Virginia Woolf - Flush
Здесь есть возможность читать онлайн «Virginia Woolf - Flush» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Flush
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Flush: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Flush»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Flush — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Flush», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Llegó a hacérsele imposible dormir mientras estaba allí aquel hombre. Flush escuchaba continuamente, con los ojos muy abiertos. Aunque no podía entender las palabritas que chocaban encima de su cabeza, desde las dos y media hasta las cuatro y media – tres veces a la semana – sí podía captar con terrible exactitud que el tono de las voces iba cambiando. La de miss Barrett había sonado al principio con un tono forzado y una animación ficticia. Ahora había ganado un ardor y una confianza como Flush no le oyera hasta entonces. Y, cada vez que venía el hombre, surgía un nuevo sonido en sus voces: en ocasiones, producían éstas una cháchara grotesca o bien pasaban sobre él rozándole levemente como pájaros en vuelo; otras veces, se arrullaban y cloqueaban como algunas aves; y, poco a poco, se iba elevando la voz de miss Barrett, remontándose en espiral por el aire. Entonces, la voz de mister Browning ladraba con sus ásperas risotadas, y, poco después sólo se oía un murmullo, un moscardoneo tranquilo de ambas voces en una. Pero, al convertirse el verano en otoño, notó Flush, con horrible aprensión, que aparecía un tono distinto a los anteriores. La voz del hombre revelaba una urgencia, una energía, un afán de convencer diferentes, y Flush comprendía que esto asustaba a miss Barrett. Su voz se turbaba, vacilaba, y parecía irse apagando y entrecortarse, haciéndose suplicante en ciertos momentos, como si solicitase una tregua, como si tuviera miedo… El hombre callaba entonces.
A él le prestaban muy poca atención. Míster Browning le hacía el mismo caso que si hubiera sido un leño colocado a los pies de miss Barrett. A veces, al pasar junto a él, le restregaba la cabeza vivamente, de un modo espasmódico, con energía y sin sentimiento. Fuera aquello una caricia o no, Flush sólo sentía una profunda aversión hacia míster Browning. Sólo con verlo tan bien vestido, tan tieso, tan vigoroso, retorciéndose sus guantes amarillos… sólo con eso se le afilaban los dientes. ¡Oh, si los cerrara con todas sus fuerzas sobre la tela de los pantalones! Pero no se atrevía. En conjunto, aquel invierno – 1845-46 – fue el más angustioso que pasó Flush en su vida.
Transcurrió el invierno y presentóse otra vez la primavera. Flush no le veía el fin a aquello. Y, sin embargo, así como un río – aunque esté reflejando árboles inmóviles, vacas paciendo y las cornejas que regresan a sus ramas – fluye inexorablemente hacia una catarata, asi fluían aquellos día, hacia una catástrofe. Flush estaba seguro de ello. En el aire flotaban rumores de mudanza. Llegó a pensar que era inminente algún éxodo de grandes proporciones. Se notaba en la casa esa perturbación indefinible que precede – pero ¿sería posible? – a un viaje. Sacudían el polvo a las cajas, y, por increíble que parezca, las abrían. Luego las volvían a cerrar. No, no era la familia la que se mudaba. Los hermanos y las hermanas seguían entrando y saliendo como de costumbre. Mister Barrett visitaba a su hija -cuando se marchaba el hombre aquel- a la hora de siempre. ¿Qué iba, pues, a suceder? Porque desde luego pasaría algo; de eso no le cabía a Flush la menor duda al finalizar el verano de 1846. Lo percibía nuevamente en el sonido alterado de las eternas voces. La de miss Barrett, que había sido suplicante y temerosa, perdió su tono entrecortado. Sonaba con una decisión y una audacia que Flush no le había oído nunca. ¿Si mister Barrett hubiera podido oír aquel tono con que acogía al usurpador, las risas con que lo saludaba, la exclamación que él profería al tomar en sus manos las de ella! Pero en la habitación sólo estaba Flush con ellos. Y para él el cambio resultaba de lo más deprimente. No era sólo que miss Barrett cambiase respecto a mister Browning, sino que cambiaba en todos sentidos… incluso hacia Flush. Trataba sus carantoñas con más brusquedad; riéndose, le cortaba en seco sus zalemas, dejándole la impresión de que sus manifestaciones de cariño resultaban afectadas, insignificantes y tontas. Se exacerbó su vanidad. Inflamáronse sus celos. Por último, al llegar el mes de julio, decidió realizar un violento esfuerzo para reconquistar el favor de su ama, y quizá para expulsar al intruso. No sabía cómo llevar a cabo este doble propósito; no se le ocurría un plan aceptable. Pero de pronto – el día 8 de julio- lo arrastraron sus sentimientos. Se arrojó contra míster Browning y le mordió ferozmente. ¡Por fin se habían cerrado sus dientes sobre la inmaculada tela del pantalón de míster Browning! Pero la pierna que encerraba era dura como el hierro… La pierna de míster Kenyon era de mantequilla, si se comparaba con ésta. Mister Browning lo apartó de sí con un papirotazo y siguió hablando. Ni él ni miss Barrett parecieron conceder al ataque la menor importancia. Flush, vencido en toda línea, deshecho, con todas sus flechas agotadas, volvió a tumbarse en los cojines, jadeando de rabia y decepción. Pero se había equivocado respecto a la reacción interna de miss Barrett. Cuando marchó mister Browning, ésta llamó a Flush y le infligió el peor castigo que recibiera en su vida. Primero le dio un coscorrón en las orejas… Eso no tenía importancia; aunque parezca mentira, le agradó aquel golpecillo y le hubiera gustado recibir otro. Pero lo malo fue que le dijo luego, con su tono más serio, que ya no lo quería. Aquel dardo se le clavó en el corazón. Tantos años viviendo juntos, compartiéndolo todo, y no lo quería. Que no volvería a quererlo… Entonces, y como para significarle bien que había caído en desgracia, cogió las flores que trajera míster Browning y las puso en agua en un jarro. Flush pensó que este acto estaba calculado para hacerle sentir de modo definitivo su propia insignificancia. «Esta rosa es para él», parecía decir miss Barrett, «y este clavel. Que luzca el color rojo junto al amarillo; y el amarillo junto al rojo. Y aquí el verde de las hojas…» Colocando las flores unas al lado de otras, se apartaba de ellas unos pasos para contemplarlas como si el hombre de los guantes amarillos se hubiera convertido en una masa de flores de vivo colorido. Pero, aun así, aun estando embelesado con flores y hojas, no pudo desprenderse por completo de la mirada fija que Flush tenía clavada en ella. No podía dejar de notar aquella «expresión de profunda desesperación en su cara». No tuvo más remedio que aplacarse. «Por último, le dije: «¡Si fueras bueno, Flush, me pedirías perdón!, y, cruzando rápidamente el cuarto, temblando como un azogado, besó primero una de mis manos y luego la otra, tendiéndome las pezuñas para que se las estrechase, y me miró a los ojos con tal expresión de súplica en los suyos, que tú también lo hubieras perdonado.» Esta fue la relación de lo sucedido, enviada por miss Barrett a míster Browning; y él contestó. «¡Oh, pobre Flush!, ¿crees que no lo quiero y lo respeto por su celosa supervisión… por tardar tanto en aceptar a otra persona, después de haberte conocido…?» A míster Browning le era fácil mostrarse magnánimo, pero esa magnanimidad sin esfuerzo era quizá la espina más dolorosa que tenía clavada Flush.
Otro incidente, ocurrido pocos días después, demostró cuán grande era la separación entre su ama y él – ¡tan íntimos como habían sido!-, y lo poco que podía contar Flush con el afecto de miss Barrett. Una tarde, después de marcharse mister Browning, decidió miss Barrett pasear en coche con su hermana por el Regent's Park. Cuando se apeaban a la entrada del parque, Flush se cogió una pezuña con la portezuela del coche. «Aulló lamentablemente» y mostró a su ama la patita magullada, en busca de consuelo. Antes, por mucho menos que eso le habrían prodigado los consuelos más cariñosos. Pero ahora surgió en el rostro de miss Barrett una expresión entre indiferente y burlona. Se rió de él. Se había figurado que estaba fingiendo, porque, «…en cuanto pisó la hierba, salió corriendo sin acordarse más de ello». Y añadió este comentario sarcástico. «Flush explota muy bien todas sus desventuras – es de la escuela de Byron -, il se pose en victime .» Pero en aquella ocasión se había equivocado miss Barrett, ensimismada en sus propias emociones. Aunque se le hubiera partido la pezuña, habría echado a correr. Aquella escapada era la respuesta a la burla de su ama. Nada tengo que ver contigo…, ése era el significado de su huida. Las flores le dejaron un olor amargo; la hierba le quemaba las pezuñas. Pero seguía corriendo, flechándose en todas direcciones. «Los perros deben llevar cadenas», decían los letreros. Los guardas del parque – con sombreros de copa – iban provistos de unos garrotes para hacer efectiva la orden. Pero «deber» no tenía ya para él ningún sentido. Habíase roto la cadena del amor. Correría por donde quisiera; cazaría perdices, perseguiría spaniels , se dejaría caer sobre los lechos de dalias, patearía las rosas rojas y amarillas… Que le arrojaran los guardas sus garrotes, si querían. Que le sacaran los sesos, si se les antajaba. Que lo tirasen, muerto, y desventurado, a los pies de miss Barrett. Nada le importaba. Pero, claro está, no ocurrió nada de eso. Nadie lo persiguió, ni se fijó en él nadie. Un guarda solitario hablaba con una nodriza. Por último, volvió junto a miss Barrett y ésta le sujetó la cadena al collar y se lo llevó a casa.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Flush»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Flush» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Flush» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.