La señora Hunter no pudo disimular el enojo cuando el señor Cooke, con la mirada puesta en la galería, declaró:
– Acabado el recuento de las papeletas dudosas, el resultado es de catorce para el señor Davenport y seis para la señora Hunter. -Se volvió hacia los candidatos y añadió-: Les agradezco a ambos su generosa colaboración en todo el proceso.
Harry se permitió una sonrisa mientras se sumaba a los renovados aplausos que siguieron a la declaración del señor Cooke. Fletcher se apresuró a salir del espacio acotado para ir a reunirse con su suegro.
– Si ganas por menos de ocho votos, muchacho, sabremos a quién agradecérselo, porque ahora la señora Hunter no puede hacer absolutamente nada al respecto.
– ¿Cuándo sabremos el resultado? -le preguntó Fletcher.
– ¿La votación? Dentro de unos minutos -respondió Harry-, pero el resultado total no estará disponible hasta dentro de varias horas.
El señor Cooke leyó las cifras que aparecían en la calculadora y luego las copió en una hoja, que firmaron sus cuatro ayudantes. Subió al estrado por tercera vez.
– Ahora que ambos candidatos han aceptado la decisión referente a las papeletas dudosas, les informo que el resultado de las elecciones para el Senado correspondientes al condado de Hartford es el siguiente: el señor Fletcher Davenport ha obtenido veintiún mil doscientos dieciocho votos, y la señora Barbara Hunter, veintiún mil doscientos once.
Harry sonrió.
El señor Cooke esperó pacientemente a que se acallaran las aclamaciones del público y entonces anunció antes de que la señora Hunter pudiera intervenir:
– Se volverán a contar los votos.
Harry y Jimmy recorrieron la sala para decirle a cada uno de sus observadores una sola palabra: concentración. Cincuenta minutos más tarde, quedó claro que tres de los montoncitos solo tenían noventa y nueve votos, mientras que otros cuatro tenían ciento uno. El señor Cooke verificó los siete montoncitos por tercera vez, antes de subir al estrado.
– Declaro que el resultado de las elecciones para el Senado correspondientes al condado de Hartford es el siguiente: Fletcher Davenport, veintiún mil doscientos diecisiete votos; Barbara Hunter, veintiún mil doscientos trece.
El señor Cooke tuvo que esperar unos minutos para hacerse oír por encima del barullo.
– La señora Hunter ha solicitado un nuevo recuento.
Esta vez algunos pitidos se mezclaron entre los gritos de entusiasmo, mientras el público se acomodaba para ver cómo se repetía todo el proceso. El señor Cooke insistió en que cada montoncito se verificara por partida doble y, para que no quedara ninguna duda, los repasó uno por uno. No volvió a subir al estrado hasta unos minutos después de la una y en esta ocasión les pidió a los candidatos que lo acompañaran. Dio unos golpecitos en el micrófono para comprobar que funcionaba.
– Declaro que el resultado de las elecciones para el Senado en el condado de Hartford es el siguiente: Fletcher Davenport, veintiún mil doscientos dieciséis; Barbara Hunter, veintiún mil doscientos catorce.
Los pitidos y las aclamaciones fueron más estruendosos y tuvieron que pasar varios minutos antes de que se restableciera el orden. La señora Hunter se acercó al señor Cooke y le susurró lo bastante alto como para que todos lo oyeran que como era más de la una los funcionarios del ayuntamiento debían dar por acabada su jornada y dejaran para el día siguiente un nuevo recuento.
El señor Cooke escuchó cortésmente sus palabras, antes de acercarse al micrófono. Sin embargo, era evidente que se había preparado para cualquier circunstancia.
– Tengo conmigo la normativa de las elecciones. -La levantó para que todos la vieran como un sacerdote que enseña la Biblia-. En este caso se aplica el artículo de la página noventa y uno, que dice lo siguiente. -El silencio se hizo en la sala mientras esperaban a que el señor Cooke diera comienzo a la lectura-. En las elecciones para el Senado, si uno de los candidatos gana en tres recuentos, por pequeña que sea la diferencia, el candidato será proclamado ganador. Por tanto, declaro al señor…
El resto de sus palabras se perdió por las aclamaciones de los partidarios de Fletcher.
Harry Gates se volvió para estrechar la mano de Fletcher y el joven no consiguió escuchar las palabras del ya ex senador. No obstante le pareció que Harry le había dicho:
– Permítame que sea el primero en felicitarle, senador.
Nat viajaba en el tren de regreso de Nueva York cuando leyó la breve noticia en el New York Times. Había asistido a una reunión de la junta directiva de Kirkbridge y Compañía, donde había informado de que la primera fase de la construcción del centro comercial Cedar Wood estaba terminada. La siguiente etapa consistiría en ofrecer en alquiler los setenta y tres locales que iban desde los trescientos a los tres mil metros cuadrados. Muchas de las empresas que ya tenían tiendas en el centro comercial Robinson habían manifestado su interés por los locales y Kirkbridge y Compañía estaba preparando un folleto y un impreso de solicitud para varios centenares de posibles clientes. Nat también había contratado un anuncio de una página en el Hartford Courant y había aceptado una entrevista sobre el proyecto que sería publicada en la sección de negocios del periódico.
El señor George Turner, el nuevo jefe ejecutivo del ayuntamiento, no tenía más que alabanzas para el nuevo centro comercial y en su informe anual, había destacado la contribución de la señora Kirkbridge como coordinadora del proyecto. En los primeros meses del año, el señor Turner hizo una visita al banco Russell, pero no antes de que Ray Jackson hubiese sido ascendido a director de la sucursal de Newington.
Los progresos de Tom habían sido un poco más lentos puesto que tardó siete meses en reunir el coraje para invitar a Julia a cenar. Ella había tardado siete segundos en aceptar.
En cuestión de semanas, Tom tomaba el tren de las 16.19 a Nueva York todos los viernes por la tarde y regresaba a Hartford los lunes por la mañana. Su Ling no dejaba de preguntarle a su marido cómo iba la relación, pero Nat, contra lo que era habitual, parecía muy poco informado.
– Quizá sabremos algo más el viernes -le dijo Nat, porque Julia iría a la ciudad a pasar el fin de semana y ambos habían aceptado la invitación a cenar con ellos.
Nat releyó la noticia en el New York Times, que no daba muchos detalles, y daba la impresión de que había mucho más que no se mencionaba. «William Alexander, de Alexander Dupont y Bell, ha anunciado su dimisión como socio principal de la firma fundada por su abuelo. El único comentario del señor Alexander ha sido que desde hacía tiempo pensaba en la jubilación anticipada.»
Miró el paisaje de Hartford a través de la ventanilla. Le sonaba el nombre, pero no acababa de ubicarlo.
– El señor Logan Fitzgerald por la línea uno, senador.
– Gracias, Sally.
Fletcher recibía más de un centenar de llamadas todos los días, pero su secretaria solo le pasaba las de los viejos amigos o de cuestiones urgentes.
– Logan, qué alegría. ¿Cómo estás?
– Muy bien, Fletcher, ¿y tú?
– Estupendamente.
– ¿Qué tal la familia?
– Annie todavía me quiere, aunque solo Dios sabe la razón, porque casi nunca salgo del despacho antes de las diez de la noche. Lucy ya va a la escuela y la hemos apuntado en Hotchkiss. ¿Qué tal tú?
– Me acaban de hacer socio -dijo Logan.
– No es ninguna sorpresa, pero de todas maneras mis felicitaciones.
– Gracias, aunque no es el motivo de la llamada. Quería saber si habías leído la noticia de la dimisión de Bill Alexander que ha publicado el Times.
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