Anne Rice - El Mesías

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Rice - El Mesías» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Mesías: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Mesías»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Anne Rice abandona momentáneamente las historias de vampiros para adentrarse en la vida de Jesucristo, concretamente en los primeros años de vida de éste. La autora cede la palabra al propio Jesús, quien, con la voz de un niño de siete años, narra sus primeros recuerdos en Alejandría y su traslado, poco tiempo después y junto a su familia, a Nazaret. Es la primera parte de una trilogía que podría relevarse polémica: en un sueño, Jesús, el niño narrador, se encuentra con Satán.

El Mesías — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Mesías», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Enfermo y con los hombros y las piernas doloridos, me hizo bien sumirme en un sueño profundo. Empecé a soñar cuando aún estaba despierto. Fue el sueño más placentero que había tenido nunca. Sabía que estaba en Nazaret.

Sabía que mi madre estaba allí conmigo y que tía María estaba acostada cerca.

Sabía que me encontraba a salvo.

Pero al mismo tiempo estaba caminando por un palacio. Era mucho más grande que la casa de Filo, y cuando llegué al fondo de una sala vi el mar azul.

La costa era rocosa y describía una curva, y abajo en el jardín había teas encendidas. Muchas teas. El techo estaba sostenido por columnas. Conocía el estilo de aquellas columnas, las hojas de acanto talladas en los capiteles.

Un ser alado estaba sentado en un banco de mármol. Parecía un hombre, un hombre muy agraciado. Pensé en Absalón, el hijo de David, que había sido muy apuesto, y entonces sucedía la cosa más extraña: a aquel hombre le crecía mucho el pelo, en longitud y espesura.

– Intentas parecer Absalón -le decía yo.

– Vaya, eres muy listo para tu edad, ¿eh? -replicaba él-. El rabino te quiere mucho. -Su voz era suave y melodiosa. Sus ojos, azules como el mar, le brillaban. Su túnica tenía ribetes verdirrojos, una enredadera repleta de flores diminutas-. Sabía que esto te iba a gustar -añadía, sonriendo-. Lo que me gustaría saber es… ¿Qué crees que estás haciendo aquí?

– ¿Aquí? ¿En este palacio? Soñar, por supuesto. -Me reía de él y en el sueño oía mi risa. Luego contemplaba el mar y veía muchas nubes amontonadas en el cielo, y hacia el horizonte unos barcos navegando. Casi creía ver los remos hundirse en las olas, y los hombres al timón. Todo era diáfano bajo la luna llena.

Todo era belleza a mi alrededor.

– Sí, es un palacio adecuado para un emperador -decía él-. ¿Por qué no vives en un palacio así?

– ¿Por qué habría de hacerlo?

– Bueno, sin duda es mucho mejor que la tierra y la inmundicia de Jerusalén -decía él con su tono afable y su amable sonrisa.

– ¿Estás seguro de eso? -preguntaba yo.

– He vivido en ambos sitios. -Su rostro se ensombrecía antes de mirarme con desprecio.

Yo volvía a contemplar los barcos, que se movían raudos y ligeros bajo la luna, navegando de noche cuando la noche era un momento peligroso para hacerlo, pero ¡tan hermosos!

– Esas hermosas galeras han zarpado de Ostia -decía él-. Tu Arquelao está ansioso por volver a casa, igual que sus hermanos y su hermana.

– Lo sé.

– ¿Quién eres? -exigía saber el ser, impaciente. Después de todo, aquel sueño tenía que terminar tarde o temprano, como todos los sueños.

El estaba enojado pero trataba de disimular, sin conseguirlo. Me hizo pensar en mis hermanos pequeños. Pero aquel ser alado no era un niño.

– ¡Y tú tampoco lo eres! -me decía.

– Vaya, por fin lo entiendo -replicaba yo, comprendiéndolo con repentina satisfacción-. Cuando me hablas así es porque no sabes lo que va a pasar, ¿verdad? ¡No sabes qué ocurrirá! -Soltaba una carcajada y añadía-: Ese es tu sino: no saber cómo acabará.

El se enfadaba tanto que ya no podía mantener la sonrisa. Y a continuación rompía a llorar. No podía aguantarse. Era un llanto intermitente de hombre mayor que nunca había visto.

– Tú sabes que soy lo que soy por el amor -decía-. Esto que soy es por el amor.

Aunque me daba pena, debía ir con cuidado. El hombre se cubría la cara con la mano y me miraba entre los dedos.

Llorando, sí, pero vigilándome, y el hecho de verlo así me colmaba de pesadumbre. No quería verlo. No podía hacer nada por él.

– ¿Quién eres? -repetía. Estaba tan enfadado que dejaba de llorar y tendía una mano hacia mí-. ¡Exijo que me lo digas!

Yo me apartaba.

– No me pongas la mano encima -le decía. No estaba enfadado, sólo quería que él lo comprendiera-. Nunca jamás me pongas la mano encima.

– ¿Sabes lo que está pasando en Jerusalén? -preguntaba él. Había enrojecido de ira y sus ojos se agrandaban cada vez más.

Yo no respondía.

– Deja que te lo muestre, niño ángel -decía él.

– No hace falta que te molestes.

Ante nosotros, en lugar del mar azul, vi de repente el gran patio del Templo de Jerusalén. Yo no quería verlo. No quería pensar en los hombres que peleaban allí. Pero ahora era mucho peor.

Desde lo alto de los pórticos unos arqueros disparaban flechas a los soldados romanos y otros les arrojaban piedras, y los combates se sucedían hasta que brotaban llamas al pie de las columnas, terribles y pavorosas llamas que al elevarse prendían en los judíos desprevenidos, mientras las columnatas se llenaban de fuego y los trabajos en oro del exterior empezaban a retorcerse y los cuerpos caían al fuego, y la gente gritaba clamando ayuda al Señor.

El patio entero estaba rodeado de fuego, pero algunos judíos se despojaban de su coraza y se lanzaban a las llamas, rugiendo, y algunos romanos trataban de escapar por donde podían mientras otros salían con los brazos cargados de tesoros. Tesoros del Templo, sagrados, tesoros del Señor.

Los gritos de la gente me resultaban insoportables de oír.

– Señor de las Alturas -clamaba yo, muy asustado-, ten piedad de ellos.

– Estaba tiritando. Temblando. El miedo volvía a mí, peor que las otras veces.

En mi mente se sucedían los incendios, como si cada uno prendiera la mecha del siguiente hasta que las llamaradas alcanzaran el firmamento. «Desde las profundidades, yo clamo a ti, Oh, Señor.»

– ¿No puedes hacer nada más? -me preguntaba aquel desconocido. Estaba muy cerca de mí, apuesto y ricamente vestido, sus azules ojos preñados de ira pese a que sonreía.

Yo me tapaba la cara con las manos. No quería ver más. Le oía susurrar:

– ¡Te estoy observando, niño ángel! Esperando a ver qué tramas. Muy bien: camina como un niño, come como un niño, juega como un niño, trabaja como un niño. Pero yo te vigilo. Y puede que no conozca el futuro, de acuerdo, pero sí sé una cosa: tu madre es una prostituta, tu padre un embustero, y el suelo de tu casa está sucio. La tuya es una causa perdida, perdida cada día y cada hora, incluso tú lo sabes. ¿Crees que tus pequeños milagros ayudarán a esos pobres? Escucha bien: lo que manda es el caos. Y yo soy su príncipe.

Entonces le miraba. De haber querido, habría podido responderle. Las palabras saldrían sin dificultad y me dirían cosas de las que yo aún no era consciente: sacarían ese conocimiento de mi mente, tan seguro como que el sonido saldría de mi boca. Todo estaría allí a mi alcance, todas las respuestas, todo el devenir del tiempo. Pero no, no iba a ser así, ni de esa manera ni de otra. Me quedaba callado. Su desdicha me hacía daño. Su cara sombría me hacía daño. Su furia me hacía daño.

Desperté en una habitación a oscuras, empapado en sudor y con la boca reseca. Sólo había una lámpara encendida y se oían gemidos. La cabeza me dolía insoportablemente. Mi madre estaba cerca, pero con alguien más.

Cleofás rezaba en voz baja. Oí una voz desconocida, una voz de mujer.

– Si esto sigue así, es mejor que ella no vuelva…

Cerré los ojos. Soñé. Vi campos de trigo en Nazaret. Vi los almendros floridos de cuando llegamos a esta tierra. Vi los pueblecitos de casas blancas encaramados a las colinas. Hojas abarquilladas que las ráfagas de viento sacudían. Soñé con agua. Aquel hombre quería aparecer de nuevo, pero yo no iba a permitírselo. No, no quería volver a los palacios y los barcos.

– Alto -dije-. No lo hagas.

– Estás soñando -dijo mi madre-. Yo te abrazo, estás a salvo. «A salvo.»

Tardé días y noches en volver en mí. De eso me enteré después, pero de momento pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Al final me despertaron unos gemidos y lloros, y entonces supe que alguien había muerto.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Mesías»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Mesías» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Mesías»

Обсуждение, отзывы о книге «El Mesías» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x