Francois Mauriac - El Desierto Del Amor
Здесь есть возможность читать онлайн «Francois Mauriac - El Desierto Del Amor» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Desierto Del Amor
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Desierto Del Amor: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Desierto Del Amor»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Desierto Del Amor — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Desierto Del Amor», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Raymond se interroga, pero un objeto lo atrae, lo retiene: la cama de Bertrand Larousselle: una cama de hierro tan estrecha, tan correcta bajo su colcha de cretona de flores, que Raymond estalla de risa: cama de solterona o de seminarista. Paredes desnudas, salvo una sola, tapizada de libros; la mesa de trabajo está ordenada como una conciencia tranquila. "Si Maria viniera a mi casa, piensa Raymond, cambiaría…" Vería un diván tan bajo que se confunde con las alfombras; toda criatura que se aventura en esa media luz goza de una peligrosa desorientación, la tentación de ceder a gestos que la comprometerán tan poco como aquellos que osara hacer en otro planeta, como aquellos que vuelven inocente el sueño… Pero en el cuarto donde Raymond esperaba, esa noche, ninguna cortina ocultaba los vidrios helados por la noche de invierno: su habitante quería sin duda que lo despertara el alba, antes que hubieran tocado la primera campana. Raymond no sabe discernir los signos de una vida pura; ese cuarto hecho para la oración le hace pensar que el rechazo del amor, su no aceptación, son aplazamientos hábiles de donde saca beneficio el placer. Descifró algunos títulos de libros, y gruñó: "¡No! ¡pero qué idiota!" Nada le era más ajeno que esas historias de otro mundo, nada le causaba más repugnancia. ¡ Su padre tardaba en venir! No quería seguir solo, se sentía burlado por ese cuarto. Abrió la ventana y miró los techos bajo la luna tardía.
– Su padre está ahí.
Cerró la ventana, y siguió a María al cuarto de Victor Larousselle: vislumbró una sombra inclinada sobre la cama, reconoció sobre una silla el enorme sombrero hongo de su padre, su bastón con empuñadura de marfil (su caballo, en el pasado, cuando jugaba al caballo); pero al enderezarse el doctor, no lo reconoció. Ese anciano que le sonreía, que lo atraía hacia él, sabía que era su padre.
– Nada de tabaco, nada de alcohol, nada de café; carnes cocidas al mediodía, y nada de carne por la noche. Así vivirá un siglo… ¡Vamos!
El doctor repitió: "Vamos", con voz distraída, como cuando se tiene el pensamiento en otra parte. Sus ojos no se apartaban de María, que al verlo inmóvil, tomó la iniciativa, abrió la puerta y le dijo:
– Creo que ahora todos necesitamos dormir.
El doctor la siguió al vestíbulo; repetía con tímida voz: "De todos modos es una suerte habernos encontrado…" Al vestirse de prisa, hacía un rato, y después en el taxi, había decidido que esta corta frase sería interrumpida por María Cross y que ella exclamaría: "Ahora que lo he recuperado doctor, no lo suelto más." Pero no era eso lo que ella había contestado, cuando, desde el umbral, él se había apresurado a decir: "De todos modos, es una suerte…" Repetía, por cuarta vez, la frase preparada, como si, a fuerza de insistir, surgiera la respuesta esperada. No; María le tendía su abrigo, no se impacientaba a pesar de que él no encontraba la manga; ella decía con suavidad:
– Es cierto que el mundo es pequeño. ¿No nos hemos encontrado esta noche? Podemos volver a encontrarnos de nuevo.
Como ella fingiese no oír esta observación del doctor: "Tal vez deberíamos ayudar a la suerte…", el doctor elevó el tono de voz:
– ¿No cree usted, señora, que nos sería posible ayudar un poco a la suerte?
¡ Cuan embarazosos serían los muertos si volvieran! Vuelven a veces, guardando de nosotros una imagen que desearíamos ardientemente destruir, llenos de recuerdos que apasionadamente deseamos olvidar. Cada ser vivo se siente embarazado con esos náufragos que el reflujo trae de nuevo.
– Ya no soy la mujer perezosa que usted conoció, doctor; voy a tenderme un rato, porque debo levantarme a las siete de la mañana.
Se sintió lastimada de que él no replicara nada. Estaba harta de sentirse devorada con ojos tenaces por ese anciano que repetía:
"¿Entonces, usted no cree que podamos ayudar al azar? ¿No?" Respondió con una amabilidad un poco seca, que él sabía su dirección:
– Yo no voy casi nunca a Burdeos… Pero usted tal vez…
¡ Era tanta amabilidad de su parte haberse molestado!
– Si se apaga la luz de la escalera, el interruptor está ahí.
El no se movía, se obstinaba: ¿Se había resentido ella con su caída? Raymond emergió de la sombra y preguntó:
"¿Qué caída?" Ella sacudió la cabeza exasperada y dijo con gran esfuerzo:
– ¿Sabe usted lo que sería muy agradable, doctor? Podríamos escribirnos… Ya no soy una corresponsal empedernida; pero, en fin, por tratarse de usted…
El respondió:
– Escribirse no es nada. ¿Para qué sirve escribir si no podemos vernos?
– ¡ Pero justamente por eso! ¡ Porque no podemos vernos!
– No, no: aquellos que están seguros de no volver a verse ¿cree usted que desean prolongar artificialmente su amistad mediante una correspondencia? Especialmente cuando uno se da cuenta de que para el otro es un clavo… Uno se hace cobarde al envejecer, María. Ya tuvimos nuestra parte; tememos un aumento de pena.
Nunca le había revelado tanto; ¿comprendería al fin? Ella estaba distraída en ese momento, porque Larousselle la llamaba, porque eran las cinco de la mañana y porque tenía prisa por desembarazarse de los Courréges.
– ¡ Pues bien! Seré yo la que le escriba, doctor, y usted tendrá la molestia de contestarme.
Pero más tarde, una vez que hubo cerrado y pasado el cerrojo por la puerta de entrada, volvió a su cuarto, donde su marido la oyó reír.
– ¿Sabes lo que estoy pensando? ¿No te burlarás? Parece que el doctor estuvo algo enamorado de mí, en Burdeos… a mí no me extrañaría mucho.
Víctor Larousselle respondió con voz pastosa que no estaba celoso; y repitió una de sus antiguas bromas: "Otro que está maduro para la fría piedra." Agregó que el pobre hombre sin duda había tenido un pequeño ataque; muchos de sus clientes no se atrevían a dejarlo y consultaban en secreto otros médicos.
– ¿Ya no te duele el corazón? ¿No te molesta la mano? No, no sufría:
– Con tal de que en Burdeos no se sepa lo que me ha ocurrido esta noche… ¿Tal vez el chico Courréges, podría…?
– No va nunca a Burdeos. Duerme.,, voy a apagar la luz.
Se sentó en la sombra y no volvió a moverse hasta que un tranquilo ronquido se elevó. Salió para ir a su cuarto, dudó ante la puerta entreabierta de Bertrand, y sin poder contenerse, empujó la puerta, olfateó furiosa, y percibió un olor a tabaco, un olor humano: "Tengo que haber perdido la cabeza para introducir aquí a ese…" Abrió la ventana para que entrara por ella el viento del alba y se arrodilló un instante al pie de la cama; sus labios se movieron; apoyó sus ojos en la almohada.
CAPITULO DUODÉCIMO
Tal como en otra época una berlina cerrada, chorreando agua sus cristales, transportaba al doctor y a Raymond en un camino de arrabal, un taxi los llevaba ahora, sin que entre ambos se intercambiaran palabras como en esas mañanas olvidadas. Pero no se trataba del mismo silencio: Raymond sostenía la mano del anciano que se desplomaba un poco sobre él. Dijo:
– No sabía que se hubiera casado.
– No se lo dijeron a nadie; al menos lo creo, espero que sea así…
– En todo caso, a mí no me lo dijeron.
Se comentaba que el joven Bertrand había insistido en regularizar esta situación. El doctor citó estas palabras de Víctor Larousselle: "Hago un matrimonio morganático." Raymond murmuró: "¡Es fantástico!" Observó de reojo en la pálida luz del amanecer, ese rostro de ajusticiado, vio moverse los labios blancos. Ese rostro congelado, esa máscara de piedra le dio miedo; dijo las primeras palabras que se le ocurrieron:
– ¿Cómo está la familia?
Todos estaban bien. Madeleine, especialmente. Se portaba en forma admirable, decía el doctor; vivía sólo para sus hijas, las sacaba en sociedad, ocultaba sus lágrimas, se mostraba digna en fin, del héroe que había perdido. (El doctor nunca dejaba de ensalzar a su yerno, muerto en Guise, ni dejaba de hacer confesión pública, acusándose de haberlo desconocido: ¡ Tantos hombres tuvieron en la guerra una muerte que no se les parecía!) Catherine, la hija mayor de Madeleine, era novia del tercero de los jóvenes Michon; esperaban que él cumpliera veinte años para hacer oficial el noviazgo:
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Desierto Del Amor»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Desierto Del Amor» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Desierto Del Amor» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.