Veinte minutos más tarde, Tom aventuró el primer comentario.
– Eso representa correr un riesgo muy grande.
– ¿Por qué? -replicó Nat-. Si la estrategia falla, acabaremos todos convertidos en multimillonarios, pero si tiene éxito, tendremos el control del banco más grande del estado.
– Papá está furioso contigo -afirmó Jimmy.
– ¿Por qué, si he ganado? -quiso saber Fletcher.
– Ese es el problema. Has ganado por más de doce mil votos, cosa que ha sido una falta de tacto lamentable -explicó Jimmy mientras observaba a Harry Júnior que corría por el lateral del campo con la pelota controlada-. No te olvides de que solo consiguió una ventaja de once mil votos una vez en veintiocho años, cuando Barry Goldwater se presentaba para presidente.
– Gracias por el aviso -dijo Fletcher-. Supongo que tendré que saltarme las comidas de los dos próximos domingos.
– Más te vale no hacerlo. Es tu turno de escuchar cómo ganó un millón en una noche.
– Sí, Annie me comentó que había vendido las acciones del banco Russell. Creía que se había comprometido a no vendérselas a Fairchild’s a ningún precio.
– Dio su palabra y la hubiese mantenido, pero el día antes de que concluyera la oferta, y las acciones habían alcanzado un precio de siete coma diez dólares, recibió una llamada de Tom Russell, que le aconsejó vender. Incluso le recomendó que se pusiera en contacto directamente con Ralph Elliot para que la venta fuese inmediata.
– Se traen algo entre manos -opinó Fletcher-. Tom Russell jamás le hubiese dicho a tu padre que tratara con Ralph Elliot a menos que aún quede por escribir otro capítulo de esta novela. -Jimmy no abrió la boca-. ¿Podemos deducir por tanto que Fairchild’s ya controla más del cincuenta por ciento?
– Le hice a Logan la misma pregunta, pero me explicó que debido a la confidencialidad del cliente, no podía decirme nada hasta el lunes, cuando la comisión publique la información oficial.
– ¡Ay! -exclamó Jimmy-. ¿Has visto lo que le acaba de hacer ese chico de Taft a Harry Júnior? Tiene suerte de que Joanna no esté aquí, ella hubiese entrado en el campo para darle una azotaina.
– ¿Aquellos que estén a favor? -preguntó el presidente.
Todos los allí reunidos levantaron la mano, aunque Julia pareció titubear durante una fracción de segundo.
– Aprobado por unanimidad -declaró Tom, que luego miró a Nat y añadió-: Quizá quieras explicarnos ahora qué sucederá de aquí en adelante.
– Por supuesto, presidente. A las diez de la mañana, la comisión anunciará que Fairchild’s no ha conseguido el control del banco Russell.
– ¿Cuál es el porcentaje que pueden haber conseguido? -preguntó Julia.
– Tenían el cuarenta y siete coma ochenta y nueve por ciento a medianoche del sábado y quizá hayan conseguido comprar algunas acciones más el domingo, pero lo dudo.
– ¿A qué precio?
– El viernes cerraron a siete coma treinta y dos dólares -contestó Logan-, pero después del anuncio de esta mañana, quedan anuladas automáticamente todas las cesiones y Fairchild’s no puede hacer otra oferta durante por lo menos veintiocho días.
– Entonces será el momento en que pondré en el mercado un millón de acciones de Russell.
– ¿Qué necesidad tienes de hacerlo? -intervino Julia-. No hay ninguna duda de que nuestras acciones caerán en picado.
– También caerán las de Fairchild’s, porque son dueños de casi el cincuenta por ciento de las nuestras y no pueden hacer nada al respecto durante veintiocho días.
– ¿Nada? -repitió Julia.
– Nada -confirmó Logan.
– Si después utilizamos el dinero obtenido con la venta para comprar las acciones de Fairchild’s cuando comiencen a bajar…
– Tendrá que informar a la comisión en el momento en que llegue al seis por ciento -señaló Logan- y al mismo tiempo comunicarles que su intención es asumir el control en firme de Fairchild’s.
– Estupendo -exclamó Nat. Cogió el teléfono y marcó los diez dígitos. Nadie habló mientras el director ejecutivo esperaba a que atendieran la llamada-. Hola, Joe, soy Nat. Seguiremos adelante tal como hemos acordado. A las diez y un minuto quiero que pongas a la venta un millón de nuestras acciones.
– ¿Te das cuenta de que caerán en picado? -dijo Joe-. Convertirás en vendedores a todo el mundo.
– Confiemos en que tengas razón, Joe, porque ese será el momento en que tú comenzarás a comprar acciones de Fairchild’s si crees que han tocado fondo. No dejes de comprar hasta tener el cinco coma nueve por ciento.
– Comprendido.
– Una cosa más, Joe, Asegúrate de tener la línea abierta día y noche, porque no creo que vayas a dormir mucho en las próximas cuatro semanas. -Nat se despidió y colgó el teléfono.
– ¿Estás seguro de que no estamos quebrantando alguna ley? -preguntó Julia, preocupada.
– Desde luego -manifestó Logan-, pero si nos sale bien la jugada, creo que el Congreso tendrá que apresurarse en modificar la legislación referente a la absorción de empresas.
– ¿Consideras que lo que hacemos es ético? -añadió Julia.
– No -admitió Nat-, y nunca se me hubiese ocurrido actuar así de no tratarse de Ralph Elliot. -Guardó silencio unos instantes-. Te advertí que iba a acabar con él. Sencillamente no te dije de qué manera.
– Tiene al presidente de Fairchild’s por la línea uno, a Joe Stein por la línea dos y a su esposa por la línea tres.
– Atenderé primero al presidente de Fairchild’s. Pídele a Joe Stein que espere y dile a Su Ling que yo la llamaré.
– Su esposa dijo que era urgente.
– La llamaré en cuestión de minutos.
– Le paso al señor Goldblatz.
A Nat le hubiese gustado disponer de unos momentos para prepararse antes de hablar con el presidente de Fairchild’s; quizá tendría que haberle dicho a su secretaria que él lo llamaría más tarde. Para empezar, ¿cómo debía dirigirse a él? ¿Señor Goldblatz, señor presidente o señor a secas? Después de todo, Goldblatz ya era presidente de Fairchild’s cuando Nat todavía era un estudiante.
– Buenos días, señor Cartwright.
– Buenos días, señor Goldblatz, ¿en qué puedo ayudarle?
– Me preguntaba si quizá podríamos reunimos. -Nat vaciló porque no estaba muy seguro de la respuesta-. Creo que lo más prudente sería que nos viéramos los dos solos -añadió-. So… so… solo nosotros dos.
– Me parece una idea excelente -admitió Nat-, aunque tendría que ser en algún lugar donde nadie nos reconociera.
– ¿Puedo proponerle la catedral de San José? -preguntó el señor Goldblatz-. No creo que nadie me reconozca allí.
Nat se echó a reír al oír el comentario.
– ¿Tiene alguna sugerencia respecto al día y la hora?
– Creo que lo más conveniente sería cuanto antes.
– Estoy de acuerdo.
– ¿Le parece bien esta tarde a las tres? No creo que pueda haber mucha gente en la iglesia un lunes por la tarde.
– En la catedral de San José a las tres. Le veré allí, señor Goldblatz.
En cuanto Nat colgó el teléfono, volvió a sonar.
– Joe Stein -le avisó Linda.
– Joe, ¿cuál es la última noticia?
– Acabo de comprar otras cien mil acciones de Fairchild’s, cosa que te sitúa en el veintinueve por ciento. En estos momentos se cotizan a dos coma noventa dólares, que es menos de la mitad de su precio más alto. Pero tienes un problema -le advirtió Joe.
– ¿De qué se trata?
– Si no te haces con el cincuenta por ciento de aquí al viernes, te encontrarás con el mismo problema que tuvo Fairchild’s hace quince días, así que espero que sepas cuál es tu próxima jugada.
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