– Preferiría que Joanna y tú siguierais juntos -manifestó Fletcher.
– ¿Alguna idea de quién será tu oponente? -preguntó Jimmy, que evidentemente deseaba cambiar de tema.
– No -contestó Fletcher-. Me han dicho que Barbara Hunter está desesperada por volver a presentarse, pero los republicanos no la quieren de candidata si pueden encontrar a otra persona con mejores perspectivas.
– Corría el rumor -comentó Jimmy- de que Ralph Elliot estaba considerando la posibilidad de presentarse, pero francamente después de tu triunfo con Billy Bates, creo que ni siquiera el arcángel Gabriel podría desbancarte.
– Billy Bates no fue un triunfo, Jimmy. La muerte de aquel hombre es algo que todavía me atormenta. Podría seguir vivo si me hubiese mostrado más firme con el jefe Culver.
– Ya sé que es así como lo ves, Fletcher, pero la gente opina de otra manera. Tu reelección lo demostró. Lo único que recuerdan es que arriesgaste tu vida para salvar a treinta y un niños y a su maestra favorita. Papá dice que si te hubieses presentado para presidente esa misma semana ahora mismo estarías viviendo en la Casa Blanca.
– ¿Qué tal está el viejo buitre? -preguntó Fletcher-. Me siento un poco culpable porque últimamente no he tenido tiempo para ir a visitarlo.
– Está bien, le gusta creer que sigue controlándolo todo y a todos, aunque solo esté planeando tu carrera.
– ¿Para qué año tiene dispuesto que me presente para presidente? -replicó Fletcher con una sonrisa.
– Todo depende de que primero quieras presentarte para gobernador. Para cuando tú hayas cumplido tu cuarta legislatura como senador, Jim Lewsam estará acabando su segundo mandato.
– Quizá no quiera presentarme para gobernador.
– Quizá el Papa no es católico.
– Buenos días -saludó Logan Fitzgerald y miró a los presentes en la sala de juntas-. Antes de que me lo pregunten -añadió-, la respuesta es Fairchild’s.
– ¡Por supuesto! -exclamó Nat-. Maldita sea, tendría que haberlo descubierto yo solo. Si lo piensas, te das cuenta de que son los compradores obvios. Fairchild’s es el banco más grande del estado: cuenta con setenta y una sucursales y prácticamente no tiene rivales.
– Es evidente que alguien de su junta nos considera un competidor que hay que tener en cuenta -opinó Tom.
– Por tanto, han decidido apartarlos del juego antes de que ustedes pretendan hacer lo mismo con ellos.
– No les culpo -dijo Nat-. Es exactamente lo que haría si estuviese en su lugar.
– También les puedo decir que la idea original no surgió de un miembro de la junta -continuó Logan-. La notificación oficial a la Comisión de Vigilancia y Control del Mercado de Valores fue firmada en su nombre por Belman, Wayland y Elliot, y no hay premio para quien diga cuál de los tres socios estampó su firma en el documento.
– Eso significa que tenemos por delante una batalla muy dura -declaró Tom.
– Efectivamente -confirmó Logan-. Por tanto, lo primero que debemos hacer es empezar a contar. -Miró a Julia-. ¿Cuántas acciones ha comprado en los últimos días?
– Menos del uno por ciento -contestó Julia-, porque hay alguien en el parquet que presiona constantemente al alza. Anoche se lo pregunté a mi agente y me informó de que las acciones habían cerrado a cinco coma veinte.
– Eso está muy por encima de su valor real -intervino Nat-, pero ahora ya no es posible echarse atrás. Le he pedido a Logan que viniera esta mañana para que nos haga una valoración de nuestras posibilidades de supervivencia y para que nos explique en detalle lo que debemos esperar en las próximas semanas.
– En primer lugar, les informaré de cuál era la situación a las nueve de la mañana de hoy, señor presidente -comenzó Logan-. Para evitar la absorción, el banco debe poseer, o tener comprometidas por escrito, el cincuenta y uno por ciento de las acciones. Ahora mismo, la junta tiene poco más del veinticuatro por ciento y sabemos que Fairchild’s ya tiene por lo menos un seis por ciento. A primera vista, todo parece satisfactorio. Sin embargo, dado que Fairchild’s está ofreciendo ahora cinco coma diez dólares por acción durante un período de veintiún días, considero que es mi deber señalarles que si deciden vender sus acciones, solo en dinero en efectivo se embolsarían una cantidad que se aproximaría a los veinte millones de dólares.
– Ya hemos tomado nuestra decisión al respecto -manifestó Tom con voz firme.
– Muy bien, entonces solo disponen de dos alternativas. Pueden superar la oferta de Fairchild’s de cinco coma diez dólares por acción, sin olvidar que según el director ejecutivo ya están muy por encima de su valor real, o bien pueden ponerse en contacto con todos los accionistas para que les den un poder sobre sus acciones.
– La segunda -contestó Nat sin vacilar.
– Como supuse que esa sería la respuesta, señor Cartwright, he realizado un cuidadoso estudio de la lista de accionistas. Esta mañana, había un total de veintisiete mil cuatrocientos doce; la mayoría de ellos tienen pequeñas cantidades, un millar o menos de acciones. Sin embargo, hay un cinco por ciento que permanece en las carteras de tres particulares: dos viudas residentes en Florida, que poseen un uno por ciento cada una, y el viejo senador Harry Gates, que es dueño de un uno por ciento.
– ¿Cómo es eso posible? -preguntó Tom-. Todo el mundo sabe que Harry Gates ha vivido exclusivamente de su salario como senador a lo largo de su vida pública.
– Se lo tiene que agradecer a su padre -le explicó Logan-. Al parecer, era amigo del fundador del banco, quien le ofreció un uno por ciento de la empresa en mil ochocientos noventa y dos. Compró cien acciones por cien dólares y la familia Gates las ha conservado desde entonces.
– ¿Cuál es su valor actual? -quiso saber Tom.
Nat hizo el cálculo.
– Aproximadamente medio millón de dólares, y lo más probable es que ni siquiera lo sepa.
– Jimmy Gates, su hijo, es un viejo amigo mío -comentó Logan-. La verdad es que él me consiguió el empleo. Estoy en condiciones de decirles que en cuanto Jimmy se entere de que Ralph Elliot está implicado en esto, nos otorgarán un poder sobre las acciones inmediatamente. Si pueden hacerse con ellas, y pescar a las dos viudas de Florida, estarán muy cerca de controlar el treinta por ciento; eso significa que necesitarán otro veintiún por ciento para respirar tranquilos.
– Por la experiencia que tengo de las otras compras, al menos un cinco por ciento no se pondrán en contacto con ninguna de las partes -señaló Nat-. Hay que tener en cuenta los cambios de domicilio, las acciones depositadas en fondos e incluso a los particulares que, como Harry Gates, nunca se han preocupado de saber qué tienen en cartera.
– Estoy de acuerdo -asintió Logan-, aunque no estaré tranquilo hasta saber que controlan el cincuenta y uno por ciento.
– ¿Qué tenemos que hacer para que ese veintiún por ciento venga a parar a nuestras manos?
– Dedicar muchas horas de trabajo -respondió Logan-. Para empezar, tendrán que enviarle una carta personal a cada uno de los accionistas, o sea, algo más de veintisiete mil. Esto es lo que he pensado. -Logan repartió las fotocopias de un modelo de carta entre los miembros de la junta-. Verán que hago hincapié en la solidez del banco, su larga historia al servicio de la comunidad, su constante crecimiento que supera a cualquier otra entidad financiera del estado. También les pregunto si quieren que un banco se haga con el monopolio.
– Sí, el nuestro -dijo Nat.
– Todavía no es el momento adecuado para eso -replicó Logan-. Ahora, antes de que decidamos si esta carta es válida, querría saber sus opiniones, dado que tendrá que firmarla el presidente o el director ejecutivo.
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