Jeffrey Archer - Como los cuervos

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No le fue fácil a Charlie alcanzar el objetivo de amasar una fortuna; sin embargo algo había en él que le hacía un predestinado al triunfo y, como apreciará el lector, este algo tiene mucho que ver con su capacidad de trabajo, astucia, coraje, ganas de aprender y un maravilloso abuelo -el de más fino olfato para la venta- que le guió con su ejemplo en sus primeros tiempos.
Desde las primeras páginas la historia se convierte en una trepidante aventura sobre el mundo de los negocios, en una ascensión ilusionada desde la humilde situación de vendedor de verduras callejero hasta la realización de un gran proyecto empresarial: es la historia de un tendero que metido a negociante termina creando una importante red de establecimientos comerciales mientras van desfilando los grandes acontecimientos de este siglo.

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Ya cruzaban el Westminster Bridge cuando Charlie acabó su historia con un «¿Alguna pregunta?», pero Becky seguía en silencio. Charlie esperó un momento y por último preguntó:

– ¿No tienes nada que decir?

– Sí -dijo ella-. Que no cometamos con Cathy el mismo error que cometimos con Daniel.

– ¿A saber?

– No decirle toda la verdad.

– Tendré que hablar con el doctor Miller antes de pensar siquiera en correr el riesgo -dijo Charlie-. Pero el problema más inmediato es asegurarnos que presente su reclamación a tiempo.

– Sin contar con el problema más inmediato aún de dónde esperas que deje el coche -dijo Becky girando a la izquierda por Belvedere Road para continuar hacia la entrada del Royal Festival Hall con sus líneas amarillas dobles y sus letreros de «No aparcar».

– Justo delante de las puertas de entrada -dijo Charlie, y ella obedeció sin objeción.

Tan pronto se detuvo el coche Charlie saltó fuera, corrió por la acera y pasó por las puertas de cristal.

– ¿A qué hora termina el concierto? -preguntó al primer uniformado que vio.

– A las diez treinta y cinco, señor, pero no puede dejar el coche allí.

– ¿Y dónde queda la oficina del director?

– Quinta planta a la derecha, segunda puerta a la izquierda según sale del ascensor. Pero…

– Gracias -le gritó Charlie ya corriendo en dirección al ascensor.

Becky acababa de alcanzar a su marido cuando llegó el ascensor.

– Su coche, señor -alcanzó a decir el portero, pero las puertas del ascensor ya se cerraban tras él.

Tan pronto se abrieron las puertas del ascensor en la quinta planta, Charlie saltó fuera, miró a su derecha y vio una puerta a la izquierda con el letrero «Director». Golpeó una vez antes de entrar. Adentro había dos hombres de esmoquin disfrutando de un cigarrillo y escuchando el concierto por un altavoz. Se volvieron a ver quién los interrumpía.

– Buenas noches, sir Charles -dijo el más alto incorporándose y avanzando hacia él-, Jackson. Soy el director del teatro. ¿Hay algo en que pueda servirle?

– Espero que sí, señor Jackson -repuso Charlie-. Tengo que sacar a una damita de la sala de conciertos tan pronto como sea posible. Es una emergencia.

– ¿Sabe su número de asiento?

– No tengo idea.

Charlie miró a su esposa que sólo meneó la cabeza.

– Entonces síganme -dijo el director saliendo a grandes pasos hacia el ascensor.

Cuando se volvieron a abrir las puertas se encontraron frente a frente al primer empleado que se habían encontrado al llegar.

– ¿Algún problema, Ron?

– Sólo que este señor ha dejado su coche en la misma puerta de entrada, señor.

– Entonces cuídeselo, ¿de acuerdo? -El director pulsó el botón de la tercera planta y preguntó volviéndose a Becky-. ¿Cómo va vestida la joven?

– Vestido rojo y esclavina blanca.

– Bravo, señora -dijo el director.

Salió del ascensor y los condujo rápidamente a una entrada lateral adyacente al palco de autoridades. Una vez dentro el señor Jackson quitó una pequeña fotografía de la reina inaugurando el edificio en 1957 y tiró de la ventana oculta de forma que podía observar al público por un espejo.

– Una precaución de seguridad en caso de que se presentara algún problema -explicó. Luego desenganchó dos pares de gemelos de debajo del apoyabrazos y se los pasó uno a Becky y otro a Charlie-. Si pueden localizar el asiento de la dama, alguien de mi personal la hará salir discretamente. -Se volvió a escuchar la música durante unos segundos y añadió-: Quedan diez minutos para que termine el concierto, doce a lo más. No hay bises programados para esta noche.

– Tú miras la platea, Becky, y yo miro el piso principal.

Charlie comenzó a enfocar los gemelos hacia el público sentado debajo de ellos. Entre los dos escudriñaron las mil novecientas localidades primero rápido y luego lentamente fila por fila. Ninguno de los dos logró localizar a Cathy ni en platea ni en el piso principal.

– Pruebe con los palcos del otro lado, sir Charles -sugirió el director.

Dos pares de gemelos recorrieron de un lado a otro el teatro. Aún no había señales de Cathy, de modo que Charlie y Becky volvieron su atención nuevamente al auditorio principal, escudriñando las filas.

El director de orquesta bajó su batuta por última vez a las diez y treinta y dos y comenzaron las oleadas de aplausos mientras Charlie y Becky continuaban su búsqueda entre la multitud, ahora de pie, hasta que finalmente se encendieron las luces y el público comenzó a abandonar el teatro.

– Tú continúa mirando, Becky. Yo iré a ver si los localizo al salir.

Se precipitó por la puerta del palco de autoridades seguido por Jackson y casi chocó con un hombre que salía del palco contiguo. Charles se volvió para disculparse.

– Hola, Charlie, no sabía que te gustaba Mozart -dijo una voz.

– No me gustaba pero de pronto se ha convertido en mi héroe -dijo Charlie incapaz de esconder su alegría.

– Por supuesto -dijo el director-. El único lugar que no podían ver era el contiguo al nuestro.

– Permíteme que te presente…

– No tenemos tiempo para eso -dijo Charlie-. Sígueme -dijo tomando a Cathy por el brazo-, Becky, discúlpame con el caballero y explícale por qué necesito a Cathy. Puede recuperarla después de la medianoche. Y gracias, señor Jackson. -Miró su reloj -. Aún tenemos tiempo.

– ¿Tiempo para qué, Charlie? -preguntó Cathy mientras corrían por el vestíbulo y salían a Belvedere Road.

El hombre de uniforme estaba de guardia junto al coche.

– Gracias, Ron -dijo Charlie tratando de abrir la puerta de adelante-. Maldita sea, Becky le echó llave.

Se volvió a observar un taxi que salía de la fila de espera. Le hizo señas.

– Eh, amigo -dijo el hombre que estaba al comienzo de la cola para taxis-. Creo que descubrirá que ese es mi taxi.

– Está a punto de tener un hijo -dijo Charlie abriendo la puerta y empujando a Cathy en el compartimiento posterior del taxi.

– Ah, qué buena suerte -exclamó el hombre retrocediendo.

– ¿Adonde, jefe? -preguntó el taxista.

– Ciento diez High Holborn y sin perder tiempo -dijo Charlie.

– Creo que en esa dirección es más probable que encontremos un abogado que un ginecólogo -comentó Cathy-, Y espero que tengas una explicación digna de por qué me estoy perdiendo la cena con un hombre que me ha pedido la primera cita en semanas.

– No inmediatamente -confesó Charlie-. Todo lo que necesito que hagas por el momento es firmar un documento antes de la medianoche, y luego te prometo que vendrá la explicación.

Unos pocos minutos pasadas las once se detuvo el taxi delante de la oficina del abogado. Charlie bajó del coche y se encontró a Harrison que los esperaba para saludarlos.

– Son ocho con seis, jefe.

– Oh, Dios, no tengo dinero.

– Así es como trata a todas sus chicas -dijo Cathy pasándole al taxista un billete de diez chelines.

Ambos siguieron a Harrison a su oficina donde ya había un montón de documentos dispuestos sobre su escritorio.

– Después de hablar con usted tuve una larga conversación telefónica con mi sobrino en Australia -dijo Harrison a Charlie-. De modo que creo estoy bien informado de todo lo sucedido durante su estancia allí.

– Lo cual es mucho más de lo que puedo decir yo -dijo Cathy desconcertada.

– Todo a su tiempo -dijo Charlie-. Las explicaciones después. Entonces ¿ahora qué? -preguntó volviéndose a Harrison.

– La señorita Ross ha de firmar aquí, aquí y aquí -dijo el abogado sin dar más explicaciones, señalando un espacio entre dos cruces a lápiz en la parte inferior de tres hojas distintas-. Como usted no tiene parentesco alguno con la beneficiaria ni es el beneficiario usted mismo, sir Charles, puede actuar como testigo de la firma de la señorita Ross.

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