– Pero eso no es justo.
– La vida tampoco, como diría mi padre. Tengo que madurar algún día, Charlie. Tú lo hiciste en el frente occidental.
– Bien, ¿qué vamos a hacer ahora?
– ¿Vamos?
– Sí, vamos. Todavía somos socios, ¿no? ¿O lo has olvidado?
– Para empezar, tendré que buscar otro sitio donde vivir. No sería justo para Daphne…
– En menuda amiga se ha convertido.
– Para ambos -dijo Becky cuando Charlie se puso en pie, hundió las manos en los bolsillos y empezó a dar vueltas por la pequeña habitación. Sólo consiguió recordar a Becky la época en que habían ido juntos al colegio.
– Imagino que no… -dijo Charlie.
Esta vez le tocó a él no poder mirarla a la cara.
– ¿Qué?
– Imagino que no -repitió.
– ¿Sí?
– ¿Considerarías la idea de casarte conmigo?
Hubo un largo silencio antes de que una sorprendida Becky reuniera fuerzas para contestar:
– ¿Y Daphne?
– ¿Daphne? No creerás que manteníamos esa clase de relación. Es verdad que me ha dado clases nocturnas, pero no del tipo que piensas. En cualquier caso, sólo ha habido un hombre en la vida de Daphne, y desde luego no es Charlie Trumper, por la sencilla razón de que ha sabido desde el primer momento que sólo hay una mujer en mi vida.
– Pero…
– Te he amado durante mucho tiempo, Becky.
– Oh, Dios mío -exclamó Becky, llevándose la mano a la cabeza.
– Lo siento. Pensaba que lo sabías. Daphne me dijo que todas las mujeres saben esas cosas.
– No tenía ni idea, Charlie. He sido tan ciega como estúpida.
– No he mirado a otra mujer desde el día que volví de Edimburgo. Pensé que me querrías un poco, supongo.
– Siempre te querré un poco, pero me temo que es de Guy de quien estoy enamorada.
– Bendita enfermedad. Pensar que yo te conocí primero. ¿Sabes que tu padre me echó un día de la tienda, cuando oyó que te llamaba «Posh Porky» a tus espaldas? -Becky sonrió-. Siempre me las he arreglado para apoderarme de todo lo que deseaba. ¿Cómo he podido dejarte escapar?
Becky fue incapaz de mirarle.
– Es un oficial, claro, y yo no. Eso lo explica todo.
Charlie dejó de pasear por la habitación y la miró cara a cara por primera vez.
– Eres un general, Charlie.
– Pero no es lo mismo, ¿verdad?
– Eres mi amigo más íntimo.
– ¿Es que no comprendes que quiero ser algo más que un amigo?
Chelsea Terrace, 97
SW3 Londres
20 de mayo de 1920
Querido Guy:
Esta es la carta más difícil que he escrito en mi vida. De hecho, no tengo claro por dónde empezar. Han pasado casi tres meses desde que te fuiste a la India, y ha ocurrido algo que, en mi opinión, debes saber cuanto antes. He ido a ver al médico de Daphne, de la calle Harley, y…
Becky se detuvo, examinó con cuidado todas las frases que había escrito, arrugó la hoja y la tiró a la papelera que tenía a sus pies. Se levantó, estiró sus miembros y empezó a pasear por la habitación, confiando en hallar una nueva excusa para no continuar su tarea. Ya eran las doce y media, hora de irse a la cama, con la convicción de que estaba demasiado cansada para proseguir…, aunque sabía que no podría dormir hasta terminar la carta. Volvió al escritorio y trató de serenarse antes de examinar la frase interrumpida. Becky cogió su pluma.
Chelsea Terrace, 97
SW3 Londres
20 de mayo de 1920
Querido Guy:
Temo que esta carta te coja por sorpresa, sobre todo después de las noticias irrelevantes que te comuniqué hace tan sólo un mes. Sin embargo, he procurado no escribirte nada importante desde entonces, confiando en que mis temores fueran infundados. Por desgracia, no es éste el caso, y las circunstancias me han superado.
Después de pasar el rato más maravilloso de mi vida la noche anterior a tu partida a la India, no me vino la regla al mes siguiente, pero no quise preocuparte con el problema, confiando en que…
Oh, no, pensó Becky, y rompió su último esfuerzo antes de tirar los trozos de papel a la papelera. Fue a la cocina para prepararse una taza de té. Después de la tercera, volvió de mala gana al escritorio y se acomodó de nuevo.
Chelsea Terrace, 97
SW3 Londres
20 de mayo de 1920
Querido Guy:
Espero que todo te vaya bien en la India, y que no te hagan trabajar mucho. Te añoro más de lo que puedo expresar, pero estos tres meses de separación han pasado volando, por la cercanía de los exámenes y la convicción de Charlie de que va a convertirse en el próximo señor Selfridge. De hecho, creo que te encantará saber que tu antiguo comandante en jefe, el coronel sir Danvers Hamilton, se ha convertido…
– Y, a propósito, estoy embarazada -dijo Becky en voz alta, rasgando su tercer intento.
Tapó la pluma, convencida de que había llegado el momento de dar una vuelta a la manzana. Cogió el abrigo, bajó corriendo la escalera y salió a la calle.
Becky vagó por la calle desierta, sin ser consciente de la hora. Se sintió complacida al ver los letreros de «Vendido» en los escaparates de los números 131 y 135. Se detuvo un momento frente a la tienda de antigüedades, se protegió los ojos con las manos y miró por el escaparate. Descubrió horrorizada que el señor Rutheford se había llevado absolutamente todo, incluso las lámparas de gas y la repisa de la chimenea que ella creía fija a la pared. Eso me enseñará a examinar con más cuidado un documento de oferta la próxima vez, pensó. Siguió mirando el espacio vacío, mientras una rata correteaba sobre el suelo.
– Quizá deberíamos abrir una tienda de animales -dijo en voz alta.
– ¿Perdón, señorita?
Becky se giró en redondo y vio que un policía comprobaba el pomo de la puerta perteneciente al número 133, para asegurarse de que el local estaba bien cerrado.
– Oh, buenas tardes, agente -dijo Becky con timidez, sintiéndose culpable sin motivo alguno.
– Son casi las dos de la mañana, señorita, y usted ha dicho «Buenas tardes».
– ¿De veras? -dijo Becky, consultando su reloj -. Oh, sí, es verdad. Qué tonta soy. Vivo en el 97. -Comprendiendo que las explicaciones eran superfluas, añadió-: No podía dormir, de modo que decidí dar un paseo.
– En ese caso, lo mejor es que ingrese en la policía. La tendrán de pie toda la noche.
– No, gracias, agente -rió Becky-. Creo que volveré a mi piso y trataré de dormir un poco. Buenas noches.
– Buenas noches, señorita -dijo el policía, tocándose el casco a guisa de saludo antes de comprobar si la tienda de antigüedades estaba bien cerrada.
Becky se dirigió con paso decidido hacia Chelsea Terrace, abrió la puerta del 97, subió la escalera hasta su piso, se quitó el abrigo y se encaminó hacia el escritorio. Se detuvo un momento para coger la pluma y empezó a escribir.
Las palabras, por una vez, fluyeron con facilidad, pues sabía exactamente lo que necesitaba decir.
Chelsea Terrace, 97
SW3 Londres
21 de mayo de 1920
Querido Guy:
He intentado pensar en cien maneras diferentes de comunicarte lo que me ha sucedido desde que te fuiste a la India y al fin he llegado a la conclusión de que sólo la verdad tiene sentido.
Estoy embarazada de catorce semanas de tu hijo. La idea me llena de alegría, pero al mismo tiempo la temo. Alegría porque eres el único hombre al que he amado, y temor por la influencia negativa que esta noticia causaría en tu futuro.
Debo decirte, en primer lugar, que no es mi deseo perjudicar tu carrera obligándote a contraer matrimonio. Un acuerdo forzado por el sentimiento de culpa, que te obligaría a vivir el resto de tu vida como una farsa, por culpa de lo ocurrido entre nosotros en una sola ocasión, sería inaceptable para ambos.
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