Jeffrey Archer - Como los cuervos

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No le fue fácil a Charlie alcanzar el objetivo de amasar una fortuna; sin embargo algo había en él que le hacía un predestinado al triunfo y, como apreciará el lector, este algo tiene mucho que ver con su capacidad de trabajo, astucia, coraje, ganas de aprender y un maravilloso abuelo -el de más fino olfato para la venta- que le guió con su ejemplo en sus primeros tiempos.
Desde las primeras páginas la historia se convierte en una trepidante aventura sobre el mundo de los negocios, en una ascensión ilusionada desde la humilde situación de vendedor de verduras callejero hasta la realización de un gran proyecto empresarial: es la historia de un tendero que metido a negociante termina creando una importante red de establecimientos comerciales mientras van desfilando los grandes acontecimientos de este siglo.

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Becky no pensaba que la casa sería tan grande.

Un mayordomo, un lacayo y tres criados les esperaban en el peldaño superior para recibirles. Guy detuvo el coche en el sendero de grava y el mayordomo se adelantó para sacar las dos maletitas de Becky del portaequipajes y pasárselas al lacayo, que las entró en la casa. El mayordomo guió a Becky con paso sosegado hasta una habitación de la primera planta, después de atravesar el vestíbulo y subir por una escalera de madera.

– La alcoba Wellington, señora -entonó mientras le abría la puerta.

– Se supone que pasó aquí una noche -explicó Guy, subiendo la escalera detrás de ella-. Por cierto, no vas a sentirte sola, porque ocupo la habitación contigua, y estoy mucho más vivo que el finado general.

Becky entró en una amplia y confortable estancia, donde una joven que llevaba un largo vestido negro de cuello y puños blancos ya estaba deshaciendo sus maletas. La chica se volvió, hizo una reverencia y se presentó.

– Soy Nellie, su doncella personal. Le ruego que me informe de todo lo que necesite, señora.

Becky le dio las gracias, caminó hasta el mirador y contempló las onduladas hectáreas que se extendían hasta perderse de vista. Becky se volvió al oír un golpe en la puerta y vio que Guy entraba en la habitación antes de que ella le diera permiso.

– ¿Te gusta la habitación, querida?

– Es perfecta -contestó Becky, mientras la doncella hacía una nueva reverencia.

Becky creyó distinguir una fugaz mirada de temor en los ojos de la joven cuando Guy atravesó la habitación.

– ¿Preparada para conocer a papá?

– Más preparada de lo que nunca estaré -admitió ella.

Bajó con Guy por la escalera hasta la sala de estar que se utilizaba por las mañanas. Un hombre de unos cincuenta y pocos años se hallaba de pie frente a un fuego espléndido, aguardándoles.

– Bienvenida a Ashurst Hall -dijo el mayor Trentham.

– Gracias -sonrió Becky.

El mayor era un poco más bajo que su hijo, pero poseía la misma complexión esbelta y cabello rubio, algo salpicado de gris en las sienes. El parecido terminaba allí. Mientras la tez de Guy era suave y pálida, la piel del mayor Trentham exhibía el tono rubicundo de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida al aire libre. Cuando Becky le estrechó la mano notó la aspereza de alguien que ha trabajado la tierra.

– Esos bonitos zapatos de Londres no le servirán para lo que tengo en mente -afirmó el mayor-, le dejaremos un par de botas de montar de mi esposa, o las botas altas de Nigel.

– ¿Nigel? -preguntó Becky.

– El benjamín de los Trentham. ¿Guy no le ha hablado de él? Cursa el último año en Harrow y confía en pasar a Sandhurst… para eclipsar a su hermano, según me han dicho.

– No sabía que tenías un…

– No vale la pena gastar saliva en ese mocoso -la interrumpió Guy con una media sonrisa, mientras su padre les guiaba hasta el vestíbulo, donde abrió un aparador situado bajo la escalera.

Becky contempló una fila de botas de montar de piel, aún más lustradas que sus zapatos.

– Elija -dijo el mayor Trentham.

Al cabo de dos tentativas, Becky encontró un par de su talla. Después, siguió a Guy y a su padre hasta el jardín. El mayor Trentham dedicó la mayor parte de la tarde a enseñar su propiedad de trescientas cincuenta hectáreas a su joven invitada, y a la hora de volver Becky estaba más que preparada para el ponche caliente que les esperaba en una enorme ponchera que habían dispuesto en la sala de estar.

El mayordomo anunció que la señora Trentham había telefoneado para decir que la habían retenido en la vicaría y que no podía reunirse con ellos para tomar el té.

La señora Trentham aún no había aparecido cuando Becky, al anochecer, volvió a su habitación para bañarse y cambiarse para la cena.

Daphne había prestado a Becky un par de vestidos para la ocasión, así como un broche de diamantes, pese a las protestas de Becky. Sin embargo, cuando se miró en el espejo, el resultado no la disgustó.

Becky regresó a la sala de estar al oír las ocho en alguno de los numerosos relojes esparcidos por la casa. Observó enseguida el efecto que el traje y el broche producían en ambos hombres. Un fuego espléndido continuaba ardiendo en la chimenea, pero la madre de Guy seguía sin aparecer.

– Un vestido encantador, señorita Salmon -dijo el mayor.

– Gracias, mayor Trentham -dijo Becky, paseando la vista por la estancia.

– Mi esposa se reunirá con nosotros dentro de un momento -aseguró el mayor a Becky, mientras el mayordomo servía un jerez en una bandeja de plata a la joven.

– Me ha gustado mucho el paseo por la finca -dijo Becky.

– Creo que no se merece esa descripción, querida -replicó el mayor con una cálida sonrisa-, pero me alegra que disfrutara el paseo -añadió, mirando más allá de Becky.

Ésta se giró en redondo y vio a una dama alta y elegante, vestida de negro de pies a cabeza, que entraba en la sala. Se acercó a ellos con paso lento y sosegado.

– Madre -dijo Guy, adelantándose para besarla en la mejilla-, me gustaría presentarte a Becky Salmon.

– ¿Cómo está usted? -preguntó Becky.

– ¿Puedo preguntar quién sacó mis mejores botas de montar del aparador del vestíbulo? -preguntó la señora Trentham, ignorando la mano extendida de Becky-, ¿Y después tuvo a bien devolverlas cubiertas de barro?

– Yo -dijo el mayor-. De lo contrario, la señorita Salmon habría tenido que pasear por la granja con zapatos de tacón, algo muy poco, sensato, dadas las circunstancias.

– La señorita Salmon habría demostrado su sensatez viniendo con el calzado apropiado.

– Lo siento muchísimo… -empezó Becky.

– ¿Dónde has estado todo el día, madre? -cortó Guy-, Confiábamos en verte mucho antes.

– Intentaba solucionar algunos de los problemas que nuestro nuevo vicario parece incapaz de afrontar -replicó la señora Trentham-, No tiene ni la menor idea de cómo organizar el oficio religioso de Pascua. No sé qué les enseñarán en Oxford actualmente.

– Teología, tal vez -insinuó el señor Trentham.

El mayordomo carraspeó.

– La cena está servida, señora.

La señora Trentham se volvió sin pronunciar palabra y les guió a paso vivo hasta el comedor. Situó a Becky a la derecha del mayor y frente a ella. Tres cuchillos, cuatro tenedores y dos cucharas brillaban frente a Becky. No le costó elegir con cuál empezar, pues el primer plato era sopa, y en lo sucesivo, siguiendo el consejo de Daphne, imitó en todo momento a la señora Trentham.

Su anfitriona no dirigió la palabra a Becky hasta que se sirvió el plato principal. En lugar de ello, habló a su esposo de los esfuerzos de Nigel en Harrow (muy poco impresionantes), del nuevo vicario (casi igual de desastroso), y de lady Lavinia Malim (la viuda de un juez que se había mudado al pueblo en fecha reciente y estaba provocando más problemas de los acostumbrados).

La boca de Becky estaba llena de faisán cuando la señora Trentham le preguntó de improviso:

– ¿Qué profesión ejerce su padre, señorita Salmon?

– Está muerto -tartamudeó Becky.

– Oh, cuánto lo siento. Imagino que murió sirviendo en la guerra con su regimiento…

– No.

– Así pues, ¿qué hizo durante la guerra?

– Tenía una panadería. En Whitechapel -añadió Becky, recordando la advertencia de su padre: «Si intentas alguna vez disfrazar tu medio social, acabarás llorando».

– ¿Whitechapel? -inquirió la señora Trentham-, ¿No se trata de un delicioso pueblecito en las afueras de Worcester, si no me equivoco?

– No, señora Trentham, está en el corazón del East End de Londres -dijo Becky, confiando en que Guy acudiría en su ayuda, pero parecía más interesado en saborear su clarete.

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