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Marcos Aguinis: El Combate Perpetuo

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Marcos Aguinis El Combate Perpetuo

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El combate perpetuo: Una biografía admirable con ritmo de novela – Marcos Aguinis: Guillermo Brown es una de las figuras decisivas de la historia argentina. Sin embargo, el trato que la historia le ha dado a menudo ha oscurecido al hombre y acartonado al prócer. Este libro de Marcos Aguinis – `esta biografía con ritmo de novela`, como el mismo la define – es, además, una lúcida y exitosa operación de rescate. Rescate del héroe y del personaje, puesto que el almirante Guillermo Brown aparece en toda su dimensión épica, pero también porque tal dimensión no borra ni excluye los rasgos que lo convierten en el protagonista de un libro de aventuras. Alguien, como consigna el autor, cuyas vicisitudes hubieran apasionado por igual a los novelistas del siglo diecinueve y del siglo veinte. Y que apasionarán asimismo a los lectores. Redactada en tiempos difíciles, cuando la incertidumbre y el desaliento parecían volver impensable una obra de esta laya, El combate perpetuo invita a ser leída y releída como cautivante relato y también como forma de tratar la historia de un modo distinto, nunca esquemático ni maniqueo, siempre riguroso e inteligente.

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Garibaldi se prepara para el desigual enfrentamiento. Ubica sus naves en forma transversal al río. "Disponer así las cosas me costó mucho trabajo por causa de la corriente que, aunque poca en el punto elegido, nos obligaba a usar todas las cadenas, áncoras y cables para anclar barcos, principalmente la Constitución , que calaba dieciocho pies (…). No habíamos terminado aún nuestros trabajos cuando apareció la escuadra enemiga, compuesta por siete buques. Era superior en mucho a la nuestra y se encontraba en situación de poder recibir toda clase de refuerzos y víveres. Nosotros -prosigue Garibaldi- no sólo estábamos lejos de la ciudad de Corrientes, única que podía socorremos, sino que teníamos la casi seguridad de no recibir ningún auxilio, como lo probaron los hechos. Pero era necesario combatir, aún teniendo la certeza de encontrar la muerte."

Iban a chocar dos fortalezas. Garibaldi, que pronto se convertiría en "héroe de dos mundos" y Brown, a quien el mismo Garibaldi califica "primera celebridad marítima de la América meridional, con justos títulos".

El italiano se atrinchera parcialmente en tierra. El viento escaso y la poca profundidad también determinan un desembarco parcial de Brown. Se disputan palmo a palmo las orillas hasta entrada la noche. A la primera claridad se reanuda la lucha con tiros de fusilería y cañonazos. Al impulso de una gritería feroz se intentan abordajes. Garibaldi sufre la pérdida de varios oficiales. "No fueron pocos los daños sufridos por ambas escuadras, tantos que nuestros barcos quedaron en esqueleto. La corbeta Constitución , a pesar de que no se dejaron de tapar las bocas producidas por los tiros, hacía tanta agua que apenas se la podía eliminar manejando las bombas sin reposo y empleando por turno a toda la gente."

El capitán Arana Urioste concibe un plan arriesgadísimo para atacar por sorpresa a Brown. Atraviesa los pajonales seguido por varios hombres. Los argentinos descubren la intentona y esperan con la rodilla en tierra y absoluto silencio. Al tenerlos a tiro de fusil hacen una descarga mortífera. En la oscuridad no pueden ser reconocidos los heridos sino por sus estertores. Entre ellos, con la cabeza sangrante, yace Arana Urioste, comandante del bergantín Pereira . Una columna de federales lo reconocen y protagonizan una escena de salvajismo: le cortan la barba con lonjas de piel, le abren el vientre y arrancan la vejiga, lo castran y cuelgan de los brazos.

La tropa de Garibaldi incrementa sus pérdidas. Los sobrevivientes están agotados de luchar y bombear el agua. Pero el italiano no se rendirá mientras le quede pólvora.

Llega otra vez la noche. Garibaldi prepara brulotes (embarcaciones minadas). A las dos de la mañana lanza uno, que se dirige hacia la escuadra argentina siguiendo el curso de la corriente. Brown no duerme; recorre la cubierta y el castillo empuñando el catalejo. Descubre el solitario bulto flotante y, en el acto, se da cuenta de la inminente explosión. Encomienda al primero que tiene cerca lanzarse a conjurar la amenaza. Este, acompañado por algunos marineros, salta a un bote y a fuerza de remo consigue llegar al brulote y desviado hacia un banco de arena donde estalla. El almirante recibe al valiente joven. Estrechándole la mano, dice:

– Lo que acaba de hacer en cumplimiento de su deber, es demasiado para sus doce años.

El fracaso no desanima a Garibaldi. A las tres de la madrugada lanza otro brulote. Es más poderoso que el anterior: contiene barriles de pólvora y alquitrán para explotar varios buques. Lo camufla con cueros y bolsas de cerda. El práctico genovés Luis Cavassa es quien en esta ocasión detecta el peligro, porque alcanza a distinguir un chisporroteo que se balancea. La llama ya corre cerca de los explosivos. No hay tiempo para desviar el brulote. Rema con vigor, trepa a la embarcación minada, arranca la mecha y la arroja al agua.

Brown, al felicitado, no lo llama práctico, sino teniente Cavassa. Con los años Cavassa alcanzaría la más alta graduación de la Marina nacional.

El comandante de la escuadrilla correntina, impuesto del revés que aflige a Garibaldi, lo abandona. Esto le amputa la capacidad de resistencia. "Bien justificada era mi tristeza -refiere el italiano-, porque la mayor parte de nuestros pequeños barcos había quedado fuera de servicio durante la lucha. Yo contaba con los barcos correntinos en la inevitable retirada, para salvar muchos heridos y embarcar los víveres necesarios… La última esperanza se desvanecía con la miserable defección de nuestros aliados (…). Necesitaba combatir, y no veía en torno mío más que gente dominada por la fatiga; no oía otros sonidos, otros rumores que los lamentos desgarradores de los desgraciados heridos que aún no habían sido transportados al buque hospital, porque era incapaz de contenerlos a todos."

Nuevas pérdidas para Garibaldi. Los cartuchos confeccionados durante la noche contienen pólvora inferior, los tiros no dan en el blanco, las cadenas que disparan los cañones no hacen mella a la distancia. Ha llegado el momento límite: debe retirarse. Pero sus buques son ruinas. Sólo puede salvar algunos hombres y después incendiar los restos de la flotilla. Ordena trasbordar heridos y municiones a una pequeña embarcación mientras prosigue el combate. Que con aguardiente rocíen los objetos combustibles y les prendan fuego: no cederá presas al enemigo.

"Conviene aquí narrar un hecho bien desconsolador -añade Garibaldi- originado por el exceso de las bebidas espirituosas. Los equipajes que yo mandaba estaban compuestos por hombres de todas las naciones. Los extranjeros eran en su mayor parte marinos y casi todos desertores de barcos de guerra; debo confesar que estos eran los menos díscolos. Entre los americanos, la generalidad había sido expulsada de los ejércitos de tierra por delitos, muchos por homicidios. De modo que eran verdaderos canallas y se necesitaba todo el rigor posible para mantener el orden. Sólo en los días de lucha estaba disciplinada esta mezcla de gentes y se batían como leones. Ahora, para hacer el incendio más eficaz, se habían reunido muchos objetos combustibles y sobre ellos se esparcía una buena cantidad de aguardiente que formaba parte de nuestras provisiones. Por desgracia, aquellos hombres acostumbrados a vivir con una pequeña cantidad de espíritu, al encontrarlo en tal abundancia, se embriagaron hasta el punto de quedar imposibilitados para moverse. Fue un caso bien doloroso: encontrarse en la imperiosa necesidad de abandonar a aquellos valientes y desgraciados hombres para que fuesen presas de las llamas. Hice cuanto pude, obligando a los compañeros más serenos a no abandonarlos; yo mismo recogí cuantos me fue posible hasta el último instante, cargándolos sobre mi espalda para ponerlos a salvo."

La escuadra argentina nota que Garibaldi y sus hombres se alejan en una pequeña embarcación y comienzan a perseguirlos. Explota la santabárbara de la Constitución . Una lluvia de fragmentos en llamas cubre el Tío y los alrededores. La escena es sobrecogedora. Pareciera haberse estremecido el planeta. Garibaldi prosigue la fuga. Algunos oficiales proponen encender los pajonales de la isla "para quemar como ratas hasta el último salvaje unitario". El almirante los aparta con un gesto.

– ¡Garibaldi es un valiente! ¡Dejen que se escape! Luego ordena investigar en la maleza para rescatar heridos, recoger armas abandonadas y salvar algunos cañones de los buques incendiados.

El propio Brown, acompañado por el cirujano Hugo Tomás Sheridan, recorre los pajonales salpicados de víctimas. De pronto está frente al cadáver del capitán Arana Urioste, desnudo y mutilado. Retrocede con horror. Aferra el brazo de su acompañante y prorrumpe:

– ¡Ah! ¡Si yo supiera quién ha hecho esto, lo mando fusilar en el acto!

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