Lorenzo Silva - Sereno en el peligro

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Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil ofrece un recorrido por el devenir español, desde 1844, en busca de una línea vertebradora que nos explique lo que de excepción tiene un cuerpo de seguridad pública que se conoce con el apelativo de benemérito: sus peculiaridades, sus claroscuros, sus miserias y, pese a todo, sus glorias. Lorenzo Silva, que ya conoce el éxito con sus novelas sobre los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, se aventura por el ensayo en busca del «carácter de esta peculiar institución y de los hombres, y más recientemente mujeres, que la integran». Contra los tópicos más arraigados, que sobre el Cuerpo existen, esta obra presenta una interpretación personal del papel histórico de la institución. Muchos españoles todavía la ven como una entidad reaccionaria, cuando en realidad es una creación de la España liberal y ha sido históricamente motor de progreso.

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A lo largo de 18 artículos, el Real Decreto desarrollaba la estructura orgánica del nuevo cuerpo, con una terminología a todas luces castrense, como lo era el personal que había de formarlo, disponiendo expresamente el artículo 12 que en cuanto a la organización y disciplina dependería de la jurisdicción militar, por lo que resultaba discordante la alusión a una «fuerza civil» contenida en el preámbulo, texto, por el que Pérez Galdós reconocería a González Bravo, entre sus muchos desaciertos, y en contraste con ellos, el mérito de haber alumbrado «un ser de grande y robusta vida, la Guardia Civil», era en realidad obra del subsecretario de Gobernación, Patricio de la Escosura. Este afrancesado conspicuo, antiguo capitán de Artillería, intimó en sus estancias en Biarritz con un capitán retirado de la Gendarmería francesa, llamado Lacroix, de quien debió de recibir alguna inspiración. No iba a ser su articulado, sin embargo, el que sirviera de base fundacional para la futura Guardia Civil por lo que atribuirles la autoría de esta a González Bravo o Escosura no deja de resultar discutible.

Pero sí fue este Real Decreto de 28 de marzo de 1836 el que dio lugar al nombre de la institución. Cuando la joven reina leyó lo que le presentaban, y sin poder entender muy bien qué era aquello de «unas guardias armadas que podían estar al servicio y bajo la obediencia de los poderes civiles», dijo que entonces ella las llamaría «guardias civiles», para dejar así reflejada su doble condición. El capricho de la reina niña se incorporó a posteriori al texto, quedando denominado el nuevo cuerpo, formado por militares, y siendo militar su disciplina, con el tan paradójico como perdurable nombre de Guardia Civil.

Solo faltaba, para llegar a la Guardia Civil que había de conocer la Historia, que al duque de Ahumada, el hijo de Pedro Agustín Girón, se le diera la ocasión de reparar el desaire hecho en 1820 a su padre. Y merced a la confianza de Narváez, preparado ya para desembarazarse del insignificante González Bravo, iba a tenerla cumplidamente.

Capítulo 2

Ahumada, el visionario

No es inhabitual que un hombre de ingenio pague un alto precio por demostrarlo por escrito. Al presidente González Bravo le llegó el momento de comprobarlo cuando una mano invisible depositó en manos de la reina madre, María Cristina, los artículos injuriosos que tiempo atrás le había dedicado bajo seudónimo, con la insinuación de su verdadera autoría. El antiguo libelista quedaba amortizado, y el 2 de mayo de 1844 Narváez asumió la presidencia del gobierno, tomando para sí la cartera de la Guerra, en la que mantuvo como subsecretario al brigadier sevillano Ángel García de Loygorri, conde de Vistahermosa, leal al nuevo presidente y viejo amigo del duque de Ahumada.

Durante el mes de abril se habían producido algunos acontecimientos relevantes para la formación del nuevo cuerpo. El todavía ministro de la Guerra, Mazarredo, mantuvo un tira y afloja con su colega de Gobernación, el marqués de Peñaflorida, para deslindar las funciones de ambos departamentos y en particular las responsabilidades que corresponderían en el nombramiento de su personal a los jefes militares y políticos. Como resultado, se dictó el Real Decreto de 12 de abril, que aclaraba el anterior de 28 de marzo en el sentido de que si bien el Ministerio de la Guerra se encargaría de la organización inicial de la Guardia Civil, reclutando sus efectivos entre los excedentes de personal del ejército, en lo sucesivo serían los jefes políticos los que se encargarían de los nombramientos de cargos y asignación de destinos. Este esquema habría dado lugar, interpreta Aguado Sánchez, a que la Guardia Civil se convirtiera en una suerte de simple vaciadero de un Ejército hipertrófico, sometido a los vaivenes políticos y expuesto a los caprichos del partido de turno. La falta de un inspector general, y los míseros sueldos que se contemplaban para la tropa, habrían conducido a una nueva institución precaria, con defectuosa organización militar y condenada a resultar inestable, manipulable y fallida.

Sea como fuere, el 15 de abril de 1844, este nuevo Real Decreto le fue remitido al mariscal de campo Francisco Javier Girón, duque de Ahumada, que se hallaba a la sazón en Cataluña en funciones de inspector general militar. Lo acompañaba la siguiente comunicación:

Al Mariscal de Campo Duque de Ahumada. Para llevar a cabo esta Soberana y Real disposición se ha dignado comisionar a V.E. como Director de la organización de la Guardia Civil y señalar para proceder a ello los puntos de Vicálvaro y Leganés. A fin de que V.E. pueda sin pérdida de tiempo dar principio al importante cometido que la digna acción de S.M. le confía y evitarle en lo posible consultas que naturalmente le ocurrirían para su mejor desempeño, debo decirle que V.E. queda facultado para proponer las medidas que conduzcan a la más útil organización de esta fuerza en vista de los elementos que para ello puedan emplearse, teniendo en consideración que del acierto de su primera planta depende su porvenir y el que produzca el feliz resultado a que se la destina. Muy recomendable e importante es la brevedad, pero más aún lo es la perfección. Las solicitudes de Jefes y Oficiales con los datos ya reunidos en este Ministerio pasarán a la dirección del cargo de V.E. para que en consecuencia puedan hacerse a S.M. las consecuentes propuestas en forma para todos los empleos de Jefes y Oficiales, debiendo V.E., proceder al nombramiento de las clases de tropa que han de componer el Cuerpo […] V.E. necesita manos auxiliares para los trabajos de la Comisión; puede V.E. por tanto proponer desde luego, su personal y la organización en el concepto de que todos los sueldos y gastos son desde ahora con cargo al Ministerio de la Gobernación.

Mediante esta comunicación, el ministro de la Guerra ponía en manos de Ahumada la labor de organización inicial de la Guardia Civil que había salvado para su ministerio. Las razones de su nombramiento hay que buscarlas en su competencia y rigor, que ya lo habían llevado al cargo de inspector general militar. Pero una vez recibida la encomienda, no podía dejar de influir en el duque la experiencia que había compartido un cuarto de siglo atrás con su padre, en la redacción del proyecto de la Legión de Salvaguardias Nacionales. Comparándolo con el que ahora se le ponía en las manos, forzoso era que sintiese preferencia por aquel, y desde bien pronto se aplicó a procurar que los decretos fundacionales quedaran sin efecto y sustituidos por otro más acorde a su concepción de lo que debía ser un cuerpo que devolviera (o trajera, porque era algo inédito) la seguridad al reino. El hombre había encontrado su destino en la Historia. Y la Guardia Civil acababa de tropezarse con el hombre que iba a ahormarla.

Pero antes de continuar con el relato, quizá sea oportuno dar algunas pinceladas biográficas sobre el personaje. Nacido en Pamplona el 11 de marzo de 1803, en el palacio del Virrey (cargo que entonces ostentaba su abuelo paterno, Jerónimo Girón), hacia las cuatro de la tarde, Francisco Javier Girón moriría el 18 de diciembre de 1869 en su domicilio madrileño del número 9 de la calle del Factor, a las dos y media de la madrugada. Su condición de miembro de la nobleza le hizo disfrutar de los privilegios otorgados a esta por Carlos IV e inició su carrera militar a la edad de doce años con el empleo de capitán de Milicias Provinciales. Hijo único, su infancia fue algo amarga, ausente casi siempre su padre por su implicación en la Guerra de la Independencia y sin el amparo de la madre, que prefería seguir al marido en sus correrías, mientras Francisco Javier quedaba a cargo de su abuelo, perseguido por afrancesado. De talla mediana y no muy buena salud en la adolescencia, los contratiempos vividos con su padre, exilio incluido, forjaron en él un carácter inflexible y ordenancista, además de proporcionarle grandes dotes de organización y una gran capacidad de trabajo. Afín a los moderados, no albergó especiales ambiciones políticas, contentándose con un puesto de senador vitalicio que compatibilizó con su dedicación a la Inspección General de la Guardia Civil. En cuanto a su hoja de servicios militares, la primera guerra carlista le daría ocasión de distinguirse y de demostrar su capacidad para el mando. Como coronel participó en la desarticulación de partidas carlistas en la provincia de Sevilla y más tarde en La Granja. Tras algún revés, como el que sufrió frente a los rebeldes en Moratalaz, Narváez lo captó para organizar el Ejército de Reserva de Andalucía, lo que forjó una sólida relación de camaradería entre ambos. En 1840 fue nombrado mariscal de campo por sus muchos méritos en combate, en las acciones de Yesa, Alpuente, Montalbán, Miravete, entre otras, y por el acoso al recalcitrante caudillo carlista Ramón Cabrera, hasta obligarlo a cruzar en retirada la frontera de

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