Amin Maalouf - Samarcanda
Здесь есть возможность читать онлайн «Amin Maalouf - Samarcanda» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Samarcanda
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Samarcanda: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Samarcanda»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Samarcanda — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Samarcanda», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Vengo a convertirte.
Omar lo mira de hito en hito. Quiere asegurarse de que el otro está aún en su sano juicio, pero Hassan se ríe con esa misma risa sigilosa que Jayyám conoció en el caravasar de Qaxan.
– Tranquilízate, tú eres la última persona a la que pensaría convertir, pero necesito un refugio. ¿Qué mejor protector que Omar Jayyám, comensal del sultán, amigo del gran visir?
– Sienten más odio hacia ti que amistad por mí. Eres bienvenido bajo mi techo, pero no creas ni un instante que mis relaciones te salvarían si se sospechara tu presencia.
– Mañana estaré lejos.
Omar se muestra desconfiado:
– ¿Has vuelto para vengarte?
Pero el otro reacciona como si acabaran de agraviar su dignidad.
– No intento vengar a mi miserable persona. Deseo destruir el poderío turco.
Omar observa a su amigo, que ha cambiado su turbante negro por otro blanco pero impregnado de arena; sus ropas son de lana grosera y raída.
– ¡Me pareces tan seguro de ti mismo! Yo no veo ante mí más que un hombre proscrito, acorralado, que se esconde de casa en casa, con ese fardo y ese turbante por todo equipo, ¡y pretendes competir con un Imperio que se extiende por todo el Oriente desde Damasco a Herat!
– Tú hablas de lo que es, yo hablo de lo que será. Pronto se yerguerá frente al Imperio de los selyuquíes la Nueva Predicación, minuciosamente organizada, poderosa y temible, que hará temblar al sultán y a los visires. No hace tanto tiempo, cuando tú y yo nacimos, Ispahán pertenecía a una dinastía persa y chií que imponía su ley al califa de Bagdad. Hoy, los persas no son más que los servidores de los turcos y tu amigo Nizam es el más vil servidor de esos intrusos. ¿Cómo puedes afirmar que lo que ayer era verdad es impensable para mañana?
– Los tiempos han cambiado, Hassan. Los turcos poseen la fuerza y los persas han sido vencidos. Unos, como Nizam, buscan un compromiso con los vencedores; otros, como yo, se refugian en los libros.
– Y hay otros, además, que luchan. Hoy no son más que un puñado, mañana serán miles; un ejército numeroso, decidido, invencible. Yo soy el apóstol de la Nueva Predicación, recorreré el país sin descanso, usaré tanto la persuasión como la fuerza y con la ayuda del Altísimo derribaré el poder corrompido. Te lo digo a ti, Omar, que me salvaste un día la vida: el mundo asistirá pronto a unos acontecimientos cuyo sentido poca gente comprenderá. Tú comprenderás, sabrás lo que está pasando, sabrás quién sacude esta tierra y cómo va a terminar esa vorágine.
– No quiero poner en duda tus convicciones ni tu entusiasmo, pero recuerdo haberte visto, en la corte de Malikxah, disputar a Nizam el-Molk los favores del sultán turco.
– Desengáñate, no soy el innoble personaje que sugieres.
– Yo no sugiero nada, únicamente señalo algunas disonancias.
– Sólo se deben a tu desconocimiento de mi pasado. No puedo reprocharte que juzgues por las apariencias de las cosas, pero me mirarás de otro modo cuando te haya contado mi verdadera historia. Vengo de una familia chii tradicional. Siempre me enseñaron que los ismaelíes no eran más que herejes. Hasta el momento en que conocí a un misionero que después de discutir durante mucho tiempo conmigo hizo vacilar mi fe. Cuando, por miedo a rendirme, decidí no volver a dirigirle la palabra, caí enfermo, tan gravemente que creí que había llegado mi última hora. Vi en ello un signo, un signo del Altísimo, e hice la promesa, si sobrevivía, de convertirme a la fe de los ismaelíes. Me restablecí de la noche a la mañana. En mi familia nadie podía creer en una curación tan súbita. Por supuesto, cumplí mi palabra, presté juramento y al cabo de dos años se me confió una misión: acudir junto a Nizam el-Molk, insinuarme en su divan con el fin de proteger a nuestros hermanos ismaelíes en dificultades. Me marché, pues, de Rayy hacia Ispahán y en el camino me detuve en un caravasar de Qaxan. Una vez solo en mi pequeña habitación, me estaba preguntando de qué forma podría introducirme en el círculo del visir, cuando se abrió la puerta. ¿Quién entró? Jayyám, el gran Jayyám que el cielo me había enviado a ese lugar para facilitar mi misión.
Omar está estupefacto.
– ¡Y pensar que Nizam el-Molk me preguntó si eras ismaelí y yo le respondí que no lo creía!
– No mentiste, tú no lo sabías. Ahora lo sabes.
Se interrumpe.
– ¿No me habías ofrecido algo de comer?
Omar abre la puerta, llama a la sirvienta y le pide que traiga algunos platos. Y luego reanuda su interrogatorio:
– ¿Y hace siete años que estás vagando así, vestido de sufí?
– He vagado mucho. Cuando abandoné Ispahán fui perseguido por los agentes de Nizam, que querían matarme. Pude despistarlos en Qom donde unos amigos me ocultaron. Y luego reanudé el camino hasta Rayy, donde conocí a un ismaelí que me recomendó que fuera a Egipto, que acudiera a la escuela de los misioneros que él mismo había frecuentado. Di un rodeo por Azerbeiyán antes de volver a bajar a Damasco. Tenía intención de tomar la ruta del interior hacia El Cairo. Los turcos y los magrebíes luchaban alrededor de Jerusalén y tuve que volver sobre mis pasos y tomar la ruta de la costa por Beirut, Saida, Tiro y Acra, donde encontré sitio en un barco. A mi llegada a Alejandría, fui recibido como un emir de alto rango; un comité de acogida me esperaba presidido por Abu-Daud, jefe supremo de los misioneros.
La sirvienta acaba de entrar y deposita sobre la alfombra algunas escudillas. Hassan empieza una oración que interrumpe cuando ella se marcha.
– En El Cairo pasé dos años. En la escuela de misioneros éramos varias decenas, pero sólo un puñado de entre nosotros estaba destinado a actuar fuera del territorio fatimí.
Evita dar demasiados detalles. Sin embargo, se sabe por diversas fuentes que las clases se impartían en dos lugares diferentes: los ulemas explicaban los principios de la fe en la medersa de Al-Azhar y los medios para propagarlos se enseñaban en el recinto del palacio califal. Era el propio jefe de los misioneros, alto personaje de la corte fatimí, quien explicaba a los estudiantes los métodos de persuasión, el arte de desarrollar un argumento, de hablar a la razón tanto como al corazón. Y era igualmente él quien les hacía memorizar el código secreto que debían en sus comunicaciones. Al final de cada sesión, los estudiantes iban uno a uno a arrodillarse ante el jefe de los misioneros, que les pasaba por encima de la cabeza un documento que llevaba la firma del imán. Después de esto, tenía lugar otra sesión, más corta, destinada a las mujeres.
– En Egipto recibí toda la enseñanza que necesitaba.
– ¿No me dijiste un día que a los diecisiete años ya lo sabías todo? -se burla Jayyám.
– Hasta los diecisiete años acumulé conocimientos, luego aprendí a creer. En El Cairo aprendí a convertir.
– ¿Y qué les dices a aquellos que intentas convertir?
– Les digo que la fe no es nada sin un maestro para enseñarla. Cuando proclamamos: «No hay más dios que Dios», añadimos inmediatamente «Y Mahoma es su Mensajero». ¿Por qué? Porque no tendría ningún sentido afirmar que hay un solo Dios si no citamos la fuente, es decir, el nombre de aquel que nos ha enseñado esa verdad. Pero ese hombre, ese Mensajero, ese Profeta, ha muerto hace tiempo. ¿Cómo podemos saber que existió y que habló como nos lo han contado? Yo que, como tú, he leído a Plat6n y a Aristóteles, necesito pruebas.
– ¿Qué pruebas? ¿Hay realmente pruebas en esas materias?
– Para vosotros los sunníes no hay, efectivamente, ninguna prueba. Pensáis que Mahoma murió sin designar un heredero, que dejó abandonados a los musulmanes y que entonces se dejaron gobernar por el más fuerte o el más astuto. Eso es absurdo. Nosotros pensamos que el Mensajero de Dios nombró un sucesor, un depositario de sus secretos: el imán Alí, su yerno, su primo, casi su hermano. A su vez, Alí designó un sucesor. Así se ha perpetuado el linaje de los imanes legítimos y por medio de ellos se ha transmitido la prueba del mensaje de Mahoma y de la existencia del Dios único.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Samarcanda»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Samarcanda» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Samarcanda» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.