– ¿Adónde va toda esa gente? -preguntó Annie-. No es posible que todos sean parientes de la señora Hunter.
Fletcher se echó a reír al escuchar el comentario de su esposa.
– No, claro que no, pero el público puede presenciar el recuento desde la galería. Parece evidente que es una vieja tradición en Hartford -explicó mientras Annie encontraba finalmente un sitio donde aparcar el coche a cierta distancia del ayuntamiento.
Fletcher y Annie se cogieron de la mano mientras se unían a la multitud que se dirigía al ayuntamiento. A lo largo de los años, el joven había visto a muchísimos políticos y a sus esposas cogerse de la mano el día de las elecciones; a menudo se había preguntado cuántos de ellos lo hacían solo para las cámaras de la televisión y los fotógrafos. Apretó la mano de Annie cuando subieron las escalinatas e intentó mostrarse relajado.
– ¿Confía plenamente en su victoria, señor Davenport? -le preguntó un periodista de la televisión local y le acercó el micrófono a la boca.
– En estos momentos solo sé que me devoran los nervios -contestó sinceramente.
– ¿Cree usted que ha derrotado a la señora Hunter? -insistió el periodista.
– No tendré ningún inconveniente en responder a su pregunta dentro de un par de horas.
– ¿Le parece que ha sido una campaña limpia?
– Ustedes pueden juzgarlo mejor que yo -respondió Fletcher mientras llegaban a la puerta del ayuntamiento y entraban en el edificio.
Algunos de los espectadores sentados en la galería le aplaudieron al verle entrar en la sala. Fletcher esbozó una sonrisa y respondió a los aplausos con un gesto; confió en parecer tranquilo, aunque no lo estaba. Cuando miró a los que estaban sentados abajo, al primero que vio fue a Harry. Su expresión era pensativa.
El aspecto que ofrecía entonces la sala no se parecía en nada al del día del debate. La mayor parte de los asientos habían sido reemplazados con unas largas mesas dispuestas en forma de herradura. En la mesa central se encontraba el señor Cooke, que había presidido el escrutinio en las siete elecciones anteriores. Esta era la última porque se jubilaba a final de año.
Uno de los funcionarios contaba las cajas negras con las papeletas, que estaban apiladas en el espacio marcado por la herradura. El señor Cooke les había explicado a los candidatos en la reunión mantenida el día anterior que el recuento no comenzaría hasta que los colegios electorales no hubiesen enviado las urnas. Como los colegios electorales cerraban a las ocho, ese proceso solo tardaba alrededor de una hora.
Se escucharon más aplausos y Fletcher vio que saludaban la entrada de Barbara Hunter. La candidata republicana parecía muy segura de sí misma cuando agradeció los saludos de sus partidarios con una amplia sonrisa.
En cuanto se dio por finalizada la recepción de las urnas, los funcionarios rompieron los precintos y vaciaron las papeletas sobre las mesas donde estaban el centenar de voluntarios que realizarían el escrutinio; en cada mesa había tres personas: un representante republicano, otro demócrata y un observador independiente que permanecía de pie detrás de los otros dos. Si el observador tenía alguna duda después de iniciado el recuento, levantaría la mano y el señor Cooke o alguno de sus ayudantes acudiría de inmediato para resolver la situación.
Las papeletas se clasificaban en tres grupos: los votos republicanos, los demócratas y un tercero para los casos dudosos. En la mayoría de las circunscripciones todo este proceso se realizaba a máquina, pero no era así en Hartford, aunque todos sabían que el recuento manual desaparecería en cuanto se jubilara el señor Cooke.
Fletcher comenzó a ir de mesa en mesa, atento al aumento de los montones. Jimmy hacía lo mismo, pero en el sentido opuesto. Harry no se movió mientras controlaba la apertura de las urnas y su mirada prácticamente no se apartaba de lo que ocurría en el espacio delimitado por la herradura. Cuando acabaron de vaciar las urnas, el señor Cooke les indicó a sus ayudantes que contaran los votos y los ordenaran en montones de cien.
– Es este momento la tarea del observador es crucial -le explicó Harry a Fletcher, cuando el joven se detuvo por un instante a su lado-. Tiene que verificar que no cuenten ningún voto dos veces o que no haya dos papeletas pegadas.
Fletcher asintió y prosiguió con la ronda. De vez en cuando se detenía para observar el recuento de una mesa en particular. Pasaba alternativamente de la depresión al entusiasmo, pero dejó de hacerlo cuando Jimmy le comentó que las urnas procedían de diferentes distritos y no se podía saber cuáles pertenecían a un feudo republicano o de un barrio demócrata.
– ¿Cuál es el próximo paso? -le preguntó Fletcher, consciente de que este era el cuarto recuento al que asistía su cuñado.
– Arthur Cooke sumará todos los votos, anunciará cuántas personas han emitido su voto, y calculará el porcentaje de votantes.
Fletcher miró el reloj de pared; eran poco más de las once y en la gran pantalla de televisión, vio a Jimmy Carter que hablaba con su hermano Billy. Los primeros resultados indicaban que los demócratas volverían a la Casa Blanca después de un período de ocho años. ¿Era una señal de que él llegaría a ocupar un escaño en el Senado?
Fletcher volvió a fijarse en el señor Cooke, quien aparentemente no tenía ninguna prisa mientras se ocupaba de sus tareas. Su ritmo no reflejaba el latir de los corazones de los candidatos. Después de recoger todas las planillas, se reunió con sus ayudantes y fue introduciendo todas las cifras en una calculadora, su única concesión a la modernidad. A esto le siguió la labor de apretar las teclas, acompañada de murmullos y gestos de asentimiento, antes de que dos números fueran escritos con toda parsimonia en dos hojas separadas. Luego cruzó la sala con paso majestuoso y subió al estrado. Dio un par de golpecitos en el micrófono, cosa que fue suficiente para que se hiciera el silencio, mientras el público aguardaba con impaciencia escuchar sus palabras.
– Maldita sea -masculló Harry-, ya ha pasado más de una hora. ¿Por qué demonios Arthur no va un poco más rápido?
– Tranquilízate -le pidió Martha-, recuerda que tú ya no eres el candidato.
– El número de personas que ha emitido su voto en las elecciones para el Senado es de cuarenta y dos mil cuatrocientos veintinueve y el porcentaje de participación es del cincuenta y dos coma nueve por ciento.
El señor Cooke abandonó el estrado sin añadir nada más y volvió a su sitio en la mesa central. A continuación su equipo procedió a verificar los montoncitos de cien, pero pasaron otros cuarenta y dos minutos antes de que el jefe ejecutivo subiera de nuevo al estrado. En esta ocasión no fue necesario que pidiera silencio.
– Debo comunicarles que hay setenta y siete votos dudosos. Por tanto, ruego a los candidatos que se acerquen para que decidan qué papeletas se considerarán válidas.
Harry corrió por primera vez en el día y fue a buscar a Fletcher para hablar con él antes de que se reuniera con el señor Cooke en la mesa.
– Eso significa que cualquiera de los dos que está en cabeza, lo está por menos de setenta y siete votos, de lo contrario Cooke no montaría toda esta pantomima de pedir la opinión de los candidatos. -Fletcher asintió con un gesto-. Por tanto, tienes que elegir a alguien que verifique esos votos que son cruciales para ti.
– Eso no es ningún problema -replicó el joven-. Le elijo a usted.
– No me parece conveniente -señaló Harry-, porque eso pondría en guardia a la señora Hunter; para esto necesitas a alguien que ella no vea como una amenaza.
– ¿Qué le parece Jimmy?
– Buena idea, porque creerá que podrá manejarlo.
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