Francisco Ayala - La cabeza del cordero
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ayala - La cabeza del cordero» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La cabeza del cordero
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La cabeza del cordero: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La cabeza del cordero»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La cabeza del cordero — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La cabeza del cordero», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Y nunca se puso en claro su muerte? El asesinato de Manolo, digo -pregunté de pronto-. ¿Quién lo mataría?
– Nunca se averiguó. A nadie le importaba un pito. Pero si quieres que te diga la verdad…
Entonces me confió que para ella no había sido eso una sorpresa; que se lo tenía pronosticado; que hay cosas que tienen que pasar, y que esa muerte no había hecho sino cumplir sus temores, los de ella. Empezó a contarme; al principio, con el desorden sentimental e imprecatorio del lenguaje común; pero luego, poco a poco, como quien rompe una costra, con palabras propias, cada vez más suyas, más de la María Jesús, hasta expresarse casi en tímidos susurros. Me contó que, apenas comenzada la guerra, cuando todavía no era aquello sino subversión, él había desaparecido de casa durante cuatro días (ella, mientras, con el alma en un hilo), y que luego empezó a hacer tan sólo apariciones breves, en las que hablaba con apresurado énfasis y nebulosamente de tareas, de responsabilidades, de misiones a cumplir, se mudaba de ropa, traía prendas nuevas, unas espléndidas botas altas, correajes, insignias, y volvía a salir, muchas veces en un automóvil que solía esperarlo a la puerta y lo reclamaba con bocinazos. En fin, no le resultó muy difícil a ella darse cuenta de que estaba metido de lleno en la obra de "depuración" y "limpieza", lo que desde aquel punto y hora fue para la cuitada de María Jesús un continuo martirio. Cierto que, por otra parte, habían cesado las penurias y estrecheces del pasado, y no era chico alivio: cuando, al aparecer tras de su primer eclipse, ella le pidió tímidamente dinero, pues estaba debiéndolo todo, sacó él de su cartera un puñado espantoso de billetes y, sin contarlos siquiera, pues tenía mucha prisa, los echó sobre la mesa del comedor. A partir de entonces, esa cartera estuvo siempre repleta, y el antes cicatero la invitaba ahora a gastar cuanto se le antojara. Pero qué, si el asco que se le había sentado aquí, en la boca del estómago, no la dejaba disfrutar de nada… Si le entraban a veces unas lloreras… Siempre que Manolo regresaba a casa, poco después del amanecer, y se ponía a contarle, todo excitado y con obstinación de beodo, cosas que ella no quería escuchar y que sólo a medias entendía, a ella se le formaba un nudo en la garganta. ¿Qué necesidad tenía de jactarse, el muy majadero, de alardear? Si era un duro deber que cumplía por la causa, según trató de explicarle al comienzo con grandilocuencia indignada, ¿qué necesidad tenía de complicarla a ella en sus hazañas, ni de regodearse así con la faena del día? "¡A mí, por Dios, no me cuentes esas cosas!" Pero él insistía, insistía, empecinado, recreándose en los detalles más horribles: hacía burlas, morisquetas; imitaba los sudores, balbuceos y pamplinas que los tipos hacían a la hora de la verdad. Y cuando ella, no pudiéndolo soportar, rompía en lágrimas, siempre tenía él a punto la misma broma: "¡Ah, conque también tú eres una roja! Aguarda, estáte quieta, que voy a darte lo tuyo"; apoyaba la cabeza de medio lado sobre el brazo tendido, entornaba el párpado, apuntaba cuidadosamente un fusil imaginario y, ¡zas!, el muy cochino se tiraba un cuesco. En seguida, ya se sabía: entre risotadas nerviosas, se echaba en la cama y a dormir! Un día va a pasarle algo, pensaba María Jesús viéndolo agitarse en sueños. Y ¡en efecto!
Al llegar aquí en su relato descargó la congoja que ya venía preludiando: su boquita, demasiado chica y pintada de colorado, empezó a plegarse, a ocultarse entre los carrillos un tanto abultados, y la cabeza, recogido el pelo en la coronilla, se le dobló sobre la pechuga. Me alcé del taburete y, conmovido, me senté a su lado en la cama, acariciándole el cogote: "¡vamos, mujer; calma, calma!" Seguramente desde hacía mucho tiempo, quizá nunca, había desahogado así la infeliz sus pesares; y yo, tranquilo ya por completo, despejada la incógnita de Abeledo, me sentía inclinado a la compasión.
Se me abrazó con frenesí, y me regó de lágrimas el chaleco, mientras que su enhiesto moño temblaba como un plumero bajo mis narices. ¡Dios me valga! ¡Tengo que confesarlo! ¡De barro somos! Si los estímulos que me habían llevado a aquella casa se apaciguaron y parecían muertos con el estupendo hallazgo que allí tuve en la persona de María Jesús, ahora, su abundante pecho, al agitarse contra mi cuerpo en los estertores del llanto, despertó en mí, súbita y muy apremiante, la solo adormecida necesidad cuya satisfacción tenía pagada de antemano, pero a la que ella supo responder una vez y otra con eficacia no venal ni fingida. Sus transportes me instruyeron de cuánto había significado yo, en verdad, para esa pobre criatura, y me sentí afligido. Y más afligido aún, al verla llorar de nuevo, aunque ahora mansamente, con lágrimas que, gruesas y lentas, arrastraban colorete por su cara hacia la almohada, cuando cansados ya, y en voz baja, platicábamos acerca del pasado, y ella me declaró -¿para qué había de ocultármelo a la fecha?- su pena, y la indignación de Manolo, enterados de que yo andaba en relaciones formales con aquella Rosalía, y desengañados de que pudiera casarme nunca con María Jesús. Abeledo le echó a ella la culpa, hecho una furia: "Porque tú, pedazo de imbécil, te tienes la culpa. Si eres una pava, más que pava, imbécil". Se había burlado de ella, había remedado su actitud pacata, su encogimiento, sus modales, sus gestos (y bien podía remedarla: eran tan parecidos los dos hermanos…); le había dicho, frunciendo la boca y con los brazos caídos a lo largo del cuerpo: "¡Qué modosita ella, la niña, la nenita, la monjita boba!" Le había recetado luego: "¡Hay que tener más aquél, más garbo, hija!…" En fin, ¿qué no le había predicado, increpado, rezongado, gritado, insultado, criticado y befado? A partir de ese instante, ella -"y tú ni siquiera lo notaste"-, frío el corazón y sin ganas, había empezado a pintarse. "¡Eso!; ahora, ponte como un payaso; que parezcas una pendona…", la había aplaudido, sarcástico. "Pero a mí, ¡qué iba a importarme parecer esto o lo otro!"…
X
Ahora ya, sólo me resta el epílogo; me resta decir que, a la mañana siguiente, amanecí tardísimo, recordé, abrí los ojos y tuve la sensación misma de quien sale de una pesadilla; que mi vertiginosa aventura de la noche anterior y, con ella, todo lo ocurrido desde mi regreso a España, compareció de golpe ante mi conciencia, formando un bloque aislado, muy preciso de contornos, pero irreal, como esos sueños nítidos que tienen la calidad intensa de lo vivido y, sin embargo, carecen (esto sólo nos asegura que son sueños), carecen, sin embargo, de toda comunicación con el mundo cotidiano. Mi bajada a los infiernos prostibularios había clausurado aquella vaga existencia mía de casi un mes (¡un mes casi había vagado en persecución y fuga del "fantasma vano"!), la había desligado de mí, y me dejaba otra vez plantado en el punto mismo por donde ingresara en el temeroso laberinto. Increíblemente, sólo el tiempo anterior a mi regreso: Buenos Aires, la avenida de Mayo, el Dock Sud, las oficinas de la empresa y el aceite de mesa marca " La Andaluza ", el almacén de Coutiño, mi casa, Mariana, sólo eso tenía consistencia para mí, mientras que Santiago de Compostela y mi estúpido peregrinar por los alrededores del Pórtico de la Gloria durante un par de semanas largas, la ciudad toda que subsistía ahí, fuera de la ventana, más allá de este cuarto, de esta casa, de la cerería, era tan alucinatoria como el sórdido encuentro que la víspera había tenido en el burdel con aquella condenada de María Jesús. Pues ¿qué había hecho yo desde que llegué a Santiago? No había hecho nada; y ese nada había sido por nada, puro disparate.
Para colmo, entró mi tía a despertarme (yo estaba ya despierto, aunque permanecía en cama, sin rebullir siquiera, tan aplacados estaban mis espíritus); entró, y, según pude colegir por su actitud, dispuesta a reprocharme la mía, que tanto la defraudaba; con una brazada de reproches, reticentes y quejumbrosos, como correspondía a su carácter, pero no menos premeditados. Pues, tras de haberme dado los buenos días y el muy precioso informe de ser las diez y media pasadas, se sentó frente a mi cama y deslizó la apreciación de que yo quizá me había acostumbrado en América a otra manera de vivir, y que no parecía acomodarme a las cosas de España, tal cual ahora pintaban; sugiriendo, no obstante, que con un poco de buena voluntad no tardaría en recuperar mi interés por los negocios de la casa, dado que al fin y al cabo eran míos, no de otro, o cuando menos eso era lo que ella tenía pensado y hablado con el difunto tío, que tanta fe me guardó el pobre, y que a nadie hubiera querido dejar, sino a mí, el sudor de toda su vida, siempre, claro está, en la idea de que yo… ¡Bueno! Le prometí que desde mañana me metería hasta los codos en el trabajo, pues no a otra cosa había vuelto, y si hasta el momento no lo hice fue porque necesitaba salir de una cierta duda que, justamente anoche -y por eso me había recogido tan tarde-, pude al fin disipar. Le dije también que hoy, antes de entregarme a la vida ordinaria, deseaba visitar la sepultura de mi buen tío.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La cabeza del cordero»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La cabeza del cordero» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La cabeza del cordero» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.