Anne Rice - Camino A Caná

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Rice - Camino A Caná» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Camino A Caná: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Camino A Caná»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Esta segunda entrega de la ambiciosa y valiente crónica de la vida de Cristo comienza justo antes de su bautizo en aguas del Jordán y termina con el milagro de Caná. Jesús vive como un miembro más de su comunidad, a la espera de una señal que le indique el camino que habrá de tomar. Cuando el agua de las tinajas se convierte en vino, Jesús atiende a su llamado y se convierte en aquel que invoca a Israel para que tome las armas contra Roma.

Camino A Caná — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Camino A Caná», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Juan se detuvo y levantó la mirada.

El sol que asomaba detrás de las nubes grises obligó a Juan a entornar los ojos para ver mejor al hombre que se le enfrentaba. Su mirada se detuvo un momento en mí y en el recaudador de impuestos.

De nuevo habló el fariseo: -¿Con qué autoridad te atreves a traer a estas gentes aquí? -¿Traer? ¡Yo no los he traído! -respondió Juan, Su voz dominaba sin esfuerzo el tumulto de los reunidos.

Retenía su aliento como una persona acostumbrada a hablar por encima de los ruidos o del viento.

– Os lo he dicho. No soy Elías. No soy el Cristo. ¡Os he dicho que quien llega después de mí está delante de mí!

Parecía ganar fuerzas mientras hablaba. Los discípulos seguían bautizando a los peregrinos.

Vi a Abigail entrar en el río totalmente vestida. Y el joven que le indicaba por señas que había de arrodillarse en el agua era mi primo Juan hijo de Zebedeo. Estaba allí, con sus ropajes mojados pegados al cuerpo, el cabello largo y sin peinar, un muchacho de apenas veinte años arrimado al hombre que gritaba ahora a todo el que quisiera escucharle: -¡Os repito que sois una raza de víboras! Y no penséis que estáis a salvo declarándoos hijos de Abraham. Os digo que el Señor puede hacer crecer hijos de Abraham de estas mismas piedras. En este mismo momento, el hacha está ya cortando el árbol de raíz. ¡Los árboles que no dan buen fruto serán derribados, y arrojados al fuego!

En todas partes, la multitud miraba de reojo a los rabinos y sacerdotes que se adelantaban al oír las voces de Juan.

Jasón le gritó: -¡Juan, dinos de dónde te viene la autoridad para decirnos esas cosas! Es lo que quiere saber esta gente.

Juan miró en su dirección, pero no pareció reconocerlo, o no más de lo que reconocía a cualquier otro hombre en particular, y contestó: -¿No os lo he dicho? Os lo repetiré. Yo soy la voz que clama en el desierto, para preparar el camino al Señor, para facilitar su paso. Por todos los barrancos bajará el agua, y las montañas y colinas se allanarán; los lisiados caminarán erguidos y los caminos tortuosos serán rectos… ¡y todos los que son de carne y hueso verán la salvación de Dios!

Pareció que incluso quienes se encontraban en los límites más lejanos de aquella multitud le oían. Se alzó un clamor de voces que daban gracias, y más y más personas entraron en el río. Jasón y Rubén bajaron también al río.

Vi que Juan subía por la orilla, con su largo cabello lacio todavía empapado, para acercarse a José, que trataba de caminar sostenido por Santiago y mi madre.

El recaudador de impuestos contemplaba el descenso al río del anciano.

Juan recibió él mismo a José, pero de nuevo no vi en sus ojos ningún signo de que reconociera al hombre y a la mujer que tenía delante. Entraron en el río como todos los demás; y él vertió sobre sus cabezas el agua de su concha.

De nuevo lo llamaron a gritos desde la multitud. Esta vez era Shemayah, que empezó a gritar de repente como si no pudiera contenerse: -¡Qué hemos de hacer entonces! -¿Tengo que decíroslo? -respondió Juan. Se echó atrás y de nuevo alzó la voz con la facilidad aparente de un orador-. Aquel de entre vosotros que posea dos túnicas, que las comparta con el que no tiene ninguna; y los que tenéis comida en abundancia, habéis de darla a los que pasan hambre.

De pronto fue el joven recaudador de impuestos que estaba a mi lado quien gritó: -¡Maestro!, ¿qué hemos de hacer nosotros?

La gente volvió la cabeza para ver quién hacía aquella pregunta encendida, que parecía salir directamente de su corazón.

– Ah, no recaudéis más de lo que se os ha ordenado recaudar -respondió Juan. Una amplia oleada de murmullos aprobadores se alzó de las personas que estaban en las orillas. El recaudador asintió con la cabeza.

Pero ahora eran los soldados del rey los que se adelantaban: -¡Y qué has de decirnos a nosotros, maestro! -gritó uno-. ¡Dinos qué podemos hacer!

Juan les miró, entornando otra vez los ojos para evitar los rayos del sol que se filtraban entre las nubes.

– No toméis dinero por la fuerza, eso podéis hacer. Y no acuséis a nadie en falso, y conformaos con vuestra paga.

De nuevo hubo cabezadas de asentimiento y murmullos de aprobación.

– Yo os digo que El que viene detrás de mí tiene ya en Sus manos el cedazo con que va a separar en la era el grano que guardará en el trojey la paja que arrojará para que arda en el fuego eterno.

Muchos que antes no se habían movido se acercaron ahora al río, pero en ese momento una gran conmoción agitó a la multitud. La gente se volvía a mirar, y se oían gritos de asombro.

Hacia la derecha y por encima de donde estaba yo, apareció en la ladera un nutrido grupo de soldados, y en medio de ellos una figura reconocible, que hizo que todos callaran cuando se aproximó a la orilla del río. Los soldados barrieron la hierba para que él la pisara, y cuando se apeó sostuvieron en alto los bordes de su largo manto púrpura.

Era Herodes Antipas. Nunca lo había visto tan de cerca: era un hombre alto, impresionante, pero su mirada era dócil cuando contempló maravillado al hombre que bautizaba en medio del río. -¡Juan hijo de Zacarías! -gritó el rey. Un silencio incómodo cayó rápidamente sobre todos los que le veían y habían oído su voz.

Juan levantó la mirada. De nuevo entornó los ojos. Luego alzó la mano para protegerlos. -¿Qué debo hacer yo? -gritó el rey-. Dime, ¿cómo puedo arrepentirme?

– Su rostro estaba tenso y grave, pero no había burla en él, sólo una intensa concentración.

Juan tardó unos instantes en responder, y entonces lo hizo con voz fuerte.

– Deja a la esposa de tu hermano. No es tu esposa. ¡Ya conoces la Ley! ¿No eres judío?

La multitud se estremeció. Los soldados se arrimaron más al rey como si anticiparan una orden, pero el propio rey estaba inmóvil y se limitaba a observar a Juan, que ahora se había acercado otra vez a mi querido José y lo sostenía por los hombros para ayudarle a salir del agua.

El recaudador de impuestos se dirigió hacia el grupo que formaban mi madre y Santiago, con intención de ayudarlos. Luego se desprendió de su rico manto, lo dejó caer entre los juncos como cualquier prenda de lana, y fue a ponerse de rodillas delante de Juan como habían hecho antes todos los demás.

José miraba al recaudador, que sumergió su cabeza, la levantó de nuevo y se secó el agua que le corría por la cara. De sus relucientes cabellos untados con óleo caían gruesos goterones.

El rey permaneció impasible ante la escena y luego, sin pronunciar palabra, dio media vuelta y desapareció entre las filas de sus soldados. Todo el grupo, con el sol arrancando reflejos de las puntas doradas de las lanzas y los escudos redondos, desapareció de la vista como tragado por los nuevos peregrinos que iban llegando.

Docenas de hombres y mujeres entraron en el agua.

Vi que José me miraba, con ojos vivaces y su expresión familiar.

Bajé al río. Pasé al lado de José y mi madre, y del recaudador de impuestos que sujetaba por el codo a José, listo para ayudarlo debido a su edad, aunque ya estaba allí Santiago para hacerlo.

Me coloqué frente a Juan hijo de Zacarías.

Siempre suelo llevar la vista baja. En las ocasiones en que a lo largo de mi vida me han siseado o insultado, casi nunca desafío con la mirada a quien lo hace, y prefiero volverme a otra parte y seguir con mi trabajo como si no pasara nada. Mi actitud suele ser tranquila.

Pero en esta ocasión no me comporté así. Mi actitud ya no era ésa. Había cambiado.

Él se quedó mirándome, inmóvil. Yo contemplé su aspecto tosco, la maraña de vello pectoral, la oscura piel de camello que apenas le cubría. Sus ojos estaban fijos en los míos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Camino A Caná»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Camino A Caná» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Camino A Caná»

Обсуждение, отзывы о книге «Camino A Caná» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x