ello es que suena tanto en Juicios de Gran Instancia, a la hora de ajustar cuentas a cabrones e hijos de puta” -dijo el negro.-“Para que ésos se acaben habrá que esperar el Fin de los Tiempos” -dijo el indiano.-“Es raro -dijo el negro-: Siempre oigo hablar del Fin de los Tiempos. ¿Por qué no se habla, mejor, del Comienzo de los Tiempos?”-“Ése, será el Día de la Resurrección ” -dijo el indiano.-“No tengo tiempo para esperar tanto tiempo” -dijo el negro… La aguja grande del reloj de entrevías saltó el segundo que lo separaba de las 8 p.m. El tren comenzó a deslizarse casi imperceptiblemente, hacia la noche. – “¡Adiós!”-“¿Hasta cuándo?” – “¿Hasta mañana?”-“O hasta ayer…” -dijo el negro, aunque la palabra “ayer” se perdió en un largo silbido de la locomotora… Se volvió Filomeno hacia las luces, y parecióle, de pronto, que la ciudad había envejecido enormemente. Salíanle arrugas en las caras de sus paredes cansadas, fisuradas, resquebrajadas, manchadas por las herpes y los hongos anteriores al hombre, que empezaron a roer las cosas no bien éstas fueron creadas. Los campaniles, caballos griegos, pilastras siriacas, mosaicos, cúpulas y emblemas, harto mostrados en carteles que andaban por el mundo para atraer a las gentes de “ travellers checks ”, habían perdido, en esa multiplicación de imágenes, el prestigio de aquellos Santos Lugares que exigen, a quien pueda contemplarlos, la prueba de viajes erizados de obstáculos y de peligros. Parecía que el nivel de las aguas hubiese subido. Acrecía el paso de las lanchas de motor la agresividad de olas mínimas, pero empeñosas y constantes, que se rompían sobre los pilotajes, patas de palo y muletas, que todavía alzaban sus mansiones, efímeramente alegradas, aquí, allá, por maquillajes de albañilería y operaciones plásticas de arquitectos modernos. Venecia parecía hundirse, de hora en hora, en sus aguas turbias y revueltas. Una gran tristeza se cernía, aquella noche, sobre la ciudad enferma y socavada. Pero Filomeno no estaba triste. Nunca estaba triste. Esta noche, dentro de media hora, sería el Concierto -el tan esperado concierto de quien hacía vibrar la trompeta como el Dios de Zacarías, el Señor de Isaías, o como lo reclamaba el coro del más jubiloso salmo de las Escrituras. Y como tenía muchas tareas que cumplir todavía dondequiera que una música se definiera en valores de ritmo fue, con paso ligero, hacia la sala de conciertos
cuyos carteles anunciaban que, dentro de un momento, empezaría a sonar el cobre impar de Louis Armstrong. Y parecíale a Filomeno que, al fin y al cabo, lo único vivo, actual, proyectado, asaeteado hacia el futuro, que para él quedaba en esta ciudad lacustre, era el ritmo, los ritmos, a la vez elementales y pitagóricos, presentes acá abajo, inexistentes en otros lugares donde los hombres habían comprobado -muy recientemente, por cierto- que las esferas no tenían más músicas que las de sus propias esferas, monótono contrapunto de geometrías rotatorias, ya que los atribulados habitantes de esta Tierra, al haberse encaramado a la luna divinizada del Egipto, de Súmer y de Babilonia, sólo habían hallado en ella un basurero sideral de piedras inservibles, un rastro rocalloso y polvoriento, anunciadores de otros rastros mayores, puestos en órbitas más lejanas, ya mostrados en imágenes reveladas y reveladoras de que, en fin de cuentas, la Tierra esta, bastante jodida a ratos, no era ni tan mierda ni tan indigna de agradecimiento como decían algunos -que era, dijérase lo que se dijera, la Casa más habitable del Sistema- y que el Hombre que conocíamos, muy maldito y fregado en su género, sin más gentes con quienes medirse en su ruleta de mecánicas solares (acaso Elegido por ello, nada demostraba lo contrario) no tenía mejor tarea que entenderse con sus asuntos personales. Que buscara la solución de sus problemas en los Hierros de Ogún o en los caminos de Eleguá, en el Arca de la Alianza o en la Expulsión de los Mercaderes, en el gran bazar platónico de las Ideas y artículos de consumo o en la apuesta famosa de “ Pascal amp; Co. Aseguradores ”, en la Palabra o en la Tea -eso, era cosa suya. Filomeno, por lo pronto, se las entendía con la música terrenal -que a él, la música de las esferas, lo tenía sin cuidado. Presentó su “ ticket ” a la entrada del teatro, lo condujo a su butaca una acomodadora de nalgas extraordinarias -el negro lo veía todo con singular percepción de lo inmediato y palpable- y apareció en truenos, grandes truenos que lo eran de aplausos y exultación, el prodigioso Louis. Y, embocando la trompeta, atacó, como él sólo sabía hacerlo, la melodía de “ Go down Moses ”, antes de pasar a la de “ Jonah and the Whale ”, alzada por el pabellón de cobre hacia los cielos del teatro donde volaban, inmovilizados en un tránsito de su vuelo, los rosados ministriles de una angélica canturía, debida, acaso, a los claros pinceles de Tiépolo. Y la Biblia volvió a hacerse ritmo y habitar entre nosotros con “ Ezekiel and the Wheel ”, antes de desembocar en un “ Hallelujah, Hallelujah ”, que evocó, para Filomeno, de repente, la persona de Aquel -el Jorge Federico de “ aquella noche ”que descansaba, bajo una abarrocada estatua de Roubiliac, en el gran Club de los Mármoles de la Abadía de Westminster, junto al Purcell que tanto sabía, también, de místicas y triunfales trompetas. Y concertábanse ya en nueva ejecución, tras del virtuoso, los instrumentos reunidos en el escenario: saxofones, clarinetes, contrabajo, guitarra eléctrica, tambores cubanos, maracas (¿no serían, acaso, aquellas “tipinaguas” mentadas alguna vez por el poeta Balboa?), címbalos, maderas chocadas en mano a mano que sonaban a martillos de platería, cajas destimbradas, escobillas de flecos, címbalos y triángulos-sistros, y el piano de tapa levantada que ni se acordaba de haberse llamado, en otros tiempos, algo así como “un clave bien temperado.” – “El profeta Daniel, ése, que tanto había aprendido en Caldea, habló de una orquesta de cobres, salterio, cítara, arpas y sambucas, que mucho debió parecerse a ésta”, pensó Filomeno… Pero ahora reventaban todos, tras de la trompeta de Louis Armstrong, en un enérgico “ strike-up ” de deslumbrantes variaciones sobre el tema de “ I Can´t Give You Anything But Love, Baby ” -nuevo concierto barroco al que, por inesperado portento, vinieron a mezclarse, caídas de una claraboya, las horas dadas por los moros de la torre del Orologio.
“ La Habana-París ”, 1974
MOTEZUMA
DRAMAPER MUSICA
Da rapprefertarfi
NEL TEATRO
DI SANT´ANGELO
Nell´Autunno dell´Anno 1733
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IN VENEZIA
Appreffo Marino Roffetti, in Mercería
all´Infergna della Pace
Con Licenza de Superiori
E famofa l´iftoria della Conquifta del Meffico fotto la condotta del Valorofiffimo Fernando Cortesin cui diede mirabili contrafsegni di prudenza, e Valore. Ne feriffe con minor fofpetto di tutti gl´Autori la famofa penna del de Solis, e quantu que giudicato il più intereffato nelle glorie di queft´Eroe, nulladimeno io lo giud co il più fincero. Molte farono le attioni generofe, ed invite di quefto Duce per arrivare al fofpirato confine; ma per ridarmi quant´è possibile alla Brevitá dell´attione, io mi raccolgo nel tempo, cheda Motezuma Imperator del Meffico fù il Cortes con il fuo feguito ricevuto nella Capitale. Suppongo l´amiftá benche fimulata, che fia quelle due Nazioni correva, i pretefti per li quali fù interrotta la pace, e rapprefento nel prefente Drama le calamità dell´ultimo giorno a cui reftò quel gran Principe foggiogato e vinta la Monarchía. Tutto eiò, che di vero abbandono, e che di verifmile aggiongo è per adattarmi alla Scena, e perche meno imperfetto, che fia poffibile le comparifca il prefente Drama intitolato MOTEZUMA.
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