Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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¡Ven a mi cariño, que no sufre mudanza; a mi amor, que nunca cesa! Bebe de mi copa, que no se agota, el néctar supremo que no enfada ni amarga, que no disgusta ni embriaga. ¡Contempla, desde la ventana de mi castillo, no el claro de luna y el mar, que son cosas bellas y por eso imperfectas, sino la noche vasta y maternal, el esplendor indiviso del abismo profundo!
En mis brazos olvidarás el propio camino doloroso que te ha traído a ellos. ¡Contra mi seno no sentirás ya el propio amor que hizo que lo buscases! Siéntate a mi lado, en mi trono, y eres para siempre el emperador indestronable del Misterio y del Graal, coexistes [440]con los dioses y con los destinos, en no ser nada, en no tener aquende y allende, en no precisar ni de lo que te falte, ni siquiera incluso de lo que te baste.
Seré tu esposa maternal, tu hermana gemela encontrada. Y casadas conmigo todas tus angustias, reservado a mí todo lo que en ti buscabas y no tenías, tú mismo te perderás en mi substancia mística, en mi existencia negada, en mi seno en el que los dioses se desvanecen. [»]
¡Señor Rey del Desapego y de la Renuncia, Imperador de la Muerte y del Naufragio, sueño vivo errando, fastuoso, entre las ruinas y los exilios [441]del mundo!
¡Señor Rey de la Desesperanza entre pompas, dueño doloroso de los palacios que no le satisfacen, maestro de los cortejos y de los aparatos que no consiguen apagar la vida!
¡Señor Rey erguido de los túmulos, que viniste en la noche y a la luz de la luna a contar tu vida a las vidas, paje de los lirios deshojados, heraldo imperial de la frialdad de los marfiles! ¡Señor Rey Pastor de las Vigilias, caballero andante de las Angustias, sin gloria y sin dama a la claridad lunar de los caminos, señor en las florestas en las escarpas, perfil mudo, con la visera caída, pasando [442]por los valles, incomprendido por las aldeas, chasqueado por las villas, despreciado por las ciudades! Señor Rey que la Muerte ha consagrado Suyo, pálido y absurdo, olvidado y desconocido, reinando entre piedras foscas y velludos viejos, en un trono final de lo Posible, con su corte ideal rodeándole, sombras, y su milicia fantástica, guardándolo, misteriosa y vacía.
Traed, pajes; traed, vírgenes; traed, siervos y siervas, las copas, las salvas y las guirnaldas para el festín a que la Muerte asiste. ¡Traedlas y venid de negro, con la cabeza coronada de /mirtos/!
Mandrágora sea lo que traigáis en las copas, (…) en las salvas, y las guirnaldas sean de violetas (…) de las flores tristes que recuerden a la tristeza.
Va el Rey a /cenar/ con la Muerte, en su palacio antiguo, a la orilla del lago, entre las montañas, lejos de la vida, ajeno al mundo.
Una brisa de atención recorre las alas.
Helo que va a llegar, con la muerte que nadie [443]ve y la (…) que no llega nunca.
Heraldos, tocad! ¡Atended!
Tu amor por las cosas soñadas era tu desprecio por las cosas vividas.
¡ Rey-Virgen que despreciaste el amor,
Rey-Sombra que desdeñaste la luz,
Rey-Sueño que no quisiste la vida!
¡Entre el estrépito sordo de címbalos y atabales, la Sombra te aclama Emperador!
Luz en el ocaso tu adviento a estas regiones donde la Muerte reina [444].
Te coronaron con flores misteriosas, de colores ignorados [445], guirnalda absurda que te cabe como a un dios depuesto.
…tu /purpúreo culto/ del sueño, (…) fausto de la antecámara de la Muerte.
hetarios [446]imposibles del abismo
¡Tocad, heraldos, desde lo alto de las almenas, saludando a esta gran madrugada!
¡El Rey de la Muerte va a llegar a su dominio!
Flores del abismo, rosas negras, claveles de color blanco de luna, amapolas de un rojo que tiene luz.
28
¡Y para ti, oh Muerte, va nuestra alma y nuestra creencia, nuestra esperanza y nuestra salutación!
¡Señora de las Ultimas Cosas, Nombre Carnal del Misterio y del abismo -alienta y consuela a quien te busca, sin osar buscarte!
Señora de la Consolación.
¡Virgen-Madre del Mundo absurdo, forma del Caos incomprendido, arrastra y extiende tu reino sobre todas las cosas -sobre las flores que presienten que se marchitan, sobre las fieras que se estremecen de viejas, sobre las almas que han nacido para amarte- entre el error y la ilusión de la vida!
La vida, espiral de la Nada, infinitamente ansiosa por lo que no puede haber.
29
Artífices de la morbidez, esmerémosnos en enseñar a desilusionarse. Curiosos de la vida, observemos todos los muros, antecansados de saber que no vamos a ver nada /de nuevo o de bello/.
Tejedores de la desesperanza, tejamos tan sólo mortajas -mortajas blancas para los sueños que nunca soñamos, mortajas negras para los días que morimos, mortajas color ceniza para los gestos que apenas soñamos, mortajas imperiales-de-púrpura para nuestras sensaciones inútiles.
Por las montaneras y por los valles y por las márgenes (…) de (…) pantanos, cazan cazadores el lobo y la corza (…) y el pato salvaje también. Odiémoslos, no porque matan [447], sino porque gozan (y nosotros no gozamos).
Sea la expresión de nuestro rostro una sonrisa pálida, como de alguien que va a llorar, una mirada vaga, como de alguien que no quiere ver, un desdén esparcido por todas las facciones, como de alguien que desprecia la vida y sólo la vive para tener que despreciarla.
Y sea nuestro desprecio para los que trabajan y luchan y nuestro odio para los que esperan y confían.
(Fin)
30 Viaje Nunca Hecho
Fue por culpa de un crepúsculo de vago otoño por lo que partí para ese viaje que nunca hice.
El cielo -imposiblemente me acuerdo- era de un resto cárdeno de oro triste, y la línea agónica de los montes, clara, tenía una aureola cuyos tonos de /muerte/ le penetraban, suavizadores, en la /astucia/ de su contorno. Desde la otra amurada del barco (hacía más frío y era más de noche sobre ese lado del toldo) el océano temblaba hasta donde el horizonte este se entristecía, y donde, poniendo penumbras de noche en la línea /líquida/ y oscura del mar extremo, un hálito de tiniebla flotaba como una niebla en un día de calor.
El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con fugas onduladas de vaga luz -y era todo misterioso como una idea triste en un momento de alegría, profético no sé de qué.
Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi viaje era ir en demanda de puertos inexistentes -puertos que fuesen tan sólo el entrar-hacia-puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos entre ciudades irreprensiblemente irreales. Pensáis, sin duda, al leerme, que mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.
¿Partí yo? Yo no os juraría que partí. Me encontré en otras partes, en otros puertos, pasé por ciudades que no eran aquélla, aunque ni aquélla ni ésas fueran ciudades ningunas. Juraros que fui yo quien partió y no el paisaje, que fui yo quien visitó otras tierras y no ellas las que me visitaron -no puedo hacéroslo. Yo que, no sabiendo lo que es la vida, no sé si soy yo quien vivo o si es ella quien me vive (tenga este verbo al «vivir» el sentido que quiera tener), seguro que no iré a juraros nada.
He viajado. Creo inútil explicaros que no llevé ni meses, ni días, ni otra cantidad cualquiera de cualquier tiempo viajando. Viajé en el tiempo, es cierto, pero no del lado de acá del tiempo, donde lo contamos por horas, días y meses; fue del otro lado del tiempo por donde yo viajé, donde el tiempo no se cuenta con una medida. Transcurre, pero sin que sea posible medirlo. Es como más rápido que el tiempo que hemos visto vivirnos. Me preguntáis a vosotros, seguro, qué sentido tienen estas frases. Nunca erréis así. Despedíos del error de preguntar el sentido a las cosas y a las palabras. Nada tiene un sentido.
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