Alrededor de las once, los jefes de grupo informaron de que la participación era un poco más baja que en las pasadas elecciones, en las que votó un cincuenta y cinco por ciento de la población.
– Si está por debajo del cincuenta por ciento, perdemos; si es más del cincuenta ya estamos dentro -explicó Jimmy-. Si se supera el cincuenta y cinco, ganaremos de calle.
– ¿Por qué? -le preguntó Fletcher.
– Porque los republicanos acuden a votar llueva o haga sol, así que siempre se benefician si la participación es baja. Conseguir que nuestra gente vote siempre ha sido el gran problema de los demócratas.
Jimmy no se apartó ni un milímetro del programa. Antes de llegar a una casa le entregaba a Fletcher una hoja con los datos esenciales de la familia que se ocupaba de la zona. Fletcher se aprendía los puntos más importantes antes de que le abrieran.
– Hola, Dick -decía cuando se abría la puerta-. Es muy amable de tu parte permitir que utilicemos tu casa una vez más, porque por supuesto estas son tus cuartas elecciones. -Escuchaba la respuesta-. ¿Cómo está Ben? ¿Continúa estudiando? -Escuchaba la respuesta-. Lamento lo de Buster; sí, el senador Gates me lo comentó. -Escuchaba la respuesta-. Pero ahora tienes otro perro, Buster Jr., ¿no?
Jimmy también tenía su propia tarea. Después de unos diez minutos, susurraba: «Creo que ya es hora de marcharnos». A las doce, comenzó a mostrarse ansioso y omitió el «creo»; a las dos ya estaba desesperado. Después de estrechar las manos de todos y despedirse, siempre tardaban un par de minutos en abandonar la casa. A pesar de los intentos de Jimmy, llegaron al cuartel general veinte minutos después de la hora prevista para la comida.
Fletcher ya no tenía tiempo para sentarse a comer, así que cogió un bocadillo de una mesa donde había una gran variedad de viandas y se lo comió mientras iba con Annie de despacho en despacho para estrechar las manos del mayor número posible de voluntarios.
– Hola, Martha, ¿dónde está Harry? -le preguntó Fletcher a su suegra cuando entró en la sala de los teléfonos.
– En la puerta del Senado, dedicado a hacer lo que es lo suyo. Estrechar manos, dar opiniones y asegurarse de que la gente no se olvide de votar. Llegará en cualquier momento.
Media hora más tarde, Fletcher se cruzó con Harry en el pasillo cuando iba hacia la salida, porque Jimmy había insistido en que si querían visitar todas las casas, no podían salir más tarde de la una y diez.
– Buenos días, senador.
– Buenas tardes, Fletcher, me alegra ver que has encontrado tiempo para comer.
En la primera casa que visitaron después de comer las listas mostraban que los republicanos habían conseguido una pequeña ventaja que se fue consolidando en el transcurso de la tarde. A las cinco, aún le quedaban quince jefes de grupo por visitar.
– Si te saltas alguno -le dijo Jimmy-, se quejará hasta el hartazgo y puedes estar seguro de que no podrás contar con él en las próximas elecciones.
A las seis de la tarde los republicanos estaban por delante y Fletcher procuró no demostrar que se sentía un tanto deprimido. Jimmy le recomendó que se tranquilizara y le prometió que las cosas cambiarían en un par de horas; no hizo mención alguna de que a esas horas, su padre siempre tenía ventaja y por tanto ya sabía que era el ganador. Fletcher envidió a los que ya estaban ocupando los asientos en la sala donde se realizaría el escrutinio.
– Resulta mucho más fácil relajarte cuando tienes claro que has ganado o perdido.
– Eso es algo que no puedo responder -replicó Jimmy-. Papá ganó sus primeras elecciones por ciento veintiún votos antes de que yo naciera y durante los últimos treinta años fue aumentando la mayoría hasta situarla en poco más de once mil, pero como siempre dice, si sesenta y una personas hubiesen votado al rival, no habría ganado aquellas primeras elecciones y quizá nunca habría tenido una segunda oportunidad. -Jimmy se arrepintió de sus palabras en cuanto las dijo.
Sobre las siete, Fletcher se recuperó un poco al ver que aparecían unas cuantas líneas azules más en las hojas y aunque los republicanos seguían en cabeza, la sensación general era que se podía empatar. Jimmy tuvo que acortar las visitas a las últimas seis casas a once minutos, e incluso así llegaron a las últimas dos cuando ya habían cerrado los colegios electorales.
– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Fletcher cuando salieron de la última casa.
Jimmy consultó su reloj.
– Volvemos al cuartel general, donde escucharás las historias más increíbles. Si ganas, se convertirán en parte de la leyenda; si pierdes, nadie reconocerá haberla contado y se olvidarán rápidamente.
– Y a mí con ellas -comentó Fletcher.
Jimmy no se había equivocado, porque en el cuartel general todos hablaban a la vez, pero solo los más inexpertos o los optimistas por naturaleza se atrevían a pronosticar cuál sería el resultado. El primer sondeo a pie de urna se hizo público un par de minutos después de las ocho y señalaba que Hunter había ganado por los pelos. Los sondeos nacionales indicaban que Ford había derrotado a Carter.
– La historia se repite -opinó Harry cuando entró en la sala-. Esos mismos tipos me decían que Dewey sería nuestro próximo presidente. También dijeron que yo había perdido por los pelos y nosotros nos encargamos de cortárselos, así que no te preocupes por los sondeos, Fletcher, porque son pura paja.
– ¿Qué se sabe de la participación? -preguntó Fletcher, al recordar las explicaciones de Jimmy.
– Demasiado pronto para estar seguros. Desde luego, superior al cincuenta por ciento, pero no llega al cincuenta y cinco.
Fletcher miró a su equipo y se dio cuenta de que ya no servía de nada pensar en cómo ganar votos. Entonces era cuestión de contarlos.
– Ahora ya no podemos hacer nada más -dijo Harry-, excepto asegurarnos de que nuestros escrutadores se registren en el ayuntamiento antes de las diez. El resto de vosotros tendría que tomarse un descanso, nos volveremos a encontrar mientras se realiza el recuento. Tengo el presentimiento de que esta será una noche muy larga.
Mientras iban en el coche hacia Mario’s, Harry le comentó a Fletcher que no tenía mucho sentido aparecer antes de las once.
– Lo mejor será que disfrutemos de una cena tranquila y sigamos los destinos del partido en el resto del país en el televisor de Mario.
Cualquier posibilidad de una cena tranquila se esfumó cuando Fletcher y Harry entraron en el restaurante: varios de los comensales se levantaron y les aplaudieron hasta que llegaron a su mesa en el rincón. Fletcher se alegró al ver que sus padres ya habían llegado y que en esos momentos disfrutaban de una copa.
– ¿Qué les apetece cenar? -preguntó Mario, en cuanto estuvieron todos sentados.
– Estoy demasiado cansada para pensar -replicó Martha-. Mario, ¿por qué no escoge lo que vamos a comer, a la vista de que hasta ahora nunca ha hecho caso de nuestras opiniones?
– Por supuesto, señora Gates -asintió Mario-. Déjelo de mi cuenta.
Annie se levantó para hacerles una seña a Joanna y Jimmy, que acababan de entrar. Mientras Fletcher besaba a Joanna en la mejilla, vio en el televisor a Jimmy Carter, que llegaba a su finca, y unos segundos después al presidente Ford, que bajaba de un helicóptero. Se preguntó qué clase de día habrían pasado.
– Llegas en el momento oportuno -le dijo Harry a Joanna cuando ella se sentó a su lado-. Acabábamos de sentarnos. ¿Qué tal están los chicos?
Mario reapareció en cuestión de minutos con dos grandes bandejas de entrantes, escoltado por un camarero con dos botellas de vino blanco.
– El vino es invitación de la casa -declaró Mario-. Creo que lo conseguirá -le comentó a Fletcher mientras le servía un poco de vino en la copa para que lo catara. Uno más que no se atrevía a predecir el resultado.
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