Gavin se preguntó si conseguiría marcharse de allí inadvertidamente. Estaba nervioso, y el ruido que había en la sala no contribuía a que se tranquilizara. Una idea espantosa se había apoderado de él desde el encontronazo con Gaia en la puerta. ¿Y si Kay se lo había contado todo a su hija? ¿Y si Gaia sabía que estaba enamorado de Mary Fairbrother y se lo había dicho a alguien? Era el tipo de cosa que haría una chica de dieciséis años sedienta de venganza.
Lo peor que podía pasarle era que todo Pagford supiera que estaba enamorado de Mary antes de haber tenido ocasión de confesárselo a ella. Pensaba hacerlo pasados unos meses, quizá un año; dejar que se cumpliera el primer aniversario de la muerte de Barry y, entretanto, cultivar los diminutos brotes de confianza ya existentes, para que los sentimientos de Mary fueran revelándose poco a poco, como a él se le habían revelado los suyos.
—¡No tienes nada para beber, Gav! —dijo Miles—. ¡Hay que poner remedio a esta situación!
Condujo con decisión a su socio hasta la mesa de las bebidas y le sirvió una cerveza sin parar de hablar y, como Howard, radiante de felicidad y orgullo.
—¿Te has enterado de que he ganado la votación?
Gavin no sabía nada, pero no se sintió capaz de fingir sorpresa.
—Claro. Felicidades.
—¿Cómo está Mary? —preguntó Miles, expansivo; esa noche se sentía amigo de todo el pueblo: lo habían elegido—. ¿Más animada?
—Sí, creo que…
—He oído que planea mudarse a Liverpool. Quizá sea lo mejor.
—¿Cómo? —saltó Gavin.
—Me lo ha contado Maureen esta mañana. Por lo visto, la hermana de Mary intenta persuadirla de que vuelva allí con los niños. Todavía tiene mucha familia en…
—Pero tiene su vida aquí.
—Me parece que era a Barry a quien le gustaba Pagford. No sé si Mary querrá quedarse ahora, dadas las circunstancias.
Gaia observaba a Gavin por la rendija de la puerta de la cocina. Tenía en la mano un vaso de plástico con vodka del que Andrew había robado para ella.
—Es un hijo de puta —farfulló—. Si no hubiera engañado a mi madre, todavía estaríamos en Hackney. Es una estúpida. Siempre supe que él no iba en serio. Nunca la llevaba a ningún sitio. Y después de follar se largaba corriendo.
Andrew, que estaba detrás de ella poniendo más bocadillos en una bandeja casi vacía, no podía creer que Gaia empleara palabras como «follar». La Gaia quimérica que protagonizaba sus fantasías era una virgen sexualmente imaginativa y audaz. No sabía qué había hecho o dejado de hacer la Gaia de carne y hueso con Marco de Luca, pero por cómo juzgaba a su madre se diría que sabía cómo se comportaban los hombres después de mantener relaciones sexuales, y si su interés era sincero.
—Bebe un poco —le ofreció ella cuando Andrew fue hacia la puerta con la bandeja. Le acercó su vaso de plástico a los labios, y él bebió un sorbo de vodka. Con una risita tonta, Gaia se apartó para dejarlo salir y le dijo—: ¡Dile a Suks que venga a beber un poco!
En la abarrotada sala había mucho ruido. Andrew dejó la bandeja de bocadillos en la mesa, pero por lo visto el interés por la comida había disminuido; en el bar, Sukhvinder se esforzaba por atender a los invitados, muchos de los cuales habían empezado a servirse ellos mismos las copas.
—Gaia te necesita en la cocina —le dijo Andrew, y la sustituyó.
No tenía sentido hacer de barman, así que se limitó a llenar tantos vasos como encontró y dejarlos encima de la mesa para que la gente se sirviera ella misma.
—¡Hola, Peanut! —lo saludó Lexie Mollison—. ¿Me sirves champán?
Habían estudiado juntos en el St. Thomas, pero Andrew llevaba mucho tiempo sin verla. Su acento había cambiado desde que iba al St. Anne, y él no soportaba que lo llamaran «Peanut».
—Lo tienes delante —contestó, y lo señaló.
—Nada de alcohol, Lexie —dijo Samantha con firmeza, saliendo de entre la multitud—. Ni hablar.
—Me ha dicho el abuelo…
—No me importa.
—Pero si todo el mundo…
—¡He dicho que no!
Lexie se marchó muy enfadada. Andrew, contento de no tener que hablar con ella, sonrió a Samantha y se sorprendió cuando ella le devolvió una sonrisa radiante.
—¿Tú también contestas a tus padres?
—Sí —respondió él, y Samantha rió.
Tenía unos pechos francamente enormes.
—¡Damas y caballeros! —bramó una voz por el micrófono, y todos dejaron de hablar para escuchar a Howard—. Me gustaría pronunciar unas palabras… Seguramente la mayoría ya sabéis que mi hijo Miles acaba de ser elegido miembro del concejo parroquial.
Hubo algunos aplausos y Miles alzó su copa por encima de la cabeza para agradecerlos. Andrew se sobresaltó al oír a Samantha decir claramente por lo bajo: «Uy, sí… ¡hurra! Ya ves…»
Como ya nadie iba a buscar bebidas, Andrew volvió discretamente a la cocina. Encontró a Gaia y Sukhvinder riendo y bebiendo; al ver a Andrew, ambas gritaron:
—¡Andy!
Él también rió.
—¿Estáis borrachas?
—Sí —contestó Gaia.
—No —dijo Sukhvinder—. Yo no, pero ella sí.
—No me importa —añadió Gaia—. Mollison puede despedirme si quiere. Ya no tengo que ahorrar para el billete a Hackney.
—No te despedirá —dijo Andrew, y se sirvió vodka—. Eres su preferida.
—Ya —admitió Gaia—. Es un viejo verde asqueroso.
Y los tres volvieron a reír.
La ronca voz de Maureen, amplificada por el micrófono, traspasaba la puerta de cristal.
—¡Vamos, Howard! ¡Vamos, un dueto para celebrar tu cumpleaños! ¡Adelante! ¡Damas y caballeros, la canción favorita de Howard!
Los adolescentes se miraron horrorizados. Gaia tropezó, riendo, y abrió la puerta de un empujón.
Sonaron los primeros compases de The Green, Green Grass of Home , [4] Verde, verde hierba del hogar
y a continuación la voz de bajo de Howard y la bronca voz de contralto de Maureen:
The old home town looks the same,
As I step down from the train… [5] El pueblo donde nací parece el de siempre cuando me apeo del tren.
Gavin fue el único que oyó las risas y los resoplidos, pero al darse la vuelta lo único que vio fue la puerta de la cocina, que oscilaba un poco sobre los goznes.
Miles se había acercado a charlar con Aubrey y Julia Fawley, que habían llegado tarde prodigando sonrisas para excusar su retraso. Gavin se sentía atenazado por aquella mezcla de temor y ansiedad con la que ya se estaba familiarizando. Su breve sueño de libertad y felicidad se había enturbiado por obra de aquellas dos amenazas: que Gaia contara lo que él le había dicho a su madre y que Mary se marchara de Pagford para siempre. ¿Qué podía hacer?
Down the lane I walk, with my sweet Mary,
Hair of gold and lips like cherries… [6] Emprendo el camino con mi dulce Mary, de cabellos de oro y labios de cereza.
—¿Y Kay? ¿No ha venido?
Era Samantha; se apoyó en la mesa, a su lado, con una sonrisita de suficiencia.
—Ya me lo has preguntado —dijo Gavin—. No.
—¿Va todo bien entre vosotros?
—¿Es asunto tuyo?
Lo dijo sin pensar; estaba harto de que Samantha intentara sonsacarle información y se burlara de él. Por una vez, estaban los dos solos; Miles seguía ocupado con los Fawley.
Ella fingió que su actitud la sorprendía. Tenía los ojos enrojecidos y hablaba despacio; por primera vez, Gavin se sintió más disgustado que intimidado.
—Lo siento. Yo sólo…
—Ya, sólo preguntabas —dijo él, mientras Howard y Maureen se balanceaban cogidos del brazo.
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