– Cuando se leen, por ejemplo, los primeros capítulos de su Historia de las creencias y de las ideas religiosas, se puede entreverla importancia que para su pensamiento, para su obra, tuvo esta revelación, el encuentro, más allá del hombre indio, con el hombre neolítico, el hombre «primitivo». ¿Podría precisar más en que grado fue ello importante?
– En la India descubrí aquello que más tarde llamaría yo la «religiosidad cósmica», es decir, la manifestación de lo sagrado a través de los objetos o de los ritmos cósmicos: un árbol, un manantial, la primavera. Esta religión, viva aún en la India, es la misma contra la que lucharon los profetas, y con razón, puesto que Israel era el depositario de una revelación religiosa distinta. El monoteísmo mosaico el conocimiento personal de un Dios que interviene en la historia y que no manifiesta su fuerza únicamente a través de los ritmos de la naturaleza, a través del cosmos, como los dioses de las religiones politeístas. Ya sabe que este tipo de religión cósmica al que damos el nombre de «politeísmo» o «paganismo» estaba muy desacreditado no sólo entre los teólogos, sino también entre ciertos historiadores de las religiones. Yo viví entre paganos, viví entre gentes que participaban de lo sagrado a través de sus dioses. Y sus dioses eran figuras o expresiones del misterio del universo, de esta fuente inagotable de creación, de vida y de bienaventuranza… A partir de ahí comprendí el interés que todo ello implicaba para la historia general de las religiones. En resumen, se trataba de descubrir la importancia y el valor espiritual de lo que llamamos el «paganismo».
Ya sabe que la época prelítica y el paleolítico duraron quizá dos millones de años. Es muy probable que la religión de aquella humanidad arcaica fuera análoga a la religión del cazador primitivo. Se establecían unas relaciones a la vez existenciales y religiosas entre cazador y la pieza a la que perseguía y trataba de abatir por una parte y con el «Señor de las fieras», divinidad que protegía tanto al cazador como a la caza, por otra. Por esta razón sin duda atribuía el cazador primitivo una gran importancia religiosa al hueso, al esqueleto y a la sangre… Luego, quizá hace doce o quince mil años, se produjo la invención de la agricultura, que aseguró e incrementó los recursos alimenticios del hombre, y por ello mismo hizo posible toda la evolución ulterior: aumento de la población, edificación de aldeas y luego ciudades, es decir la civilización urbana con todas las creaciones políticas del Próximo Oriente antiguo.
La invención de la agricultura, y no es ésta una de sus consecuencias menos importantes, hizo posibles ciertas experiencias religiosas. Por ejemplo, la relación que se estableció entre la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la mujer. La Gran Diosa es la Tierra Madre. La mujer adquiere entonces una enorme importancia religiosa y a la vez económica, en virtud de su solidaridad mística con la tierra, que garantiza la fertilidad y, en consecuencia, la vida. Y, como le decía hace un momento, también gracias a la agricultura captó el hombre la idea del ciclo – nacimiento, vida, muerte, renacimiento – y supo valorar su propia existencia integrándola en el ciclo cósmico. El hombre neolítico comparó por vez primera la vida humana con la vida de una flor, de una planta; El cazador primitivo se sentía mágicamente vinculado al animal; ahora el hombre se hace místicamente solidario de la planta. La condición humana comparte el destino de la planta y, por ello mismo, se integra en un ciclo infinito de nacimientos, de muertes y de renacimientos… Entiéndase bien, las cosas son mucho más complicadas, pues se trata de un sistema religioso que integra todos los simbolismos de la fecundidad, de la muerte y del renacimiento: la Tierra Madre, la luna, la vegetación, la mujer, etc. Creo que este sistema contenía en germen las formas esenciales de todas las religiones que vendrían después.
Y aun podemos observar otra cosa: con la agricultura nace el sacrificio cruento. Para el hombre primitivo, el animal está ahí , en el mundo, es una realidad dada. La planta alimenticia, por el contrario, el grano no está dado, no existía ya desde el comienzo del mundo. Es el hombre el que mediante su trabajo y su magia crea una cosecha. Esto supone, con respecto al cazador, una enorme diferencia, ya que el hombre arcaico creía que no era posible crear nada sin el sacrificio cruento. Se trata de una concepción muy antigua, y casi universal, concretamente la creencia de que toda creación implica una transferencia mágica de la vida. Se proyecta, a través de un sacrificio cruento, la energía, la «vida» de la víctima sobre la obra que se pretende crear. Es curioso pensar en que cuando el cazador abatía su presa nunca hablaba de muerte. Algunas tribus siberianas piden perdón al oso, diciéndole: «No he sido yo el que te ha matado, sino mi vecino, el tungús o el ruso». En otros sitios se diría: «No he sido yo, ha sido el Señor de las Fieras el que nos ha dado permiso». Los cazadores no se reconocen responsables de la matanza. Entre los paleocultivadores, por el contrario, los mitos sobre el origen de las plantas alimenticias evocan a un ser sobrenatural que aceptó ser muerto para que de su cuerpo brotaran las plantas. De ahí que no fuera posible imaginar una creación sin sacrificio cruento. En efecto, los sacrificios cruentos, sobre todo humanos, están atestiguados únicamente entre los agricultores. Nunca entre los cazadores. En resumen, y esto es lo que importaba entender, a renglón seguido de este descubrimiento de la agricultura se revela todo un universo espiritual. Del mismo modo, con la metalurgia, se hace posible otro nuevo universo de valores espirituales. He pretendido comprender el mundo religioso del hombre arcaico. Por ejemplo, durante el Paleolítica, la relación entre el hombre y la planta no era en absoluto evidente. como tampoco lo era la importancia religiosa de la mujer. Una vez inventada la agricultura, la mujer pasa a ocupar un lugar importantísimo en la jerarquía religiosa.
– T ambién llama la atención el hecho de que en los dos casos - la visión del hombre-planta y la institución de la muerte sa- grada - sea lo más importante la relación con la muerte, una relación determinada con la muerte. Queda igualmente claro que estos dos grandes ejes simbólicos pueden darse también en el mundo cristiano: grano que debe morir para renacer, muerte del cordero, pan y vino como cuerpo y sangre de la víctima sagrada. Su perspectiva del «hombre neolítico» da mucho que pensar… Sin embargo, como ya ha dicho, este descubrimiento no sirve únicamente para esclarecer el problema del «hombre religioso», sino que además ha permitido, mediante un largo rodeo, recuperar lo más cercano, lo familiar, la tradición rumana, por ejemplo. De no ser por todo esto, ¿le habría sido posible escribir ese texto que tanto me gusta sobre Brancusi? Brancusi, artista rumano, hombre moderno y padre de una determinada modernidad, y al mismo tiempo pastor en los Cárpatos. ¿Le habría sido posible comprender a Brancusi de la misma manera si no hubiera estado en contado, durante su estancia en la India, con la civilización original?
– Quizá no, en efecto. Acaba de resumir muy bien lo que pienso sobre este punto. Al captar la unidad profunda que existe entre la cultura aborigen india, la cultura de los Balcanes y la cultura rural de la Europa occidental, me encontraba como en mi ambiente. Al estudiar ciertas técnicas y ciertos mitos, me encontraba tan a gusto en Europa como en Asia. Nunca me sentí ante cosas «exóticas». Ante las tradiciones populares de la India, veía aparecer las mismas estructuras que en las tradiciones populares de Europa. Creo que esto me ayudó mucho a entender que Brancusi no copió las tradiciones del arte popular rumano. Por el contrario, se remontó hasta las mismas fuentes de la inspiración de los campesino rumanos o griegas y redescubrió esa visión extraordinaria de un hombre para quien la piedra existe existe de un modo, digamos, «hierofánico». Recuperó, desde dentro, el universo de los va-lores del hombre arcaico. Sí, la India me ayudó mucho a comprender la importancia, la autoctonía y al mismo tiempo la universalidad de la creación de Brancusi. Quien profundice de verdad hasta las fuentes, hasta las raíces que se hunden en el Neolítico, será muy rumano, muy francés y al mismo tiempo un hombre universal. Siempre me ha fascinado esta cuestión: ¿cómo recuperar la unidad fundamental, cuando no del género humano, al menos de una determinada civilización indivisa en el pasado de Europa? Brancusi logró recuperarla… Ya ve, con este descubrimiento y con este interrogante se cierra el círculo de mi formación en la India.
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