– En persona no -contestó Becky, sin más explicaciones.
– ¿Puedo ayudarla en algo más?
– Sí. ¿Te acuerdas algo del cliente que trajo ese lote en concreto para la subasta?
– Desde luego, porque me llamaron al mostrador principal para atender a esa dama. -Hizo una pausa -. No me acuerdo del nombre, pero era mayor…, «muy fina». -Cathy vaciló antes de continuar-, Si no recuerdo mal, había viajado desde Nottingham. La dama me dijo que había heredado de su madre el servicio de té. Explicó que no le gustaba vender un recuerdo familiar, pero «las circunstancias mandan». Recuerdo la expresión, porque nunca la había oído.
– ¿Y qué opinó el señor Fellowes cuando le enseñaste el servicio?
– El mejor ejemplo del período que había visto en una subasta, sobre todo porque cada pieza está en perfectas condiciones. Peter está convencido de que el lote alcanzará un buen precio, y así lo ha estimado en el catálogo.
– Lo mejor será que llamemos a la policía ahora mismo -dijo Becky-. No deseo que nuestro hombre misterioso se levante otra vez para anunciar que este artículo también ha sido robado.
Descolgó el teléfono del escritorio y pidió que la comunicaran con Scotland Yard. Momentos después, el inspector Deakins del C.I.D. [24] habló con ella y, tras enterarse de lo ocurrido aquella mañana, accedió a visitar la galería por la tarde.
El inspector llegó poco después de las tres, acompañado por un sargento. Becky les condujo ante Peter Fellowes, el cual señaló la raya diminuta de una bandeja de plata que estaba examinando, Becky frunció el ceño. Fellowes se interrumpió y se acercó al centro de la mesa, donde ya se hallaba el servicio de té.
– Muy hermoso -dijo el inspector, inclinándose para estudiar las piezas-. Debe datar de 1820, aproximadamente.
Becky enarcó una ceja.
– Es mi afición favorita -explicó el inspector-. Por eso siempre me acaban adjudicando este tipo de trabajos.
Sacó una carpeta de su maletín y estudio varias fotografías, junto con detalladas descripciones de objetos de plata desaparecidos en fecha reciente del área londinense. Una hora después se mostró de acuerdo con Fellowes: ninguna de ellas concordaba con la descripción del servicio de té georgiano.
– Bien, no nos han informado de nada robado que coincida con este lote en particular -admitió-. Los ha pulido de una forma tan admirable -dijo, volviéndose hacia Cathy- que es imposible identificar ninguna huella.
– Lo siento -dijo Cathy, enrojeciendo un poco.
– No, señorita, no es culpa suya. Ha hecho un trabajo excelente. Ojalá mis humildes piezas tuvieran ese aspecto. De todos modos, me pondré en contacto con la policía de Nottingham, no sea que encuentren algo en sus archivos. Si no es así, enviaré una descripción a todas las fuerzas del Reino Unido, por si acaso. Y también les pediré que investiguen a la señora…
– Dawson -dijo Cathy.
– Señora Dawson. Tardarán un poco, por supuesto, pero la informaré en cuanto sepa algo.
– La subasta tendrá lugar dentro de tres semanas, a partir del próximo martes -le recordó Becky.
– Bien, traté de que todo esté aclarado para ese momento -prometió el inspector.
– ¿Dejamos la página en el catálogo, o prefiere que retiremos las piezas? -preguntó Cathy.
– Oh, no, no retiren nada. Dejen el catálogo exactamente como está, por favor. Alguien podría reconocer el servicio y ponerse en contacto con nosotros.
Alguien ya ha reconocido el servicio, pensó Becky.
– A propósito -continuó el inspector-, le agradecería que me diera una copia de la foto del catálogo, así como los negativos.
Cuando Charlie se enteró de lo ocurrido, mientras cenaban, su consejo fue retirar el servicio de té georgiano de la subasta… y ascender a Cathy.
– Tu primera sugerencia no es tan fácil de llevar a cabo -contestó Becky-. El catálogo estará a disposición del público mañana. ¿Qué explicación le daríamos a la señora Dawson por haber retirado la reliquia familiar de su querida madre?
– Que, en primer lugar, no era de su querida madre, y que lo retiraste por estar convencida de que es un objeto robado.
– Si lo hiciéramos, nos podría acusar de incumplimiento de contrato, cuando se descubriera más tarde que la señora Dawson era inocente de la acusación. Si nos llevara a los tribunales, no tendríamos a dónde cogernos.
– Si esta tal señora Dawson es tan inocente como tú piensas, ¿por qué demuestra la señora Trentham tanto interés por el dichoso servicio de té? Me cuesta creer que no tenga uno.
– Claro que lo tiene -rió Becky-, Lo sé, porque lo he visto, aunque jamás me sirvieron la taza de té prometida.
El inspector Deakins telefoneó tres días después a Becky para comunicarle que en los archivos de la policía de Nottingham no constaba ninguna referencia a un servicio de té que se ajustara a la descripción del que se iba a subastar. También le confirmaron que la señora Dawson no constaba en sus archivos. Ya había dado aviso a todas las comisarías del país.
– Pero -añadió- las fuerzas ajenas no cooperan mucho con la metropolitana en lo referente a intercambiar información.
Cuando Becky colgó el teléfono, decidió dar luz verde y enviar los catálogos, pese a los temores de Charlie. Se mandaron el mismo día, junto con invitaciones a la prensa y a ciertos clientes elegidos.
Un par de periodistas solicitaron entradas para la subasta. Una Becky inusualmente suspicaz ordenó que les investigaran, sólo para averiguar que trabajaban para periódicos nacionales, y que habían cubierto las subastas de «Trumper's» en ocasiones anteriores.
Simón Matthews consideró que Becky se estaba pasando de la raya, en tanto Cathy daba la razón a sir Charles, reforzando la opinión de que la alternativa más inteligente era retirar el servicio de té de la subasta hasta que Deakins les confirmara que no había problemas.
– Si retiráramos un lote cada vez que un hombre se interesa en alguna de nuestras subastas, lo mejor sería cerrar las puertas y dedicarnos a la astrología -comentó Simón.
El inspector Deakins telefoneó el lunes anterior a la subasta para preguntar si podía ver a Becky cuanto antes. Llegó a la galería media hora después, acompañado de su sargento. Lo único que sacó de su maletín esta vez fue un ejemplar del Aberdeen Evening Express correspondiente al 15 de octubre de 1949.
Deakins solicitó examinar de nuevo el servicio de té georgiano. Comparó minuciosamente cada pieza con una fotografía reproducida en una página interior del diario.
– No cabe duda, son éstas -dijo, después de verificarlo por segunda vez. Enseñó a Becky la foto.
Cathy y Peter Fellowes compararon cada pieza con la foto del periódico, y convinieron en que el parecido era asombroso.
– El servicio fue robado del Museo de la Plata de Aberdeen hace tres meses -dijo el inspector-. La maldita policía local no se molestó en informarnos. Consideraron, sin duda, que no era asunto nuestro.
– ¿Qué haremos ahora? -inquirió Becky.
– La policía de Nottingham ha visitado ya a la señora Dawson, y encontraron en su casa otras piezas de plata y joyas ocultas en diversos escondrijos. La han conducido a la comisaría para que, como diría la prensa, ayude a la policía en sus pesquisas. -Guardó el periódico en el maletín-. Después de que les llame para darles la noticia, espero que la acusen formalmente antes de que termine el día. Sin embargo, temo que tendré que llevarme el servicio de té a Scotland Yard a efectos del proceso.
– Por supuesto -dijo Becky.
– Mi sargento le entregará un recibo, lady Trumper, y yo quisiera darle las gracias por su cooperación. -El inspector vaciló, mirando con ternura el servicio de té-. Dos meses de sueldo -suspiró-, y robado por nada. -Saludó con el sombrero y los dos policías salieron de la galería.
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