Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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Llueve, esta tarde de invierno triste, como si hubiese llovido, así de monótonamente, desde la primera página de [379]mundo. Llueve, y mis sentimientos, como si la lluvia los abatiese, doblan su mirada bruta hacia la tierra de la ciudad, donde corre un agua que nada alimenta, que nada lava, que nada alegra. Llueve, y yo siento súbitamente la opresión inmensa de ser un animal que no sabe lo que es, que sueña el pensamiento y la emoción, encogido, como en un tugurio, en una región espacial del ser, contento de un pequeño calor como de una verdad eterna.
13-12-1932.
440
En cualquier espíritu [380]que no sea disforme existe la creencia en Dios. En cualquier espíritu que no sea disforme no existe la creencia en un Dios definido. Es cualquier ente, existente e imposible, que lo rige todo; cuya persona, si la tiene, nadie puede definir; cuyos fines, si de ellos usa, nadie puede comprender. Llamándole Dios lo decimos todo, porque, no teniendo la palabra Dios sentido alguno preciso, así lo afirmamos, sin decir nada. Los atributos de infinito, de eterno, de omnipotente, de sumamente justo o bondadoso, que a veces le pegamos se despegan por sí solos como todos los adjetivos innecesarios cuando el substantivo basta. Y él, al que, por indefinido, no podemos dar atributos, es, por eso mismo, el substantivo absoluto.
La misma certeza, y la misma vaguedad, existen en cuanto a la supervivencia del alma. Todos nosotros sabemos que morimos; todos nosotros sentimos que no moriremos. No es precisamente un deseo, ni una esperanza, lo que nos trae esa visión en lo oscuro de que la muerte es un malentendido: /es un raciocinio hecho con las entrañas, que repudia (…)/
441
Nada me pesa tanto en el disgusto como las palabras sociales de moral. Ya la palabra «deber» me resulta tan desagradable como un intruso. Pero el que tengamos un «deber cívico», «solidaridad», «humanitarismo», y otros de la misma estirpe, me repugnan [ sic ] como porquerías que me arrojasen desde las ventanas. Me siento ofendido por la suposición, que alguien pueda hacer por ventura, de que esas expresiones tengan algo que ver conmigo, de que les encuentre, no sólo un valor, sino siquiera un sentido.
He visto hace poco, en el escaparate de una tienda de juguetes, unas cosas que me han recordado exactamente lo que son estas expresiones. He visto, en unos platos fingidos, unos manjares fingidos para mesas de muñecas. Al hombre tal como es, sensual, egoísta, vanidoso, amigo de los demás porque posee el don del habla, enemigo de los demás porque posee el don de la vida, a ese hombre ¿qué hay que ofrecerle con que juegue a las muñecas con palabras vacías de sonido y de entonación?
El gobierno se asienta en dos cosas: refrenar y engañar. El mal de esos términos cubiertos de lentejuelas es que no refrenan ni engañan. Emborrachan, cuando mucho, y eso es otra cosa.
Si a algo odio, es a un reformador. Un reformador es un hombre que ve los males superficiales del mundo y se propone curarlos agravando los fundamentales. El médico trata de adaptar el cuerpo enfermo al cuerpo sano; pero nosotros no sabemos lo que está sano o enfermo en la vida social.
No puedo considerar a la humanidad sino como una de las últimas escuelas de la pintura decorativa de la naturaleza. No distingo, fundamentalmente, un hombre de un árbol; y, desde luego, prefiero al que sea más decorativo, al que más interese a mis ojos pensantes. Si el árbol me interesa más, me pesa más que corten el árbol que el que muera el hombre. Hay idas del ocaso que me duelen más que muertes de niños. En todo soy el que no siente, para sentir.
Casi me culpo de estar escribiendo estas medias reflexiones a esta hora en que de los confines de la tarde sube, coloreándose, una brisa ligera. Coloreándose no, que no es ella la que se colorea, sino el aire en el que boga insegura; pero, como me parece que es ella misma la que se colorea, es eso lo que digo, pues por fuerza he de decir lo que me parece, visto que soy yo.
442
El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, es decir, la voluntad. Ahora bien, las dos cosas que estorban a la acción son la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, más que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, debido a su naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior y, como el mundo exterior está en grande y principal parte compuesto por entes humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad es esencialmente el atravesarnos en el camino ajeno, el estorbar, herir y aplastar a los otros, conforme nuestro modo de hacer.
Para hacer es, pues, preciso que no nos figuremos con facilidad a las personalidades ajenas, a sus dolores y alegrías. Quien simpatiza se para. El hombre de acción considera al mundo exterior como compuesto exclusivamente de materia inerte -o inerte en sí misma, como una piedra sobre la que pasa o aparta del camino, o inerte como un ente humano que, porque no puede oponerle resistencia, lo mismo da que sea hombre o piedra, pues, como a la piedra, o se le ha apartado o se ha pasado por cima de él.
El ejemplo máximo del hombre práctico, porque reúne a la extrema concentración de la acción con su extrema importancia, es el estratega. Toda la vida es una guerra, y la batalla es, pues, la síntesis de la vida. Ahora bien, el estratega es un hombre que juega con las vidas como el jugador de ajedrez con las piezas del juego. ¿Qué sería del estratega si pensase que cada lance de su juego lleva la noche a mil hogares y la congoja a tres mil corazones? ¿Qué sería del mundo si fuésemos humanos? Si el hombre sintiese de verdad, no habría civilización. El arte sirve de fuga a la sensibilidad a la que ha tenido que olvidar la acción.
El arte es la Gata Cenicienta, que se quedó en casa porque tuvo que ser.
Todo hombre de acción es esencialmente animoso y optimista porque quien no siente es feliz. Se conoce a un hombre de acción porque nunca está mal dispuesto. Quien trabaja aunque esté mal dispuesto es un subsidiario de la acción; puede ser en la vida, en la gran generalidad de la vida, un contable, como lo soy yo en su particularidad. Lo que no puede ser es un regente de cosas o de hombres. A la regencia pertenece la insensibilidad. Gobierna quien es alegre porque para ser triste es preciso sentir.
El patrón Vasques ha hecho hoy un negocio con el que ha arrumado a un individuo enfermo y a su familia. Mientras hacía el negocio, olvidó por completo que ese individuo existía, excepto como parte contraria comercial. Una vez hecho el negocio, le vino la sensibilidad. Sólo después, claro está, pues si le hubiese venido antes, el negocio no se habría hecho nunca. «Me da pena de ese tipo», me ha dicho. «Va a quedarse en la miseria.» Después, encendiendo el puro, ha añadido: «En todo caso, si necesita algo de mí» -entendiéndose una limosna- «yo no olvido que le debo un buen negocio y unas decenas de billetes».
El patrón Vasques no es un bandido: es un hombre de acción. El que perdió el lance en este juego puede, de verdad, pues el patrón Vasques es un hombre generoso, contar en el futuro con su limosna.
Como el patrón Vasques son todos los hombres de acción -jefes industriales y comerciales, políticos, hombres de armas, idealistas religiosos y sociales, grandes poetas y grandes artistas, mujeres hermosas, niños que hacen lo que quieren. Manda quien no siente. Vence quien sólo piensa en lo que necesita para vencer. El resto, que es la vaga humanidad general, amorfa, sensible, imaginativa y frágil, es no más que el telón de fondo contra el que destacan estas figuras de la escena hasta que termine la pieza de marionetas, el fondo plano de cuadrados sobre el que se levantan las piezas del ajedrez hasta que las guarde el Gran Jugador que, engañándose [381]con una doble personalidad, juega, y se entretiene siempre consigo mismo.
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