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Nicholas Pileggi: Casino: Amor y honor en Las Vegas

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Nicholas Pileggi Casino: Amor y honor en Las Vegas

Casino: Amor y honor en Las Vegas: краткое содержание, описание и аннотация

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Frank Rosenthal, El Zurdo, tuvo algo de simbólica: como la traca final de una era en la historia de la capital mundial del juego, Las Vegas. Rosenthal, formado en la escuela de las apuestas deportivas ilegales llegó, como otros muchos, a Las Vegas con el propósito de hacer olvidar su pasado y seguir trabajando en lo que siempre había hecho: ser jugador. La pequeña ciudad de Nevada, sumidero de esperanzas bajo una capa febril y brillante, era una verdadera mina de oro, ideal para quienes patrocinaron la mudanza de Rosenthal, como también la de su viejo amigo Tony Spilotro, tan amante del dinero como de la violencia. Ambos fueron símbolos de una etapa frenética, trufada de violencia e ilegalidades, marcada por los intentos de la Mafia de establecer su hegemonía sobre los casinos. Una ciudad sin sitio para el amor, por lo que éste -como el que sentía Rosenthal hacia Geri, su esposa- estaba abocado al fracaso. Casino, basada en hechos reales es, más allá de una novela de ritmo casi cinematográfico, un fascinante documento sobre el mundo del juego, sus leyes y sus corruptelas. Amor y adulterio, negocio y delito se entremezclan en una obra intensa y original, reveladora y absorbente.

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Gil era la empresa más importante de Newport. Tenía a treinta contables trabajando para él. Controlaba la mayor oficina de compensación del país. Allí era donde llamaban todos los despachos de corredores de apuestas del país cuando el movimiento en una parte se había hecho demasiado intenso.

Por ejemplo, si tú eras un corredor de apuestas de Dallas, naturalmente ibas a coger más apuestas en Dallas de las que querías, porque no podías tener suficiente gente apostando en otro lugar para cubrir todas las ganancias. Por lo tanto, el corredor de apuestas de Dallas podía reclamar una operación de compensación y los contables de Beckley podían coger lo suficiente de Dallas como para equilibrar su registro. Teniendo en cuenta que Beckley es nacional, puede cubrir las apuestas de Dallas contra sus adversarios aquella semana y todo vuelve a nivelarse de nuevo.

Fuera adonde fuera, Gil era el jefe. En invierno estaba en Miami. Invitaba a veinte o treinta tipos a cenar. «¡Vamos a Joe's Stone Crab! ¡Vamos aquí! ¡Vamos allí!» Siempre iba un séquito con él, y él siempre sacaba la cartera.

Naturalmente, yo sólo trataba con Gil Beckley por teléfono. Estuvimos hablando unos cuantos años y él reconoció que yo era un muchacho prometedor, un chaval al que se le podía pedir lo que fuera. Un buen pronosticador y un jugador. Iba edificando mi pequeña reputación. Y cuanto más hablaba con Beckley, más cuenta me daba de lo que era totalmente sorprendente: si preguntabas a Gil Beckley cuántos hombres formaban un equipo de béisbol, él tenía que consultarlo a otro. Tal como suena.

No podía responderte. Aquello no era cuestión suya. Soy sincero, ¿Mickey Mantle? ¿Quién? Sencillamente, Beckley no lo conocía. No tenía ni puñetera idea. Aunque, después de todo, no tenía que conocerle. Era un corredor de apuestas y un hombre del juego. Él no apostaba. Sólo llevaba el despacho con la cuenta mayor del país. A mí me tenía asombrado.

Pero pronto me di cuenta de que aquello no tenía importancia. Lo único que tiene que hacer el que se dedica a compensar apuestas es asegurar que mantiene las apuestas cubiertas y que recoge su diez por ciento. No tiene que ser un experto en los equipos ni siquiera estar al corriente de los partidos. Yo estaba asombrado, pero resultaba que así sucedía con la mayoría de compensadores y corredores de apuestas. Muchos de los tipos más importantes no apostaban. En Chicago teníamos a Benny El Centella. Benny era el corredor de apuestas más importante de la ciudad. Como tal, reunía millones y millones, y como Gil Beckley, Benny no podía decir a qué jugaba Joe DiMaggio. En serio.

Yo apostaba y conseguía buena información en la época en que mi amigo Sidney, que era un importante contable de Benny, me pidió, como un favor, que llamara a su oficina cuando me enterara de algo sobre un partido, algo que pudiera afectar al resultado, como que había un arreglo o que uno de los jugadores estaba lesionado.

Así pues, un día me enteré de una lesión de la que no se había informado y llamé a mi amigo Sidney, pero no estaba. De todos modos, hablé con Benny, el jefe en persona. Le dije a Benny lo del jugador. Me acuerdo del jugador, Bobby Avila, segundo base del Cleveland Indians. Dije: «Avila, fuera».

Quería alertarlo para que hiciera modificaciones en su línea y no lo atropellaran todos los profesionales, los cuales, puedo asegurarlo, tenían ya la misma información que yo.

Benny escucha la información como si supiera de lo que le estoy hablando, pero cuando acabo me pregunta: «¿Pero no tienen otro segundo base?» Pensé: «¿Otro Bobby Avila? ¿En serio?». No podía creérmelo.

Aquella noche encontré a Sidney y le pregunté si estaba trabajando para un loco. Me dijo que Benny no seguía los partidos, sólo la cuantía. Benny era el corredor de apuestas más importante de Chicago, no porque estuviera al corriente de los jugadores y deportes, sino porque pagaba el lunes. No importaba la cantidad que te debiera pasado el fin de semana, Benny pagaba el lunes. Su contable estaría allí con un sobre y billetes nuevos y flamantes. Y si el dinero se lo debías tú, siempre te daba más tiempo. Así pues, tanto si sabía quién era Bobby Avila como si no, tenía una enorme clientela y se hacía de oro.

2

«Un día de éstos voy a ser el jefe de toda la organización.»

Tony Spilotro El Renacuajo se crió en un chalé de madera de dos plantas en un barrio italiano a unas cuantas manzanas de la casa de El Zurdo. Tony y sus cinco hermanos -Vincent, Victor, Patrick, Johnny y Michael- dormían en una habitación en tres literas.

El padre de Tony, Patsy, era el dueño del restaurante Patsy's en la esquina de las avenidas Grand y Ogden. Era un establecimiento pequeño, famoso por sus albóndigas caseras que atraían a clientes de toda la ciudad, incluso tipos del mundo del hampa como Tonny Accardo, Paul Ricca El Camarero, Sam Giancana, Gussie Alex y Jackie Cerone. El aparcamiento de Patsy se utilizaba a menudo para reuniones de la banda. Según cuenta el propio Frank Cullotta, que pasó a formar parta de la organización de Spilotro:

Tony y yo nos conocimos cuando éramos críos. Nos caíamos fatal. Los dos andábamos con nuestras cajas de limpiabotas; yo me dedicaba a limpiar zapatos en un lado de la Grand Avenue y Tony limpiaba zapatos al otro lado de la calle. Tuvimos una gran pelea. Me dijo que tenía que mantenerme en mi lado de la calle. Yo le dije que él tenía que quedarse en el suyo. Empezarnos a empujones. No sacamos nada en claro y él se fue a su lado y yo al mío.

Como Tony Spilotro, Frank Cullotta había nacido en el South Side de Chicago. Cullotta era un ladrón. Que él recordara, era lo único a que se había dedicado. Empezó mangando en los grandes almacenes y entrando en los pisos cuando tenía doce años, el año en que mataron a su padre mientras conducía un coche cuando huía de un atraco a mano armada; las circunstancias de la muerte de su padre constituían un mérito en el barrio.

Tony y yo éramos bajitos, él algo más bajito que yo, por eso no me asustaba nada. Pero Tony siempre tenía un montón de chavales alrededor. Normalmente le seguían unos quince muchachos. A mí me seguían seis.

Un día estaba hablando a su hermano sobre mí y su padre oyó mi apellido. Dijo a Tony que se enterara de si yo era hijo de Joe Cullotta.

Su padre era un delincuente que funcionaba por su cuenta; mucho tiempo atrás unos espagueti mafiosos lo habían estado extorsionando. Acudió a mi padre y éste le solucionó la papeleta. De modo que cuando salió que yo era hijo de Joe Cullotta, el padre de Tony decidió que se habían acabado las rencillas.

Al día siguiente, Tony se me acercó y dijo:

– Quiero hablar contigo.

Le respondí que yo no estaba huyendo y él añadió:

– Mi padre y el tuyo eran amigos, y nosotros vamos a ser amigos de ahora en adelante.

Mi padre era chófer de una banda de maleantes. Era considerado el mejor conductor de la ciudad; no había nadie que pudiera ganarlo. Por las historias que he oído, podía ir marcha atrás tan de prisa como la mayoría de la gente puede ir hacia delante. De todos modos, mi padre murió al volante en una persecución. No le dispararon ni nada. La policía le perseguía en coche y él murió de repente.

Por el momento nos convertimos en amigos. Tony y yo corríamos por las calles. Yo pasaba tanto tiempo en su casa como en la mía. Aunque su madre, Antoinette, era una bruja, yo iba a su casa de todos modos. Ella me lanzaba miradas aviesas. Llegaba a su casa y me gruñía: «¡Siéntate allí!» y no me ofrecía ni agua para beber. Tony era el chico más violento que he conocido. Era tan resistente que su hermano Victor solía ofrecer cinco dólares a tipos para ver si podían pegarle. Normalmente, Victor cogía a un tomador de apuestas y el tipo intentaba pegar una patada en el culo de Tony pero si se veía que Tony iba a perder, todos nosotros saltábamos sobre el chaval y le rompíamos la cabeza.

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