¿Decís que los ciudadanos de los estados libres no tienen nada que ver con esto y que no pueden hacer nada? ¡Ojalá fuera verdad! Pero no es verdad. Los ciudadanos de los estados libres han defendido, alentado y participado en la esclavitud, y son más culpables ante Dios que los del sur porque no tienen la disculpa de la educación y la costumbre.
Si las madres de los estados libres hubieran sentido como debieran en épocas pasadas, los hijos de los estados libres no habrían sido los dueños, y según dicen, los amos más severos de los esclavos; los hijos de los estados libres no habrían comerciado como lo hacen en sus negocios con las almas y los cuerpos de los hombres como si fueran el equivalente del dinero. Multitud de esclavos son comprados y revendidos por comerciantes de las ciudades del norte; entonces, ¿toda la culpa y la infamia de la esclavitud debe recaer sólo sobre el sur? Los hombres, las madres y los cristianos del norte tienen algo más que hacer que denunciar a sus hermanos del sur: deben mirar el mal que hay en ellos mismos.
Pero, ¿qué puede hacer un individuo cualquiera? Debe decidir eso cada individuo por sí mismo. Hay una cosa que cada individuo puede hacer: puede procurar tener sentimientos buenos. Cada ser humano está rodeado por una atmósfera de influencia compasiva, y el hombre o la mujer que tiene sentimientos fuertes, sanos y justos sobre las grandes cuestiones de la humanidades un gran benefactor para la raza humana. ¡Atended, por lo tanto, a vuestros sentimientos en este asunto! ¿Están en armonía con los de Cristo o se dejan regir y pervertir por los sofismas de la política mundana?
¡Hombres y mujeres cristianos del norte, tenéis también otro poder: podéis rezar! ¿Creéis en la oración o se ha convertido en una confusa tradición apostólica? Rezáis por el pagano de otras tierras; rezad también por el pagano de casa. Y rezad por los afligidos cristianos cuya única posibilidad de superación religiosa depende del comercio y la venta y cuya adherencia a la moral cristiana es en muchos casos imposible a no ser que el cielo les haya dotado del valor y la gracia del martirio.
Pero aún hay más. En las orillas de nuestros estados libres emergen los pobres restos de familias destrozadas, hombres y mujeres fugados por una providencia milagrosa de la marea de la esclavitud, con escasos conocimientos y, en muchos casos, una débil base moral, por culpa de un sistema que tergiversa todos los principios morales y cristianos. Vienen en busca de asilo entre vosotros; vienen en busca de educación, conocimientos y cristianismo.
¿Qué debéis vosotros, oh cristianos, a estos pobres desgraciados? ¿No debemos todos los estadounidenses a la raza africana por lo menos un intento de reparación por los males infligidos a ellos por el pueblo estadounidense? ¿Las puertas de las iglesias y las escuelas han de cerrarse ante ellos? ¿Los estados han de levantarse para echarlos? ¿La iglesia de Cristo ha de escuchar en silencio las burlas que se les dirigen, apartarse de la mano desamparada que tienden y alentar con su silencio la crueldad que pretende echarlos de nuestras fronteras? Si tiene que ser así, será un triste espectáculo. Si tiene que ser así, el país tendrá motivos para temblar cuando recuerde que el destino de las naciones está en manos de Aquél que es misericordioso y compasivo.
¿Decís: «No los queremos aquí; que se vayan a África»? Es un hecho grandioso y extraordinario que la providencia de Dios les haya proporcionado un refugio en África; pero no es motivo para que la iglesia de Cristo rehuya la responsabilidad hacia esta raza desterrada que le exige su oficio. Llenar Liberia de una raza ignorante, inexperta y casi bárbara, recién liberada de las cadenas de la esclavitud, sólo sería prolongar durante siglos el período de lucha y conflicto que acompaña el inicio de cualquier nueva empresa. Que la iglesia del norte reciba a estos pobres dolientes con el espíritu de Cristo; que les depare las ventajas educativas de la sociedad y las escuelas republicanas cristianas hasta que alcancen una madurez moral e intelectual y que les ayude luego en su pasaje a aquellas tierras para que pongan en práctica las lecciones aprendidas en Estados Unidos.
Existe un grupo comparativamente pequeño de hombres en el sur que ya hace esto, y, como resultado, este país ya conoce ejemplos de antiguos esclavos que rápidamente han adquirido propiedades, reputación y educación. Han desarrollado talento, lo que es realmente extraordinario en vista de las circunstancias; y en las virtudes morales de honradez, bondad y sensibilidad, en su abnegación y sus esfuerzos heroicos, soportados por redimir a sus hermanos y amigos aun en las garras de la esclavitud, han sido sobresalientes hasta un grado sorprendente, teniendo en cuenta el ambiente en el que nacieron.
La autora ha vivido durante muchos años en la frontera de estados esclavistas y ha tenido muchas oportunidades de observar a antiguos esclavos. Han estado con su familia como criados, y, a falta de otra escuela donde educarlos, en muchos casos los ha hecho instruir en una escuela familiar con sus propios hijos. También ha oído el testimonio de misioneros que han trabajado con los fugitivos en Canadá, que coincidía con su propia experiencia, y sus conclusiones sobre las capacidades de la raza son altamente alentadoras.
El primer deseo del esclavo emancipado suele ser la educación. No hay nada que no estén dispuestos a dar o hacer por educarse ellos o porque se eduque a sus hijos; y, por lo que la autora ha podido ver por sí misma y lo que le han contado sus profesores, son muy inteligentes y aprenden rápidamente. Los resultados que obtienen en las escuelas fundadas para ellos por personas caritativas de Cincinnati dan fe de este hecho.
La autora aporta la siguiente declaración de hechos relacionados con esclavos emancipados que residen ahora en Cincinnati, con la sanción del profesor C. E. Stowe [61], que pertenecía entonces al Seminario Lane de Ohio, para dar fe de la capacidad de la raza, incluso sin ayuda ni apoyo.
Sólo se dan las letras iniciales. Todos residen en Cincinnati.
»B. Ebanista; veinte años en la ciudad; ahorros: diez mil dólares, todo ganado con su trabajo; baptista.
»C. Negro puro; raptado en África; vendido en Nueva Orleans; libre desde hace quince años; se redimió a sí mismo por seiscientos dólares; granjero; dueño de varias granjas de Indiana; presbiteriano; probable fortuna: quince o veinte mil dólares, todo ganancias de su trabajo.
»K. Negro puro; agente inmobiliario; fortuna: treinta mil dólares; pagó mil ochocientos dólares por su familia; miembro de la iglesia baptista; heredó un legado de su amo, que ha utilizado bien y aumentado.
»G. Negro puro; marchante de carbón; unos treinta años; fortuna: unos dieciocho mil dólares; pagó su emancipación dos veces, siendo timado la primera vez por una cantidad de mil seiscientos dólares; ganó todo su dinero por su propio esfuerzo, gran parte mientras era esclavo, trabajando en su tiempo libre y realizando negocios; un tipo caballeroso y simpático.
»W. Tres cuartas partes negro; barbero y camarero; de Kentucky; diecinueve años emancipado; pagó más de tres mil dólares por sí mismo y su familia; diácono de la iglesia baptista.
»G. D. Tres cuartas partes negro; enjalbegador; de Kentucky; nueve años de libertad; pagó mil quinientos dólares por sí mismo y su familia; murió hace poco, a la edad de sesenta años; dejó seis mil dólares.»
El profesor Stowe dice: «Conozco personalmente a todos éstos con excepción de G. desde hace años y esta declaración es por mi propio conocimiento.»
La autora se acuerda bien de una anciana negra empleada como lavandera por la familia de su padre. La hija de esta mujer se casó con un esclavo. Era una joven extraordinariamente activa y capacitada y, gracias a su laboriosidad y economías y la más absoluta abnegación, consiguió juntar novecientos dólares para pagar la libertad de su marido, que iba entregando a su amo según lo iba ganando. Le faltaban aún cien dólares cuando él murió. Nunca recuperó ni un centavo del dinero.
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