J. Rowling - Una vacante imprevista

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Una vacante imprevista: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de esta primera obra de Rowling para adultos se centra en Pagford, un imaginario pueblecito del sudoeste de Inglaterra donde la súbita muerte de un concejal desata una feroz pugna entre las fuerzas vivas del pueblo para hacerse con el puesto del fallecido, factor clave para resolver un antiguo litigio territorial.
La minuciosa descripción de las virtudes y miserias de los personajes conforman un microcosmos tan intenso como revelador de los obstáculos que lastran cualquier proyecto de convivencia, y, al mismo tiempo, dibujan un divertido y polifacético muestrario de la infinita variedad del género humano.
Sin que el lector apenas lo perciba, Rowling consigue involucrarlo en temas de profundo calado mientras lo conduce sin pausa a un sorprendente desenlace final.

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El lío secreto del hijo predilecto de Pagford.

Shirley leyó el título, pero al principio no lo entendió, tal vez porque lo que ella esperaba encontrar allí era el nombre de Parminder. Volvió a leerlo y dio un grito ahogado, el aspaviento de una mujer que recibe un chorro de agua helada.

Howard Mollison, hijo predilecto de Pagford, y Maureen Lowe son, desde hace muchos años, algo más que socios. Todo el mundo sabe que Maureen realiza con regularidad degustaciones del salami más exquisito de Howard. La única persona que parece no estar al corriente de ese secreto es Shirley, la mujer de Howard.

Completamente inmóvil, Shirley pensó: «No es verdad.»

No podía ser verdad.

Sí, había sospechado en un par de ocasiones, y alguna vez se lo había insinuado a Howard…

No, no iba a creérselo. No podía creérselo.

Pero había quienes sí se lo creerían. Creerían al Fantasma. Todos le creían.

Sus manos parecían dos guantes vacíos, torpes y débiles, y cometieron numerosos errores antes de conseguir borrar el mensaje. Cada segundo que permaneciera allí, alguien más podía leerlo, darle crédito, reírse de él, enviarlo al periódico local… Howard y Maureen, Howard y Maureen…

El mensaje ya estaba borrado. Shirley se quedó sentada con los ojos fijos en la pantalla; sus pensamientos correteaban como ratones tratando de escapar de un recipiente de cristal, pero no había escapatoria, no había punto de apoyo firme, no había forma de volver a trepar a la feliz posición que Shirley ocupaba antes de leer aquel espantoso mensaje, colgado donde todos podían haberlo leído…

Howard se había reído muchas veces de Maureen.

No; era ella la que se había reído de Maureen. Howard se había reído de Kenneth.

Siempre juntos: días festivos y laborables, excursiones de fin de semana…

«…la única persona que parece no estar al corriente del secreto…»

Howard y Shirley no necesitaban sexo: llevaban años durmiendo en camas separadas, tenían un acuerdo tácito…

«…realiza con regularidad degustaciones del salami más exquisito de Howard…»

(Shirley creyó que su madre había vuelto a la vida y estaba allí con ella: riendo a carcajadas y burlándose y derramando el vino de la copa que sostenía… Shirley no soportaba esa risa asquerosa. Nunca había soportado las procacidades ni el ridículo.)

Se levantó de un brinco, tropezando con las patas de la silla, y volvió precipitadamente al dormitorio. Howard dormía tumbado boca arriba, emitiendo fuertes ruidos porcinos.

—Howard. ¡Howard!

Tardó más de un minuto en despertar. Estaba desorientado y confuso. Sin embargo, Shirley, de pie a su lado, todavía veía en él al caballero protector que podía salvarla.

—Howard, el Fantasma de Barry Fairbrother ha colgado otro mensaje.

Contrariado por ese brusco despertar, él hundió la cara en la almohada y soltó un gruñido atronador.

—Sobre ti —añadió Shirley.

Howard y Shirley no solían hablarse con franqueza. Eso era algo que a ella siempre le había gustado. Pero ese día no tenía más remedio que hablar claro.

—Sobre ti —repitió— y Maureen. Dicen que tenéis… una aventura.

Howard se llevó una manaza a la cara y se frotó los ojos. Shirley creyó que se los frotaba más de lo necesario.

—¿Qué? —dijo luego, sin descubrirse la cara.

—Que Maureen y tú tenéis una aventura.

—¿De dónde ha sacado eso?

Ni desmentido, ni indignación, ni risa mordaz. Sólo una prudente interrogación sobre las fuentes.

En adelante, Shirley recordaría ese momento como una muerte, el verdadero final de una vida.

VII

—¡Cállate, Robbie, joder!

Krystal había llevado a Robbie hasta una parada de autobús, varias calles más allá, para que ni Obbo ni Terri pudieran encontrarlos. No sabía si tenía suficiente dinero para el billete, pero estaba decidida a ir a Pagford. La abuelita Cath había muerto, el señor Fairbrother había muerto, pero Fats Wall todavía estaba allí, y ella necesitaba fabricar un bebé con él.

—¡¿Qué hacías en mi habitación con él?! —le gritó a Robbie, que lloriqueó y no contestó.

Al móvil de Terri le quedaba muy poca batería. Krystal marcó el número de Fats, pero le salió el buzón de voz.

En Church Row, Fats comía tostadas y escuchaba a sus padres, que tenían una de aquellas extrañas conversaciones en el estudio, al otro lado del recibidor. Agradecía tener algo que lo distrajera de sus pensamientos. El móvil que llevaba en el bolsillo vibró, pero no contestó. No había nadie con quien quisiera hablar. No podía ser Andrew, después de lo ocurrido la noche anterior.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, Colin —estaba diciendo su madre. Parecía extenuada—. Colin, por favor…

—El sábado por la noche cenamos con ellos. La noche antes de su muerte. Cociné yo. ¿Y si…?

—Colin, no pusiste nada en la comida. Por el amor de Dios, ya estoy otra vez… No debería hacer esto, Colin, sabes perfectamente que no debería meterme. Quien habla es tu trastorno obsesivo compulsivo.

—Pero podría ser, Tess. De pronto se me ocurrió. ¿Y si puse algo…?

—Entonces, ¿cómo es que Mary, tú y yo estamos vivos? ¡Le hicieron una autopsia, Colin!

—Nadie nos comentó el resultado. Mary no nos dijo nada. Creo que por eso ya no quiere hablar conmigo. Sospecha de mí.

—Colin, por el amor de Dios… —Tessa redujo la voz hasta convertirla en un susurro apremiante.

Fats ya no pudo oír lo que decía su madre. Entonces, el teléfono volvió a vibrar. Lo sacó del bolsillo. Era el número de Krystal. Contestó.

—Hola —dijo ella; al fondo se oía gritar a un niño—. ¿Quieres quedar?

—No sé —respondió él al mismo tiempo que bostezaba. Tenía intención de acostarse.

—Estoy en el autobús camino de Pagford. Podríamos hacer algo.

La noche anterior, Fats había apretujado a Gaia Bawden contra la verja del centro parroquial hasta que ella se había apartado de él y había vomitado. Luego Gaia había vuelto a hacerle reproches, y él la había dejado allí y se había marchado a casa.

—No sé —repitió. Estaba muy cansado y desanimado.

—¿Qué? —insistió ella.

Fats oyó a Colin en el estudio.

—Eso lo dices tú, pero ¿y si no lo detectaron? ¿Y si…?

—Colin, no deberíamos hablar así. Sabes que no debes tomarte en serio esas ideas.

—¿Cómo puedes decirme eso? ¿Cómo quieres que no me las tome en serio? Si soy responsable de…

—Vale, sí —le dijo Fats a Krystal—. Dentro de veinte minutos delante del pub de la plaza.

VIII

Al final fue la urgencia de orinar lo que obligó a Samantha a salir de la habitación de invitados. En el cuarto de baño bebió agua fría directamente del grifo hasta que le entraron náuseas, se tragó dos paracetamoles que sacó del armarito de encima del lavamanos y se dio una ducha.

Se vistió sin mirarse en el espejo. Mientras hacía todo eso, aguzaba el oído por si algún ruido le indicaba el paradero de Miles, pero la casa estaba en silencio. Pensó que quizá hubiera llevado a Lexie a algún sitio, lejos de su madre borracha, libidinosa y asaltacunas.

(«¡Ese chico iba a la clase de Lexie!», le espetó Miles en cuanto estuvieron a solas en su dormitorio. Samantha esperó a que él se apartara de la puerta, y entonces la abrió de un tirón y fue a refugiarse en la habitación de invitados.)

Tenía oleadas de náuseas y de vergüenza. Le habría gustado poder olvidarlo, haber perdido el conocimiento, pero seguía viendo la cara de aquel chico cuando ella se había abalanzado sobre él. Recordaba el contacto de aquel cuerpo tan delgado y tan joven apretado contra el suyo.

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