Jeffrey Archer - Como los cuervos

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No le fue fácil a Charlie alcanzar el objetivo de amasar una fortuna; sin embargo algo había en él que le hacía un predestinado al triunfo y, como apreciará el lector, este algo tiene mucho que ver con su capacidad de trabajo, astucia, coraje, ganas de aprender y un maravilloso abuelo -el de más fino olfato para la venta- que le guió con su ejemplo en sus primeros tiempos.
Desde las primeras páginas la historia se convierte en una trepidante aventura sobre el mundo de los negocios, en una ascensión ilusionada desde la humilde situación de vendedor de verduras callejero hasta la realización de un gran proyecto empresarial: es la historia de un tendero que metido a negociante termina creando una importante red de establecimientos comerciales mientras van desfilando los grandes acontecimientos de este siglo.

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Becky se acercó al quiosco situado en la esquina del andén siete, compró un ejemplar del Times por dos peniques y recorrió, primero deprisa y después poco a poco, la lista de próximas bodas.

Entre Arbuthnot y Yelland no encontró ninguna mención a Trentham o Salmon.

Capítulo 10

Antes de que sirvieran el primer plato, Becky ya estaba arrepentida de haber aceptado la invitación de Charlie a cenar en el restaurante del señor Scallini, el único que él conocía. Charlie intentaba portarse con la mayor cortesía, y eso la hacía sentirse aún más culpable.

– Me gusta tu vestido -dijo Charlie, admirando la prenda de color pastel que Daphne le había prestado a Becky.

– Gracias.

Siguió una larga pausa.

– Lo siento -dijo Charlie-. Tenía que habérmelo pensado dos veces antes de invitarte el mismo día en que el capitán Trentham se iba a la India.

– Nuestro compromiso saldrá anunciado en el Times de mañana -dijo ella, sin levantar la vista de su plato de sopa intacto.

– Felicidades -contestó Charlie con frialdad.

– Guy no te cae bien, ¿verdad?

– Nunca me llevé muy bien con los oficiales.

– Pero ya os conocíais, ¿verdad? De hecho, le conociste antes que yo -le espetó Becky. Charlie no respondió, y Becky insistió-. Me di cuenta la primera vez que cenamos juntos.

– «Conocerle» es un poco exagerado. Servimos en el mismo regimiento -dijo Charlie, dándole largas.

– Pero es un oficial valiente y respetado.

Un camarero apareció inopinadamente a su lado.

– ¿Qué desea beber con el pescado, señor?

– Champagne -contestó Charlie-. Al fin y al cabo, hemos de celebrar algo.

– ¿De veras? -preguntó Becky, sin darse cuenta de que él utilizaba la maniobra para cambiar de tema.

– Los resultados de nuestro primer año, ¿o ya has olvidado que le hemos devuelto a Daphne más de la mitad de su préstamo?

Becky esbozó una sonrisa, comprendiendo que mientras ella sólo se preocupaba por la partida de Guy hacia la India, Charlie se había concentrado en resolver su otro problema. A pesar de la noticia, la velada prosiguió en silencio, puntuado en ocasiones por comentarios de Charlie que no siempre recibían contestación. Becky apenas tocó el champagne, jugueteó con su pescado, no pidió postre y casi no disimuló su alivio cuando llegó la cuenta.

Charlie pagó al camarero y dejó una generosa propina. Daphne se habría sentido orgullosa de él, pensó Becky.

Cuando se levantó de la silla, experimentó la sensación de que el comedor daba vueltas a su alrededor.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó Charlie, rodeándole los hombros con su brazo.

– Me encuentro bien, pero no estoy acostumbrada a beber tanto vino durante dos noches seguidas.

– Tampoco has comido mucho -señaló Charlie, guiándola fuera del restaurante, hasta salir al frío aire de la noche.

Caminaron cogidos del brazo por Chelsea Terrace, y Becky pensó que cualquiera podía imaginar que eran amantes. Cuando llegaron a la entrada de la casa de Daphne, Charlie tuvo que hundir la mano hasta el fondo del bolso de Becky para encontrar las llaves. Consiguió abrir la puerta y sostener a Becky al mismo tiempo, pero las piernas de la joven fallaron y se vio obligado a sujetarla para que no cayera. La cargó en brazos hasta la primera planta. Necesitó ejecutar una contorsión para abrir la puerta del piso sin dejarla caer. Por fin, entró tambaleándose en la sala de estar y la depositó sobre el sofá. Se irguió y recuperó el equilibrio, dudando entre dejarla en el sofá o averiguar dónde estaba su dormitorio.

Charlie iba a marcharse, cuando ella resbaló hasta caer al suelo, murmurando incoherencias. La única palabra que captó fue «comprometidos».

Volvió al lado de Becky, pero esta vez la cargó sin vacilar sobre su hombro y atravesó una puerta, descubriendo que se hallaba en un dormitorio. La dejó con suavidad sobre la cama. Regresó de puntillas hacia la puerta, pero ella se dio la vuelta y Charlie tuvo que correr para empujarla hacia el centro de la cama antes de que cayera. Titubeó un momento, y después se inclinó para alzarla un poco y desabrocharle los botones de la espalda con su mano libre. Después, la recostó en la cama y levantó las piernas de Becky con una mano, mientras tiraba del vestido hacia abajo, poco a poco, hasta quitárselo. La abandonó un momento para colocar el vestido sobre una silla.

– Charlie Trumper -susurró, mirándola-, eres ciego, y has estado ciego durante un larguísimo tiempo.

Tiró hacia atrás de la manta y acomodó a Becky entre las sábanas, tal como había visto hacer a las enfermeras del frente occidental con los hombres heridos.

Encajó bien a Becky, asegurándose de que el proceso no se repetiría. Su gesto final fue inclinarse y besarla en la mejilla.

No sólo eres ciego, Charlie Trumper, sino que además eres tonto, se dijo mientras cerraba la puerta de la calle detrás de él.

– Estaré contigo dentro de un momento -dijo Charlie, poniendo algunas patatas sobre la báscula, mientras Becky esperaba pacientemente en un rincón de la tienda.

– ¿Algo más, señora? -preguntó a la cliente-, ¿Algunas mandarinas, tal vez? ¿Manzanas? Tengo unos pomelos acabados de llegar de Suráfrica.

– No, gracias, señor Trumper, eso es todo por hoy.

– Entonces, serán dos chelines y cinco peniques, señora Symonds. Bob, ¿puedes servir al siguiente cliente mientras hablo con la señorita Salmon?

– Sargento Trumper.

– Señor -fue la reacción instantánea de Charlie cuando oyó la resonante voz.

Se volvió hacia el hombre alto que se hallaba frente a él, tieso como un palo y vestido con una chaqueta de tweed Harris, pantalones de tela doble y un sombrero de fieltro de color pardo.

– Nunca olvido una cara -dijo el hombre.

Charlie habría continuado perplejo, de no ser por el monóculo.

– Santo Dios -dijo, poniéndose firmes.

– No, coronel es suficiente -rió el otro hombre-, Y ahórrese todos esos disparates. Aquellos días ya han pasado a la historia. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos, Trumper.

– Casi dos años, señor.

– A mí me ha parecido más -dijo el coronel con aire melancólico-. Tenía usted toda la razón sobre Prescott, ¿verdad? Era un buen amigo de él.

– Y él era un buen amigo mío.

– Y un soldado de primera. Mereció su M. M.

– No puedo estar más de acuerdo con usted, señor.

– Usted se merecía una, Trumper, pero Prescott se la llevó. Me temo que usted sólo fue mencionado en los despachos.

– Dieron la medalla al hombre adecuado.

– Una forma terrible de morir. Todavía lo recuerdo, ¿sabe? A unos escasos metros de la línea.

– No fue culpa suya, señor. En todo caso, fue mía.

– Si fue culpa de alguien, desde luego no fue de usted. Sospecho que es mejor olvidarlo -añadió, sin más explicaciones.

– ¿Cómo va el regimiento, señor? ¿Sobrevive sin mí?

– Y sin mí, me temo -respondió el coronel, introduciendo algunas manzanas en la bolsa de la compra que llevaba-. Se acaban de ir a la India, pero no antes de librarse de este caballo viejo.

– Lo lamento, señor. El regimiento era toda su vida.

– Cierto, a pesar de que incluso los Fusileros han de sucumbir bajo la guadaña. Para ser sincero con usted, soy un hombre de infantería, siempre lo he sido, y nunca me acostumbré a aquellos tanques de nuevo cuño.

– De haberlos tenido un par de años antes, señor, habrían salvado algunas vidas.

– Debo admitir que hicieron un buen trabajo. Me gusta pensar que yo también. -Tocó el nudo de su corbata a rayas-. ¿Nos veremos en la cena del regimiento, Trumper?

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