pulgar por encima de su hombro-. No puede permitir que la vean con gente como nosotros, ¿verdad?
La cena concluyó con una serie de brindis, por todo el mundo, pensó Becky, excepto por el rey. Charlie le explicó que el regimiento fue dispensado de ese brindis en 1835 por el rey Guillermo IV, pues su lealtad a la corona era incuestionable. Sin embargo, alzaron sus copas por las fuerzas armadas, todos y cada uno de los batallones y, finalmente, por el regimiento, repetido con el nombre de su antiguo coronel. A cada brindis le sucedieron ruidosos vítores. Becky observó las reacciones de los hombres sentados a su alrededor, y comprendió por primera vez cuántos miembros de aquella generación se sentían afortunados por el mero hecho de seguir con vida.
El antiguo coronel del regimiento, sir Danvers Hamilton, baronet, DSO, CBE, monóculo en ristre, pronunció un emotivo discurso centrado en aquellos camaradas que, por una u otra razón, no se hallaban presentes aquella noche. Becky vio que Charlie se ponía rígido cuando mencionaron a su amigo Tommy Prescott. Al final, todos se levantaron y brindaron por los amigos ausentes. Becky se sintió inesperadamente emocionada.
El coronel se sentó. Las mesas se apartaron a un lado para que el baile diera comienzo. Daphne apareció desde la otra punta de la sala cuando sonó la primera nota emitida por la banda del regimiento.
– Ven, Charlie. No podía esperar a llevarte a la mesa de autoridades.
– Le aseguro que es un placer, señora -dijo Charlie, levantándose de su asiento-, pero ¿qué ha sido de Reggie como-se-llame?
– Arbuthnot. He dejado al pobre hombre colgado de una debutante de Chelmsford. No te puedes imaginar el miedo que sentía ella, te lo aseguro.
– ¿Y por qué tenía tanto miedo? -la imitó Charlie.
– Nunca pensé que llegaría el día en que Su Majestad permitiría que alguien de Essex fuera presentado en la corte. Pero lo peor era su edad.
– ¿Por qué? ¿Cuántos años tiene? -preguntó Charlie, bailando un vals con Daphne.
– Aún no estoy segura, pero tuvo la desfachatez de presentarme a su padre viudo.
Charlie estalló en carcajadas.
– No debes considerarlo divertido, Charlie Trumper, sino deplorable. Tienes mucho que aprender todavía.
Becky miró cómo Charlie bailaba con elegancia.
– Esa Daphne es estupenda -dijo el hombre sentado a su lado, que se había presentado como sargento Mike Parker, y resultó ser un carnicero de Camberwell que había servido con Charlie en el Marne.
Aceptó su opinión sin comentario, y cuando él se levantó y solicitó el honor de bailar con ella, aceptó. Procedió a transportarla por la sala de baile como si fuera una pierna de cordero camino de la cámara refrigeradora. También consiguió pisarle los pies a intervalos regulares. Por fin, devolvió a Becky a la seguridad relativa de la mesa manchada de cerveza. Becky se sentó en silencio, mientras miraba a todo el mundo divertirse, confiando en que nadie solicitaría el honor. Sus pensamientos se centraron en Guy, y en la cita que no podría seguir evitando si antes de dos semanas…
Por fortuna, los amigos de Charlie parecían más interesados en las interminables rondas de cerveza que en bailar. Becky gozó de tranquilidad hasta que un hombre alto que no conocía se inclinó hacia ella.
– ¿Me concede el honor, señorita? -dijo.
Todos los que estaban sentados a la mesa se pusieron firmes cuando el coronel del regimiento acompañó a Becky hasta la pista de baile.
Descubrió que el coronel Hamilton era un experto bailarín, así como un hombre divertido y gracioso, sin mostrar las tendencias paternalistas exhibidas por los directores de banco que había conocido en los últimos tiempos. Cuando terminó la pieza, invitó a Becky a la mesa de autoridades y le presentó a su esposa.
– Tengo que hacerte una advertencia -dijo Daphne a Charlie, mirando al coronel y a lady Hamilton-. Va a resultarte muy difícil ponerte a la altura de la ambiciosa señorita Salmon, pero mientras no te despegues de mí y me escuches con atención, le daremos una buena satisfacción a cambio de su dinero.
Daphne decidió, al cabo de dos bailes, que ya había cumplido su deber y que había llegado el momento de marcharse. Becky, por su parte, se alegró de escapar a las atenciones de todos los oficiales jóvenes que la habían visto bailar con el coronel.
– Tengo buenas noticias para vosotros -dijo Daphne a los dos, mientras un cabriolé recorría King's Road en dirección a Chelsea Terrace.
Charlie todavía se aferraba a su botella de champagne medio vacía.
– ¿Y cuál es, mi niña? -preguntó, eructando.
– No soy tu niña -le reprendió Daphne-, Es posible que me interese invertir en las clases inferiores, Charlie Trumper, pero no olvides que no carezco de educación.
– Bien, ¿cuál es la noticia? -preguntó Becky.
– Habéis cumplido vuestra parte del trato, así que yo debo cumplir la mía.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Charlie, medio dormido.
– Os voy a presentar una lista de tres posibles testaferros, para de esta forma, espero, solucionéis vuestro problema bancario.
Charlie recobró la sobriedad al instante.
– Mi primer candidato es el segundo hijo de un conde. Sin un céntimo, pero presentable. Mi segundo es un baronet, que se hará cargo del trabajo por unos honorarios de profesional, pero mi pièce de résistance es un vizconde, cuya suerte le abandonó en las mesas de Deauville y que ahora considera necesario rebajarse a participar en un vulgar trabajo comercial.
– ¿Cuándo les conoceremos? -preguntó Charlie, intentando pronunciar bien las palabras.
– En cuanto queráis -prometió Daphne-. Mañana…
– No será necesario -dijo Becky en voz baja.
– ¿Por qué, si se puede saber? -preguntó Daphne, sorprendida.
– Porque ya he elegido al hombre que será nuestro testaferro.
– ¿A quién tienes en mente, cariño? ¿Al príncipe de Gales?
– No. Al coronel sir Danvers Hamilton, baronet, DSO, CBE.
– Pero si es el coronel del regimiento -dijo Charlie, dejando caer la botella de champagne al suelo del cabriolé-. Es imposible, jamás accederá.
– Te aseguro que sí.
– ¿Por qué estás tan segura? -preguntó Daphne.
– Porque tenemos una cita para verle mañana por la mañana.
Daphne movió su sombrilla cuando un cabriolé se aproximó. El conductor detuvo el vehículo y se quitó el sombrero.
– ¿A dónde, señorita?
– Calle Harley, 172 -dijo ella.
Las dos mujeres subieron. El conductor volvió a quitarse el sombrero y, con un suave latigazo, dirigió el caballo hacia Knightsbridge.
– ¿Ya se lo has dicho a Charlie? -preguntó Becky.
– No, me da miedo -admitió Daphne.
Permanecieron en silencio mientras el cochero cambiaba de dirección y guiaba el caballo hacia Marble Arch.
– Tal vez no sea necesario decirle nada.
– Esperemos que no -dijo Becky.
Siguió otro prolongado silencio hasta que el caballo se internó en la calle Oxford.
– ¿Tu médico es un hombre comprensivo?
– Siempre lo ha sido, hasta el momento.
– Dios mío, estoy asustada.
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